Texto y
fotos: Javier Coria
“Lo más profundo del hombre es la piel”
Paul Valéry
El
tatuaje está de moda. Ha dejado de ser patrimonio de los ambientes carcelarios
y cuarteleros para acabar calando en otros sectores de la sociedad que decoran
su cuerpo con la amplia variedad de temas y estilos de los artistas de la piel.
Del
estereotipo marginal y marinero asociado a los tatuadores y a sus clientes, se
ha pasado a una moda que lucen hoy hombres y mujeres de toda esfera
profesional: ejecutivos, modelos, músicos, actores… o pijos que quieren dar un
aire canalla a su look.
Mención
aparte son los aficionados que participan en las convenciones de tatuajes, como
los que se muestran en las fotos de este reportaje. Éstos suelen exhibir
tatuajes llamativos y están al tanto de las últimas tendencias y siguen a
ídolos como el norteamericano Paul Booth, el japonés Horioshy III, o los más
actuales: Amanda Wachob, Chaim Machlev; Alice Carrier, Ien Levin o Kenji
Alucky, por citar a unos pocos.
Otros
nombres históricos de esta actividad artística fueron Samuel O’Reily, tatuador
norteamericano que, en 1891, patentó la primera máquina eléctrica para dibujar
en la piel. O’Reily adaptó un invento de Thomas A. Edison para taladrar las
plantillas de papel utilizadas en la imprenta.
Charlie
Wagner mejoró esta técnica. Sailor Jerry Collins, tatuador y marinero de
Honolulú, fue muy famoso en la década de los sesenta, así como los japoneses
Pinky Yun y Horioshy.
Otros
autores históricos famosos fueron Dennis Cokell y George Bone, de Londres; o
los norteamericanos Don Nolan, Cliff Raven, Jack Rudy o el dibujante underground Greg Iron creador de muchas
de las láminas y modelos utilizados en los estudios de tatuajes.
El
tatuaje ha sido rito de paso o
iniciación, talismán defensivo, símbolo de jerarquía y rango social. Fue
una forma de sacrificio ritual, como apunta un proverbio árabe: “La sangre ha corrido, la desgracia ha
pasado”. El sentido místico/mágico de la marca como definición de
propiedad, o como identificación y dependencia ante aquello que representa, se
halla en la atávica práctica del tatuaje.
Ya en
la prehistoria se hacían tatuajes, como muestran monumentos donde se ve a
personajes con dibujos de rayas y puntos en su piel. En Egipto la momia de la
sacerdotisa Hathor presenta tres filas de rayas en el bajo vientre. Pueblos
como el polinesio o el de Borneo gustaban de las estilizaciones geométricas.
También se han hallado momias con tatuajes curativos, es decir, se practicaban
incisiones en las que se introducían hierbas medicinales que luego se quemaban,
produciendo así el ennegrecimiento de la piel. En Asia Central se encuentra la
momia de un jefe escita, del 500
a . C., completamente tatuado con animales fabulosos.
Igualmente hay noticias de los tatuajes que se hacían los miembros de las
primeras comunidades cristianas, para reconocerse entre ellos, en épocas de las
persecuciones romanas. El Papa Adriano I, prohibió esta práctica. El Antiguo
Testamento, de hecho, también lo condena: “No
os haréis incisiones en vuestra carne por un muerto ni imprimiréis en ella
figura alguna.” (Levítico, 19:28).
En
Europa, hacia el 1880, el tatuaje experimentó cierto apogeo. Práctica traída
por los marineros que venían de tierras exóticas. Su difusión se produjo entre
las capas más pobres de la sociedad, las que habitaban en los arrabales y
barrios marineros, pero pronto llegó a los círculos de la nobleza más
excéntrica, sobre todo cuando se conocieron los tatuajes de personajes como
Eduardo VIII o el zar Nicolás.
Las
décadas de los sesenta y setenta, en Cataluña, la actividad tatuadora se centra
en la zona portuaria, sobre todo con la llegada de los barcos de la Sexta Flota
de los Estados Unidos, que tenían este puerto como una de sus escalas. En los
ochenta, las clases medias y altas adoptan el tatuaje como forma de
transgresión y autoafirmación frente a la masa. Las culturas alternativas y las
diferentes tendencias estéticas, como el punk,
el heavy o el rock traen su propia simbología al mundo del tatuaje. Algunos
grupos, como los moteros, incluso hacen
del tatuaje su seña de identidad.
Los
estilos y motivos de los dibujos también han variado mucho. Definitivamente,
los “amor de madre”, “pura vida” y “te
quiero Puri” han pasado de moda para dar paso a otras tendencias, marcadas en
parte, por el cine, la estética étnica o la literatura fantástica tipo El señor
de los anillos, de Tolkien. La
cultura cyberpunk crea motivos
biomecánicos inspirados en Allien y Blade Runner, entre otros films. La
cultura rap busca sus diseños en los graffitis. La mitología céltico/druídica
llena los cuerpos con tatuajes de gnomos, elfos y demás seres elementales. Las
frases latinas tipo: Carpe Diem, o
los dados, las cartas de póquer y los ideogramas japoneses (relacionados con la
jacuza) están de moda. Pero nada se
estila tanto como los tatuajes tribales como los maoríes, samoanos, aztecas,
haidas o polinesios. Claro que han perdido su sentido mágico para ser mero
ornamento, aunque los verdaderos seguidores del tatuaje siguen participando de
los ritos y costumbres que rodean, por ejemplo, la elaboración de las
creaciones samoanas.
El
método del tatuaje convencional convive con otros más especiales, como la
escarificación, incisiones que producen dibujos en relieve, ideal para pieles
oscuras. El branding, quemaduras con
pequeñas piezas al rojo vivo. El cutting,
que consiste en producir heridas que no se dejan curar…El tatuaje samoano sigue
usando el método tradicional: agujas –desechables- realizadas con colmillos de
animales. Las puntas, convenientemente afiladas, se ponen en un mango de madera
que se va golpeando sobre la piel con un ligero y acompasado repicar.
Naturalmente,
esta actividad perfectamente reglada en nuestros días por las autoridades
sanitarias, tiene defensores y detractores para los que la leyenda negra del
tatuaje sigue estando presente. El tatuaje amor/odio que luce en los nudillos
el espléndido Robert Mitchum en La noche
del cazador sintetiza los sentimientos encontrados que produce el tatuaje.
Publicado originalmente en la Revista Rambla
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