El último cristiano murió en la cruz
La cita que encabeza esta pieza sintetiza la idea que Nietzsche desarrolla en El Anticristo: Maldición sobre el cristianismo. Como ya conté en la entrada anterior (Nietzsche Esencial I), el manuscrito de este libró fue encontrado, envuelto en un folio, por Franz Overbeck cuando acudió a “rescatar” a su amigo a Basilea, el 8 de enero de 1889. Nietzsche estaba rodeado de papeles y con sus facultades mentales ya perdidas. Como el Ecce Homo, este libro sufrió diversas mutilaciones y censuras que ahora, en esta edición de bolsillo de la “Biblioteca de Autor” (Alianza Editorial), se subsanan.
El autor de la traducción y las abundantes notas, Andrés Sánchez Pascual, con rotundidad escribe esto en la introducción:
“Esta obra, en efecto, piedra de escándalo para todo el que lúdicamente haya buscado perderse por los laberintos del pensamiento de Nietzsche, pero sin atreverse a llegar nunca hasta el rincón último donde tiene su morada el Minotauro; esta obra, arma de combate de católicos contra protestantes, de protestantes contra católicos, de creyentes contra ateos, de ateos contra creyentes, de todos contra Nietzsche; esta obra, maldecida, calumniada, injuriada, exaltada, aplaudida y, sobre todo, malentendida y desconocida, es la conclusión más coherente, la conclusión necesaria, de todo camino mental. Si el pensamiento de Nietzsche no lleva a “El Anticristo”, no lleva a ninguna parte.
Superficiales resultan todos los intentos de asimilar de Nietzsche tan sólo alguna que otra idea recogida al azar en sus escritos. Disfrutar, por ejemplo con el psicólogo refinado que desenmascara lo humano, demasiado humano de las acciones presuntamente nobles; ensalzar al estilista prodigioso del incógnito idioma alemán, al escritor dueño de todos los registros de que éste ya disponía y, por encima de eso, al enriquecedor de ese idioma con tonos que en él parecían inalcanzables; encandilarse con su serena e impávida destrucción de los cimientos del llamado Occidente, como si se estuviera contemplando la pintoresca voladura de un castillo de fuegos artificiales; asistir, en fin, al “espectáculo” Nietzsche como se asiste a una función de circo, para chismorrear luego acerca del escalofrío que uno mismo sintió al contemplar las “sombras etruscas”, la “intangibilidades abstractas de la existencia” y, sobre todo, aquel número -¡oh, el gran final de fiesta!- en que el pobre payaso jugaba con unos “dados inamovibles”: todo eso acaso esté bien, pero no representa más que un entretenimiento. Quedarse en ello y no avanzar hasta “El Anticristo” es, sencillamente, no atreverse a mirar a Nietzsche a los ojos. Quien quiera vivir a partir de Nietzsche habrá de roer hueso de “El anticristo”; y, además, tragarlo. Y no sólo en lo negativo, cosa fácil, sino en lo positivo. No sólo en el “no”, sino también en el “sí” oculto que aquí está encerrado. Ante la imposibilidad de hacerlo, más de uno ha acabado por arrojar, todo entero, a Nietzsche.”
En fin, después de esto, sólo queda callarse y esperar, eso sí, mirando a Nietzsche a los ojos, o lo que es lo mismo, leyéndolo.
© JAVIER CORIA
Pintura portada: Nietzsche por Munch, óleo 1906
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