Carlos Olalla (LQSomos).
La impronta que dejó
Chicho fue enorme. Nadie de quienes le conocieron habla de él sin cariño, respeto
y profunda admiración. Sólo vivió 62 años, nos dejó hace ya quince, pero sus 62
años fueron años intensamente vividos, devorados, arrancados a la vida, una
vida que le dio alegrías y penas, en la que por maestros tuvo a la cárcel y al
dolor, y por hijos a todos los que le conocieron.
Sensibilidad,
inteligencia, creatividad y bonhomía podrían ser los calificativos que le
definían. Hijo de quien ganó una guerra que él quisiera haber perdido, Chicho
Sánchez Ferlosio no fue anarquista por casualidad. Gran parte de las canciones
más populares de este país surgieron de su corazón pero eso pocos son los que
lo saben. El pueblo ha hecho suyas sus canciones y las canta cuando ríe o
cuando llora, cuando lucha, cuando sueña y cuando abraza. Chicho, cantautor
donde los haya, jamás quiso registrar sus canciones. Las escribía para quien
las pudiera necesitar porque para él nada había más anacrónico que pretender
que una canción o un poema te pertenecen por el simple hecho de haberlos
compuesto. Su padre, uno de los principales dirigentes de Falange cuya historia
nos contó David Trueba en Soldados de Salamina, le bautizó José Antonio Julio
Onésimo en honor al fundador de la falange y a la fecha del alzamiento
franquista. A su hijo, de izquierdas desde la adolescencia, no le quedó otra
que bautizarse a sí mismo. Y eligió el apodo de Chicho. Siempre y para todos
fue Chicho. Amigo donde los haya de sus amigos, tuvo en Agustín García Calvo y
Amancio Prada a sus dos inseparables compañeros de quimeras y aventuras.
Amancio Prada, con quien compartió hospital, calle y escenario, decía de él: “Chicho ha sido una de las personas más
inteligentes y bondadosas que he conocido. Se interesaba por todo, sabía de
casi todo. Así se lo dije un día”.
“Qué va,
qué va, lo que pasa es que donde los demás tienen lagunas yo tengo islotes”, me contestó. Era elegante en su desaliño,
educado y generoso, dulcemente ácrata y benevolente; benevolente en el sentido
de querer encontrar el bien, la bondad y el placer… Me llamaba la atención su
mirada reflexiva, siempre lúcida, que te hacía ver las cosas desde una
perspectiva distinta. Pero, por muy crítico que fuera, nunca manaba de él
rencor o amargura. Serio y sonriente. Respetuoso con todo el mundo: “Las ideas son para las personas, y no al
revés. Hay que respetar más a las personas que a las ideas, porque las personas
sufren y las ideas no”. Así era Chicho, un Quijote sin montura, al que la
vida hizo anarquista por razón y convicción que solía decir: “porque en mi cabeza manda el corazón, a
veces callo, aún teniendo razón”.
No
fue fácil su vida. La tragedia siempre le persiguió, y él, soñador sin remedio
y sabio por vocación, jamás perdió su fina ironía y su invencible sentido del
humor: “Nací en 1940. En el colegio nunca
aprobé a la primera y repetí sexto curso. En 1960 me casé. En 1961 estuve preso
por primera vez por una blasfemia que encima no fue verdad. En 1962 me enrolaron
en un importante grupo de gente armada, cuyos jefes me obligaron a cruzar el
estrecho, me llevaron al Sáhara y me impusieron sus métodos y objetivos durante
más de un año, hasta que por fin me licencié como mis compañeros con mi
cartilla militar.
En 1964 murió ahogado mi
primer hijo: iba para cuatro años. En 1966 nació mi segundo hijo y murió mi
padre, a causa sobre todo del tabaco; tengo el buen recuerdo de que se
reconcilió con todos moviendo la cabeza cuando ya no podía hablar.
En 1968 nació
mi única hija. Acabábamos de volver mi mujer y yo del mayo francés, donde
pienso que hubo menos imaginación de lo que se dijo después. En 1970 fuimos los
cuatro a la India en furgoneta, cinco meses viajando: aún no comprendo cómo
salvamos la piel, con la inconsciencia que llevábamos. En 1973 nos separamos
Ana (mi mujer) y yo, por causa mía en un 90 por 100 (ignorancia, egocentrismo,
incomprensión).
En 1975 nació
mi hijo Pablo, que sobre todo por errores y negligencias de al menos tres
médicos quedó con parálisis cerebral: ahora lee, escribe y se desenvuelve
bastante bien. En 1977 murió mi hija de resultas de una caída de caballo. He
cultivado algo de matemáticas (teoría de números, topología), lingüística
(fonética a través de las sílabas), canto y poesía; trabajado de corrector de
imprenta, de estilo, traductor, redactor publicitario, conserje de hotel
(nocturno), camarero; y he descubierto unos cuantos juegos matemático-visuales
y magnéticos. He pertenecido al PCE, FLP y PCE (m-l): el mejor fue el segundo (que
ya no existe) porque tenía en cuenta la naturaleza humana o, si lo prefieren,
el estado de nervios que atravesamos, y no para utilizarlo pragmáticamente,
sino para profundizar en él y modificarlo en lo necesario sin violentarlo”.
