Por:
Javier Coria
Ion Arretxe, cuando contaba 21 años y
residía con su familia en Rentería (Guipúzcoa), fue detenido y torturado por
guardiaciviles del Cuartel de Intxaurrondo, que comandaba el siniestro miembro
de GAL, el general Enrique Rodríguez Galindo. En esa misma operación fue
detenido Mikel Zabalza, que fue torturado hasta la muerte. Arretxe, que vivió para
contarlo, estuvo en Barcelona y nos dio testimonio de esa dramática experiencia
amparada por la Ley Antiterrorista del PSOE y del entonces presidente del
gobierno, Felipe González.
Ion
Arretxe (Errenteria-Orereta, 1964) es escenógrafo y decorador de cine y
televisión. Como dibujante y guionista ha colaborado en diversas revistas de
cómic y periódicos. Actualmente es guionista de la tira “Grouñidos en el
desierto” (creada por Ventura & Nieto), que aparece cada semana en El Jueves, y que firma con el seudónimo de “Bisnieto”. Aunque la actividad principal de Arretxe es
el cine y sería imposible enumerar la lista de films en los que ha trabajado.
Como director ha dirigido tres cortometrajes, y con el gran escritor de género
negro Carlos Pérez Merinero, es el autor del guión de la película “Cuando todo
esté en orden”, que dirigió César Martínez Herrada. Menos conocido es que Ion
Arretxe es letrista de canciones populares, entre ellas: Tenía un novio en Alsasua y El
hijo de la Pili. Como escritor ha escrito dos libros autobiográficos, el
primero fue Parole, parole. Una infancia
en Rentería, y el que está presentando estos días, Intxaurrondo. La sombra del nogal, ambos publicados por el sello Ediciones
El Garaje.
La sombra de nogal enfría el alma
El
abuelo de Ion Arretxe decía: “… que la
sombra del nogal era tan mala porque enfriaba el alma, y también decía que
quien dormía a la sombra de un nogal acabaría muriendo de pena”. Intxaurrondo
es el barrio donostiarra donde está la Comandancia de la Guardia Civil, en
Guipúzcoa. La palabra “Intxaurrondo” es como se llama en euskera al árbol cuyo
fruto es la nuez, el nogal. No iba desencaminado el aitona Gonzalo cuando decía esto, porque sería en el “Cuartel del
nogal” donde su nieto viviría su más dramática experiencia vital. Claro que la
pena fue reconvertida en ganas de vivir y de crear y, a pesar de lo trágico, el
humor y la ironía afloran en el texto de este libro. Así, la angustia y sobre
todo la rabia del lector, se ven mitigadas por la pericia del escritor, que nos
da momentos de respiro con frases ingeniosas y rotundas. La vida no tiene un
discurrir lineal. Una cara de un desconocido nos trae recuerdos de otras
personas, un olor nos evoca una situación pasada y que creíamos olvidada, los
sueños, los pensamientos…, en fin, que nuestra vida la vamos componiendo sobre
la marcha y a retazos, y así está escrito Intxaurrondo.
La sombra del nogal. El texto es un fresco de situaciones de un joven vasco
de 21 años estudiante de arte; de la “movida” contracultural, con sus fanzines, revistas, etc.; con los grupos
de teatro independientes y las radios libres, el rock…De cómo llegó la heroína
que truncó tantas vidas y, cómo no, de las luchas y las barricadas.
La vivencia de la tortura
Claro
que todo lo dicho es el contexto de la situación kafkiana y la orgía de
torturas que sufrió Ion Arretxe al ser detenido. No era de ETA, aunque se le
acusó de pertenecer a un comando, pero todo joven simpatizante de la izquierda
aberzale, es más, todo joven vasco, era sospechoso de ser terrorista. Estaba en
vigor el llamado Plan Zen (Zona Especial del Norte), y la Ley Antiterrorista
amparaba una “investigación” policial que consistía en sacar a golpes y
sofisticadas torturas, informaciones o forzadas confesiones, fueran reales o
no. Como en una broma pesada, resulta que España en el mes de febrero de aquel año de 1985, había firmado la Convención de
la ONU Contra la Tortura. No es un libro de revancha, ni de reivindicación,
ni de odio, es un libro de memoria, que no de perdón, pero sobre todo es un
libro de resistencia del ser humano, y de todos aquellos represaliados que
exigen reparación y justicia, y sobre todo, que se les reconozca su condición
de víctimas. Pero dejemos que Arretxe tome la palabra en forma de entrevista.
