Por José Bergamín
Los periódicos de la época dieron poca importancia al
suicidio de Fígaro*. Apenas si le dedicaron comentario alguno. Casi no se dieron por enterados. Azorín
se escandaliza de ello. La llamada generación del 98 y la siguiente revisaron
aquel silencio como un proceso de insensibilidad española o del mal gusto. Así
nos reaparece Larra, a principios de nuestro siglo, como un espectro más,
despertado de entre los muertos. Como fantasma o sombra. Aquellos escritores
señalados recibían su visita nocturna como si Madrid, como si España entera,
hubiese sido el triste cementerio soñado por Fígaro el día de difuntos de 1836.
Los nuevos peregrinos en España absorbían el silencio sepulcral de las palabras
románticas del suicida como si todo lo demás no fuese ya otra cosa. -
¡Silencio! ¡Silencio!, clama Larra. “Todo lo demás es silencio”, decía Hamlet
al morir. Su melancólico hamletismo evocaba “las armas maldecidas” del gran
cronista español: “el frac elegante, la media de seda, el chaleco de tisú de
oro”. Y peregrinaban por el cementerio advirtiendo como fuegos fatuos el
reflejo de aquellas palabras-espejos, ideas peregrinas, del romántico y
melancólico escritor.
Hombres liberales, hombres libres – o liebres -, hombres
peregrinos, pasearon su hastío entre claras lunáticas de ilusión. Porque de
ilusiones se vive. Porque de ilusiones se vive cuando no se vive de verdad;
cuando se vive de verdad, de ilusiones se muere. Las ideas más peregrinas, las
más libres, o liberales, las ideas que corren sobre ellos, como sobre todas las
cosas, no les alcanzarán. Los pasaron sin verles. Los pasaron de listos.
Evoquemos por ellas al hombre libre o liebre, peregrino en su patria: Larra.
Han pasado cien años. Volvemos a leer en él palabras como éstas: “Medítese aquí
que estar parado cuando los demás andan, no es sólo estar parado, es quedarse
atrás, es perder terreno…”. “En el día numerosa juventud nacida como el cedro
del Líbano en medio de la tempestad se abalanza ansiosa a las fuentes del
saber. ¿Y en qué momentos?...”. ¡En qué momentos! “La literatura ha de
resentirse de esta prodigiosa revolución, de este inmenso progreso. En política
el hombre no ve más que intereses y derechos, es decir, verdades. En literatura
no puede buscar, por consiguiente, sino verdades. Y no se nos diga que la
tendencia del siglo y los espíritus de él, analizados y positivos, lleva en sí
mismo la muerte de la literatura, no. Porque las pasiones en el hombre siempre
serán verdades, porque la imaginación misma, ¿qué es sino una verdad más hermosa?
¡Idea peregrina! La imaginación, “la verdad más hermosa”, le fue infiel a
Larra. Le abandonó al suicidio y al culto lunático de los ex suicidas.
“Si nuestra antigua literatura fue en nuestro Siglo de Oro
más brillante que sólida, si murió después a manos de la intolerancia religiosa
y de la tiranía política, si no pudo renacer sino en andadores franceses, y si
se vio atajada por las desgracias de la patria, ese mismo impulso extraño,
esperamos que dentro de poco podamos echar los cimientos de una literatura
nueva, expresión de la sociedad nueva que comprendemos, toda de verdad, como es
de verdad nuestra sociedad, sin más regla que esa verdad misma, sin más maestro
que la naturaleza joven, en fin, como la España que constituimos. Libertad en
literatura, como en las artes, como en la industria, como en el comercio, como
en la conciencia…”. “Rehusamos, pues, lo que se llama en el día literatura
entre nosotros; no queremos esa literatura reducida a las galas del decir, al
son de la rima, a entonar sonetos y odas de circunstancias, que concede todo a
la expresión y nada a la idea; sino una literatura hija de la experiencia y de
la historia, y faro, por tanto, del porvenir, estudiosa, analizadora,
filosófica, profunda, pensándolo todo, diciéndolo todo en prosa, en verso, al
alcance de la multitud ignorante aún; apostólica y de propaganda; enseñando
verdades a aquellos a quienes interesa saberlas, mostrando al hombre, no como
debe ser, sino como es, para conocerle; literatura, en fin, expresión toda de
la ciencia de la época, del progreso intelectual del siglo…”.
