JARON ROWAN: “WINDOWS ES EL MÁXIMO COPIADOR ILEGAL QUE HAY”
Por Javier Coria.
“Se manejan con ambigüedad conceptos como el de “derechos de
autor”, no para proteger a las personas que crean, investigan, piensan o
escriben, sino para defender la explotación de las obras por parte de los
grandes complejos industriales de la cultura, la ciencia o la academia.” Esta
es una de las ideas que defienden los autores de la obra colectiva: La
tragedia del copyright. Hablamos con los investigadores y docentes Rubén Martínez y Jaron Rowan, dos de los cuatro autores que, junto al colectivo
ZEMO98, firman el trabajo.
¿Se puede
compaginar el bien común con la propiedad intelectual?
Rubén Martínez: Sí,
claro que sí. En nuestro ensayo explicamos cómo el proceso de privatización del
conocimiento, y por ello el protocolo legal del copyright, no es un proceso que
se haga de manera natural, y por supuesto que no es neutro. No es natural
porque tiene que ver con un proceso histórico, en el cual, no sólo los recursos
cognitivos, creativos o inmateriales son desplazados hacia un tipo de gestión
muy específica, como es en algunos casos la gestión pública, pero en su mayoría
la gestión privada. Y no es neutral porque está omitiendo otras formas posibles
de gestionar ese tipo de recursos, ya sea información, cultura o creatividad,
pero también otro tipo de recursos. Y sobre el bien común o el dominio público,
la propia cultura libre, el copyleft o el software libre, lo que hace es
rescatar dos cuestiones: una es la idea de que la gestión comunitaria de los
recursos también es una posibilidad, a veces más eficiente que cualquier otro
tipo de gestión privada o pública. Y por otro lado, recupera otra cuestión que
estaba dentro de la propia naturaleza de la producción cultural, que además de
partir de esa colectividad, de esa generación hiperactiva, de cosas que han hecho
otros, tiene que ver con otra noción que lo separa de otros recursos, que es la
de la abundancia. El copyright lo que hace es producir un sistema de escasez,
sobre recursos abundantes, y la cultura libre y las formas de gestión
comunitaria, se oponen a esto.
¿Explícame lo de la
escasez?
Sí, porque lo que hace un protocolo legal como el copyright,
en el fondo, es dotar de exclusividad sobre la transformación y uso de ese
recurso a un autor concreto. Se imposibilita que otro acceda a ese material, lo
transforme, lo reproduzca y genere una obra derivada. Por lo tanto lo que se
hace es transformar una obra que por naturaleza es abundante, es decir, que no
se gasta con el uso que haga de ella. De esta forma lo conviertes en un recurso
escaso.
Jaron Rowan: Genera
un pequeño monopolio al que en esos momentos tenga esa obra. Si es una
editorial que tiene los derechos de un libro, durante un determinado periodo de
tiempo, sólo esa editorial puede editar ese libro, por lo tanto tiene un
monopolio limitando el acceso a la riqueza que puede producir esa obra.
Incluso se bloquean
derechos de libros o traducciones de libros que están durmiendo el sueño de los
justos, que ni se publican ni se deja que lo publiquen otras editoriales.
Jaron Rowan: Sí,
eso pasa en las patentes. Existen las patentes a priori, gente que compra
patentes al por mayor por si acaso. En el mundo de la música y en las grandes
editoriales también se empieza a hacerse esto. Por ejemplo, músicos que hoy no
son muy importantes, les grabo unas maquetas y detengo los derechos para
venderlos en un futuro.
En primer término Rubén Martínez junto a Jaron Rowan (foto
tomada de Espacio Camon)
Pero ¿el autor debe
tener sus derechos y cobrar por su trabajo?
