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lunes, 6 de septiembre de 2010

ZALACAÍN EL AVENTURERO


CÓMO VIVIÓ Y SE EDUCÓ MARTÍN ZALACAÍN

Un camino en cuesta baja de la Ciudadela pasa por encima del cementerio y atraviesa el portal de Francia. Este camino, en la parte alta, tiene a los lados varias cruces de piedra, que terminan en una ermita y por la parte baja, después de entrar en la ciudad, se convierte en calle. A la izquierda del camino, antes de la muralla, había hace años un caserío viejo, medio derruido, con el tejado terrero lleno de pedruscos y la piedra arenisca de sus paredes desgastada por la acción de la humedad y del aire.

En el frente de la decrépita y pobre casa, un agujero indicaba dónde estuvo en otro tiempo el escudo, y debajo de él se adivinaban, más bien que se leían, varias letras que componían una frase latina:

«Post funera virtus vivit»

En este caserío nació y pasó los primeros años de su infancia Martín Zalacaín de Urbia, el que, más tarde, había de ser llamado Zalacaín el Aventurero; en este caserío soñó sus primeras aventuras y rompió los primeros pantalones.

Los Zalacaín vivían a pocos pasos de Urbia, pero ni Martín ni su familia eran ciudadanos; faltaban a su casa unos metros para formar parte de la villa.

El padre de Martín fue labrador, un hombre obscuro y poco comunicativo, muerto en una epidemia de viruelas; la madre de Martín tampoco era mujer de carácter; vivió en esa obscuridad psicológica normal entre la gente del campo, y pasó de soltera a casada y de casada a viuda con absoluta inconsciencia. Al morir su marido, quedó con dos hijos Martín y una niña menor, llamada Ignacia.

El caserío donde habitaban los Zalacaín pertenecía a la familia de Ohando, familia la más antigua aristocrática y rica de Urbia.

Vivía la madre de Martín casi de la misericordia de los Ohandos.



En tales condiciones de pobreza y de miseria, parecía lógico que, por herencia y por la acción del ambiente, Martín fuese como su padre y su madre, obscuro, tímido y apocado; pero el muchacho resultó decidido, temerario y audaz.

En esta época, los chicos no iban tanto a la escuela como ahora, y Martín pasó mucho tiempo sin sentarse en sus bancos. No sabía de ella más si no que era un sitio obscuro, con unos cartelones blancos en las paredes, lo cual no le animaba a entrar. Le alejaba también de aquel modesto centro de enseñanza el ver que los chicos de la calle no le consideraban como uno de los suyos, a causa de vivir fuera del pueblo y de andar siempre hecho un andrajoso.

Por este motivo les tenía algún odio; así que cuando algunos chiquillos de los caseríos de extramuros entraban en la calle y comenzaban a pedradas con los ciudadanos, Martín era de los más encarnizados en el combate; capitaneaba las hordas bárbaras, las dirigía y hasta las dominaba.

Tenía entre los demás chicos el ascendiente de su audacia y de su temeridad. No había rincón del pueblo que Martín no conociera. Para él, Urbia era la reunión de todas las bellezas, el compendio de todos los intereses y magnificencias.

Nadie se ocupaba de él, no compartía con los demás chicos la escuela y huroneaba por todas partes. Su abandono le obligaba a formarse sus ideas espontáneamente y a templar la osadía con la prudencia.

Mientras los niños de su edad aprendían a leer, él daba la vuelta a la muralla, sin que le asustasen las piedras derrumbadas, ni las zarzas que cerraban el paso.



Sabía dónde había palomas torcaces é intentaba coger sus nidos, robaba fruta y cogía moras y fresas silvestres.

A los ocho años, Martín gozaba de una mala fama digna ya de un hombre. Un día, al salir de la escuela, Carlos Ohando, el hijo de la familia rica que dejaba por limosna el caserío a la madre de Martín, señalándole con el dedo, gritó:

— ¡Ese! Ese es un ladrón.