Tras desaparecer unos años, Chicho regresa al
panorama musical en 1978. Son los años del “Vihuela”, el pequeño local en el
que canta a sus amigos encarcelados. Su influencia sobre los principales
cantautores de la época fue enorme. Gracias a Chicho y a su machacona
insistencia, Javier Krahe se decidió a cantar en público. Krahe conoció a
Sabina y a Alberto Fernández y de esa relación nació «La Mandrágora». También
influyó en cantautores como Luis Eduardo Aute o Rosa León y, desde luego, en su
inseparable Amancio Prada. La personalidad arrolladora de Chicho hacía que
cuantos se cruzaban en su camino se sintieran fascinados con aquel ser
irrepetible venido de otras épocas o de otros mundos aún por crear.
Se
tomó la vida como lo que es, un juego, y lo jugó con pasión todos los días de
su vida: “Todas las actividades humanas
adoptan la forma de juegos, desde el propio lenguaje”, explicaba. “Lo mejor es jugar las cartas de la vida
como si de un juego se tratase, con la prudencia o generosidad de cada cual,
sin dañar a nadie”. Para Chicho un buen juego era “aquel cuyas reglas son fáciles de explicar y entender, pero difíciles
de dominar”.
Su pensamiento fue
acercándose cada vez más a la acracia, aquella acracia que compartía con su
amigo del alma Agustín García Calvo. No fue casualidad que evolucionara hacia
posiciones anarquistas ya que, en el fondo, posiblemente lo fue desde que
nació, aunque ni siquiera lo supiera. Sus coplas a Durruti, a Ascaso y García
Oliver, los solidarios, son de lo mejor que se ha escrito sobre la figura de
aquellos tres héroes populares que todavía viven en el corazón de quienes
creemos en un mundo sin amos ni propiedad.
Enemigo de banderas, etiquetas o de algo tan zafio y mezquino
como “ganar” dinero, Chicho siempre huyó de lo comercial, de “venderse”. Si
publicó discos fue porque entendió que podrían apoyar la lucha contra la
dictadura. Trovador de todas las luchas y causas que para los más son perdidas,
Chicho sigue vivo en el alma de quienes creemos que otro mundo es posible. Sus
versos y glosas por molestar molestaron tanto al partido socialista como al
partido popular, tanto monta, monta tanto. Por eso defendió abiertamente la
abstención en las elecciones de la transición ya que, como él decía, no son más
que un engaño porque ellos quieren el gobierno y nosotros no: «Os digo en verso
lo que pienso en prosa: / si sólo importa el triunfo o la derrota, / que
perezca la rosa y la gaviota / y que selle al fin su misma losa. / Al voto en
blanco por igual me niego, / porque va a consagrar el rumbo ciego / de un
sistema viciado de antemano”.
Solo
un soñador y un visionario como él podía describir con estos versos lo que
sentía siendo anarquista en un país tan viejo como el nuestro: “Yo soy un moro
judío/ que vive con los cristianos, / no sé qué Dios es el mío/ ni cuáles son
mis hermanos”.
Las canciones de Chicho han
acabado convirtiéndose en himnos universales de la lucha contra la injusticia y
la opresión. No había causa que él considerase justa que se quedase sin
canción. Pero su copla ha arraigado tanto en el imaginario popular que la gente
ha hecho suyas sus canciones cambiándoles incluso la letra si es necesario para
adaptarse permanentemente a esa lucha por un mundo nuevo que dio sentido a su
vida y lo da a la nuestra.
Escuchar cantar a las mujeres de Bilbao su canción “A la
huelga” versionada por ellas para luchar contra el patriarcado y el machismo te
pone la piel de gallina y te demuestra que las canciones son de quien las
necesita. Bien lo sabía Chicho que, allá donde esté, seguro que se habrá reído
a carcajadas y habrá empuñado de nuevo su vieja guitarra para unirse a ellas a
voz en grito.
La
impronta que dejó Chicho fue enorme, como dijimos. Escuchar a jóvenes de hoy
cantando sus coplas y haciendo suyas sus canciones te hace pensar que no todo
está perdido y que, gracias a Chicho y a quienes como él vivieron, ese mundo
nuevo por el que tanto lucharon está cada día un poco más cerca.
Este es el documental
“Mientras el cuerpo aguante” que Fernando Trueba hizo de Chicho y que ha pasado
a ser una película de culto ya que, como bien dijo cuando la rodaba, “Creo que la película va a funcionar bien,
sobre todo en la generación posterior a la mía”.
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