¿Por qué 30 años después?
Mi
historia la escribo 30 años después, pero es una historia que he contado muchas
veces. La primera vez que conté esta historia fue justo después de la peripecia
de mi detección. La Ley Antiterrorista permitía que estuvieras diez días en
manos de la guardiacivil –sin ser acusado de nada-, y después pasé por la
Audiencia Nacional y todavía estuve unos días en la cárcel de Carabanchel, de
propina. Cuando salí fui a una pensión de Madrid, donde me esperaba mi hermana
para irnos a casa. La tortura tiene esto, que es un hecho alucinante que vives,
en mi caso durante diez días, pero luego tienes que volver a tu casa. Cuando
llamé a la puerta de la pensión me abrió un hombre que me dijo: “¿Tú eres el
que viene de hacer la mili?, te está esperando tu hermana”. Mi hermana había
salido, y mientras la esperaba, tenía ganas de contarle a alguien lo que me
había pasado, pero pensé que aquel señor no era el adecuado. Le pregunté se
había alguien más en aquella pensión de la calle Príncipe, y me dijo que había
unas chicas de Bilbao… le dije apresuradamente: “que vengan, que vengan”. Las
senté delante de mío y les conté justo el libro, cuyo comienzo es:
“La
madrugada del 26 de noviembre de 1985, cuando apenas tenía 21 años, fui
detenido por guardiaciviles del Cuartel de Intxaurrondo, sede de la 513
Comandancia de la Guardia Civil, en Guipúzcoa.
El
día anterior, por la mañana, ETA había matado a dos soldados de la Comandancia
de Marina, cerca del Puerto de Pasajes, ametrallando la furgoneta en la que
viajaban.
Y por
la noche, en la misma zona, a un guardiacivil.
Yo
estaba viviendo en casa de mis padres, en la calle del Parque de Rentería.
Vivía
con mis padres y con cinco hermanos, todos más pequeños que yo.
Hacía
sólo unos meses que mi hermano mayor se había ido a vivir por su cuenta.
Me
sacaron de la cama a las tres y media de la madrugada. Yo estaba durmiendo y me
sacaron de la cama (…)
El aita estaba en el suelo. Lo sujetaban
entre varios guardias.
Mi aita era alto y fuerte.
Un
padre en el suelo no es nada, por muy alto y muy fuerte que parezca”.
Para
mí es una de las frases más tristes de la historia. Se produce la impotencia de
tus seres queridos que saben que no pueden hacer nada, y tú sabes que tu padre
tampoco puede hacer nada. En ese momento que ves que tu padre está caído
delante tuyo, y por mucho que te mire y gritara: “¡Llevadme a mí!, sabías que
ibas a ser tú quien pasaría por Intxaurrondo y que nadie te podía a salvar.
Pero en 1985 nos decían que estábamos
en plena democracia, ¿pensabais en la tortura?
En
este libro he querido hablar de mi experiencia, de mi terrible experiencia en
aquellos días que pasé en Intxaurrondo, una experiencia delirante, porque
claro, estamos hablando de diez días enteros con la Guardia Civil, encima yo
nunca estuve en un calabozo, una cosa sorprendente. La gente de Rentería de los
años ochenta hablábamos de las detenciones, porque había muchas entonces,
detenían a mucha gente y había muchas que denunciaban torturas; sabíamos que si
te detenían te podían torturar. Pero por mucho que nos imaginásemos los
horrores de Intxaurrondo, yo no me podía imaginar que no había un calabozo
donde estar. Yo creía, como en las películas, que te llevaban a un calabozo,
luego te torturaran, te harán cosas…, pero en el calabozo. Pero cuando me
sacaron a mí de casa me llevaron al monte y me interrogaron en un río, cosa que
no has oído hablar en tu vida. El horror ese, te produce la sensación que has
entrado en un territorio desconocido que no es el tuyo para nada… ¡en los
territorios del terror!, entras en un lugar donde no hay leyes ni nada. Te ha
detenido la Guardia Civil, pero has entrado en un mundo que tiene que ver más
con Dante y los infiernos que con el mundo que hasta entonces conocías. Pero no
sólo por el paseíllo por el río, que fue posiblemente donde mataron a Mikel
Zabalza, sino que luego estuve en un piso vacío del cuartel.
¿Cómo fue lo de Zabalza?
Como
sabéis, lo detuvieron a la vez que a mí y nos acusaban de pertenecer al mismo
comando. Mi testimonio hubiera sido un testimonio de torturas más, de tantos
que ha habido en Euskal Herria, si no fuera porque al otro detenido lo mataron.
