No
hablemos del hambre,
estridente
reclamo del vacío
intransferible,
y qué decir del frío,
excrecencia
o punzada en los nudillos,
hasta la
médula y
la nuca desolladas,
si no
escribo de la pesarosa penumbra de zapatos
ni del
tacón que
falta en la esperanza,
con
ropas desflecadas, ya sin marca de fábrica.
Una
esmerada educación todo
lo salva
y me
solidarizo con la anorexia del gourmet,
disiento
de la conveniencia del visón con los vaqueros,
y
prosigo la eterna discusión sobre el fondo y la forma,
con esta
protocolar impertinencia de duquesa arruinada,
que gastó a manos llenas, sin crédito ni avales.
Secretamente
conjuro a Jean Genet:
en su
honor degüello a
un rentista ahorrativo,
descuartizo
a los inapetentes comensales de un festín,
y ahorco
con hilos de lamé
trenzados
a
ociosas benefactoras de la alta costura
en
insomnios beatíficos
después de no
cenar.
La noche de las Águedas (inédito), por: Clotilde Tabroni (Seudónimo). Foto: Eugène Atget.
No hay comentarios:
Publicar un comentario