Por Ana Messuti
Fotos: Francesc Sans
Desde la presentación de esta querella,
desde la apertura de esta causa, el 14 de abril de 2010, nos hemos ocupado, los
abogados que la llevamos adelante, de diversas cosas propias de la práctica
jurídica: la vinculación con los querellantes, la recopilación de las pruebas,
la elaboración, presentación al juzgado y ratificación de las querellas; la
petición a la jueza de diversas diligencias, por ejemplo, su viaje a España
para tomar declaración a querellantes y testigos, y, cuando supimos que ese
viaje no era posible, la toma de esas declaraciones por videoconferencias.
Las dificultades que hemos estado y
estamos enfrentando para que se concreten esas declaraciones y se continúe
luego con las imputaciones pertinentes ya han sido objeto de atención por los medios.
Sin embargo, esas dificultades merecen además otro tipo de atención, una
atención más reflexiva, que trascienda la inmediatez de la noticia y detenga la
mirada en la infinita paciencia de los declarantes frustrados y en el
significado de los obstáculos que se les imponen.
Con respecto a la paciencia. Quienes
trabajamos con los querellantes en esta causa, siempre les preguntamos ¿qué
intentan conseguir a través de esta querella?
Hay una respuesta que pretende
uniformizar la respuesta a esa pregunta y pretende connotar lo que piden todas
las víctimas: verdad, justicia y reparación. Si bien son tres palabras cargadas
de significado, su repetición, como sucede con tantas expresiones acuñadas para
decir muchas cosas, puede ir vaciándolas de sentido, y es necesario hacer un
alto en el camino y analizarlas a la luz de los hechos que se van presentando.
Una de las cosas que se ha mantenido
durante el tiempo transcurrido es el silencio: el silencio impuesto, el
silencio fortalecido por las amenazas, el peligro real, el miedo. Una de las
querellantes me contaba que se enteró de que su abuelo había sido fusilado
cuando ya tenía ella 50 años. Fue precisamente a raíz de la querella argentina:
cuando su madre supo de esa querella le contó lo ocurrido y no quiso perder esa
única oportunidad de denunciar el asesinato de su padre ante un tribunal.
¿Qué persigue esa mujer, ya mayor, con
nietos y bisnietos, pero siempre consciente de que es hija de un fusilado, al
presentarse en la querella argentina? Los responsables ya han muerto. Ya no
pueden ser juzgados: por lo que no podemos decir que pida justicia, tal como
suele entenderse. Sabe que la justicia argentina no indemnizará a las víctimas
del franquismo, por lo que no podemos decir que pida reparación, tal como suele
entenderse. Sabe cómo sucedieron los hechos, tiene documentos que demuestran
que su padre ha sido sometido a un tribunal militar y condenado en un juicio
sumarísimo sin ninguna garantía procesal. Por lo que no podemos decir que pida
verdad.
Sin embargo, nadie podrá sostener que
esa mujer no esté pidiendo esas tres cosas. Pero la verdad que pide no es la
verdad de los historiadores, o la verdad, que ya bien conoce, de cómo pasaron
las cosas; la justicia que pide no es la justicia retributiva, que castigará a los
culpables con la pena impuesta, porque esa justicia no será posible cuando ha
transcurrido tanto tiempo que cabe presumir que los culpables han muerto o,
cuando no hayan muerto (como en los casos de los criminales nazis descubiertos
en los últimos tiempos), jamás será proporcional al crimen cometido; y la
reparación que pide a la justicia argentina no es la indemnización económica,
ni siquiera la reparación de la memoria de la víctima en un país donde no ha
sido agraviada. Lo que pide es decir lo que tiene que decir, y que se diga lo
que se ha de decir, en el lugar donde se debe decir.
Ana Messuti fotografiada en Barcelona
Lo primero que buscan los
querellantes-víctimas es denunciar. Y denunciar es hablar, decir nuestra
palabra. Mucho se ha dicho sobre la relación íntima entre derecho y lenguaje.
