Por: Javier Coria*
Cuenta uno de los biógrafos de Julio Verne, Herbert Lottman, que la escritora George Sand fue la que le sugirió a su amigo, el editor Jules Hetzel, que le gustaría que Verne la llevara, literariamente, al fondo del mar. Ya lo había hecho a la luna y al centro de la tierra. Sand confesaba haber pasado buenos momentos con la lectura de las novelas de su compatriota. La misiva estaba fechada en 1865 y Verne comenzó a escribir el primer borrador de este libro en 1866, claro que la idea de la exploración de los fondos marinos hacía tiempo que le rondaba al escritor galo, así continuaba la serie dedicada a los cuatro elementos. Por diversos motivos la escritura se vio interrumpida, aunque se terminó de redactar el manuscrito en 1868, a bordo del primer velero de Verne, el Saint-Michel.
El autor se planteó este trabajo como una verdadera odisea de la libertad, una libertad que le dan los océanos al protagonista y a sus acólitos, aislados del mundo y encerrados en el maternal y seguro vientre de un ingenio mecánico, al que no le faltan las formas orgánicas que las descripciones de Verne y los ilustradores Riou y Neuville –en la versión original-, y en esta edición, Agustín Comotto, le supieron dar.
Cuando Verne empezó a soñar este libro,
lo hizo imaginando primero dos personajes-mito con una fuerte carga simbólica.
Uno es el capitán Nemo, y otro el Nautilus, el propio submarino, que es otro
personaje más de la novela. Nemo llega a decir del Nautilus que es: “carne de
mi carne”.
Algunos críticos literarios de la época, entregados al realismo más absoluto y para los que la imaginación era una suerte de opio para el pueblo que lo alejaba de la cruda realidad –aunque la novelística verniana es más racionalista que fantástica, pese a lo que se cree-, aducían que los personajes vernianos eran prototípicos y que se repetían con distintos nombres en todas sus novelas. En una lectura superficial de la obra de Verne podrían tener razón, sin entrar en profundidades como son las claras influencias en la novelística verniana del positivismo de Augusto Comte o del socialismo utópico de Saint-Simon, pero cuando Verne sustrae de toda carnalidad a sus personajes, lo hace para realzar su carácter simbólico y arquetípico. Son piezas de un entramado literario y los verdaderos personajes son su autor –hay mucho de Nemo en el carácter de Verne-, la época que le tocó vivir y nosotros, sus lectores.
Cuando Odiseo (Ulises) entra en la gruta
de Polifemo, el cíclope le pregunta su nombre, y éste le responde: “Soy Nadie”.
(Oudeis en griego; Nemo, en las
traducciones latinas). El capitán Nemo es Nadie, un apátrida voluntario que ha
perdido violentamente a su familia, es un hombre sin raíces que, como en la
epopeya homérica, se ve obligado a exiliarse en el mar. La búsqueda del padre
(la Telemaquia homérica) y el rito iniciático está presente en esta novela como
en muchas otras del autor. Y cómo no, el mito de la Atlántida, que también
aparecerá en La isla misteriosa.
Nemo es una especie de nihilista filolibertario –con aires autoritarios- que convierte su venganza personal en un acto de justicia contra el país que le ha arrebatado su vida, la Gran Bretaña y, por extensión, se enfrenta a la potencia que representaba la eclosión del colonialismo y el imperialismo; eso sí, el chovinismo de Verne le impide extender la crítica a la Francia colonialista. Los tesoros que recogen de los pecios hundidos en la bahía de Vigo, los utiliza el capitán para financiar la lucha de independencia de los griegos respecto a los turcos. Ecos de otros personajes también concurren en Nemo, quizá el más claro sea el conde de Montecristo, de Dumas. Curioso es saber que la primera idea de Verne era que el capitán del Nautilus fuera un patriota polaco enfrentado a la cruel represión de los rusos tras la insurrección de 1863; pero Hetzel rechazó la idea por miedo a la censura del zar Alejandro II. Si me permiten la comparación, Nemo es como el revolucionario del cómic V de Vendetta de Allan Moore o el movimiento de activistas inspirados en él, los Anonymous. Despojando de toda identidad al protagonista, de alguna forma nos representa a todos, el “somos legión”, lema del citado movimiento.
El Nautilus es como una Icaria flotante. Clara es la referencia, como cita Miguel Salabert, al libro bíblico de Jonás, personaje que fue tragado por la ballena y sobrevivió en el vientre del cetáceo. En la oración que el profeta eleva a Yavé una vez salvado, le da las gracias diciendo: “salvaste mi alma del sepulcro”, y sepulcro será el Nautilus.
Con esta novela Verne inicia una fascinación por la electricidad, a la que llama: “El alma del mundo”. Y también comienza una deriva pesimista, que se hará patente en sus últimas novelas. Si otrora la ciencia y la técnica iban a liberar a la humanidad, el desarrollo del capitalismo convierte al técnico en un engranaje más de una ciencia convertida en poder económico y máquina de guerra.
La novela se publicó por entregas en el Magasin d’Education et de Récreéation entre
marzo de 1869, hasta junio de 1870. La guerra franco-prusiana había sumido en
una gran crisis al editor Hetzel. Pero la crisis dura poco y con la llegada de
La Comuna en 1871, por fin se pudo publicar de forma íntegra en un volumen
doble, Vingt mille lieues sous les mers, en
el mes de noviembre del citado año, y el éxito fue clamoroso. Como anécdota,
decir que antes de que se publicara en formato libro en Francia, se hizo una pequeña
edición “pirata” en castellano. Concretamente se publicó en Madrid en 1869,
traducida por Vicente Guimerá en la imprenta de Tomás Rey. La edición que
podemos llamar canónica, con la misma traducción de Guimerá y algunas erratas,
es la de Gaspar y Roig de 1871.
Móvil en lo móvil (Mobilis in mobili), esta es la divisa grabada en la bandera negra
de Nemo y en casi todos los utensilios del Nautilus, lema
escrito alrededor de la gran “N” que identifica a capitán y navío. Es una
locución latina original de Verne, gran amante de los clásicos, aunque en la
primera edición francesa de esta obra aparecía escrita con un error: Mobilis in mobile. Tengo un amigo
latinista que asegura que es una divisa tan simple y hermosa que cualquier
traducción la desmerece. El Nautilus y Nemo se mueven con facilidad en lo que
ya se mueve de por sí, el mar, y el personaje verniano se mueve por la
inquietud, por la curiosidad y por la búsqueda del conocimiento, y claro, por
la venganza o la justicia, según se mire. En esta vertiginosa vida, también en
continuo movimiento, tenemos la oportunidad de pararnos un momento para leer
esta gran aventura marina escrita por el último novelista humanista romántico,
Julio Verne.
* Javier Coria, miembro de la Sociedad Hispánica Jules Verne.
Ilustraciones: Édouard Riou y Alphonse de Neuville
Prólogo a la edición ebook de Veinte mil leguas de viaje submarino, de Jules Verne. Nórdica Libros. Madrid, diciembre 2013 (ISBN: 978-84-92683-44-4).
Excelente comentario. Gracias.
ResponderEliminarGracia.
EliminarMágico y fascinante relato
ResponderEliminarIncreíble. Gracias, recién lo leo en medio de la pandemia en 2020.
ResponderEliminarGracias por su comentario, excelente me brinda una perspectiva muy original e interesante. Muchas gracias, desde Argentina, Anisacate.
ResponderEliminarMuy interesante, gracias!
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