Por:
José Luis Mateos.
José
Luis Mateos, en este artículo, critica la actitud equidistante y timorata del
recientemente creado Comisionado de la Memoria Histórica del ayuntamiento de
Madrid.
Hace
un año inaugurábamos, repletos de esperanza, los nuevos Ayuntamientos
democráticos. Los titulábamos como los “Ayuntamientos
del cambio”. Había llegado el momento de poner fin al desastre social,
cultural y humano impuesto por el PP tras una gestión de más de veinte años, un
partido de profundas reminiscencias franquistas, eficaz representante de los
intereses de las élites parasitarias. Toda una ciudad y sus habitantes al
servicio exclusivo del escaparate deseado por las empresas constructoras,
por el sector turístico y el poder financiero. La enajenación de lo público, de
aquello que es de todos y todas, la corrupción, la obscenidad cultural…, han
dejado una ciudad segregada, hostil, en la que la lucha por el espacio ha
tenido vencedores y vencidos, traduciéndose en un crecimiento desmedido de la
exclusión social y la pobreza. Todo lo que afectaba a la vida de la ciudadanía
fue escrutado, nada escapó a su control autoritario. Si en el terreno de los
derechos sociales hemos padecido una auténtica calamidad ¿qué podría
afirmarse si nos referimos a las libertades públicas, a los derechos humanos y
particularmente a las víctimas del franquismo?
Es
por ello que cerrar esa ignominiosa etapa se convertía en cuestión de
supervivencia para el adecentamiento de la propia ciudad a la vez que un
estímulo para el florecimiento de nuevos derechos. La memoria necesitaba de
espacio, el “cambio” requería de memoria, concluyendo que no habría cambio sin
memoria.
Desde
entonces, la nueva Corporación se esforzó en representar e interpretar las
demandas de verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición. Era una
cuestión de reconocimiento de derechos sentidos y reclamados por esa parte de
la sociedad. Es posible que en su intento se manifestaran errores de
coordinación o iniciativas no suficientemente avaladas por el Pleno, todo ello
magnificado por determinados grupos mediáticos interesados en quebrar la
relación del Ayuntamiento con las Asociaciones de víctimas o con la cátedra de
Memoria Histórica de la Universidad Complutense. Aún con esos errores –la nueva
Corporación- no equivocó su lugar. Seguía con las víctimas y dispuesta a
impulsar un Plan Municipal de Memoria Histórica, orientado al cumplimiento de
las recomendaciones de Naciones Unidas en materia de verdad, a dar satisfacción
a las demandas de justicia actuando en representación de los ciudadanos
represaliados o asesinados, a restituir a las víctimas la recuperación o
indemnización por los bienes y documentación incautados y, en definitiva, a
fomentar una cultura de conocimiento y respeto de los derechos humanos. De eso
se trataba y de esto se trata.
No obstante, la derecha madrileña no
podía permanecer quieta. Su relato es simple pero contundente: ¡Qué drama que a las víctimas del franquismo se les reconozcan
derechos! A fin de cuentas no son sus víctimas y en consecuencia, no pueden
tolerar perder el monopolio que ostentan en la representación de las mismas
(del terrorismo de ETA, se entiende). Para el PP, las víctimas del franquismo
no son víctimas del terrorismo de Estado, sino de una lucha fratricida en la
que todos mataban y todos morían.
La
creación reciente del Comisionado de la
Memoria Histórica del Ayuntamiento de Madrid, parece encontrar la virtud en
ese punto justo: ese punto que no cuestiona lo vigente y que apunta, en la práctica, a un viejo relato “bendecido” –nunca
mejor dicho- y consagrado a la reconciliación, en este caso de los
“nietos”. Pero si lo que ocurrió hace 40
años fue resultado de una desigual relación de fuerzas entre diferentes grupos
sociales en que unos, pugnaban por liquidar el franquismo y otros, por asegurar
sus pervivencias; reproducir hoy
aquel escenario no deja de ser una malévola burla histórica. Puede que el
régimen de la Transición viva la peor de sus crisis, pero difícilmente se le
apuntala con un discurso tan añejo como impropio de los tiempos de cambio,
tiempos de recuperar derechos y no de recreación de un pasado que cada día
resulta más cuestionable, nada modélico y grotesco en grado sumo.
