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martes, 22 de julio de 2014

El último combate: Julio Cortázar vs Julio Silva


Por: Javier Coria

“Este libro se va haciendo como los misteriosos platos de algunos restaurantes parisienses en los que el primer ingrediente fue puesto quizá hace dos siglos, fon de cuisson al que siguieron incorporándose carnes, vegetales y especies en un interminable proceso que guarda en lo más profundo el sabor acumulado de una infinita cocción”.

(Un Julio habla del otro. Julio Cortázar)

El último combate es libro que glosa la amistad y colaboración artística entre el escritor Julio Cortázar y el pintor y escultor Julio Silva (1930). Desde su Argentina natal llegó Silva a París y, en 1955, conoció al Cronopio Mayor y ya no lo dejó hasta que por fuerza mayor se separaron en 1984. La editorial RM reedita ahora, en un precioso volumen, los libros-almanaques La vuelta al día en 80 mundos y Último round. Reproducciones de postales, fotos encartadas, litografías de Silva y una larga lista de cartas mecanoscritas que Cortázar le enviaba a su amigo desde diversas ciudades del mundo. En la obra también podemos leer el texto Un Julio habla del otro Julio, cuyo arranque abre esta pieza y es un certero retrato de Silva. Los discursos del Pinchajeta se nos presentan por primera vez íntegros en castellano y traducidos por el propio Cortázar y Aurora Bernárdez, con los dibujos que Julio Silva hizo para la primera edición francesa de 1966. En Silvalandia los textos de Cortázar “ilustran” los dibujos al pastel, de gran colorido, del mundo onírico y surrealista, pero “no el surrealismo de Dalí”, como le gustaba precisar a Silva. La obra termina con una interesante entrevista titulada La pluma y la tijera, que le hace el poeta y crítico literario argentino Saúl Yurkievich a Julio Silva. Una verdadera lección sobre el método de trabajo y de reflexión sobre la imagen que dieron como fruto estos libro-collages; porque sí, señores, la hipertextualidad, la mezcla de géneros, los textos sueltos y aparentemente inconexos, o claramente inconexos…, no son invento de los escritores de la era digital, o de experimentos más o menos afortunados como el del… “cacao, avellanas y azúcar”, estos señores, y de alguna forma los dadaístas, ya lo practicaban.




Referencia a parte, son las cartas de Cortázar que se reproducen mecanoscritas (término que incomprensiblemente no recoge el DRAE, y que quizá recogerá cuando las máquinas de escribir ya hará mucho tiempo que habrán dejado de usarse, salvo alguna ilustre excepción que conozco). Desde Saignon (en la Alta Provenza francesa), hasta Ginebra, Delhi o Berna, ciudades donde acudía Cortázar cuando la plata escaseaba y necesitaba trabajar de traductor. Quizá uno echa de menos las contestaciones de Silva, si es que se conservan, que lo ignoro. La primera misiva comienza así: “Vos escribiendo a máquina sos sencillamente glorioso, me he divertido hasta el calambre leyendo cosas como “las escaparelas del glorioso ano”, es admirable la colaboración patafísica que se establece en seguida entre vos y una máquina de escribir. A mí en cambio la máquina me obedece servilmente, como ves, no me sale ninguna errata divertida, y eso que me gusta tanto fwyjgtt ñ%pwwjkiormente. En fin, qué le vamos a hacer, los objetos reflejan nuestro carácter, vos sos un cronopio contagioso y yo un fama opaco y sin ecos dactilofráfiwwkñty”.

Hay unos estupendos retratos de los dos creadores, que van en un encarte, y que son obra de Collete Portal. El escritor no paraba de viajar, de saltar de país en país, de ciudad en ciudad como Phileas Fogg, aunque yo siempre imagino a Cortázar viajando a bordo de Fafner, su querida furgoneta Volkswagen que, si me permiten el atrevimiento, era una especie de Nautilus donde el capitán Nemo-Cortázar deambulaba por el mundo con su inseparable máquina de escribir portátil, vino y unas cuentas latas de conserva.




Pero sin duda las fotos más impactantes son unas polaroids  que nos muestran a dos púgiles en singular combate. Uno larguirucho y con el pecho hundido, peso “pincel”, y otro más chiquito y peso pluma. El despiadado combate aconteció en Saignon el verano de 1972. Los dos “Julios” llamaron a esta pelea simulada, el “Combate del siglo”, El último combate.





Uno piensa, después de conocer la obra conjunta, que estos dos tipos nacieron para encontrarse, para trabajar como dos alquimistas en busca de la piedra filosofal. Como dejó escrito Cortázar en una carta a su amigo Julio Silva: “No hay casualidades ni coincidencias sino signos.

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