Han pasado cien años, y estas palabras claras y sencillas de
Larra toman ahora, para nosotros, sabor de profecía. No sonriamos irónicamente
al repetirlas, con frívolo remilgo de desdén estético ante la ingenuidad de sus
expresiones: “faro del porvenir”, “ciencia de la época”, “progreso intelectual
del siglo…”. Ahondemos, por el contrario, en ellas, hasta encontrarles la raíz
del humano aliento que borra en la luna del espejo la imagen suicida empañándola
de verdad. “Porque las pasiones en el hombre siempre serán verdades. Porque la
imaginación misma, ¿qué es sino una verdad más hermosa?”.
Traicionado, abandonado por la imaginación, decimos, su “verdad
más hermosa””, Larra cumplía el destino de su juventud suicidándose. Como otros,
aquellos otros, peregrinos suyos, antecesores nuestros en la vida intelectual
española, lo cumplían suicidándose a medias o medio suicidándose. ¡Fuerte sino
el de Larra! ¡Débil el de los ex suicidas! Prefirieron, como dije antes, “al
asalto en las tinieblas el vagabundeo en el vacío” – según decía Unamuno. Pues hay
algo peor que un fuerte destino para el hombre: un destino débil. “Fortalecer
la vida es fortalecer la muerte”, cantó Walt Wittman. Recodemos la lección clásica
de nuestros poetas, que es como la de Shakespeare, como la de los griegos, la
lección trágica del mundo: sólo un destino fuerte puede hacer fuerte nuestra
libertad.
“Por el placer o por la pena es el destino de cada escritor,
de cada artista, el que arranca sus gritos; pero es el destino del mundo el que
elige el lenguaje de sus gritos”.
Así nos decía André Malraux, días antes de nuestra lucha
viva, días antes de que el destino del mundo nos reuniese en Madrid. ¿En el
Madrid de Larra? Madrid es ya del mundo. Por haber sabido cumplir con fuerza trágica,
día y noche, su fuerte libertad.
André Malraux, este escritor amigo que unió con tanta fuerza
su destino al nuestro, nos decía:
“El destino total del arte, el destino total de todo lo que
los hombres expresan en la palabra cultura, está contenido en una sola idea:
transformar el destino en conciencia. Por eso el destino, en sus varias formas,
debe ser primero concebido, para poder ser luego dominado”.
“De día en día, de pensamiento en pensamiento, los hombres
rehacen el mundo a imagen de su más elevado destino. La Revolución les da sólo
la posibilidad de su dignidad; y cada
uno de ellos ha de transformar esa posibilidad en una posesión. En cuanto a
nosotros, intelectuales –cristianos, liberales, socialistas, comunistas-, a
pesar de la ideología que nos divide, indaguemos un propósito común. Cualquier pensamiento
sublime, cualquier obra de arte, pueden ser reencarnados en un millón de
formas. Y nuestro antiguo mundo puede derivar su significado tan sólo de la
voluntad actual del hombre”.
Valencia, 1 de octubre de 1937.
(Hora de España, núm.
11, noviembre de 1937)
* Fígaro (Duende, Bachiller, El Pobrecito
Hablador) fue uno los seudónimos utilizados por el escritor español Mariano
José de Larra (1809-1837).
"Porque de ilusiones se vive cuando no se vive de verdad; cuando se vive de verdad, de ilusiones se muere". Ayyyyyyy...
ResponderEliminarLarra no era la alegría de la huerta, que digamos. A mi me gusta este párrafo:
ResponderEliminar“Rehusamos, pues, lo que se llama en el día literatura entre nosotros; no queremos esa literatura reducida a las galas del decir, al son de la rima, a entonar sonetos y odas de circunstancias, que concede todo a la expresión y nada a la idea; sino una literatura hija de la experiencia y de la historia, y faro, por tanto, del porvenir, estudiosa, analizadora, filosófica, profunda, pensándolo todo, diciéndolo todo en prosa, en verso, al alcance de la multitud ignorante aún; apostólica y de propaganda; enseñando verdades a aquellos a quienes interesa saberlas, mostrando al hombre, no como debe ser, sino como es, para conocerle; literatura, en fin, expresión toda de la ciencia de la época, del progreso intelectual del siglo…”.
Joooder (con perdón) ¿no se está poniendo usted muy "tierno", mein schatz?
ResponderEliminarQuizá, querida.
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