A Javier Coria
Everything is true, except for the facts.
A. T. Cholerton
I. Il pleut, il pleut bergère
Los asesinatos ocurrieron en la última semana de enero de
1955, en Barcelona y Boulogne-Sur-Mer. Aquel enero se recuerda como uno de los
peores del siglo XX. Tormentas de nieve, huracanes y hielo azotaron Europa y al
deshielo se sumó un diluvió que duro casi cuarenta días. No hubo día sin
naufragio, sin población sumergida por las aguas o sin cadáveres dando tumbos
por los ríos. El 16 de enero, hacía las 2 de la tarde, cayó sobre Londres un
manto de oscuridad total. Los mismos ciudadanos que habían aguantado
impertérritos el Blitz, además de los enconados esfuerzos del gobierno
británico y Porton Down por fumigarlos con venenos varios, perdieron, por fin,
la compostura. Hubo ataques de histeria y algún patatús de patriotas que
creyeron que había llegado el Armagedón comunista. La nube de partículas de
carbón se fue en media hora (1).
El corresponsal de ABC en París, presa de un delirium tremens retórico, llamaba al Sena "la
serpiente fluvial de Lutetia" y seguía, metro a metro, la subida del
cauce, la inundación de los puentes y los barrios, apilando adjetivos y
perífrasis mientras otros apilaban sacos de arena. Del 23 al 26 se dieron los
picos más altos de la riada que alcanzó los 7.30 m. sobre el nivel normal. En
un viejo documental vemos que el presidente Mendes-France, con cara de frío y
lástima, sobre todo de sí mismo porque su gobierno estaba en un estado más
ruinoso que París, presenta sus condolencias a un puñado de afectados. Junto a
él, Mitterrand, su ministro de Interior, intenta dar lustre a la bufanda de
jubilado que lleva alzando el mentón a lo Mussolini (2).
Wybot, el joven jefe de la DST, testificando en un proceso
En el Quai des Orfèvres, Maigret estaba cabreado por muchas
razones. Por la oscuridad que llegada al mediodía para quedarse, por la humedad
que rezumaban las paredes de su despacho, por la estufa que calentaba pero no
acababa de secar el abrigo que había colgado al llegar. Y porque no había
dormido bien. A Madame Maigret le dolía una muela y había pasado la noche
callada, sufriente y despierta. La vigilia había sido interminable, sólo con el
ruido de la lluvia y de algún despistado chapoteando por las aceras de Richard
Lenoir. La primera pipa del día se había apagado al minuto. Y no había trabajo:
papeles y problemas, sí, pero ni un solo caso que le llevara fuera de aquella
olla de vapor y aburrimiento. Una turista inglesa, había desaparecido de su
hotel. dejando como único rastro la habitación llena de botellas de ginebra vacías.
Todos los días llamaban desde Londres para saber cómo iba la búsqueda.
Si exceptuamos las veces que han ido a ganarle las guerras a
los franceses, podría decirse que los británicos tienen una enconada afición a
molestarlos, sea dejándolos el país lleno de cementerios, sea criticando el
desayuno continental, sea plantando cadáveres en la puerta, como el perro del
vecino que te caga en tu jardín. Apareciera viva o muerta las explicaciones no
iban a convencer a la prensa británica, que había hecho de la desaparición un
novelón donde se refocilaban con gusto de la incompetencia de la policía
francesa y los peligros de París.
Eliah Meyer, fragmento
de "Smog in the eyes": Informes
inclasificables del espionaje inglés.
Para seguir leyendo: http://gatopardo.blogia.com/2018/031401-roger-wybot-y-el-caso-weston-y-braun-1-.php
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