Para una cosa que estoy escribiendo, aceptando como “cosa”
un librito de relatos o algo así, me interesé por la relectura de la novela
corta de Marguerite Duras, Moderato
Cantabile. La verdad que no la recordaba, o es que la leí en una época que
engullía libros como el que engulle hamburguesas mirando a su novia adolescente
mientras le resbala la cebolla grasienta por la comisura de los labios. En fin,
que no la aproveché o no la entendí en su momento, me refiero a la novela,
bueno…, a la novia también me refiero. Buscaba una novela donde la trama fuera
mínima y en la que, aparentemente, no sucediera “nada”, o mejor expresado,
donde, partiendo de un hecho vulgar o anecdótico, el relato fuera creciendo por
la fuerza de la maestría de la voz narrativa. En la novela de Duras, más que
decir, se sugiere, y es en lo que no se dice donde está, según creo, el valor
literario de esta novela. Siempre he pensado que la belleza de una novela no
está, o no debería estar exclusivamente, en su lenguaje, en sus metáforas
ocurrentes, en una sucesión de palabras brillantes, en la llamada “pluma
galana”, sino en la composición y en la forma en que se narra. En la realidad
literaria que el autor nos construye para nosotros. Digo “realidad literaria”
que no es lo mismo que el realismo, cosa que confunden algunos novelistas
actuales.
En Moderato Cantabile,
Anne, la protagonista, es una mujer rica que vive con su marido e hijo, al que
adora, en una gran mansión. Una vez por semana lleva a su hijo a clases de
música al barrio portuario de la ciudad. Allí nos encontramos el primer
conflicto de los múltiples en los que se
debate Anne. La profesora de música representa la autoridad, la disciplina, el
cumplir con las normas establecidas y, también hay que decirlo, el trabajo y el
esfuerzo necesario para conseguir lo que uno se propone. El niño es indolente,
perezoso, como un ave que vuela libre. No hace lo que le piden pero tiene
inteligencia para hacerlo brillantemente. Anne se encuentra en medio de estas
dos actitudes, sabe que tiene que ser la maestra, pero quisiera ser su hijo.
Los largos paseos por la ciudad con su niño, la monotonía de las tardes, un día
se ven alterados por un suceso. Un desgarrador grito llega desde la taberna del
barrio. En ella yace una mujer muerta, aparentemente asesinada por su amante,
que besa y acaricia el cuerpo yacente. Desde ese momento, el bar, la historia
de esos amantes y el vino que la embriaga dulcemente, serán como un imán para
Anne, que se ve forzada a acudir una y otra vez a la taberna. Claro que en esto
también influye la presencia de un misterioso personaje, alguien que lo sabe
todo de ella, alguien que, al parecer, lleva tiempo observándola, no es otro
que Chauvin, que se ofrece a ir descubriendo con ella los motivos y
circunstancias de lo sucedido. Anne, quizá, se reconoce en la mujer asesinada,
y queda arrebatada por la historia y por el propio Chauvin, pero todo esto
sucede en un tempo muy particular,
como un adagio tranquilo y bello que,
en el fondo, lleva un volcán de emociones. No sé si lo he explicado bien…. En
un momento de la novela Anne dice que a veces piensa que su hijo no existe, que
se lo ha inventado, la idea es tan sugerente que pensé que Duras la explotaría,
pero no, aunque como digo, en esta novela los silencios son tan importantes
como las palabras, los silencios en las novelas son los renglones en blanco que
hay entre líneas, y esconden lo que el autor no se atrevió o no quiso escribir.
Quería hablarles del final, que es muy simbólico, pero luego
he recapacitado y no quiero estropearle a nadie la lectura, aunque en las
novelas de verdadera calidad literaria, el final o la peripecia de los
personajes es lo de menos. El fin de la película es ligeramente distinto a la
de la novela, y sin que sirva de precedente, me gusta más el del film, claro
que en el guión también trabajó Duras, aunque me cuentan que luego renegó de la
versión cinematográfica e incluso se propuso hacer ella su propia versión, cosa
que no cuajó al final.
Al terminar de leer el libro me quedó un regusto
melancólicamente amargo que conjuré tomándome un vaso de vino, como hacen los
protagonistas de la novela la mayor parte del tiempo. Por ello, les recomiendo
leer este libro con una copa de vino cerca y, si es posible, escuchando las
piezas para piano de Erik Satie de música de fondo, toda una gozada, como el
poder dedicar un tiempo a estar a solas, sin nadie que nos importune, apagando
pantallas y desconectando teléfonos. Y por cierto, todos tenemos un Café de la
Gironde en nuestra vida o nuestro imaginario, esto lo entenderán si ven la
película, ya que en la novela el bar no tiene nombre.
Pintura: Halcones de la noche (1942), Edward Hopper.
Deliciosa entrada y deliciosa novela, nada que ver con los actuales "novelas "románticas" para mujeres". Me quedo con el hallazgo de los renglones en blanco, nunca lo había pensado. Gracias.
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