Por: Antonio Iturbe.
“Qué Leer”, la histórica revista de
libros creada en los años 1990, arrastra su agonía por los quioscos tras ventas
y desmanes.*
La revista Qué Leer sobrevive dando boqueadas en su camino
de degradación. Qué Leer
se creó en 1996 empujada por el afán emprendedor de Jesús Ulled, consejero
delegado de la empresa familiar donde nació la revista Fotogramas, posteriormente
anexionada al grupo Hachette. En aquel entonces nadie daba un chavo por una
revista de libros dispuesta a sobrevivir no con subvenciones sino con la venta
de quiosco y siendo atractiva para la publicidad. Se logró con Jorge de Cominges en la
dirección, un consejo asesor con gente que sabía mucho, como Margarita Rivière y Sergio Vila-Sanjuán, y un
equipo de redactores muy libroadictos. Fue durante todos esos años la revista
de libros más vendida de España.
En 2008, el entonces grupo Hachette, en
una maniobra muy de estos tiempos líquidos, vendió la revista y por el camino
despidió a tres personas: un redactor, la secretaria de redacción y la
correctora. La revista no daba pérdidas, pero el margen de beneficio era bajo y
se consideraba que el dinero de la venta invertido en fondos de inversión era
más rentable. Una lección sobre el mundo de los negocios muy propia del
pragmatismo que hoy día se inculca a los estudios, adelgazados de su contenido
humanístico: mejor unos fondos de inversión rentables que unos puestos de
trabajo que sostienen familias. El equipo recibió la noticia de improviso. Una
mañana se presentó en la redacción de Barcelona el responsable de recursos
humanos (habría que buscar otra etiqueta a tan esforzada ocupación) de
Hachette, Francisco
Cabrera, y subió al director de la revista, Toni Iturbe, a un taxi:
le dijo que habían vendido la revista a MC Ediciones, que a la mañana siguiente
empezaban a trabajar en el Passeig de Sant Gervasi y que por el camino a
presentarle a su nuevo dueño fuera pensando a cuál de los dos redactores
despedía. El director de publicaciones de Hachette, Carlos Pardo, ese día no
apareció por allí, ni se puso al teléfono. Al fin y al cabo, sólo eran unos
trabajadores que perdían su empleo tras años en la empresa o se los vendía como
en un zoco. Nada importante para alguien tan serio.
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aquí:
*Por
desgracia, yo soy uno de los damnificados
colaboradores, en este caso, de la revista CLÍO. El trapicheo de estos mercaderes nos dejó sin cobrar los últimos trabajos, claro que peor lo tuvieron los contratados.
colaboradores, en este caso, de la revista CLÍO. El trapicheo de estos mercaderes nos dejó sin cobrar los últimos trabajos, claro que peor lo tuvieron los contratados.
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