Recibimos noticias de la Editorial EL GARAJE (Kevin Vázquez pertenece al conocido grupo de presión Los Amigos de El Garaje en calidad de lavacoches); noticias que vienen bien para amenizar la vuelta al trabajo de quienes hayan disfrutado de vacaciones (a los que no las han disfrutado, no vemos la manera de amenizarles nada, francamente, pero les servirá de consuelo).
Se trata de la aparición de un nuevo título, A esto llevan los excesos de Miguel Baquero, un excelente escritor, lamentablemente poco conocido, con un sentido del humor y una capacidad de observación de la vida cotidiana que les encantará. Para muestra, les ofrecemos un capítulo de su libro.
TRIBULACIONES DE UN FEO
Por Miguel Baquero
No sé por dónde empezar esta entrada. Quizás por la verdad, sin paliativos: yo soy bastante feo. Poco agraciado, dice quien me mira con buenos ojos. Y la cosa no es de ahora, sino de siempre.
Cuando yo era chaval, con quince o dieciséis años, me causaba una envidia tremenda mi amigo Toño el Rubio, que tenía una melenilla corta y rubia —de ahí el apodo—, y detrás del que siempre andaban las chicas. “Ay, qué mono”, les oía susurrar a su lado. “Mírale, qué guapo, por favor”. Yo no sé dónde se encontraba la clave; la cuestión era que, hiciese lo que hiciese Toño el Rubio, desde salir a la pizarra a resolver un problema hasta jugar al fútbol o bajar del autobús que nos llevaba al instituto, todo lo hacía bien. Aunque no despejase la x, o fallase el gol a puerta vacía, o se tropezase en los escalones de bajada, daba lo mismo: en todas las ocasiones las chicas se daban de codazos entre sí, le miraban extasiadas y luego se alejaban con una risita.
¿Por qué a mí no me harían el mismo caso? Toño el Rubio había tenido ya seis o siete rollos y yo seguía prácticamente in albis. Apenas alguna chica que saliera rebotada de la compañía de mi amigo y viniera a llorarme las penas; o una que acompañase al rollete de Toño y por no quedarse de sujetavelas, sola y aburrida, se aviniese conmigo… Los restos, en resumen.
Y eso que yo lo intentaba a mi manera: hablaba a las chicas, les contaba chistes, les narraba mis vacaciones, les describía mi vida cotidiana, mis platos preferidos, analizaba el último fichaje del Madrid… Cualquier cosa. “Qué pesado es tu amigo, Toño, no hace más que hablar”, oí una vez que le comentaba una chica a mi colega.
Porque El Rubio y yo éramos amigos y él, que ya comenzaba a conocer bastante a las mujeres, me daba consejos.
—Tú no te preocupes, tronco, si no ligas. Ahora las chicas sólo se fijan en el físico, pero verás cómo dentro de unos años lo que les gusta de los chicos es que tengan labia y tema de conversación.
Y pasaron unos pocos años, y efectivamente las chicas ya no se fijaban tanto en la cara, ni en la media melena, ni en la gracia al vestir. Toño hablaba y hablaba con ellas y ellas formaban un corro alrededor y hacían eco de sus risas. “¡Con qué gracia habla Toño!”, coincidían todas. Yo, entretanto, estaba en un rincón bebiendo cubatas —ya éramos mayores de edad— y en silencio, taciturno. “¿Qué le pasa a tu amigo?” “Eso digo yo, ¿qué te pasa, Miguel?” Y es que a mí me fastidiaba un poco a esas alturas ponerme a conversar de naderías; yo estaba entonces descubriendo la literatura y la pintura y la música y me sumía en profundas meditaciones sobre el sentido de la vida, sobre la creación artística, sobre la existencia bohemia, al margen de los convencionalismos…
—Tú tranquilo, chaval. Ya verás como dentro de unos años lo que les gusta a las chicas son los tíos interesantes.
Y pasaron los años y Toño se volvió interesantísimo. Quedaba con unas chicas, por ejemplo, y llegaba como desganado, retraído, cabizbajo, y se quedaba parado en un rincón. “Cuéntame qué te pasa, Toño”, enseguida le preguntaba una chica. “No, nada —decía él—, la vida… —y después de hacerse un rato de rogar, al fin decía: —…Schopenhauer, ya sabes. Kierkegaard. MacLuhan…”.
“Qué interesante eres, Toño”. “¿Verdad que sí?”. “Por cierto, ¿qué le pasa a tu amigo, que no hace más que llorar y sollozar en ese rincón?”.
Y es que por aquella época había comenzado el gran drama de mi vida: me estaba quedando calvo. Tocándome compulsivamente el cartón me preguntaba por qué, por qué a mí. Todos los tontos de pueblo, por ejemplo, tienen una mata de pelo hirsuto y rebelde; así la lucían los de Puerto Hurraco, y El Arropiero, por ejemplo, ese asesino en serie, cuando le detuvieron, y eso que llevaba semanas sin lavarse la cabeza, no mostraba ni la menor entrada ni el más leve indicio de alopecia seborreica. Y yo, sin embargo… A duras penas podía contener las lágrimas, lo que al fin provocaba que las chicas me rehuyesen por tristón, cenizo y, encima, calvo.
—No te preocupes, amigo. Que de aquí a unos años, hazme caso, lo que les gustará a las mujeres serán los tíos sensibles.
Y pasó el tiempo y, en efecto, Toño el Rubio se mostraba a todas horas compungidas, medio lloroso, siempre afectado por algo —la lluvia, la primavera, esa rara melancolía—. Las chicas se deshacían al verle así de humano y tierno. Yo, mientras tanto, ya totalmente calvatrueno, pasada mi gran crisis de identidad, había optado a aquellas alturas por reírme de mí mismo, y no tomarme demasiado en serio. La vida se había burlado de mí dejándome sin pelo y no querría ahora que yo me tomara la existencia en tono grave.
—No sé de qué te ríes, la verdad —me reprochó alguna chica—; está tu amigo ahí destrozado, que no levanta cabeza, y tú con una sonrisa de oreja a oreja. Pareces tonto. Adiós.
—No pasa nada, socio, si no te comes un rosco. Verás como de aquí a unos años lo que les gusta a los mujeres son los hombres con sentido del humor.
El otro día apareció mi amigo Toño con una amplia sonrisa. “He quedado con unas chicas —me dijo—, para echarnos unas risas”. Pero yo lamenté no poder ir. No estoy para bromas. Me he apuntado en un gimnasio y tengo que bajar estos kilos y eliminar estos michelines. Ya no es sólo por mi salud: estoy seguro de que a las chicas, dentro de pocos años, le gustarán los hombres que conserven un físico presentable. Y todavía miro más a largo plazo: tengo que dejar de fumar, y de beber, y de comer grasas, para durar muchos años. Estoy seguro de que, a determinada edad, las chicas se conformarán simplemente con que estés vivo.
FUENTE: http://kevinvazquez.blogspot.com/
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