Por:
Javier Coria. Fotos: Francesc Sans
Els internats de la por es un libro desgarrador
y emocionante escrito por los documentalistas Montse Armengou y Ricard Belis.
El libro, que tendrá su versión en castellano en mayo, es un recorrido
histórico por el lado oscuro de los orfanatos del franquismo.
Hasta
bien entrada la democracia, miles de niños y niñas continuaban encerrados en
internados. Colegios
religiosos, orfanatos, reformatorios, preventorios antituberculosos o centros
de Auxilio Social se convirtieron en una especie de prisión para estos niños. Allí
sufrieron abusos físicos, psíquicos, sexuales, explotación laboral o prácticas
médicas dudosas. Hoy se destapa este pasado oculto y silenciado. Els
internats de la por (Los internados del miedo) es un libro
editado por Ara Llibres, y que tiene
su origen en un documental homónimo dirigido por Montse Armengou y Ricard
Belis, para el programa Sense Ficció de la televisión autonómica catalana TV3. La pieza cierra la trilogía sobre la infancia como víctima del
franquismo iniciada con "Los niños perdidos del
franquismo" (2002) y "¡Devuélveme el hijo!” (2012). A
modo de entrevista recogemos las palabras de Montse Armengou sobre su trabajo.
¿Qué podemos encontrar en el libro
que no esté en el documental?
En
los documentales investigamos mucho, como esos periodistas de investigación que
se ve en las películas. En este país extraño que es Catalunya hay una
televisión estrambótica que es TV3, que aún se permite estas cosas. En estas
investigaciones obtenemos mucho material, y aunque en el documental tenemos un
poco más de una hora para explicar la historia, siempre se nos queda mucho
material en el tintero. También en el libro se cuenta el proceso de
preparación, las entrevistas previas. Siguiendo con las cosas raras, en
Catalunya estos documentales se emiten en horario de máxima audiencia. El
programa Sense Ficció, donde emitimos estas películas, es el
único programa del sur de Europa donde una televisión pública hace documentales
en su primer canal en prime-time, y
además batimos audiencias, compitiendo con series como El príncipe o el concurso de Masterchef
de las cadenas privadas.
¿Tenéis más libros cuyo origen sean
estos reportajes televisivos?
Ricard
Belis y yo llevamos ya cinco libros basados en reportajes ya hechos. A los que
nos gusta escribir podemos poner más opinión, podemos hacer figuras…, bueno,
decir figuras literarias sería un poco pretensioso, en la televisión te tienes
que limitar al sujeto, verbo y predicado. Es bonito poder expresar más cosas, y
volver sobre lo escrito para reflexionar. Como cuando nos enfrentamos a
entrevistas durísimas, como es en este caso de Los internados del miedo. Creo que este trabajo es un homenaje a
esos testimonios de gente valiente que nos dieron tanto. La televisión es tan
efímera…, debes concentrar en una hora toda la historia. Hemos hacho el libro, porque
las editoriales sobreviven como pueden y pagan poco -añade Montse con la boca
pequeña ante su editora- , para que las víctimas tengan voz.
¿Qué explicáis en el libro?
Pues
explicamos lo que están denunciando dos informes durísimos de las Naciones
Unidas sobre la situación de las víctimas del franquismo en España. Entre otras
cosas se solicita la derogación de la Ley de Amnistía, que según quién lo pida
le pueden tildar de terrorista, porque dicen que pone en peligro la estabilidad
del Estado. Todos estos maltratos que recogemos en el trabajo se produjeron en
una franja enorme de tiempo; desde los primeros días del régimen franquista,
hasta bien entrada la democracia. Como nos cuenta la abogada Magda Oranich,
mientras aquí todos estaban contentos con la Ley de Amnistía, los presos salían
a la calle, estas criaturas prisioneras se pasaron gran parte de sus vidas
encerradas en estas instituciones. Muchas estaban encerradas por la
estigmatización de ser hijos de madres solteras, padres divorciados, por ser ellas
mismas víctimas de abusos en el seno familiar – ser de familia pobre, con
padres en prisión por motivos políticos o con algún familiar enfermo de
tuberculosis era motivo suficiente para que fueran internados en un centro
religioso o del Estado-.
