"William Martin. Nacido el 25 de marzo de 1907 y muerto el 24 de abril de 1943. Hijo adorado de John Glydwyr Martin y de la difunta Antonia Martin de Cartiff Gallos. Dulce et decorum est pro patria mori. Requiescat in pace".
Con esta inscripción en una lápida en el cementerio de Nuestra Señora de la Soledad de Huelva terminó esta historia. Pero que les parece si les digo que posiblemente en esa tumba no descanse nadie o, por lo menos, nadie con el nombre de William Martin. Es más, que les parece si les digo que el Mayor de la Royal Marines, William Martin, nacido en 1907 en la preciosa ciudad galesa de Cardiff y encontrado muerto en las tranquilas aguas del Mediterráneo de la playa de El Portil… ¡Nunca existió!
Si quieren conocer una de las más extrañas operaciones de espionaje en la Segunda Guerra Mundial que tuvieron su escenario en España. O como la tumba de un héroe circunstancial y sin pretenderlo, durante mucho tiempo anónimo, no pasaba un solo día que no tuviera flores, no se pueden perder detalle de lo que sigue, la historia de la Operación Carne Picada (Mincemeat Operation).
Eran las 7, 30 horas de la mañana del día 30 de abril de 1943 cuando un pescador llamado José Antonio Rey María descubrió un cuerpo sin vida flotando en las aguas cercanas a Punta Umbría (Huelva). El pescador recogió el cadáver y lo entregó a las autoridades al llegar a puerto.
Los restos eran de un hombre de unos 34 años que, debajo de una gabardina, llevaba el uniforme de un oficial de la Armada Británica. El cadáver apareció con un chaleco salvavidas y al lado de los restos de un bote neumático de la Royal Air Force. Todo apuntaba a un accidente aéreo. Pero lo más enigmático, portaba un maletín esposado a su muñeca. Era un maletín estanco y preparado para pasar largo tiempo en el agua. Esto fue con lo que se encontró la primera autoridad a la que le llegó el cuerpo. El juez instructor de la Comandancia de Marina de Huelva, Mariano Pascual del Pobil, se trasladó al lugar para proceder al levantamiento del cadáver. Lo primero que hizo el juez fue custodiar el maletín y entregárselo a su amigo, el vicecónsul británico Francis Haselden. Pero lo que sigue es importante, el diplomático británico rechazó el maletín y le dijo a su amigo que siguiera con los cauces y trámites ordinarios. El juez lo hizo y entregó el cuerpo y los documentos a las autoridades españolas.
Nos tenemos que situar en plena Segunda Guerra Mundial cuando, los aliados, estaban ultimando la llamada Operación Husky. La operación consistía en preparar un desembarco en Sicilia para establecer una cabeza de puente en Europa y, de paso, desestabilizar a Mussolini. El 13 de mayo de 1943, las fuerzas del Eje del norte de África se habían rendido a las tropas aliadas y, éstas, pretendían liberar a Europa entrando por el sur. Grecia y las islas italianas de Sicilia y Cerdeña estaban entre las candidatas para ser el teatro de operaciones de esta invasión. La misión de los espías de Hitler era descubrir cuál sería el destino elegido por los aliados, para concentrar sus tropas allí y, por ende, la inteligencia aliada necesitaba confundir y dividir a las tropas enemigas para encontrar la menor resistencia posible. Como dije, los aliados ya habían elegido Sicilia, por ello las maniobras de desinformación entraron en liza y comenzó una verdadera guerra psicológica entre los diversos servicios secretos de ambos ejércitos. Pero bien, retomemos el hilo de la narración.
Entregado el cuerpo del capitán británico y la documentación que portaba a las autoridades franquistas, inmediatamente llegó la información a la célula de espías nazis que operaban en Huelva. Los agentes del Abwehr (la inteligencia alemana) tenían fama de ser muy eficaces, sobre todo desde que estuvo dirigida (desde 1935 a 1943) por Wilhelm Canaris. Aunque España fue un país neutral durante la Segunda Guerra Mundial, las afinidades ideológicas entre las autoridades franquistas y las nazis eran evidentes. De todos modos, no les fue fácil a los agentes alemanes hacerse con el famoso maletín, pero lo hicieron. En esto tuvo que ver un curioso personaje y famoso espía. Adolf Claus, hijo del cónsul de Alemania en Huelva, ejercía como técnico agrícola, pero en realidad era una tapadera que escondía su verdadera actividad, jefe de la Abwehr local. Aprovechando las buenas relaciones que tenía su padre con los gerifaltes del régimen de Franco y las suyas propias, accedió al contenido del maletín que fotografió por completo. Claus era considerado el mejor agente que los alemanes tenían en el sur de Europa. Además de los contactos de su padre, él estaba muy bien relacionado con la extrema derecha española. Se había hecho miembro de la Falange Española y había participado en acciones de guerra con la Legión Cóndor. Los británicos conocían muy bien todo esto y lo utilizaron en su magistral plan. El maletín fue enviado a la Embajada de Alemania en Madrid junto con otras pertenencias del oficial muerto. Como dije, al parecer Claus ya había enviado sus fotos e informes directamente a Berlín, pero en Madrid se procedió a fotografiar de nuevo toda la documentación antes de que las autoridades españolas devolvieran el maletín, aparentemente intacto, a los británicos. ¿Pero con qué se encontraron los alemanes?
