No, no voy hablar de la estupenda revista gallega de historietas que ilustra esta nota, sino de su curioso nombre. Porque sí, señoras y señores, niñas y niños, aquí comienza una entrega más de la exitosa sección: ¡Viaje a las Palabras!
Pero como presumo que en estas fechas tan señaladas la familia se encuentra unida al calor del hogar o la televisión, que viene siendo lo mismo, les aconsejo que se acurruquen en el cómodo sofá porque les voy a contar un cuento.
Estamos en plena Edad Media en un lugar de la Península Ibérica que no es que no quiera acordarme, es que no me acuerdo. Lázaro era un truhán (sí, con tilde, soy un insumiso de algunas normas de la nueva ortografía), pero no un señor como canta Julio Iglesias, que se ganaba la vida con timos y pequeños hurtos hasta que, un vecino de lo que hoy viene siendo Huesca y que se llamaba Federico Ximénez de Todos los Santos, le enseñó un truco para ganarse la vida de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo.
Todo consistía en hacerse con un hábito de monje (¿quién dijo que el hábito no hace al monje?) y acudir a los cenobios e iglesias de los lugares visitados para ser acogido y comer caliente por lo menos por una jornada, de la dura vida ambulante del pícaro profesional.
Pero llegó… ¿cómo dije qué se llamaba?... sí, llegó Lázaro a una coqueta ciudad que tenía un imponente monasterio de la Orden de Cluny, no de George Clooney, sino de la orden de san Benito, y aconteció la desgracia.
Enamorose Lázaro de una lugareña y prolongó su estancia en el monasterio benedictino más allá de lo que la prudencia aconsejaba. Los monjes empezaron a sospechar de un tipo que todo lo desconocía de la liturgia y de la vida monacal y lo pusieron a prueba.
Encerrado en una celda, el pícaro recibió el encargo de preparar el sermón dominical. No dejaría su encierro hasta que lo tuviera terminado. Para ello y como era costumbre, los monjes le pasaron los textos bíblicos que podía utilizar para redactar el sermón. En perfectas abreviaturas bíblicas le dejaron una nota que decía:
GAL / MAT / AP
El pobre Lázaro, que apenas conocía las cinco vocales y su lectura era muy deficiente, entendió las indicaciones de la epístola a los Gálatas, el Evangelio de san Mateo y el Apocalipsis a su manera. Confundió las barras con la “i” y la “p” última con una “s” por lo que al cabo de unos días salió del encierro diciendo:
-Hermanos, yo no entiendo nada de este GALIMATÍAS.
Los monjes soltaron una carcajada y desde entonces la palabra galimatías (así, en plural) se usa para designar un lenguaje oscuro y poco entendible. Lázaro, como el personaje bíblico, renació a una nueva vida y terminó tomando los hábitos siendo unos de los más eruditos de los monjes de la Orden de Cluny, no de George Clooney, no.
En fin, no sé si será verdad esta historia que me contaron, pero merece serlo. Claro que el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) nos dice:
Del fr. “galimatias”, discurso o escrito embrollado, y este del gr. κατὰ Ματθαῖον, según Mateo, por la manera en que este evangelista describe la genealogía que figura al comienzo de su Evangelio.
El DRAE lo incluyó en 1843 y que, al parecer, proviene del francés. En el siglo XVI lo utilizó Montaigne en sus “Ensayos”:
"En mi casa he visto a un mi amigo, que por modo de pasatiempo hablaba con uno de estos pedantes, descomponer una especie de jerigonza o galimatías, sin pies ni cabeza, salvo la entonación de algunas palabras adecuadas a la controversia…”
El amigo Corominas habla del origen incierto del vocablo, pero apunta que quizá proceda de Barimatía o Galimatía empleado como nombre de un país exótico, de donde procedería el personaje evangélico José de Arimatea, y luego aplicado a lenguajes incomprensibles, que se creen hablados en países lejanos. Claro que en el nombre bíblico nos dicen que José procedía de Arimatea, ciudad de Judea, y el citado lingüista no aporta ningún texto para apoyar lo dicho.
Otras hipótesis como la del gallus (por gallo de pelea) latino y el griego matheia (ciencia) parecen descartadas hoy. Hay otras versiones que citan la palabra del bajo latín: bullimathia, que sería el nombre de las cancioncillas obscenas y picantonas, que dirían nuestras abuelas. Para liar más la cosa, hay quien lo hace proceder del vasco kalamatika (griterío confuso), que sería una alteración del francés grimoire, lenguaje incomprensible. Esto es un guirigay, vamos.
En fin, que lo que me gusta de la etimología es precisamente su incerteza, más que una ciencia es poesía (como la toponimia), y fuente de innumerables historias. Por ejemplo, como saben que soy un poco esotérico, tirando del hilo se podía llegar a la jerga, el argot o a la lengua de los pájaros de los alquimistas, quizá un prelenguaje cuya reminiscencia arcaica sería, por ejemplo, el silbo gomero. Ahí lo dejo, en alto como siempre. Doctores tiene la iglesia y quaerendo invenietis.
© JAVIER CORIA
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