Por desgracia,
el libro es de actualidad ante los hechos que se están destapando alrededor de
escuelas como las de los Maristas –escuelas religiosas de la Congregación de
los Hermanos Maristas-. A veces nos preguntamos: ¿Cómo puede ser? Vivimos
instalados en un silencio que fue cómodo durante un tiempo, pero del daño que
nos hace es tan grande que parece que empezamos a despertar. Viniendo para
aquí, una compañera me dijo –refiriéndose al caso de los abusos de algunos
niños en los Maristas-: “Es que esto es el Spotlight
*
catalán”. Pensé que esta mujer me acababa de dar un titular como una casa
de pagès.
¿Cómo calificarías vuestro trabajo?
Estamos
haciendo un trabajo, y que no parezca petulancia, que no hace el Estado; y
llega un momento en que los principios de verdad, justicia y reparación no se
cumplen. La verdad brilla por su ausencia, de la justicia no hace falta ni
hablar, y la reparación es inexistente, como denuncia la ONU. Este trabajo
tiene su origen en la historia del Cándido, con la que comienza el libro. Un
buen día nos llamó para que explicáramos su historia y no lo pudimos hacer
porque estábamos con otros proyectos. Él esperó durante tres años porque, como
nos dijo, sólo confiaba en nosotros para hacerlo, en una televisión pública, y
eso conmueve. Después de emitirlo, mucha gente se ha dirigido a nosotros para
decirnos que les había pasado lo mismo, lo que corrobora que el trabajo que
hicimos no era sobre un asunto anecdótico. ¿Esto pasaba en todos los internados?
No. ¿Hay gente que se lo pasó bien en estas instituciones? Sí. Lo que es
escalofriante es la frecuencia en que pasaba, en tantos y tantos lugares**. La gente, sin conocerse entre sí,
compone un retrato coral sobre estos abusos. Gente de épocas diferentes, de
centro diferentes, te acaban explicando lo mismo. Estamos ante unas estructuras
que se aplicaban de una manera impune e inmune, porque el que las aplicaba
sabía que no le pasaría nada.
¿Muchas mujeres pasaron por estas
instituciones por cuestiones políticas?
Tenemos
ejemplos de los años sesenta y setenta en que si eran hombres iban directamente
a la cárcel, si eran mujeres iban al Patronato de Protección de la Mujer,
porque creían que tenían que “encarrilarlas”. Tenemos el caso de Consuelo… ¿A quién
se le ocurre en aquellos años salir a la calle para pedir la libertad de
Salvador Puig Antich? Esta mujer la llevaron a un centro del Patronato por este
motivo, porque había decido pensar y actuar.
¿Cambiarán las cosas?
No sé
si estamos contribuyendo para que las cosas cambien, de una manera efectiva. Yo
creo que hemos contribuido a una cierta reparación de las víctimas, pero a las
víctimas no las tenemos que reparar los periodistas ni en documentales. Hacemos
el trabajo que de momento no están haciendo otros, esta gente se merece la
reparación de un Estado que tenía la responsabilidad sobre estas criaturas. El
Estado fue negligente en la protección de estos niños, y no lo digo en un
sentido moral, es que estas personas cuando estaban en estos centros, la tutela
era del Estado, por lo que legalmente también el Estado es responsable, y no se
ha hecho nada.
EL TESTIMONIO DE JÚLIA FERRER
Júlia
Ferrer (en la foto de abajo) camina con dificultad, pero ello no fue impedimento para
que asistiera, acompañada por su hija y nieto, a la charla que sobre el libro
que se realizó en la librería Alibri de
la calle Balmes de Barcelona. Ella estuvo internada desde los 2 años hasta los 24; primero en la Casa de la Caridad de Barcelona, y
luego en el Manicomio de Sant Boi.
