Por: Guillem Díez
Aprovechando
el centenario de Julio Cortázar, Libros del Zorro Rojo recupera felizmente La
puñalada / El tango de la vuelta, una inencontrable joya bibliográfica del
autor de Rayuela ilustrada por el artista holandés Pat Andrea.
El día 15 de febrero de 1984, se terminaba de
imprimir en Bruselas el libro La Puñalada / El tango de la vuelta, un
hermoso libro con vocación de catálogo que incluía dibujos de Pat Andrea
iluminados por un texto de Julio Cortázar. Un guiño cronopio quiso que fuera
justo al día siguiente del entierro del autor argentino en el cementerio de
Montparnasse y que se editara precisamente en la ciudad en la que había nacido
setenta años antes.
No sería ésta la única casualidad en la cort-azarosa peripecia editorial de este libro, así que
lo
mejor, como recomienda el relato,
es agarrar desde el principio y hablar primero de otra fecha, el 25 de marzo de
1976, cuando el artista Pat Andrea tiene la ocurrencia de llegar a la Argentina
también un día después, en este caso el del golpe de estado del general Videla.
Pat recorrió el país
durante ocho meses de conmoción y asombro, tiempo suficiente para
cambiar su arte y descubrir de primera mano el espanto que produce ver el
rostro del fascismo, como dejara dicho para siempre Víctor Jara tres años antes,
en aquel otro golpe en Chile del que no salió con vida. Aún
volvería un par de veces a la Argentina hasta que en 1979, ya en Europa, escuchando
una milonga tangueada que hizo célebre la orquesta de Juan D’Arienzo, toda esa
violencia y represión que había visto coaguló en una serie de treintaicuatro dibujos
a lápiz, carbón y acuarela, que, usando la metáfora tanguera de la traición, el
crimen pasional y la venganza, en realidad nos estaba hablando del golpe de
estado con su pánica brutalidad de secuestros y torturados, la siniestra lógica
asesina de todas las dictaduras.
Ese tango con letra de Celedonio Esteban
Flores se llamaba “La puñalada” y fue también el título de la serie que mostró
a la galerista belga Elisabeth Franck, que la expuso y que quiso además editarla
como catálogo, para lo cual le pidió a Pat que consiguiera una introducción. Así
fue como el dibujante holandés contactó en París con Cortázar y lo citó en un
pequeño cuartito cerca de la Place Pigalle en el que paraba por entonces. Nunca
iba a olvidar ese encuentro cuando vio aparecer la jovial y agigantada figura de
Julio agachándose para no darse un cronopiazo de los grandes en el dintel. El
escritor examinó sin prisa los dibujos que enseguida le gustaron, tanto que le
prometió ese texto, pero no iba a ser en forma de prólogo sino de cuento, el
mismo que rotulado como “El tango de la vuelta” le llegaría al cabo de unos
meses.
Cuando apareció el libro, ese mismo relato ya había
sido publicado dentro del volumen Queremos tanto a Glenda (México, Nueva
Imagen, 1980) con el título casi mellizo de “Tango de vuelta” y se plantea la
cuestión de si éste era previo a los dibujos o si fue uno de ellos,
concretamente el tercero, el que le inspiró esa fatal historia de emplazados.
Eso al menos es lo que puede desprenderse del texto del crítico de arte Pierre
Sterckx, amigo del pintor, que aparecía en la solapa de la edición original y que
decía: “Estando
en París, en 1979, Pat Andrea mostró sus trabajos a un escritor argentino que
vive y publica en esa ciudad. Así fue como Julio Cortázar, fervoroso de la
tradición del tango, vio esos dibujos; y así fue como dijo ver un relato en el
tercero de ellos”. El citado dibujo muestra a una mujer en
el suelo, desnuda y acurrucada junto a una cama, mientras mira con miedo hacia el
otro lado donde otra mujer, también desnuda, cae violentamente apuñalada por un
hombre airado con pinta de cafisho. ¿Inspiró
entonces este dibujo el cuento de Cortázar? En el territorio donde se cumplen
estos encuentros eso carece de importancia. Puede que simplemente fuera una de
esas sincronicidades que tanto gustaban al autor y que, de alguna forma, texto
y dibujos se encontraran en un plano donde la temporalidad queda abolida para bailar
enlazados un gran tango, ese mismo que señala
Vila-Matas en el epílogo con el que redondea Zorro Rojo su edición, “el tango de la casualidad, el tango de las coincidencias, el tango de lo
idéntico vivido en dos apartamentos diferentes: tango reo de dos dioses que crean el mismo mundo desde
dos sitios diferentes”.
En todo caso, de este
libro-catálogo se editaron en 1982 dos ediciones, en holandés y en francés, de
400 ejemplares cada una que se vendieron enseguida y, para mover la exposición
por otros países, se encargaron dos más en inglés y en castellano en 1984, pero
Elisabeth Frank cayó entonces en una profunda crisis: abandona la galería, cambia
a menudo de domicilio y durante largas temporadas borra su pista y con ella la
de estos libros. No obstante, no hay duda de que existieron esas ediciones,
pues Pat Andrea recibió uno de los ejemplares en castellano semanas más tarde
del fallecimiento del escritor y, en diciembre de 1985, otro en inglés titulado
Return trip tango. A partir de ahí
esos libros pasan a ser unos “desaparecidos” más, metáfora de tantas personas
que lo fueron de verdad en la feroz dictadura militar que los inspirara.