Rubén Martínez: Cuando
hablamos de cultura libre, no hablamos de cultura gratis, o que todo sea
gratis. El autor debe tener rentas por su trabajo, sólo faltaría. Los
protocolos legales de la cultura libre o del software libre lo que posibilitan
es que los autores que así lo deseen, puedan ceder ciertos derechos para que
sea posible reproducir esa obra y que, la obra derivada, también esté bajo esas
libertades de reproducción y cesión de derechos. Esto no quita, como digo, que
el autor pueda percibir los emolumentos por su trabajo. En las industrias
culturales, si miramos las rentas que reciben los artistas en su conjunto a
través de los derechos de autor veremos que es muy poco. En términos de
precariedad en el sector creativo, no tiene que ver tanto con la limitación de
los derechos, porque nunca ha sido un espacio de acceso a rentas.
Entonces, ¿El
copyright está hecho para la industria cultural, no para los autores?
Jaron Rowan: Como
su nombre indica el copyright es el derecho a copia, y nace cuando los
impresores, en el Reino Unido, se dan cuenta que los escoceses, que imprimían
más barato, vendían sus obras en su territorio y les hacían un dumping del mercado. El Estatuto de la
Reina Ana, 1710, impedía que otro país pudiera imprimir libros y distribuirlos
en el tuyo, de facto era una limitación artificial al mercado libre.
¿Confundimos, o nos
hacen confundir, cultura con industria cultural?
Rubén Martínez: Claramente.
Hay todo un relato sobre las industrias culturales que nos las presenta como
los nuevos garantes del acceso a la cultura y la democratización de la misma.
Pero claro, confundir el hecho de que aparezcan medios de producción que pueden
reproducir la cultura abaratando costes, a que haya una serie de propietarios
de los medios de producción y distribución, que son los que homogeneízan la
producción cultural, hay un trecho. La tecnología te permite reproducir,
difundir y distribuir a bajo coste, ciertos contenidos, pero otra cosa es ver
quién tiene ciertos medios de producción, en un campo muy concreto en que se
necesitan grandes infraestructuras y son los que pueden tener el monopolio
sobre la producción cultural. Históricamente, las grandes empresas de la música
o el cine, han ido generando toda una serie de contenidos a través de una serie
de redes de producción y distribución muy concretas, que no estaban al abasto
de todo el mundo. Pero eso muchas veces se dice que Internet rompe con ese
monopolio.
Jaron Rowan: Con
Internet todo ha cambiado, el acceso a las obras culturales ha cambiado
muchísimo. Quizá se vendan pocos CD’s de música, pero los videojuegos generan
muchos derechos para la música, por ejemplo. Cuando la industria cultural
invertía en un artista y le generaba una carrera, era lógico que los grandes
grupos quisieran sacar rentabilidad, porque el valor de ese autor o artista,
era producto de ese trabajo. Pero ahora vemos que el valor cultural o social
del artista, no viene determinado por quién está detrás, sino por cuanta gente
lo apoya, le gusta, circula…, es decir, que se genera un valor cultural de las
cosas a través de su uso. Si una canción no la escucha nadie, nadie la
recomienda, nadie se la pasa, esa obra deja de tener valor. Esa producción
colectiva del valor, es la clave para entender el cambio real que estamos
viviendo. Ya no hay un productor único.
Entonces, ¿el
copyright ya no tiene sentido?
Jaron Rowan: Es que
nunca lo tuvo mucho. ¿Cuántos años ha funcionado realmente el copyright al
servicio de la cultura? Muchos, ¿y para qué servía?, para tener control sobre
ciertos circuitos de distribución y para que ciertos grupos pudieran concurrir
entre ellos. Desde la cultura, nunca ha tenido sentido. Ahora hay licencias,
como la Creative Commons, pero hay
muchas más, que te permiten modular y tener una capacidad de decisión sobre el
tipo de usos que quieres permitir.
Foto: Francesc Sans
¿Y las patentes?
Rubén Martínez: No es
un tema que me interese, el de la propiedad industrial y el de las marcas
comparativas, es algo que me queda lejos. Entiendo que si alguien hace una
producción bajo el manto de una marca, y quiere registrarlo para que nadie haga
una marca derivada que no cumpla, por ejemplo, con los códigos de calidad, o sanitarios,
pues me parece bien que lo hagan. Cuando hablamos de cultura libre o bienes
comunes, en ningún momento estamos hablando de que no haya normas, no se trata
de aniquilar todo tipo de normas, el asunto es quién pone las normas y por qué.