Todas las pertenencias que llevaba el oficial muerto tenían la función de documentar una biografía meticulosamente elaborada, la del capitán William Martin. Familia, costumbres, y hasta rasgos psicológicos se simularon cuidadosamente. Entre otras cosas encontraron una carta de amor, con signos de haber sido releída muchas veces, de una novia llamada Pamela y de la cual portaba un retrato en su cartera. Cigarrillos, un anillo de pedida con su correspondiente recibo de compra, una carta de un banco reclamando un dinero por un descubierto en una cuenta corriente, facturas sin pagar… todo ello para evidenciar a un tipo algo descuidado en sus cosas. También encontraron los alemanes unas placas de identificación y un carné militar. Un crucifijo de plata al cuello y dos entradas de teatro usadas que correspondían a una función de Strike a New Note del 22 de abril en el Teatro Príncipe de Gales. Lo del crucifijo y las entradas de teatro tuvieron su enjundia, lo primero demostraba la condición de católico del muerto, de esta forma se esperaba que el cuerpo fuera enterrado en el cementerio católico de Huelva y no en la colonia británica de Gibraltar. De esta forma se facilitaba el trabajo de los espías alemanes y, de paso y según recogen algunos autores, se evitaba un autopsia completa, cosa muy discutible por otra parte. Lo de las entradas de teatro lo hago notar porque si no hubieran concurrido ciertas circunstancias que luego comentaré, se hubiera ido toda la operación al traste.
Toda esta biografía inventada tenía un objetivo, que los alemanes se creyeran la documentación del maletín. El maletín contenía unas cartas entre oficiales que, resumiendo, venían a decir que los aliados estaban preparando un ataque a Cerdeña y un desembarco en las playas de Kalamata en Grecia. Además, en un giro muy bien pensado, se hablaba de movimientos de tropas hacia Sicilia como maniobra de distracción. Claro que la cosa no era fácil, por un lado tenían que dar la impresión que eran mensajes de “Alto Secreto” pero que se intentaban pasar por simples documentos clasificados. Que por su importancia no se enviaban por los conductos habituales y se utilizaba a un oficial de enlace, experto en operaciones anfibias según su falso historial, que viajaba en avión de Gibraltar a Londres. Pero tampoco podían parecer meras especulaciones entre generales, cosa a la que no hubieran hecho caso los alemanes. Para superar los análisis caligráficos, las cartas estaban manuscritas por sus verdaderos firmantes. En fin, hasta no faltaron las muestras del humor inglés que podían calificarse de imprudencias. En una de las cartas, por ejemplo, un oficial pedía que le enviaran sardinas, en un claro juego de palabras con el nombre en sardo de Sicilia: Sardigna. Entre los documentos también se introdujo un ejemplar manuscrito de un libro titulado “Operaciones secretas en la guerra”, que se llevaba a Londres para que Eisenhower supuestamente lo prologara.
Evidentemente, los agentes alemanes iniciaron una investigación para contrastar la historia. En Londres encontraron a Pamela, la supuesta novia del difunto, claro que era una agente del MI5. En los listados de bajas que publicaba el Times apareció el nombre del oficial William Martin, por otras parte un nombre bastante común que aumentaba la confusión. Bueno, sería muy largo resumir aquí todas las acciones de enmascaramiento que se realizaron, como falsos mensajes entre espías, cancillerías, etcétera. La cuestión es que, como veremos más abajo, los alemanes se creyeron la historia del “Hombre que nunca existió”. Tanto es así que Winston Churchill, de viaje en Estados Unidos, recibió un telegrama con el siguiente texto: “Se han tragado toda la carne picada”. ¿Pero quién estaba detrás de esta operación?... pues un oficial del Servicio de Inteligencia.
Ewen Montagu
Ewen Montagu era un abogado y consejero de la Corona cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Como Capitán de Corbeta ejerció como oficial de la División de Inteligencia Naval adscrita al MI6. Por cierto, y perdonen la digresión, pero Montagu tenía un hermano llamado Ivor que fue un reconocido cineasta y militante antifascista que, por aquellas fechas, se le relacionaba con el espionaje soviético. Como decía, Montagu fue el que se inventó la biografía y todos los detalles de esta operación que, siendo riguroso, debo decir que ya tenía unos precedentes y hasta un plan no realizado muy parecido al que nos ocupa y que Montagu retomó. Como sería extraño que un correo llevara documentación tan valiosa sobrevolando territorio enemigo o países neutrales pero simpatizantes del Tercer Reich como era el régimen de Franco, Montagu ideó la idea de simular un accidente aéreo sobre el mar. El submarino Seraph fue el encargado de dejar, después de una sencilla ceremonia fúnebre, el cadáver en el mar. Se aseguraron que las corrientes del Estrecho de Gibraltar llevara el cuerpo al sitio previsto. El cadáver se trasportó dentro de un contenedor especial que contenía hielo seco. Hay versiones que hablan de dos cuerpos y que uno no se pudo utilizar por el avanzado estado de descomposición. A la tripulación, el comandante Norman Jewell, les había dicho que la extraña caja que habían cargado contenía instrumental meteorológico. La navegación para no ser detectados no fue fácil, incluso sufrieron un bombardeo de sus propias fuerzas aéreas al confundirlos con un submarino alemán. Claro que llegados a este punto y con la experiencia que empezamos a tener todos sobre las ciencias forenses gracias a nuestras lecturas “negrocriminales” y las series televisivas tipo CSI, nos estaremos preguntando: ¿Cómo se escoge y prepara un cuerpo para que parezca que murió en el mar y en unas fechas predeterminadas?
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