En la
Exposición de Motivos del Acuerdo por el que se crea el Comisionado de Memoria
Histórica se siguen manifestando las contradicciones del Gobierno municipal,
independientemente de la necesidad o no de crear un organismo específico. En
cambio, no parece difícil establecer correspondencia entre los motivos que
informan el Comisionado y la composición del mismo. La bifurcación que se abre
es tremenda, un mundo separa la necesidad de reconocer a las víctimas del
franquismo y quienes tienen encomendado el hacerlo. No es este el camino que
esperábamos. De nuevo, los derechos humanos vuelven a subordinarse a lo
que sea tolerable para la derecha municipal, siempre dispuesta a no renunciar a
su memoria de victoria.
No era això, companys, no era això
Pel que varen morir tantes flors
Pel que varen plorar tants anhels
Potser cal ser valents altre cop
I dir no, amics meus, no es això
(“No es això, companys”. Lluis Llach)
Pel que varen morir tantes flors
Pel que varen plorar tants anhels
Potser cal ser valents altre cop
I dir no, amics meus, no es això
(“No es això, companys”. Lluis Llach)
En
resumen, la constitución del Comisionado parece limitarse a la restitución de
la tímida Ley 52/2007 de Memoria Histórica, que más allá de la modificación del
callejero o la retirada de la simbología franquista del patrimonio cultural y
urbano, está lejos de ser el cauce administrativo para el desarrollo integral
de políticas públicas en esta materia. El
supuesto Plan Integral no contempla, en ningún caso, la erradicación de la
impunidad del franquismo como una cuestión heredada de la Dictadura y no resuelta
durante la Transición. Bien es cierto que, aunque las competencias
municipales sean limitadas, la Verdad, la Justicia, la Reparación y las
Garantías de no repetición deberían figurar como objetivos políticos, sociales
e inter-institucionales, cualquiera que sea la Administración democrática de
que se trate.
Cuando
se trata de reconocer derechos a las víctimas del franquismo, un aluvión de
víctimas se pone encima de las fosas todavía cerradas. Son las víctimas de ETA
y las víctimas de la Guerra Civil, en este caso las pertenecientes al bando
franquista. No importa que dichas víctimas dispongan de reconocimiento público
e institucional, que hayan sido reparadas y sus herederos indemnizados. Estas
víctimas han tenido un tratamiento específico, las del franquismo nunca. Bajo la etiqueta de equiparación de “todas
las víctimas” anida el objeto de negar los derechos humanos a quienes,
precisamente, no los tienen reconocidos.
Han de saber que las víctimas del
franquismo no queremos acceso regalado a puestos de trabajo en la Función
Pública, ni la concesión de Administraciones de Lotería o de títulos
universitarios sin estudio alguno. Lástima que este despropósito implique el
fracaso de un proyecto de cambio en materia de derechos humanos. El consenso con la derecha, esa que
de cuando en cuando participa de la exaltación del franquismo, tiene por
objeto, casi como único objeto, impedir el reconocimiento de lo que sería
natural en una sociedad plenamente democrática. Recordemos que las víctimas del
nazismo jamás buscaron el consenso con sus victimarios (¿qué se puede
consensuar ante crímenes de lesa humanidad calificados de imprescriptibles?).
Cuarenta
años después, lo que no pudo solucionar ni reparar la Transición, seguirá sin
repararse. “El tiempo pasa y la impunidad
permanece” dice Amnistía Internacional. Sin duda, Lluís Llach tenía razón
cuando en el ya lejano 1979 nos recordó aquello de no es esto,
compañeros, no es esto. No lo era entonces y no lo es ahora.
José
Luis Mateos es miembro de la Coordinadora Estatal de Apoyo a
la Querella Argentina (CeAQUA) y escribe en el blog del diario Público: Dominio Público.
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