El pasado me de diciembre nos
enteramos por la prensa que un investigador –Esben Brage- descubrió, en un
archivo de la familia danesa de apellido Plum, un manuscrito inédito que podría
ser el primer cuento de Hans Christian Andersen, ya que sitúan su escritura
alrededor de 1820, cuando Andersen aún estaba estudiando. Los expertos, como
Ejnar Stig Askgaard, han autentificado las 700 palabras del cuento que, como
obra primeriza, no tiene la fuerza ni calidad de los cuentos más famosos de
Andersen. El traductor al castellano de la
obra del autor danés, Enrique Bernárdez, ya nos ha ofrecido una primera versión,
y aquí la tienen:
LA VELA DE SEBO
Hervía y bullía mientras el fuego
llameaba bajo de la olla, era la cuna de la vela de sebo, y de aquella cálida cuna
brotó la vela entera, esbelta, de una sola pieza y un blanco deslumbrante, con
una forma que hizo que todos quienes la veían pensaran que prometía un futuro
luminoso y deslumbrante; y que esas promesas que todos veían, habrían de
mantenerse y realizarse.
La oveja, una preciosa ovejita,
era la madre de la vela, y el crisol era su padre. De su madre había heredado
el cuerpo, deslumbrantemente blanco, y una vaga idea de la vida; y de su padre
había recibido el ansia de ardiente fuego que atravesaría médula y hueso… y
fulguraría en la vida.
Sí, así nació y creció cuando con
las mayores, más luminosas expectativas, así se lanzó a la vida. Allí encontró
a otras muchas criaturas extrañas, a las que se juntó; pues quería conocer la
vida y hallar tal vez, al mismo tiempo, el lugar dónde más a gusto pudiera
sentirse. Pero su confianza en el mundo era excesiva; este solo se preocupaba
por sí mismo, nada en absoluto por la vela de sebo; pues era incapaz de
comprender para qué podía servir, por eso intentó usarla en provecho propio y
cogió la vela de forma equivocada, los negros dedos llenaron de manchas cada
vez mayores el límpido color de la inocencia, que al poco desapareció por
completo y quedó totalmente cubierto por la suciedad del mundo que la rodeaba,
había estado en un contacto demasiado estrecho con ella, mucho más cercano de
lo que podía aguantar la vela, que no sabía distinguir lo limpio de lo sucio…
pero en su interior seguía siendo inocente y pura.
Vieron entonces sus falsos amigos
que no podían llegar hasta su interior, y furiosos tiraron la vela como un
trasto inútil.
Y la negra cáscara externa no
dejaba entrar a los buenos, que tenían miedo de ensuciarse con el negro color,
temían llenarse de manchas también ellos… de modo que no se acercaban.
La vela de sebo estaba ahora sola
y abandonada, no sabía qué hacer. Se veía rechazada por los buenos y descubría
también que no era más que un objeto destinado a hacer el mal, se sintió
inmensamente desdichada porque no había dedicado su vida a nada provechoso, que
incluso, tal vez, había manchado de negro lo mejor que había en torno suyo, y
no conseguía entender por qué ni para qué había sido creada, por qué tenía que
vivir en la tierra, quizá destruyéndose a sí misma y a otros. Más y más, cada
vez más profundamente reflexionó, pero cuanto más pensaba, tanto mayor era su
desánimo, pues a fin de cuentas no conseguía encontrar nada bueno, ningún
sentido auténtico en su existencia, ni lograba distinguir la misión que se le
había encomendado al nacer. Era como si su negra cubierta hubiera velado
también sus ojos.
Mas apareció entonces una llamita:
un mechero; este conocía a la vela de sebo mejor que ella misma; porque el
mechero veía con toda claridad -a través incluso de la cáscara externa- y en el
interior vio que era buena; por eso se aproximó a ella, y luminosas esperanzas
se despertaron en la vela; se encendió y su corazón se derritió.
La llama relució como una alegre
antorcha de esponsales, todo estaba iluminado y claro a su alrededor, e
iluminó al camino para quienes la llevaban, sus verdaderos amigos… que felices
buscaban ahora la verdad ayudados por el resplandor de la vela.
Pero también el cuerpo tenía
fuerza suficiente para alimentar y dar vida al llameante fuego. Gota a gota,
semillas de una nueva vida caían por todas partes, descendiendo en gotas por el
tronco cubierto con sus miembros: suciedad del pasado. No eran solamente
producto físico, también espiritual de los esponsales.
Y la vela de sebo encontró su
lugar en la vida, y supo que era una auténtica vela que lució largo tiempo para
alegría de ella misma y de las demás criaturas.
Hans Christian Andersen
(Traducido por Enrique Bernárdez)
ILUSTRACIONES: Anne Anderson
Gracias amigo Javier por habernos facilitado la lectura de este inédito cuento de Andersen que tantos sueños nos despertó en nuestra niñez con sus relatos, y que en estos momentos tan revueltos y confusos, más que nunca, necesitamos volver a ellos. Un saludo. Eloy Martínez
ResponderEliminarNo hay de qué, Eloy, te sigo.
ResponderEliminar