Por Javier Coria
“August Pullman tiene diez años y nunca hasta ahora ha ido a
la escuela. Nació con una deformidad facial severa y ha pasado por muchas
operaciones; prácticamente no sale de casa y si su madre ha sido la responsable
de su educación. Él es un chico normal y corriente, por eso sus padres deciden
que ha llegado el momento de que vaya a la escuela. August sabe bien que no
todo el mundo es capaz de ver más allá de su cara y, en este primer año de
escuela, le tocará convencer a sus compañeros de clase que no tienen por qué
tratarle como si fuera especial. En ocasiones, deberá incluso convencerse a sí
mismo. Mediante un sentido del humor rebosante de autenticidad y a través de
los ojos (y las voces) de los distintos protagonistas, R. J. Palacio explora la
naturaleza de la amistad, la tenacidad, el miedo y la percepción de uno mismo y
de los otros”.
Wonder es su título
original, como el de la versión en catalán de Edicions La Campana, la versión
en castellano está editada por Nube de Tinta con el título La lección de August. Es una novela divertida y emocionante,
sentimental sin llegar al sentimentalismo, y dulce, sin llegar al empacho (no
puedo decir lo mismo de algunas reseñas que he leído por ahí, por cierto). La
autora, R. J. Palacios es una diseñadora gráfica que vive en Nueva York y esta
es su primera novela. Hay muchos personajes en la novela, quizá no muy bien
definidos y cuyas transiciones no están marcadas, pero se suple con creces con el
personaje de August:
“Sé que no soy un niño de diez años normal. Bueno, hago
cosas normales: tomo helado, monto en bici, juego al béisbol, tengo una XBox…
Supongo que esas cosas hacen que sea normal. Por dentro, yo me siento normal. Pero
sé que los niños normales no hacen que otros niños normales se vayan corriendo
y gritando de los columpios. Sé que la gente no se queda mirando a los niños
normales en todas partes.
Si me encontrase una lámpara maravillosa y solo le pudiese
pedir un deseo, le pediría tener una cara normal en la que no se fijase nadie. Pediría
poder ir por la calle sin que la gente apartase la mirada al verme. Creo que la
única razón por la que no soy normal es porque nadie me ve como alguien normal.
Pero ya estoy más o menos acostumbrado a mi cara. Sé fingir
que no veo las caras que pone la gente. A todos se nos da bastante bien: a mí,
a mamá, a papá, a Via. No, eso no es verdad: a Via no se le da nada bien. Puede
llegar a enfadarse mucho si alguien hace alguna grosería. Como una vez que, en
los columpios, unos chicos mayores se pusieron a hacer unos ruidos raros. Ni siquiera
sé qué ruidos eran, porque no los oí, pero Via sí, y se puso a gritarles. Así es
ella. Yo no soy así.
Via no me ve como alguien normal. Eva dice que sí, pero si
fuera normal no me protegería tanto. Mis padres tampoco me ven como alguien
normal. Para ellos soy alguien extraordinario. Creo que yo soy la única persona
en el mundo que se da cuenta de lo normal que soy.
Por cierto, me llamo August. No voy a describir cómo es mi
cara. No sé cómo os la estaréis imaginado, pero seguro que es mucho peor.”
Así arranca la novela.
¡Ah! La filosofía “blandita” a lo Elsa Punset y las
baratijas suedoiniciáticas y la espiritualidad ramplona que nos dice lo que
queremos oír, a lo Paulo Coelho están haciendo mucho daño, no es el caso de
esta novela, porque tiene humor e ironía, pero yo me pregunto: ¿Estaré volviéndome
blandito?
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