Bajo qué tipo de usos o explotación estamos determinando unas normas u otras.
Ya había unas normas, tácitas, no explícitas, que los desarrolladores de
software estaban utilizando y funcionaban muy bien. Había gente que escribía el
código compartido en su casa, fuera del trabajo estricto que realizaban como
desarrolladores, y eso generaba más innovación, en tanto que era más
reproducible, más cambiable y transformable que el software privado. Las
empresas vieron que tenían que privatizar ese software, y con ello castraban
esa forma de producción previa. La cultura libre también impone normas, pero
son las que la comunidad ha decidido que son las más productivas.
Jaron Rowan: El
origen del software libre es un origen bastante estúpido. Comenzó con una
impresora. En un laboratorio de inteligencia artificial, el MIT, que lleva
cuarenta años creando software pagado con fondos públicos. Una de las
personas que trabajaba allí –Richard
Stallman-, se fue de la universidad y montó una empresa. Se llevó el software
que estaba circulando y que ya se había usado. En este caso era una impresora,
una HP, que regaló a su antigua empresa. Cuando la instalaron vieron que tenía
fallos, porque se atoraban las cuartillas. Las personas que habían inventado y
escrito el software quisieron corregir el fallo, pero se dieron cuenta que no les dejaban
corregir los errores. Era un código escrito colectivamente y no podían
acceder a dicho código para cambiarlo.
En los casos de las
patentes de los medicamentos, como los cócteles antivirales contra el sida y su
elevado coste… ¿La defensa a ultranza de la Propiedad Intelectual significa
muertes?
Jaron Rowan: Tú lo
has dicho en el enunciado de la pregunta. El gobierno de India replicó uno de
esos cócteles porque dijo que era, coma así es, una necesidad básica.
Sí, y en Brasil se
hicieron genéricos, pero para las oficinas de patentes de Estados Unidos, que
pleitearon, la Propiedad Intelectual está por encima de cualquier coste humano,
como se recoge en vuestro libro.
Rubén Martínez: Hay
varios problemas, uno es que si no hay mercado, no hay investigación, porque
todo se mide en términos de mercado. O como, por ejemplo, la medicina natural indígena basada en
recursos naturales, se han sistematizado y esos conocimientos son transferido a
espacios económicos. También se ha patentado para evitar que, de donde salió,
de la sabiduría popular, no lo puedan usar. Esto es verdaderamente asqueroso.
¿Vuestro libro
tiene copyright?
Rubén Martínez: Ja,
ja, ja, no, la versión en papel tiene una licencia Creative Commons, menos permisiva por un error, pero la versión
digital incluso permite la reproducción y los fines comerciales, si haces una
obra derivada. Incluso hace años teníamos una biblioteca digital con nuestros
escritos donde la gente se podía descargar todo e incluso venderlo sin tener
que pedirnos permiso, sólo había que atribuir la autoría, claro.
¿Copiamos mucho?
Jaron Rowan: Es
curiosa la pregunta, porque nos plantea un tema interesante. Decimos que quién
copia es la persona, pero el ordenador, técnicamente, es una máquina de copiar.
Tú no puedes leer y reproducir nada en una computadora, sin que esté copiando
algo. Quién copia es la máquina, que crea un par de copias, una de ellas de
seguridad. Cuando escuchas algo en tú PC, para poder reproducirlo, el ordenador
hace una copia. Windows es el máximo copiador ilegal que hay, y nadie le dice a
los dueños de ese software que deberían pagar por hacer copias ilegales. No se
meten con Apple o Microsoft, que fabrican máquinas para copiar, como el MP3. La
cuestión no es la copia o no la copia, sino con quién puedo yo generar una
relación de poder o con quién no.
Portada del libro La tragedia del copyright (foto: Javier
Coria)
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