Como narró detalladamente
Jesús Marchamalo en su artículo “El Cortázar recuperado” (ABC Cultural 16/06/2001), el siguiente hilo del azar nos lleva al
año 1995, cuando Pat Andrea coincide en una feria de arte en París con Celia
Birbagher, directora de la revista colombiana Art Nexus, y le pregunta por
Elisabeth Frank y por el paradero de esos libros. Casualmente le comenta que, antes de
perderse en su laberinto, esta galerista le confió unas cajas que guarda en un
almacén en Miami y que quizá contengan los volúmenes extraviados. Meses más
tarde fallece Frank y no se vuelve a hablar del tema. La siguiente piedrita de
la rayuela cae el año 2000 en el casillero de la feria ARCO de Madrid, cuando la
venezolana Eugenia Niño, propietaria de la galería Sen de esa ciudad, coincide también
con Celia y hablando sobre Pat Andrea surge de nuevo el tema de las cajas, que,
cuando se confirma que efectivamente son parte de los libros perdidos, son
adquiridas por ella. Los supervivientes llegan a Madrid en julio, como no, de
ese mismo año. De ellos, un total de doscientos cuarenta, aún en buen estado, son
numerados y firmados para su venta. Además, treintaicuatro son coloreados por el
propio Pat Andrea, un dibujo distinto en cada uno, para ser expuestos en la galería.
Por lo que respecta al resto de la tirada, parece
que no llegaron a distribuirse, excepto una serie de ejemplares que
consiguieron llegar a librerías de lance y mercados de ocasión, extremo este
que puedo confirmar pues adquirí uno de ellos todavía en pesetas con
afrancesadas erratas, como el titubeo entre Matilde y Mathilde, y alguna que
otra cicatriz de viajes y almacenes. Los demás deben de seguir,
botella al mar, por esos océanos librescos para alegría de coleccionistas.
La provocativa obra
de Pat Andrea se adecua a los propósitos del relato como su más profunda piel.
Figuras estáticas junto a otras de líneas nerviosas e inestables en agresivo
movimiento; rostros dibujados delicadamente enfrentados con otros grotescos y a
medio hacer que nos miran impunemente desde el otro lado. Su dibujo
expresionista parece a veces que apuñala con el lápiz el papel fusionando así
forma y contenido, algo que como veremos hace también el texto cortazariano. Aún
comparten más características: economía de medios, tensión y erotismo, escenas que
se suceden en espacios geométricos cerrados, como habitaciones o escaleras, cuerpos
extraviados entre planos, retazos sueltos e imágenes impactantes que obligan a imaginar
lo que falta por “esa necesidad barroca de la inteligencia que la lleva
a rellenar cualquier hueco hasta completar su perfecta telaraña”, justo lo
que le sucede al narrador en esta historia.
Cortázar
Por lo que respecta
al relato, debemos ceñirnos a lo dicho por Borges: “Nadie puede
contar el argumento de un texto de Cortázar; cada texto consta de determinadas
palabras en un determinado orden. Si tratamos de resumirlo verificamos que algo
precioso se ha perdido”. Conformémonos entonces con hablar solo de su vinculación
con el tango. Hay algo relacionado con ese género que cruza muchos de sus cuentos
y es el tema de la fatalidad, del trágico cumplimiento de un destino irrevocable
al que el propio texto conmina. Para Cortázar, el argumento y la forma debían
ir eficazmente de la mano y es en ese sentido que el cuento se funde también con
esta música. Desde el principio, la reaparición impensable del anterior marido
de Matilde marca el tono fatal de la narración. Pasa igual en la novela casi performativa
que la protagonista está leyendo, pero que abandona horrorizada cuando ve que lo
que en ella sucede se le cumple de forma inexorable y es precisamente esa
inexorabilidad la que va marcando el ritmo que nos acerca a lo que Matilde y el
lector temen y esperan. También lo espera el narrador, del que poco sabemos
hasta el desenlace, excepto que tiene una impresionante técnica narrativa con
la que intenta detener lo que de sobra sabe va a ocurrir, pues muchas veces lo
escuchó de Flora, la criada. La ley del cuento avanza así rigurosamente acompasada
al tictac implacable de un reloj. Pero, como en los buenos tangos, el fraseo se
escapa a ratos de su fatídica cadencia y se lanza en tempo rubato a la tentativa de dislocar la temporalidad, buscando
con los acelerones y cambios de ritmo alguna fisura por la que hurtarse al
destino y evitar así lo inevitable. La sintaxis, igual que en el baile porteño,
hace su camino sincopado en un agónico intento por condensar toda la vida posible
entre punto y punto. No hay nada que hacer. Como en el tango “La puñalada”, el relato
culebrea con el narrador buscando afanoso el descuido del contrario y en un
claro de la guardia le hunde hasta el mango su facón.
Pat Andrea
Y ese es el arte de
Cortázar. Un texto para leerlo, visitar luego las láminas de Andrea y volver de
nuevo a sus páginas para descubrir, como él decía, que “los cuentos de esta especie se incorporan
como cicatrices indelebles a todo lector que los merezca: son criaturas
vivientes, organismos completos, ciclos cerrados, y respiran”. Vale la pena
ganarse la cicatriz de esta hermosa puñalada.
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