En el número 525 publicábamos una
extensa crítica (Gimferrer en catalán),
firmada por Martín Vilumara, conocido seudónimo de José Batlló, director y
fundador de la colección de poesía “El Bardo”, poeta (Canción del solitario, 1971), antólogo (Antología de la nueva poesía española, 1968, Seis poetas catalanes, 1969, Narrativa
catalana de hoy, 1970); traductor de autores como Espriu, Pere Quart,
Salvat-Papasseit… La crítica de Martín Vilumara ha provocado la reacción del
novelista Juan Benet, quien se expresa del siguiente modo en carta dirigida a
nuestro director:
Sólo
con dificultad acertaré a comprender la razón que le ha podido mover a publicar
el artículo sobre el último libro de Pere Gimferrer, firmado por Martín
Vilumara. ¿Es correcto, me pregunto, utilizar toda una página de una revista de
gran tirada para hacer la crítica adversa de un libro que sólo muy pocos –y de
distinta lengua que el lector habitual de aquélla- podrán conocer y defender?
Semejante desigualdad es tanto más grave cuanto que el autor del artículo, bajo
el pretexto de franquear la barrera lingüística
que aísla y distingue a ese libro, se permite traducir de manera
caprichosa y adulterante las primeras líneas de siete poemas.
Para el
crítico en cuestión –cuya firma arroja el aroma de todo seudónimo utilizado
como máscara- , tal inconsecuencia debe carecer de toda importancia a juzgar
por la carencia de escrúpulos que, haciendo uso de subterfugios que de nada
valen ante la brutalidad de sus frases, compara a Gimferrer con “personajes
desvalidos, incapaces” y afirmar tanto que “parece tener miedo de descubrir su
impotencia” cuanto que “el mundo le viene grande”, y con la que, abusando de
esa providencial intimidad con la historia de que goza el crítico literario,
conocedor de sus más secretos designios, “en virtud de la severa lección que
recibe de su traductor “ se atreve a advertir a Gimferrer que “reflexione
largamente sobre el sentido de su obra”.
En
suma, un maestrillo; en una tan demostrativa y bochornosa lección de
irresponsabilidad que, si el medio para el que fue dictada fuera sensato,
habría de bastar para que le fuera retirada la licencia.
Le
saluda atentamente,
Juan Benet
José
Batlló (Martín Vilumara), Taïfa
Llibres, mayo 2012.Foto: Francesc Sans
Respuesta de Martín Vilumara
Informado
por la dirección de Triunfo del
contenido de la carta de Juan Benet, deseo hacer las siguientes precisiones:
Sobre
el primer párrafo de la carta: Mi artículo no trata sobre un libro determinado
de Gimferrer, sino sobre toda su obra poética en catalán, enlazando ésta,
además, con su anterior obra en castellano. Para argumentar sobre la
incorrección de mi trabajo, Juan Benet se basa en que éste le parece contrario
al poeta. ¿Lo seguiría hallando incorrecto si le pareciera favorable? En
cualquier caso, agradecería a Juan Benet diese a conocer la lista de libros y
autores de que pueda hablarse, favorablemente o no, y de las publicaciones y
extensión indicada para cada caso.
Sobre
el segundo párrafo: La utilización del seudónimo de Martín Vilumara no es
ninguna máscara. Con esa firma pueden hallarse trabajos, desde 1966, en las
siguientes publicaciones, entre otras: Claraboya,
La Vanguardia, TRIUNFO, Informaciones, Si la píldora bien supiera, no la dorarían
por fuera, etcétera. Por lo demás, Pere Gimferrer conocía perfectamente,
desde el citado año, la identidad de Martín Vilumara, de la que no se ha hecho
nunca ningún secreto. Juan Benet debe haber seguido unas clases de lectura
rápida y por eso ha confundido a Gimferrer, como persona, con Gimferrer como
sujeto poético, y a éste me refiero exclusivamente en mi trabajo.
Sobre
el tercer párrafo: Rezo por la insensatez de TRIUNFO, a fin de que no se me retire la licencia (por cierto, ¿de
qué licencia estamos hablando?). Insensatez, por otra parte, felizmente
compartida por aquellas publicaciones en que se han acogido ciertos trabajos de
Juan Benet, que en cuanto a irresponsabilidad poco tienen que envidiarle a los
míos.
