El 20 de julio de 1969, el astronauta Neil Armstrong pisaba la Luna. Por primera vez un ser humano se atrevía a hollar la superficie de la hermosa Selene cantada por los poetas desde la antigüedad. Pero mucho antes de ese momento, siglos antes, los escritores viajaron a la Luna y a otros planetas con el mejor de los transportes, la imaginación. Este es un pequeño repaso histórico de las ficciones espaciales.
Aunque la ciencia-ficción propiamente dicha nace y se desarrolla en el siglo XX, tenemos ejemplos anteriores de ficciones espaciales que con moralejas morales; ideas filosóficas; críticas políticas y religiosas o teorías científicas, buscaron en los ignotos paisajes siderales, con humor y fantasía, un lugar idóneo para esconder sus críticas o ideas avanzadas de la censura y las persecuciones de su época.
Las aportaciones astronómicas de Copérnico en el siglo XVI, el invento del telescopio y las observaciones hechas por Galileo en el siglo XVII, las leyes del movimiento planetario de Kepler o las leyes de gravitación universal de Newton, fueron algunos de los hitos que avivaron la imaginación de los poetas. Pero no sería hasta el siglo XIX, donde el esplendor científico y tecnológico y las grandes exploraciones de la época, harían necesaria la aparición de una literatura de divulgación científica que vulgarizara todos estos conocimientos para ponerlos al alcance del gran público.
Ideas filosóficas y políticas como el positivismo, que preconizaba la razón, la experiencia y el conocimiento empírico como principio de todo y a cuyo amparo se desarrolló la novela “realista” en la que todo era o debía parecer verosímil, fueron las bases del nacimiento de la novela científica. Por su parte, el socialismo utópico defendía la idea de la ciencia y la técnica como forma de liberación del ser humano, por lo que era necesario formar al hombre nuevo en los grandes avances del siglo. Algunas novelas de Julio Verne eran partícipes de estas ideas sansimonianas y positivistas de Henri de Saint-Simon, Auguste Comte o Ètienne Cabet, respectivamente. Luego, con la eclosión del colonialismo y el imperialismo que buscaban el dominio de las fuentes de producción; la superproducción; y la fusión del capital financiero e industrial, convirtieron la idea de la ciencia y la técnica como liberación, en una quimera que desalentó a los escritores humanistas de la novela científica, entre ellos a Julio Verne, quizás el último novelista romántico. Todo eso se acrecentó con la gran crisis del capital de 1875. El científico, el ingeniero, pasaron a ser empleados, funcionarios o empresarios de una ciencia convertida en poder económico y máquina de guerra. Así, al margen de las motivaciones emocionales, ideológicas y biográficas de cada escritor, los novelistas del género científico o de ciencia-ficción del siglo XIX reflejaron en sus ficciones planetarias una válvula de escape y un evidente pesimismo crítico con el desarrollo científico sin conciencia social y ecológica, una forma más de anticipación.
CONTINUARÁ...
© JAVIER CORIA
NOTAS:
Articulo publicado originalmente en la revista Barsoom nº 1, diciembre de 2006.Se puede reproducir, sin ánimo de lucro, total o parcialmente este artículo siempre que se cite la firma de su autor y se incluya el enlace URL a la correspondiente entrada de este blog. Para usos comerciales contactar con el autor. Para reproducir sin cita recordar que esta pieza está protegida por los derechos de autor del firmante.
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