El derecho sirve para darnos voz, pero no en cualquier sitio. Para el derecho
el lugar es determinante. Cuando vamos a denunciar la pérdida de un objeto,
iremos a una oficina determinada, cuando denunciamos un accidente, iremos a
otra. En los casos de los que estamos hablando, se trata de denunciar crímenes,
y de los más graves. Y los crímenes han de denunciarse en un lugar bien
preciso: un tribunal penal. Porque sólo ante un juez penal se puede hablar de
crímenes y de víctimas.
Con respecto a los obstáculos. ¿Por qué
se interpusieron obstáculos a la toma de declaraciones? Parecía que el
transcurso del tiempo iba a hacer innecesario molestarse en interponer
obstáculos. Y se confiaba en que el tiempo iría borrando poco a poco los
recuerdos y los deseos. Para darnos cuenta de lo falsa que es esta creencia,
basta escuchar a las víctimas. El crimen queda arraigado en la memoria, incluso
cuando todo lo demás se ha olvidado.
Recuerdo el caso de una señora enferma
de Alzheimer, que se había olvidado hasta del nombre de su hija, de que su hija
era su hija, pero sabía responder muy bien qué había pasado con su padre.
Cuando se le preguntaba, decía: se lo llevaron “los francos”, lo arrojaron a un
pozo… (y los vecinos confirmaban lo que decía).
Cuando se interponen obstáculos
injustificados, hay que preguntarse qué razones habrá para interponerlos. Mucho
se ha especulado sobre esas razones, pero lo que me interesa aquí es la
importancia que tienen esas declaraciones para que se las obstaculice de esa
manera.
Cuando nos interponen obstáculos para
que declaremos en el único tribunal que por ahora nos ha abierto las puertas,
nos están diciendo que nuestra palabra importa mucho. Que lo que diremos pondrá
en tela de juicio más de una cosa. Por ejemplo, pondrá en cuestión la validez
misma de un sistema judicial que les ha negado incluso la posibilidad de
denunciar que fueron secuestrados, torturados, asesinados, que han robado a su
hijos, que los han sometido al trabajo esclavo, que, cuando se los juzgaba, los
juicios eran una parodia de lo que se entiende por juicio, pero que, no
obstante, concluían con una condena a muerte que no parodiaba la muerte. La
validez misma de un sistema judicial que no se pronuncia sobre esos crímenes
gravísimos, pero que se ocupa muy pormenorizadamente del robo de un automóvil.
Un sistema que consiente que los juicios parodiados sigan considerándose parte
del mismo ordenamiento jurídico que se nos obliga a respetar.
Al dirigirse los querellantes-víctimas
a la justicia argentina están cuestionando y haciendo vacilar los cimientos
mismos de todo el sistema jurídico que les cierra las puertas.
Puede decirse que por ello, entre otras
razones, se interponen obstáculos. Las víctimas-querellantes, al recurrir a un
tribunal extranjero y ampararse en el derecho penal internacional, están
poniendo en marcha la jurisdicción internacional. Le están dando sentido. Nos
están dando, al fin de cuentas, una lección a los juristas del mundo entero: no
importa el lugar ni el tiempo: la impunidad de crímenes de tal magnitud no es
admisible. Y cuando se ha dejado que el tiempo transcurra para que queden
impunes, al menos en algún tribunal del mundo se debe reconocer la criminalidad
del régimen bajo el que han sido cometidos, favorecidos, amparados.
Las víctimas nos están enseñando “a
hacer justicia del derecho.”
Ana Messuti, junto con Carlos Slepoy, son los abogados de
la Querella Argentina contra los Crímenes del Franquismo.
ÚLTIMA HORA: Las
asociaciones de Bebés Robados forman parte de los querellantes y nos hacen
llegar esta noticia: “El tenor José
Carreras se suma a la iniciativa sobre los niños robados y protagonizará la
ópera que narra este drama.” La noticia en El Plural.com
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