Los
restantes argumentos de la carta de Juan Benet me parecen tan triviales que me
eximo de comentarios.
Martín Vilumara
(En revista Triunfo, número 528, año XXVII,
pág. 59, del 11 de noviembre de 1972)
*****
Aquí la crítica de la polémica:
Gimferrer en
catalán
Me
consta que cuando, en 1970, Gimferrer hizo pública su decisión de escribir su
obra de creación en lengua catalana hubo algunas rasgaduras de vestiduras (y
valga la cacofonía) por parte de quienes le habían erigido en portaestandarte
de la nueva poesía española de lengua castellana. Algo parecido a la reacción
de Juan Ramón Jiménez cuando sus discípulos de la generación del 27 se
desmandaron. A nivel privado, por lo menos, se habló de “traición”. En
cualquier caso, la decisión no dejaba de ser sorprendente, por más que sin duda
justificada. En diciembre de 1969 aparecía lo que podría llamarse obra poética
completa de Gimferrer en castellano. En enero de 1970, según propia confesión,
inicia la escritura de su primer libro catalán, Els miralls (1) que aparecería ese mismo año. Un libro breve, como
todos los anteriores de su autor, compuesto por doce poemas de muy distinta
factura, y que no permitían, a mi modo de ver, hablar de un progreso en
relación con la obra anterior.
Pere Gimferrer
Por
una parte, Gimferrer introduce la relativa novedad de reflexionar sobre la
poesía (la propia y la poesía en general). Pero lo hace con escasa
originalidad: “Este poema es una hilera de trampas”, “La poesía es un sistema
de espejos giratorios”, “Nunca he vivido la distancia entre aquello que se
quiere decir y aquello que realmente se dice, / la imposibilidad de penetrar la
tensión del lenguaje, de establecer un sistema de actos y palabras, / un cuerpo
de relaciones entre el poema escrito y su lectura”. Por otra, el lenguaje ha
perdido la extraña fascinación que tenía en Arde
el mar, por ejemplo. Más adelante Gimferrer se interna por terrenos más
conocidos: plagios de sí mismo (“Interludi”) que parecen plagios de algunos de
sus epígonos (Ana María Moix), reflexiones pavesianas que se me antojan
filtradas por José Elías (“Trópic de Capricorn”), retorno a la rima, que no utiliza
desde Mensaje del Tetrarca, su primer
y repudiado libro (“Ara el poeta inicia una acción práctica”, “Juny”). En
conjunto, creo que no puede hablarse de Els
miralls sino como de un tanteo de posibilidades. Gimferrer no se halla
seguro aún de lo que puede, quiere y
debe hacer. El nuevo instrumento lingüístico que tiene entre sus manos, le es
parcialmente desconocido, y ello le obliga a veces a dudar; otras, a salvar los
obstáculos por el simple procedimiento de desviarse de su camino. Su mundo, sin
embargo, es el mismo: un mundo construido a base de referencias culturales, a
cuyo través accede a una “realidad superior” que sólo en contados momentos
acierta a transmitirnos.
El
segundo libro catalán de Gimferrer, Foc
obert, permanece inédito, y sólo conocemos de él algún poema suelto y las
referencias que el propio autor, o algunos de sus críticos, nos han brindado. Hora foscant (2), apareció este mismo
año, supone un paso adelante en relación con la anterior obra catalana de
Gimferrer. Se trata de un libro aún más breve que el anterior –solamente siete
poemas-, cuya construcción formal es muy similar a la de Arde el mar. Versos endecasílabos, por lo general, alternando el
italiano con el provenzal y utilizando las rupturas de ritmo como pausa melódica
para evitar la monotonía del sonsonante, a diferencia, en esto, de Arde el mar, donde las rupturas tenían
una pretensión irónica y distanciada del poeta hacia su propia obra. De donde
se desprende que Hora foscant es un
libro más severo, escrito por el poeta con mayor concentración y
autoconciencia, lo cual no debe querer decir que con mayor cierto. Atendiendo a
una estructura más profunda, el libro se halla más cerca de La muerte en Beverly Hills, tanto por su
densa brevedad como por su unidad temática, pudiéndose hablar antes de un poema
en siete partes que de un libro compuesto por siete poemas.
