Un
día como ayer, 18 de octubre, nos dejaba el escritor y amigo Manuel Vázquez
Montalbán creador del detective Pepe Carvalho.
EL
NACIMIENTO DE CARVALHO
Como tantos otros mitos trascendentales para
nuestra educación y substrato cultural, nunca creí en Carvalho.
Supongo que la culpa la tiene Philip Marlowe, y
tantos otros personajes de ficción de los que conocemos gran cantidad de
anécdotas que, sin embargo, no consiguen hilvanarse en una biografía creíble.
Hay tantos Marlowes como novelas escribió
Chandler, porque este autor recreó una figura sin pasado y sin futuro, pero
también porque Chandler no era el mismo cuando escribía El sueño eterno, en 1939, que cuando escribía Playback en 1958. Y, por mucho que le pese al novelista, su obra es
el espejo donde el lector siempre le verá reflejado.
Constantino Romero (con gafas) caracterizado de Carvalho
Influido, pues, por este prejuicio a la hora de
observar las andanzas de los personajes de ficción, siempre me sentí
distanciado de Carvalho y lo vi como ente indefinido, tímida o astutamente
oculto tras la primera persona. Esa primera persona que evita que el
protagonista haga alusiones o descripciones de sí mismo, que supedita cualquier
referencia biográfica al argumento de que se está tratando en cada momento y
que se convierte, por consiguiente, en máscara. Un punto de vista, dice Vázquez
Montalbán, lo que se puede interpretar como ojo, que ve todo alrededor excepto
a sí mismo. Mediante la primera persona, el autor se confunde con el personaje
y los dos pretenden mantenerse al margen, como el titiritero que, vestido de
negro, se camufla sobre el telón de fondo y mueve los muñecos con la intención
de darles vida propia y fingir que es capaz de desvincularse de ellos por
completo.
Para mí, pues, Carvalho no era alguien
interesante en sí mismo sino por su alianza con el autor que hablaba por su
boca. Más que las aventuras que corría, me interesaban las opiniones y la
descripción que hacía del entorno y esto no se lo atribuía a él sino a su
creador. Carvalho no era un personaje vivo del que acaso un día pudiera
escribirse una biografía y, por tanto, me resulta paradójico que la presente
biografía sirva precisamente para darle vida. En consecuencia, me atrevería a
decir que Carvalho no existía hasta que Manuel Blanco Chivite escribió este
libro.
El secreto está en que Vázquez Montalbán nunca
ha construido un personaje sin pasado y sin futuro. Cualquier nombre o
apellido, en cualquiera de sus libros, toma cuerpo y forma de inmediato, y en
seguida lo vemos prendido de los referentes de ayer que le permiten (o no)
proyectarse hacia un mañana. Y Vázquez Montalbán hace esto aun sin pretenderlo,
cuando se inventa a un sujeto que debería estar escondido, con él, en segundo
término, confundido con el telón de fondo.
No sé si Vázquez Montalbán pretendía ocultarnos
quién era Carvalho. Quizá incluso a sí mismo se dijera que pretendía contarnos
quién era Carvalho. Dice: “Cuando acabé
de escribir Tatuaje, me di cuenta de
quien contaba la historia era un monstruo…”, lo que me hace pensar que la
vida del detective se fue configurando según las necesidades de cada nueva
historia. Al azar. Como suelen configurarse todas las vidas, por otra parte.
Lo peor que le podía ocurrir a Pepe Carvalho era
nacer en una obra como Yo maté a Kennedy,
y luego crecer y multiplicarse de la mano de un creador de imaginación
desbocada y desbordante. Porque nació con un destino distinto al que realmente le esperaba. Nació en libro
desbocado y desbordante, con vocación de inverosímil, donde todavía no “pasaban
cosas”. Fue después de ese libro cuando a Manolo le entraron “ganas de escribir
una novela donde pasaran cosas” y, por extraño milagro, el Carvalho nacido del
caos se encontró protagonizando novelas de un género que, por definición, es
racional y realista.
Todos los personajes de novela nacen como
mentiras construidas con pedazos de verdad y terminan siendo verdades de
ficción. Carvalho, en cambio, nació en la mentira más increíble (Yo maté a Kennedy), condicionado por
delirantes antecedentes y se vio enfrentado a una realidad que se pretende
cartesiana. Y supongo que eso es lo que terminó haciendo de él un ser tan
sumamente real.
Para mí (y para muchos lectores) Carvalho nunca
fue el galán que Carlos Ballesteros, Juan Luis Gallardo, Patxi Andión o Eusebio
Poncela representaron en la pantalla. (Tampoco fue el Trintignant que se figura
el autor). Quien conoció primero al autor, nunca tuvo la menor duda de que
Carvalho era orondo, flemático, paciente, reflexivo e ingenioso como Manuel
Vázquez Montalbán. El que más se parecía a él era aquel Carvalho de una extraña
película (Olímpicamente muerto)
interpretada al alimón por Constantino Romero y el propio Vázquez Montalbán.
Cada novela es un resumen de muchos instantes
distintos del escritor ante la página en blanco. La veintena de novelas de
Carvalho es un cóctel confeccionado con mil estados de ánimo distintos de
Vázquez Montalbán. Y por tanto este libro (mucho más que una biografía), antes
que descubrirnos a un personaje, nos desenmascara a su autor. Leído entre
líneas, desvela con gran sabiduría no sólo cómo piensa y cómo quiere que le
veamos nuestro entrañable Manolo, sino también y sobre todo cómo trabaja, cómo
elabora sus libros y, por tanto, cómo se comunica y cómo se relaciona.
O sea: cómo es.
Andreu
Martín
Prólogo
a Carvalho: Biografía de un detective de
ficción, de Manuel Blanco Chivite, ed. VOSA, Madrid, 1997.
Última hora:
Maj Sjöwall gana el
VIII Premio Pepe Carvalho
La autora recibirá el galardón en el Saló de Cent del
Ayuntamiento de Barcelona, en el marco de la próxima edición de BCNegra, que
tendrá lugar entre el 4 y el 9 de febrero de 2013.
Junto a Per Wahlöö creó en 1965 al inspector Martin Beck,
protagonista de una saga de diez novelas, que ha sido considerada por crítica y
lectores como el inicio de la moderna novela negra europea.
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