— ¡Yo! -exclamó Martín.

— Tú, sí. El otro día te vi que estabas robando peras en mi casa. Toda tu familia es de ladrones.

Martín, aunque respecto a él no podía negar la exactitud del cargo, creyó no debía permitir este ultraje dirigido a los Zalacaín y, abalanzándose sobre el joven Ohando, le dió una bofetada morrocotuda. Ohando contestó con un puñetazo, se agarraron los dos y cayeron al suelo, se dieron de trompicones, pero Martín, más fuerte, tumbaba siempre al contrario. Un alpargatero tuvo que intervenir en la contienda y, a puntapiés y a empujones, separó a los dos adversarios. Martín se separó triunfante y el joven Ohando, magullado y maltrecho, se fué a su casa.

La madre de Martín, al saber el suceso, quiso obligar a su hijo a presentarse en casa de Ohando y a pedir perdón a Carlos, pero Martín afirmó que antes lo matarían. Ella tuvo que encargarse de dar toda clase de excusas y explicaciones a la poderosa familia.

Desde entonces, la madre miraba a su hijo como a un réprobo.

— ¡De dónde ha salido este chico así! -decía, y experimentaba al pensar en él un sentimiento confuso de amor y de pena, solo comparable con el asombro y la desesperación de la gallina, cuando empolla huevos de pato y ve que sus hijos se zambullen en el agua sin miedo y van nadando valientemente.

Esta novela de aventuras de Pío Baroja fue dada a la imprenta en 1909. Zalacaín es un héroe popular cuya peripecia se desarrolla durante el periodo histórico de las Guerras Carlistas. Pero lejos de ser una novela histórica es una novela de aventuras fantásticas de corte romántico y con final trágico. Baroja tenía a esta obra como una de las mejor acabas de su producción literaria. El hecho de que sea una lectura obligatoria en los institutos españoles le ha canjeado no pocos enemigos entre los adolescentes, que la ven como una aburrida tarea escolar. Como El Quijote, El Lazarillo de Tormes y tantas obras maestras de nuestra literatura que, sin ninguna introducción histórica y sin la adecuada preparación lectora de los educandos, son vistas como unos verdaderos suplicios. Pero la verdad es que, sin entrar en sesudos análisis histórico-literarios, son narraciones de pura aventura dignas de una película o del guión de un video juego. Cosas veredes, amigo Sancho.


Sinopsis

La obra narra las aventuras y desventuras de un muchacho vasco, Martín Zalacaín, nacido en la villa imaginaria de Urbía y criado por un viejo pariente, Miguel Tellagorri, un cínico de la taberna del Arcale. Su hermana, Ignacia o «la Iñasi», es pretendida de amores por el señorito Carlos de Ohando, su enemigo y hermano de Catalina de Ohando, a la que Zalacaín ama. Para evitar que Carlos engañe a su hermana Ignacia, Martín la casa con un amigo suyo, Bautista Urbide, ayudante del panadero del pueblo. El matrimonio se irá a vivir a Zaro, un pueblecito vascofrancés, pero luego Bautista acompañará a Martín Zalacaín en muchas de sus correrías.

En las primeras aventuras, en el contexto de la Tercera Guerra Carlista, Zalacaín y Bautista trafican a través de la frontera hispano-francesa ayudados por un sujeto llamado Capistun. En ellas, Zalacaín y su amigo se unen a la banda del Cura, asesino al servicio de los carlistas, de la que luego desertarán, acabando con muchos de sus compinches.

En la segunda parte, Zalacaín huye de la cárcel, por lo que es perseguido por los carlistas. Tras una azarosa vida, se consigue casar con Catalina, con la que tiene un hijo, José Miguel.

© JAVIER CORIA

FUENTE SINOPSIS: http://es.wikipedia.org/wiki/Zalaca%C3%ADn_el_aventurero
RETRATO: Wikimedia Commons

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