¿En
qué consiste esa unidad temática? Su prologuista, Joaquim Molas (y doy de lado,
deliberadamente, las polémicas afirmaciones que Molas hace en su prólogo), nos
dice que el libro “es una exploración… insólita y hasta convencional en el
campo de la cultura, y más concretamente, de la cultura barroca),
entreteniéndose después en establecer una serie de paralelismos, que a mí se me
antojan gratuitos, entre versos de poetas barrocos (y de algunos que no lo son)
y versos de Gimferrer. A pesar de lo cual, la explicación me parece
insuficiente en parte, porque toda obra de arte es, o debería ser, una
exploración en el campo de la cultura. Por lo demás, no logro comprender cómo
algo puede ser insólito y convencional a la vez. Lo que en mi opinión lleva a
término Gimferrer en Hora foscant es
una interrogación sobre su propia existencia. Interrogación velada, desde
luego, por la serena cadencia del lenguaje, solemne y distante en gracia al
ritmo elegido. Veamos, si no, el principio de cada una de las siete partes o
poemas del libro: “Con tanta luz, el cielo no lavaba / la oscuridad del mar…”,
“¿Aún más? No, ya basta”, “Este cuerpo mío, tan acostumbrado a las nubes, / que
toda esta luz se le convierte en ceniza…”, “Cual el carbón, los espacios. Y no
hay un árbol / que no sea su signo…”, “Cual la luna que mueve desiertas olas…”,
“Solamente yo, solo, nocturno, y esta desazón…”, “Una música ausente ha
devorado / nuestro cuerpo”. Enfrentado a
una realidad transfigurada por la belleza que siglos de cultura le confieren,
Gimferrer parece tener miedo de descubrir su impotencia. No se sumerge, pues,
en esa realidad, sino que la describe, la limita, la empequeñece, en suma. Ya
que el mundo le viene grande, el poeta se construye otro mundo a su propia
medida. Como esos personajes desvalidos, incapaces, que nos retrata en sus
relatos Mercè Rodoreda, Gimferrer se nos muestra no en una realidad más honda,
sino simplemente en “otra” realidad. Poesía patética al cabo, porque si bien es
verdad que las palabras nunca son capaces de decir todo cuanto vislumbramos,
también lo es que siempre dicen de nosotros mismos más de cuanto quisiéramos
mostrar. “No, los sentidos / no pueden resistir por mucho tiempo / la vista de
la verdad”, nos dice Gimferrer, y remacha: “No hablo, comprendedme, / de
verdades intelectivas: ve / que nosotros mismos somos la antigua / flauta de
madera, más antigua aún / que esta luz, más fácil de comprender / que este
hombre, o de no comprender jamás”.
En
este sentido, Hora foscant es
seguramente el libro más genuino de Gimferrer, el primer libro donde el
artificio formal y la sabiduría lírica del poeta quedan trascendidos por una
problemática que va más allá de los triviales problemas técnicos que su poesía
se había planteado y resuelto generalmente con tanta brillantez. Porque reducir
el mundo es también una manera de explicarlo.
Porque mostrarse desvalido ante la verdad es, desde luego, una forma más
de atacarla y ensalzarla.
Gimferrer
acaba de publicar cinco poemas en la revista Camp de l’Arpa (3), con versión castellana enfrentada de Juan Ramón
Masoliver. Son poemas que abandonan las líneas señaladas en Hora foscant para retroceder, en cierta
manera, a modos anteriores. Gimferrer acarrea sus materiales de los poetas
medievales catalanes, de los renacentistas italianos y castellanos. Son en gran
parte ejercicios de estilo. La severa lección que recibe de su traductor, en
cual “reescribe” con mayor riqueza y soltura los poemas originales, debería servirle
para reflexionar largamente sobre el sentido de su obra y continuarla del único
e irrepetible que sus indudables dotes nos permiten esperar. Otra cosa sería
desperdiciar sus posibilidades y defraudar a quienes, como el firmante,
mantienen una firme fe en el futuro de su poesía.