La familia de Zabalza, cuando preguntaba por él en el cuartel de Intxaurrondo,
lo mismo que hacía mi familia, les decían que cuando habían ido a comprobar
donde estaba un zulo de armas, por la noche, se había tirado al río Bidasoa,
esposado como estaba, y había huido a Francia. Seguramente lo interrogaron en
el río como a mí y lo mataron aquella misma noche. Yo siempre pensé que, por
una parte, tuve mucha suerte de no haber sido Mikel Zabalza, al cual dedico el
libro, pero por otra me comprometí a contar esto, con pelos y señales. Como os
dije, lo conté a aquellas chicas de Bilbao, pero enseguida también lo conté en
los juzgados de San Sebastián, donde puse una denuncia, lo relato en el epílogo
del libro. El juez no podía contener las ganas de vomitar cuando le describí
las torturas con detalle. Luego lo conté a mucha gente… ¿pero en qué situación
puedes contar todo esto que te ha pasado a un amigo? La tortura tiene mucho que
ver con la violación, una persona torturada primero no entiende bien qué le ha
pasado a nivel físico…, el pensar que estabas en manos de un montón de gente
que podían hacer contigo lo que quisieran…Esa pérdida de dignidad es muy
difícil contarla, y es preferible callarla, pero, por otro lado, cuando te
torturan hablas de muchas cosas, en el libro lo digo.
Mikel Zabalza
Pero tú no eras un etarra…
Bajo
las torturas no sólo contaba lo que sabía, contaba lo que me inventaba y lo que
ellos querían oír. Me di cuenta que lo que ellos querían era tener a un tío de
ETA delante, y se encontraron, bueno… Me ponían una pistola en la mesa y me
decían que la cogiera, y se daban cuenta que yo no había cogido una pistola en
la vida. Les dije que no había hecho la mili y me dijeron: “¡Qué no has hecho
la mili! ¿Qué pasa, que ahora en ETA cogen a los más tontos del pueblo?”. Yo no
había hecho la mili, no tenía carnet de conducir ni sabía hacerlo. Lo
surrealista del caso es que yo delante de ellos quería ser un gran etarra y no
llegaba ni a eso; quería demostrarles que yo era una persona importante dentro
de la organización. Estar detenido y que te torturen siendo un mierda,
es como lo peor. Como decía, esa falta de dignidad, y el que metes la pata, y
con la torturas cuentas cosas, y que después tiene que dar explicaciones a
mucha gente, eso unido al mito de los detenidos torturados y que no hablan…
Nosotros, en Euskadi, tenemos una canción mítica que aprendemos desde niños que
habla de eso, Itziaren semea (El hijo
de Itziar):
itziaren semea, hori duk mutila!
Inor salatu baino nahiago du hila.
Arro egon litake Maji neskatila
espetxetik jali ta joanen zaio bila!
(El hijo de Itziar, ¡ése sí que es buen chaval! – Antes prefiere la
muerte que delatar a nadie.- ¡Ya puede estar orgullosa la joven Maji – cuando
vaya a buscarle a la salida de la cárcel!)
Claro,
cuando llegas allá, quieres ser el hijo de Itziar, pero lo eres un rato. Y
luego cuando sales, ves que no fuiste el hijo de Itziar, y cantas la canción
con todos, pero piensas: quizá no la puedo cantar tan alto… Esa idea ha hecho
mucho daño también, esa idea del militante que tiene que callarse hasta la
muerte… pues te crea un complejo de culpabilidad que hace que prefieras no
hablar de lo que te ha pasado. Cuando me he visto con el humor, con las ganas,
con la técnica también y el tono adecuado, he escrito el libro, 30 años
después.
¿Cuándo decidiste ponerte a escribir
el libro?
Pues
en parte se lo debo a Enrique Ventura, porque haciendo con él los guiones para El Jueves como Ventura & Bisnieto, a
veces voy metiendo en el ordenador otras ideas cuando no se me ocurre nada
genial para la tira, y me dije, pues voy a escribir lo que me pasó…, porque
para mí y para mi familia, esto de Intxaurrondo, siempre fue “lo que te pasó”.
Recuerdo a mi madre, que ha fallecido este año, que siempre me decía: “Aquello
que te pasó…”. Incluso cuando me encuentro con una vecina me dice: “Es que no
te veía desde aquello que te pasó”… y a aquello que me pasó yo necesitaba
ponerle nombre, ponerle palabras a todo, y escribir un libro. Quizá si lo
hubiera escrito antes lo hubiera hecho de otra manera, con más rabia, pero
pienso que esta es la mejor forma.
¿Pero el libro es como un retrato de
una época… hecho con retazos de recuerdos?
Yo
quería con el libro, a parte de mi historia personal, que es una historia que,
bueno… a veces uno se asombra de las cosas que le han pasado, pero es que esto
me ha pasado. Me decía un señor: “Parece mentira que con lo que te ha pasado
estés tan bien”…, pues imagínate si no me hubiera pasado, cómo estaría…
(risas)… y con ello he convivido hasta el día de hoy. Pues yo también quería
hacer un retrato de aquella época y hablar de mi vida y la de mucha otra gente
en Rentaría. Cuando irrumpen ciertos grupos de rock, cuando teníamos unas
ilusiones y unas esperanzas… siempre muy cercanas, las esperanzas, la vida, la
utopía…, siempre muy cercanas a la muerte, porque en Euskal Herria siempre
hemos vivido muy cercanos a la muerte. Hablábamos del futuro, de la
independencia y del socialismo, pero con un grupo armado, y había muchas
muertes alrededor tuyo. Después estaba el tema de la droga, que ha sido en mi
vida muy paralelo, y muy cercano… la droga, la vida y la muerte, estaba muy
presente. Y quería explicar también la vida de otra mucha gente, gente muy
generosa que hacía muchas cosas porque creían en ellas. El libro está escrito
de una forma fragmentaria, porque la vida es así, los recuerdos…El libro
también tiene que ver con la amistad, se reivindica mucho la amistad.
Sobre la amistad, hay la historia de
un amigo tuyo yonqui…
Si
uno de los pasajes más triste del libro es el de mi padre en el suelo, otro muy
triste, y cuanto más lo releo me lo parece más, tiene que ver con la droga. En
aquel momento uno tenía muchos amigos yonquis, y claro he tenido que reducir su
aparición porque si no se hubiera convertido en un libro de yonquis, que
también podría haber sido. En el libro escribo:
“Mi
amigo BAN se metía un pico detrás de otro. Siempre que podía, se metía un pico.
Detrás
de la iglesia, en la casa de un colega, en el bar de enfrente, en el de la
esquina…
Y
luego unas páginas más adelante:
“Los
padres de BAN estaban muy preocupados por su hijo. Así mismo me lo dijeron
cuando me llamaron por teléfono para hablar del tema. Estaban convencidos de
que fumaba porros.
Por lo visto, su madre le había encontrado algunos
papelillos de fumar en el bolsillo de un pantalón que había echado a lavar.
-¿Y
no habéis encontrado, por un casual, una docena de jeringuillas? – pensé yo-.
Porque vuestro hijo se mete picos por la vena a todas horas y en cualquier
sitio.
Los
padres de BAN me querían mucho, y por eso mismo me dieron más pena. Yo también
estaba preocupado por su hijo, pero no tuve el valor de decirles la verdad”.
Otro
momento donde te piden la verdad y no eres capaz de decirlo. Siempre pienso por
qué no les dije que su hijo se metía picos…
Y al final encontraste el tono para
escribir el libro…
El
libro también tiene que ver con las palabras. El tono de la realidad lo
pusieron ellos, los gritos…, ¿tú imaginas cómo gritaría yo en el monte aquel?,
de madrugada, con un montón de guardiaciviles, envuelto con un plástico
precintado, sumergido en el agua para que hablase del “comando”…esos gritos no
se pueden reproducir, es imposible escribir lo que pasó. El tono de aquello
quedó entre nosotros, no había testigos, ni tú mismo puedes ser testigo, todo
fue de una forma tan extraña y extraordinaria que ni tú mismo eres el testigo
de eso. El tono de la realidad lo pusieron ellos, pero el tono de la escritura
lo pones tú. Estoy orgulloso de este libro por ello, yo he elegido el tono, es
lo que tienen los escritores, se sientan en su casa, tranquilamente, ya sin
guardiaciviles alrededor (risas), y escriben. En aquel momento también tuve que
escribir muchas cosas, que había matado a Manolete…
¿Te inventabas mapas falsos de zulos
de armas?
