Era un caluroso mediodía del verano de 1125, cuando el cadí chiíta Ibn al-Jashab salía de realizar sus oraciones en la mezquita mayor de la ciudad Siria de Alepo. Un individuo, con aspecto de asceta, se le acercó y sin mediar palabra le asestó una puñalada mortal en el pecho.
Ibn al-Jashab había encabezado la defensa de la ciudad frente a los cruzados habiéndose distinguido por la encarnizada persecución de una de las más temibles sectas de la historia, la secta de los Asesinos. Como en otras ocasiones, la venganza se había cumplido pero... ¿Quiénes eran los Asesinos?
EL VIEJO DE LA MONTAÑA
La palabra árabe hassasi o hashashin, que significa bebedor de hasis (hachís), la trajeron los cruzados a occidente durante la Primera Cruzada. Es el origen etimológico de la palabra asesino que ya se usaba en el siglo XIII para calificar a los criminales fanáticos o a sueldo. Más adelante se popularizó en la Italia del siglo XVI y se extendió a otras lenguas ya con el significado actual. Eran así llamados los integrantes de una secta ismaelita que había nacido en la antigua Persia (Irán) en el año de 1090 y que luego se extendió por Siria y las montañas del Líbano. Las diferentes familias fatamíes se dividieron en diversas ramas en el siglo citado, una de estas ramas fue la de los nizaríes que crearon sus pequeños estados. Su tráfico de influencias, su ruptura con el califato fatamí y sus simpatías por los invasores frany, les granjearon enemistad entre los demás musulmanes.
Los fanáticos adeptos a esta orden secreta se distinguieron por asesinar a sus enemigos político-religiosos, y su terror e influencia se prolongó hasta doscientos años. Su conocimiento y leyenda pronto se extendió y no había magnicidio que no se les atribuyera, muchas veces erróneamente. Una de estas leyendas cuenta que el propio Saladino hizo la paz con la secta después de encontrar una daga sobre la almohada de su cama.
Las primeras noticias que llegan a occidente sobre los asesinos aparecen en las crónicas de las cruzadas en las que nos hablan de esta secta liderada por el misterioso “Viejo de la Montaña”. En 1192 las dagas de los asesinos se dirigieron contra el cruzado Conrado de Monferrat, señor de Tiro y rey consorte del reinado latino de Jerusalén. El asesinato favoreció a Guy de Lusignan que estaba apoyado por los templarios, aunque quizás todo fue una venganza más de los asesinos, ya que Monferrat había hundido un barco del jefe de los fatamíes. El impacto de este asesinato quedó patente en las crónicas de las cruzadas que empezaron a recoger las andanzas de los asesinos. Se dijo que eran temidos por “los buenos cristianos y los buenos musulmanes” y se les achacaban toda clase de creencias y prácticas demoníacas y mágicas.
Fue Marco Polo el primero que describió en sus escritos la fortaleza de Alamut, en Mazenderan, al sur del mar Caspio. Alamut, situado a unos 2.000 metros de altura, fue el inexpugnable cuartel general del “Viejo de la Montaña” y sus partidarios. Aunque estos ismaelitas eran seguidores de Nizam al-Mulk, el fundador de la secta fue un hombre de vasta cultura y con grandes conocimientos científicos, Hassán Ibn Sabbah, conocido como el “Viejo de la Montaña”, sobrenombre que se aplicó después a todos los Grandes Maestres de la orden. Precisamente Hassán mandaría matar a su antiguo compañero de estudios Nizam al-Mulk, visir y representante de la dinastía selyúcida de Persia. Este asesinato acaecido en 1092, sería el primero de una larga lista cometidos por esta orden religioso-militar. Hassán fue un iluminado, un personaje misterioso al que se atribuyó toda clase de milagros y se decía que era capaz de pasar días meditando sin dormir ni probar comida alguna. Curiosos y adeptos fueron llegando a Alamut y el “Viejo de la Montaña” fue ganando y expandiendo su poder.
Otra de las primeras referencias a esta secta iniciática se la debemos al clérigo alemán Brocardus que vivió muchos años en Armenia. El rey Felipe VI de Francia estaba preparando una nueva cruzada a los Santos Lugares. Brocardus le ofreció unos escritos a modo de guía de viaje con consejos para los expedicionarios. En el apartado de los peligros de la empresa, el religioso hablaba de los asesinos pero sin darle ninguna connotación política o religiosa, los describía como mercenarios con poderes casi mágicos para mimetizarse o desaparecer entre las diversas gentes de la región imitando su aspecto y lenguaje. Ante la imposibilidad de reconocerlos, el cura aconsejaba no tomar a ningún nativo como criado durante el viaje.
© JAVIER CORIA
CONTINUARÁ…
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