Martín Vilumara
Notas:
1) Els llibres de l’Escorpí. Poesía, 3.
Edicions 62. Barcelona, 1970
2) Els llibres de l’Escorpí. Poesía, 9.
Edicions 62. Barcelona, 1972
3) Pere Gimferrer: Cinc Poemas/Cinco Poemas.
Versión castellana de Juan Ramón Masoliver. “Camp de l’Arpa”, número 3. Págs. 2
a 6.
(En revista Triunfo, número 525, año XXVII,
pág. 51, del 21 de octubre de 1972)
En Triunfo Digital
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Empaña la notable muestra de virtuosismo que es Amor en vilo -sólo Alberti, Gerardo Diego o quizá García Nieto pueden hacerle competencia- una absoluta carencia de sentido del ridículo. Basten dos ejemplos. Así dice el primer serventesio del soneto alejandrino "Request":
"Quiero para mis labios esta piel de gladiolo, / quiero para mis brazos este cuerpo de luz, / si desnuda no vienes, que me llamen Pocholo, / si desnuda no vienes a mis labios en cruz".
Pocholo repitiendo una y otra vez el nombre de Cuca, su recuperada primera novia, es Gimferrer en este libro, un Pocholo académico que abusa tanto de las referencias culturales como de la trivialidad y el ripio:
"Por Cuca yo he vivido y viviré, / es la cítara Cuca quien me pulsa; / las llamas petrolíferas de Tulsa / brillan igual que resplandeceré".
Con absoluta seriedad se escriben estos poemas de amor, aunque a veces nos cueste creerlo:
"Como vivías en Nueva York / (o tal vez en Addis Abeba) / zarpó tu velero de Cork / y no arará en el mar tu esteva, / pues en tu túnica ya nieva/ (sesenta y ocho en el Stork / Club de Tuset) la rubia breva / del tiempo de aquel sol de York".
Toda exégesis en este caso eludo (¡esa breva que nieva sobre una túnica!), aunque quizás el soneto eneasílabo que comienza con tales versos se salve como ejemplo de nonsense.
"Cuando siento, no escribo", declaró Bécquer, el poeta más aparentemente directo y confesional. "La poesía es emoción recordada en la tranquilidad", afirmó Wordsworth. Los amorosos y esforzadamente lujuriosos desahogos del sesentón Gimferrer, que ha perdido la cabeza como un adolescente, tienen poco que ver con la poesía. El exigente Gimferrer de Arde el mar los habría reducido a una edición privada, a poco más que un ejemplar caligrafiado con primor para dejar en las manos de su adorada Cuca.
Interludio azul -escrito en dos semanas- es la crónica del nuevo enamoramiento. Tras la muerte de María Rosa Caminals, con quien estuvo casado más de treinta años ("luminoso sentido final de todo", la llama en la dedicatoria de su poesía completa en catalán), Gimferrer se reencuentra con una antigua novia, Cuca de Cominges, y la pasión reaparece. El poeta no nos ahorra ninguna minucia: "Llamo a C. a su casa por la noche; primero, comunica; luego, se pone al teléfono, resulta estar sola y hablamos durante una hora y cincuenta minutos". Ni siquiera elude referirse a los amores lésbicos de ella ni a su primer marido ni a su segundo marido, el actual. Tampoco evita las confidencias propias, hasta ahora cuidadosamente evitadas. "Dedícate a los señores, que también son una buena opción", le dice Cuca cuando aún no ha decidido ceder a sus requerimientos. Y Gimferrer responde: "Eso me interesó en mi adolescencia, estuvieron a punto de expulsarme del colegio, me queda demasiado lejos ya" (más adelante se definirá como "un gay al que le gustan las mujeres").
La confesión autobiográfica de Interludio azul se lee con más gusto, quizá su brevedad ayuda a ello, que la inacabable reiteración retórica de Amor en vilo. «El arsenal poderosísimo de la memoria» no abandona a Gimferrer, como él mismo declara, «ni siquiera en este período de insomnio, de fatiga y de extremo decaimiento físico». Las referencias culturales son así continuas: sólo en el primer párrafo nos encontramos con Death in Venice, El año pasado en Marienbad, un verso de Rubén Darío ("¡Y es cruel y eterna su risa de oro!"), el acorazado "Potemkin", la poesía Tang traducida al italiano por M. Benedikter, Macbeth de Verdi, las novelas de Ricardo León, dos cuadros de Tàpies y uno de Canaletto, un poema de Gil de Biedma, otro de Machado, la visión hitchcockiana del hueco de una escalera, The pursuit of happiness de Washington y Jefferson, palabra de Heráclito y de Nietzsche... Pero a pesar de toda esa "fermosa cobertura" enciclopédica (y de sugestivas metáforas de ambiente, muy característicamente suyas, como la inicial: "En la campana de luz dorada y blanca de esta tarde de invierno"), Gimferrer no consigue convertir la anécdota privada de su enamoramiento en una obra literaria de valor general. Por un lado van sus confidencias (cuenta cosas que no suelen contarse después de cumplidos los 16 años) y por otro sus prodigiosas dotes de escritor, que en estos dos libros quedan como flotando en el vacío, cuando no se convierten -es lo que ocurre con buena parte de los poemas de Amor en vilo- en involuntaria caricatura."
(Publicado en La Nueva España, Asturias, 31 de marzo 2006)
Gatopardo me envía también esta crítica más reciente:
"Forever Cuca"
Ni más ni menos ridícula y tan respetable como cualquier otra historia de amor es la vivida por Pere Gimferrer en los últimos años. Pero él no ha querido reducirla al ámbito privado. Con pormenorizada minucia nos la ha contado a todos, y no en los programas de cotilleo de la televisión, que es donde tendría su sitio, sino en las páginas de los suplementos literarios. Esas llamativas confidencias le servían para promocionar sus dos más recientes libros: Interludio azul y Amor en vilo, ambos publicados por Seix Barral.
Amor en vilo -el título ya fue utilizado por Salinas y Alberti, como se señala en la nota final- es un conjunto de 151 poemas escritos en castellano con métrica clásica (se insiste especialmente en el soneto) y factura neomodernista. Cuarenta poemas, escritos entre 1963 y 1969, le bastaron a Gimferrer para hacerse un lugar en la historia de la poesía española. Era entonces un poeta joven de exigente autocrítica que no confundía el desahogo sentimental con la literatura, el mero ejercicio retórico con la poesía.
Ni más ni menos ridícula y tan respetable como cualquier otra historia de amor es la vivida por Pere Gimferrer en los últimos años. Pero él no ha querido reducirla al ámbito privado. Con pormenorizada minucia nos la ha contado a todos, y no en los programas de cotilleo de la televisión, que es donde tendría su sitio, sino en las páginas de los suplementos literarios. Esas llamativas confidencias le servían para promocionar sus dos más recientes libros: Interludio azul y Amor en vilo, ambos publicados por Seix Barral.
Amor en vilo -el título ya fue utilizado por Salinas y Alberti, como se señala en la nota final- es un conjunto de 151 poemas escritos en castellano con métrica clásica (se insiste especialmente en el soneto) y factura neomodernista. Cuarenta poemas, escritos entre 1963 y 1969, le bastaron a Gimferrer para hacerse un lugar en la historia de la poesía española. Era entonces un poeta joven de exigente autocrítica que no confundía el desahogo sentimental con la literatura, el mero ejercicio retórico con la poesía.
Empaña la notable muestra de virtuosismo que es Amor en vilo -sólo Alberti, Gerardo Diego o quizá García Nieto pueden hacerle competencia- una absoluta carencia de sentido del ridículo. Basten dos ejemplos. Así dice el primer serventesio del soneto alejandrino "Request":
"Quiero para mis labios esta piel de gladiolo, / quiero para mis brazos este cuerpo de luz, / si desnuda no vienes, que me llamen Pocholo, / si desnuda no vienes a mis labios en cruz".
Pocholo repitiendo una y otra vez el nombre de Cuca, su recuperada primera novia, es Gimferrer en este libro, un Pocholo académico que abusa tanto de las referencias culturales como de la trivialidad y el ripio:
"Por Cuca yo he vivido y viviré, / es la cítara Cuca quien me pulsa; / las llamas petrolíferas de Tulsa / brillan igual que resplandeceré".
Con absoluta seriedad se escriben estos poemas de amor, aunque a veces nos cueste creerlo:
"Como vivías en Nueva York / (o tal vez en Addis Abeba) / zarpó tu velero de Cork / y no arará en el mar tu esteva, / pues en tu túnica ya nieva/ (sesenta y ocho en el Stork / Club de Tuset) la rubia breva / del tiempo de aquel sol de York".
Toda exégesis en este caso eludo (¡esa breva que nieva sobre una túnica!), aunque quizás el soneto eneasílabo que comienza con tales versos se salve como ejemplo de nonsense.
"Cuando siento, no escribo", declaró Bécquer, el poeta más aparentemente directo y confesional. "La poesía es emoción recordada en la tranquilidad", afirmó Wordsworth. Los amorosos y esforzadamente lujuriosos desahogos del sesentón Gimferrer, que ha perdido la cabeza como un adolescente, tienen poco que ver con la poesía. El exigente Gimferrer de Arde el mar los habría reducido a una edición privada, a poco más que un ejemplar caligrafiado con primor para dejar en las manos de su adorada Cuca.
Interludio azul -escrito en dos semanas- es la crónica del nuevo enamoramiento. Tras la muerte de María Rosa Caminals, con quien estuvo casado más de treinta años ("luminoso sentido final de todo", la llama en la dedicatoria de su poesía completa en catalán), Gimferrer se reencuentra con una antigua novia, Cuca de Cominges, y la pasión reaparece. El poeta no nos ahorra ninguna minucia: "Llamo a C. a su casa por la noche; primero, comunica; luego, se pone al teléfono, resulta estar sola y hablamos durante una hora y cincuenta minutos". Ni siquiera elude referirse a los amores lésbicos de ella ni a su primer marido ni a su segundo marido, el actual. Tampoco evita las confidencias propias, hasta ahora cuidadosamente evitadas. "Dedícate a los señores, que también son una buena opción", le dice Cuca cuando aún no ha decidido ceder a sus requerimientos. Y Gimferrer responde: "Eso me interesó en mi adolescencia, estuvieron a punto de expulsarme del colegio, me queda demasiado lejos ya" (más adelante se definirá como "un gay al que le gustan las mujeres").
La confesión autobiográfica de Interludio azul se lee con más gusto, quizá su brevedad ayuda a ello, que la inacabable reiteración retórica de Amor en vilo. «El arsenal poderosísimo de la memoria» no abandona a Gimferrer, como él mismo declara, «ni siquiera en este período de insomnio, de fatiga y de extremo decaimiento físico». Las referencias culturales son así continuas: sólo en el primer párrafo nos encontramos con Death in Venice, El año pasado en Marienbad, un verso de Rubén Darío ("¡Y es cruel y eterna su risa de oro!"), el acorazado "Potemkin", la poesía Tang traducida al italiano por M. Benedikter, Macbeth de Verdi, las novelas de Ricardo León, dos cuadros de Tàpies y uno de Canaletto, un poema de Gil de Biedma, otro de Machado, la visión hitchcockiana del hueco de una escalera, The pursuit of happiness de Washington y Jefferson, palabra de Heráclito y de Nietzsche... Pero a pesar de toda esa "fermosa cobertura" enciclopédica (y de sugestivas metáforas de ambiente, muy característicamente suyas, como la inicial: "En la campana de luz dorada y blanca de esta tarde de invierno"), Gimferrer no consigue convertir la anécdota privada de su enamoramiento en una obra literaria de valor general. Por un lado van sus confidencias (cuenta cosas que no suelen contarse después de cumplidos los 16 años) y por otro sus prodigiosas dotes de escritor, que en estos dos libros quedan como flotando en el vacío, cuando no se convierten -es lo que ocurre con buena parte de los poemas de Amor en vilo- en involuntaria caricatura."
(Publicado en La Nueva España, Asturias, 31 de marzo 2006)
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