Me
inventaba donde había armas, porque así ganaba tiempo. Mientras éstos están por
el monte buscando armas –pensaba-, yo estoy más tranquilito aquí, me daban de
fumar… les dibujaba unos planos muy detallados (sonrisa de Ion), de los montes
que yo conocía de haber ido de niño con la escuela. Luego cuando volvían venían
cabreados, pero yo les decía: “¿Pero habéis mirado detrás de la piedra? Es
detrás justo…” Y yo rezaba, rezaba… ojalá que aparezca un zulo, que alguien se
haya dejado un zulo allá…, y así éstos vendrían más contentos, porque en el
fondo estás deseando eso, decirles lo que ellos quieren oír… ellos querían
armas, pues que aparezcan las armas donde sea, aunque no las tenga.
Como
te decía, escribir tiene que ver con el tono y las palabras. Ellos también
utilizaban las palabras, tenía algo que ver con las palabras. El policía de la
gomina me acercó un papel:
“A
ver… Nombre del comando.
En el
papel, invitándome al juego del
ahorcado, un juego con el que tanto habíamos disfrutado en nuestra
infancia, estaban escritas la B y la Z, primera y última palabra que tenía que
encontrar.
Y
entre una y otra… uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis guiones indicando los
seis huecos que había que rellenar con otras tantas letras.
B_ _
_ _ _ _Z.
No era fácil, como escribes en el
libro, en castellano no hay muchas palabras que acaben con Z.
“-Como
decía Urtain- contaba mi amigo BAN antes de hacerse yonqui-, el secreto de los
campeones se resume en las tres Bes: Belocidaz, Boluntaz… ¡y Buevos!
¡Boluntaz!
(…) Ahí lo tienen. Aunque Comando Boluntaz… no sé yo”
Después del chiste de Urtain, que le
hizo gracia a tus captores, encontraste una palabra que encajaba…
Sí, un
apellido, pero el Comando Benítez de ETA… En euskera hay más nombres que
terminan en Z, y repasándolos llegué a… ¡Bianditz!, que además es un monte de
la zona:
“-¿Lo
ves cómo eres del comando Bianditz?- me dijo Caracaballo.
-Al principio
siempre cuesta. Pero al final, todo acaba saliendo- me dijo el de la gomina.
-¡Cuántos
disgustos nos habríamos ahorrado si nos lo hubieras dicho el primer día!”
Y
corrieron a hacer fotocopias”.
Y así
es como terminé siendo miembro del comando Bianditz, porque lo acerté…, al
final todo se reduce a un juego de palabras.
Y entonces conociste a Galindo…
En el
libro lo cuento:
“Se
puso frente a mí…
Me
quitó el cucurucho…
¡Coñe!
-¿Tú
sabes quién soy yo?
-Sí.
Usted es Galindo, el comándate Galindo.
-¿Me
estáis haciendo algún tipo de seguimiento los de tu comando, o qué?
-No.
Nada de eso.
-¿Y
cómo es que me conoces?
-Lo
conozco de verlo en la prensa y en la televisión…”
Luego
me agarró de los huevos y tiró por dos veces, para ponerme de nuevo el
capirote.
Capirote
que el propio Ion Arretxe califica en otra parte del libro como un pararrayos
que atrae las humillaciones. En una sala del Ateneu Barcelonès repleta como
nunca, y franqueado por su amiga la actriz Ariadna Gil, por el padre de ésta, el
prestigioso abogado Ausgust Gil Matamala, uno de los ponentes para que el
Estado español fuera condenado en el Tribunal de Estrasburgo por torturas; y
por la diputada de Catalunya Sí, en el grupo parlamentario de ERC, Gemma Calvet
y entre el público otro diputado, David Fernández, de la CUP. Entre el público
también querellantes de la Querella Argentina, gente del cine y dibujantes de El Jueves. El editor del libro, Manuel
Blanco Chivite, condenado a muerte en los procesos del 27 de septiembre…, en
fin, mucha gente que pudimos seguir el relato de Ion Arretxe. Quizá el relato más
significativo sobre la impunidad de aquellos años, impunidad que aún seguimos viviendo,
fue cuando un guardiacivil se sacó del bolsillo un papel y le leyó sus
derechos, para luego romperlo ante las narices del detenido y decir que el
mismísimo Barrionuevo, Ministro de Interior, les había dicho que la aplicaran
la Ley Antiterrorista, por lo que no tenía ningún derecho, como los presos de
Guantánamo de hoy. Cuántos fiscales, cuántos jueces, cuántos médicos, cuántos
periodistas… fueron cómplices con su silencio de aquello que los más cínicos
llaman hoy “excesos”.
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