Porque sí, aquellos que se fugaban o se distinguían por su rebeldía eran
internados en psiquiátricos. Júlia se opuso a recibir más castigos: “Yo me preguntaba: ¿Por qué me llevan a
Sant Boi, si yo no estoy loca? Y me decían que cuando pudieran me sacarían, cuando
hubiera una plaza vacante en el Buen Pastor. Nueve años que me tiré allí…
¡Nueve años! Me pusieron muchas corrientes, electrochoques, sólo como castigo.
Porque a veces contestaba a las monjas, y… “Mañana, ¡a las corrientes!”. Me dejaban
las sienes quemadas por esas cosas redondas –los electrodos- del electrochoque”.
Como
ya hemos citado, los malos tratos no eran, por suerte, una práctica
generalizada, aunque sí demasiado frecuentes. Tampoco tenían lugar
exclusivamente en centros religiosos, ya que muchas víctimas sufrieron los
abusos en centros dependientes del Estado. A las tensiones morales y la
hipocresía de la época, se añadía la impunidad de abusar de unas criaturas que
difícilmente podían denunciar nada. En el libro y documental también se recogen testimonios de niños que
encontraron un hogar y pudieron estudiar en estos centros sin sufrir mal trato.
El trabajo esclavo y la explotación
laboral infantil era más habitual, sobre todo en las niñas que realizaban
labores de costura, por las que nunca recibieron un céntimo y se presume que iban a parar a fábricas y grandes almacenes.
El sadismo se hacía patente en las particulares técnicas de educación. Podemos
leer como niños eran obligados a comerse
la comida que habían vomitado. A los que se orinaban en la cama, se les quemaba el culo con la llama de una
vela; sobre esto el relato más impactante es el de Mikae Ortiz, que cuando se hacía pis en la cama: “las señoritas me frotaban con ortigas en
mis partes íntimas”.
La
historia clínica de Júlia era propia de una pequeña que se pasó media vida en
las instituciones de beneficencia. En el documento médico se dice que lloraba a
menudo y que tenía cambios de humor, y que se mostraba rebelde coincidiendo con
los días de su menstruación. Tampoco quería trabajar. Los médicos certificaron
que no tenía ningún problema psíquico, pese a ello se le ingresó en un hospital
mental. Hasta que…: “Un día intenté
escaparme, aunque me cogieron. Me llevaron a un cuarto que se llamaba San Rafael,
que era de castigo. Quince días sin poder moverme, sin lavarme ni nada, con una
camisa de fuerza”. La amistad con otras niñas internadas fue la tabla de
salvación para Júlia. Esta mujer fuerte y rebelde, según confiesa: “Lloré mucho allí, mucho…, ya no me quedan
lágrimas”.
El
régimen franquista invirtió pocos recursos en asistencia, pero explotó la
beneficencia con finalidad propagandística dando la imagen de una atención
exquisita a estos niños. La realidad era bien distinta. Las criaturas recibían
caridad a cambio de adoctrinamiento y a menudo sufrieron unos malos tratos que
excedían lo que se pudiera considerar normal para los castigos de la época. A
algunas víctimas les acompañó un sentido de culpabilidad durante mucho tiempo,
sobre todo a las que sufrieron abusos sexuales. La tríada clásica que nos
cuentan los psicólogos, a saber: miedo, vergüenza y culpabilidad. Por ejemplo, en
Dolores Zamorano, que fue abusada sexualmente por un cura.
Las
secuelas de los abusos han perseguido toda la vida aquellos niños. Ahora, ya
adultos, han decidido abrir el cuarto oscuro de la memoria y denunciar unos
hechos que en otros países, como la ultracatólica Irlanda, han merecido la
condena del Estado y de la Iglesia.
(*) “Spotlight” ganadora del Oscar
2016 a la mejor película, está dirigida por Thomas
McCarthy y escrita por McCarthy y
Josh Singer. En ella se cuenta la investigación de los periodistas del Boston Globe que destaparon los casos de
pederastia que la Iglesia Católica de Massachusetts había ocultado.
(**) En el libro se
tratan casos ocurridos en Centros de Beneficencia, Auxilio Social, Maternidad,
Hogares Mundet, Casa de la Caridad, San Fernando y Preventorio de Guadarrama,
entre otros.
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