Por: Javier Coria
“Este libro se va
haciendo como los misteriosos platos de algunos restaurantes parisienses en los
que el primer ingrediente fue puesto quizá hace dos siglos, fon de cuisson al que siguieron
incorporándose carnes, vegetales y especies en un interminable proceso que
guarda en lo más profundo el sabor acumulado de una infinita cocción”.
(Un Julio habla del
otro. Julio Cortázar)
El último combate es libro que glosa la
amistad y colaboración artística entre el escritor Julio Cortázar y el pintor y escultor Julio Silva (1930). Desde su Argentina natal llegó Silva a París y,
en 1955, conoció al Cronopio Mayor y ya no lo dejó hasta que por fuerza mayor
se separaron en 1984. La editorial RM
reedita ahora, en un precioso volumen, los libros-almanaques La
vuelta al día en 80 mundos y Último
round. Reproducciones de postales, fotos encartadas, litografías de
Silva y una larga lista de cartas
mecanoscritas que Cortázar le enviaba a su amigo desde diversas ciudades
del mundo. En la obra también podemos leer el texto Un Julio habla del otro Julio,
cuyo arranque abre esta pieza y es un certero retrato de Silva. Los
discursos del Pinchajeta se
nos presentan por primera vez íntegros en castellano y traducidos por el propio
Cortázar y Aurora Bernárdez, con los dibujos que Julio Silva hizo para la
primera edición francesa de 1966. En Silvalandia los textos de Cortázar “ilustran” los dibujos al pastel, de gran
colorido, del mundo onírico y surrealista, pero “no el surrealismo de Dalí”,
como le gustaba precisar a Silva. La obra termina con una interesante
entrevista titulada La pluma y la tijera, que le hace el poeta y crítico literario
argentino Saúl Yurkievich a Julio Silva. Una verdadera lección sobre el método
de trabajo y de reflexión sobre la imagen que dieron como fruto estos
libro-collages; porque sí, señores, la hipertextualidad, la mezcla de géneros,
los textos sueltos y aparentemente inconexos, o claramente inconexos…, no son
invento de los escritores de la era digital, o de experimentos más o menos
afortunados como el del… “cacao, avellanas y azúcar”, estos señores, y de
alguna forma los dadaístas, ya lo practicaban.
Referencia a parte, son las cartas de Cortázar que se
reproducen mecanoscritas (término que incomprensiblemente no recoge el DRAE, y
que quizá recogerá cuando las máquinas de escribir ya hará mucho tiempo que
habrán dejado de usarse, salvo alguna ilustre excepción que conozco). Desde
Saignon (en la Alta Provenza francesa), hasta Ginebra, Delhi o Berna, ciudades
donde acudía Cortázar cuando la plata escaseaba y necesitaba trabajar de
traductor. Quizá uno echa de menos las contestaciones de Silva, si es que se
conservan, que lo ignoro. La primera misiva comienza así: “Vos escribiendo a máquina sos sencillamente glorioso, me he divertido
hasta el calambre leyendo cosas como “las escaparelas del glorioso ano”, es
admirable la colaboración patafísica que se establece en seguida entre vos y
una máquina de escribir. A mí en cambio la máquina me obedece servilmente, como
ves, no me sale ninguna errata divertida, y eso que me gusta tanto fwyjgtt
ñ%pwwjkiormente. En fin, qué le vamos a hacer, los objetos reflejan nuestro
carácter, vos sos un cronopio contagioso y yo un fama opaco y sin ecos
dactilofráfiwwkñty”.
Hay unos estupendos retratos de los dos creadores, que van en
un encarte, y que son obra de Collete Portal. El escritor no paraba de viajar,
de saltar de país en país, de ciudad en ciudad como Phileas Fogg, aunque yo
siempre imagino a Cortázar viajando a bordo de Fafner, su querida furgoneta Volkswagen que, si me permiten el
atrevimiento, era una especie de Nautilus donde el capitán Nemo-Cortázar
deambulaba por el mundo con su inseparable máquina de escribir portátil, vino y
unas cuentas latas de conserva.
Pero sin duda las fotos más impactantes son unas
polaroids que nos muestran a dos púgiles
en singular combate. Uno larguirucho y con el pecho hundido, peso “pincel”, y
otro más chiquito y peso pluma. El despiadado combate aconteció en Saignon el
verano de 1972. Los dos “Julios” llamaron a esta pelea simulada, el “Combate del siglo”, El último combate.
Uno piensa, después de conocer la obra conjunta, que estos
dos tipos nacieron para encontrarse, para trabajar como dos alquimistas en
busca de la piedra filosofal. Como dejó escrito Cortázar en una carta a su
amigo Julio Silva: “No hay casualidades
ni coincidencias sino signos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario