Voskresensk,
27 de junio de 1884
Acabo
de llegar de una autopsia forense a 10 verstas de Voskresensk. He ido en una
elegante troika con un juez instructor decrépito, que apenas respiraba y, por
su vetustez, nada capaz, una criatura menuda, canosa y bondadosa, que hace
veinticinco años que sueña con un puesto de miembro de tribunal. He hecho la
autopsia junto al médico del distrito en el campo, bajo la copa de un joven
roble, en un camino vecinal… El difunto era “no lugareño”, y los aldeanos, en
cuya tierra fue encontrado el cadáver, nos suplicaron por Dios, con lágrimas en
los ojos, que no hiciéramos la autopsia en su pueblo… “Hay que proteger a las
mujeres y los niños del terror…”
Al principio,
el juez instructor estaba indeciso, tenía miedo de los nubarrones; pero
después, tras considerar que se podía escribir un borrador y a lápiz, y viendo
que nosotros estábamos de acuerdo en destripar el cuerpo al aire libre, hizo
caso omiso de las súplicas de los aldeanos. El inquieto aldeorrio, los testigos
presenciales, el policía y su placa, una viuda que vociferaba a unos doscientos
pasos del lugar de la autopsia y dos aldeanos en el papel de Kustodiev
(custodio) cerca del cadáver… Al lado de los silenciosos Kustodiev se extingue
una pequeña hoguera… velar el cuerpo noche y día hasta la llegada de las
autoridades es una obligación de los aldeanos que no está pagada por nadie… El
cadáver lleva una camisa roja, calzones nuevos, está cubierto por una sábana…
sobre la sábana hay un escapulario. Le pedimos agua al policía… Hay agua, en un
estanque al lado, pero nadie nos ofrece un cubo y nos emporcamos. Un aldeano se
permite una artimaña: los de Manéjino roban el cubo a los de Trújino… El cubo
de otro no importa… Nadie sabe cuándo lo han conseguido robar, ni cómo ni dónde…
Están terriblemente satisfechos con su hazaña y se ríen… La autopsia da como
resultado veinte costillas rotas, un edema pulmonar y tufo de alcohol en el
estómago. Una muerte violenta por estrangulación. Al borracho le golpearon en
el pecho con algo pesado, seguramente con una buena rodilla de mujik. En el cuerpo había una gran
cantidad de rasguños resultado del forcejeo. Los de Manéjino encontraron el
cuerpo y lo balancearon durante dos horas con tanto celo que el futuro defensor
del asesino tendrá todo el derecho a formular al experto la siguiente pregunta:
la fractura de las costillas, ¿no sería a consecuencia del balanceo? Aunque
creo que nadie hará tal pregunta… No habrá ni defensor ni acusado… El juez
instructor es hasta tal punto decrépito que no sólo el asesino, sino incluso un
chinche enfermo puede esconderse de su palidecido ojo…
(En A la carta: Cuando la correspondencia era un
arte, selección y prólogo de Valentí Puig, Editorial Elba, Barcelona, 2014.
A su vez extraída de Chéjov en vida: una
biografía en documentos, argumentos para una novela corta, Alba Editorial,
Barcelona, 2011. Traducción de Frederic Guerrero-Solé y Oksana Gollyak.)
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