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jueves, 2 de diciembre de 2010

HASHASHINS (y II)


LOS FALSOS JARDINES DE ALÁ

Quizás como Hassán Ibn Sabbah no tenía los medios necesarios para emprender guerras convencionales enviaba a sus fidawis en pequeños comandos de seis hombres para eliminar a sus enemigos militares, religiosos o políticos sunitas. En esta guerra de guerrillas, los asesinos exhibían una gran destreza para la que se preparaban durante años. En el castillo de Alamut, los diversos niveles de adeptos seguían un riguroso plan de estudios religiosos y científicos, tenían nueve grados de iniciación como los templarios. En la estructura interna también coincidían ambas órdenes. Primero estaba el “Viejo de la Montaña” o Gran Maestre, luego seguían los Dais o Grandes Priores, los Refik o Caballeros, los Fidawis o Escuderos y los Lassik o Hermanos Sirvientes. Incluso llegaron a tener sus propios gremios de constructores. El contacto entre las dos órdenes primero fue militar, pero luego fue más estrecha. Los asesinos llegaron a pagar tributos por los territorios y aldeas que los templarios les habían ocupado. En el castillo se conservaba una inmensa biblioteca sobre cábala, gnosis, alquimia, ciencia y filosofía, y poseía también un importante observatorio astronómico.


El entrenamiento para cometer crímenes era muy concienzudo para aquellos sectarios dedicados a este menester. Los fidawis eran expertos en el uso del puñal y el disfraz y podían estar como comandos “durmientes” durante mucho tiempo. Pasaban años infiltrados entre la servidumbre de un señor ganándose su confianza hasta que los dais les daban la orden de ejecutar a la víctima. Lo más temible de estos asesinos era que estaban dispuestos a morir por conseguir su objetivo. La serenidad con la que estos ejecutores afrontaban su suicidio hizo creer a sus contemporáneos que el “Viejo de la Montaña” drogaba con hachís a sus partidarios y de ahí el sobrenombre de hashashin. Aunque podría haber sido cierto, la verdad es que todo lo concerniente a esta secta se mueve entre la historia y la leyenda.


El Jardín de Alá de Alamut es una de las historias legendarias recogidas por Marco Polo en su libro de viajes, es un relato deformado por la transmisión oral y no exento de una poética ingenuidad. Se dice que entre los secretos que se guardaban celosamente en la árida montaña de Alamut estaba un jardín paradisiático construido por Hassán, donde crecían árboles frutales y flores exóticas, junto a toda clase de animales y pájaros extraños. Manantiales de agua cristalina manaban de las rocas de este vergel lleno de huríes, las hermosas mujeres que según el Corán acompañan a los creyentes en el paraíso islámico, y de jóvenes efebos. Palacios dorados con fuentes de miel y vino completaban este paisaje de ensueño. Los fidawis designados para un combate eran ligeramente narcotizados con hachís y opio, y Hassán les hablaba sobre la misión y la recompensa que les esperaba tras su sacrificio. Ya adormecidos eran vestidos con los mejores ropajes y llevados al jardín donde les esperaban exquisitos vinos y manjares servidos por seductoras jóvenes. Esto contrastaba con la austeridad de la vida en Alamut, donde incluso el consumo de vino estaba penado con la muerte. Después de un tiempo en este oasis eran de nuevo drogados y devueltos a sus humildes celdas, vestidos con su característica capa blanca y pretina roja al cinto. Luego se les decía que en sueños, el profeta Mahoma les había enseñado el premio que esperaba a los que luchaban y morían en la jihad.


EL OCASO DE LA SECTA

Aunque el fundador de la secta Hassán murió en Alamut en 1124, la actividad de los asesinos lejos de decrecer se recrudeció en los años posteriores. Hassán fue sucedido por hijo Kia-Buzurgomid y luego por un sin fin de nuevos “Viejos de la Montaña”. El 26 de noviembre de 1126 cumplieron otras de sus venganzas asesinando al poderoso señor de Alepo y de Mosul al-Borsoki. Los guardias armados y la cota de malla con que se protegía el emir, no impidieron que los batiníes clavaran sus dagas doradas en el cuello del anciano militar turco para inmediatamente morir a manos de los guardaespaldas. Al-Borsoki fue el aliado de Ibn al-Jashab contra los invasores occidentales y artífice de la unión de Alepo y Mosul. Unión que supuso la creación de un poderoso estado que fue capaz de enfrentarse a la arrogancia de los cruzados.


La decadencia de los asesinos sobrevino durante el liderazgo de Rukn al-Din que, entre otras cosas, propuso suprimir los tributos que pagaban a los templarios. Las guerras internas y las intrigas personales de algunos de sus dirigentes terminaron por debilitar a una secta que se había vuelto menos exigente a la hora de elegir a sus miembros. En 1256 no pudieron defenderse de la invasión mongol y se rindieron. Más de cuarenta castillos de los asesinos fueron destruidos como los de Lamiaser y Rubdar. El conocido como El nido de las águilas, Alamut, fue saqueado y destruida su biblioteca en 1270, los libros secretos de la secta fueron quemados y con ellos su misterio. Esta vez la venganza la ejercieron los ejércitos mongoles, la secta de Hassán había asesinado a Jagatai, segundo hijo de Gengis-Khan. Muchos miembros de la secta subsistieron en pequeños grupos durante años, y otros huyeron hacía la India donde algunos autores sostienen que existieron hasta el siglo XIX aunque la secta de los asesinos desapareció oficialmente en el siglo XIII.



© JAVIER CORIA

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