Por: Javier Coria
Cuando
el capitán Nemo surcaba los mares con el Nautilus en la popular novela de Julio
Verne Veinte mil leguas de viaje
submarino, comenzada a escribir en 1866 y publicada entre los años 1869-70,
muchos lectores creyeron que estaban ante una de las anticipaciones del
escritor, pero la realidad era otra. El submarino de Verne tuvo unos
antecedentes experimentales que se remontan al siglo XVII. Este trabajo es un
repaso a estas naves sumergibles que se desarrollaron con la industria militar.
Aunque ya en la batalla de Tiro (332 a.
C.) y las guerras Púnicas (264-146 a. C.) se cree que se utilizaron sistemas
rudimentarios de buceo para situarse debajo de las embarcaciones enemigas y
barrenarlas, para encontrar los primeros precedentes que se conocen de una nave
sumergible tenemos que trasladarnos al gabinete de Leonardo Da Vinci. Allí, en
pleno siglo XVI, entre bocetos de máquinas voladoras, carros de combate,
cañones, escafandras, una especie de aletas de buzo…, nos encontramos con los
primeros trazos de una extraña nave, un barco pez ideado para sumergirse bajo
las aguas. El que se autodenominaba como un uomo
senza lettere (un hombre iletrado) porque no conocía la lengua culta, el
latín, que junto a las matemáticas estudió y aprendió a edad madura, hizo
múltiples proyectos que se quedaron en el papel a pesar que muchos de ellos
tenían un detallado estudio de cómo construirlos. Otros no tenían una
aplicación práctica o se adelantaron tanto a su tiempo que eran incomprensibles
para el común de los mortales, y unos cuantos eran bromas excéntricas más cerca
del arte conceptual que de la ingeniería. Pero el barco pez del Homo Universalis encontró su
materialización de la mano de un inventor holandés que sirvió en la Corte de
Jacobo I Estuardo.
Los
primeros intentos
Allá por los años veinte del siglo XVII,
cuando la ciudad de Londres despuntaba como el centro comercial del imperio
Británico y no podía imaginar que unas décadas más tarde quedaría prácticamente
aniquilada su población por la peste bubónica que trajeron las ratas, o que
quedaría destruida por el gran incendio de 1666, los londinenses se asomaron a
las orillas del río Támesis para ser testigos de un gran acontecimiento. Con el
apoyo de la Casa Real, el físico holandés Cornelius Van Drebbel (1572-1633) construyó
una primitiva nave sumergible que se preparaba para surcar las frías aguas del
Támesis ante una multitud expectante. El bote, bautizado con el nombre del
monarca, se asemejaba a una cáscara de nuez y estaba construido de madera y
recubierto de cuero, engrasado, de cabra. Drebbel, al que le debemos
descubrimientos sobre el microscopio y el termómetro, se basó en las
descripciones detalladas que en 1578 realizó el matemático y artillero Real
inglés William Bourne (1535-1582), sobre un bote sumergible que tenía un
mecanismo para tomar y expulsar agua a modo de lastre, pero los proyectos de
Bourne no pasaron de las dos dimensiones del papel. El “Jacobo I” de Drebbel,
por el contrario, tomó forma. Propulsado por una vela cuando navegaba por la
superficie y por la acción de doce remeros cuando se sumergía, el
protosubmarino, con algunos pasajeros, navegó sumergido en un recorrido de ida
y vuelta entre Westminster a Greenwich a 4 metros de profundidad y
una velocidad de 3 nudos. Las aberturas de los remos se estancaban con unos
manguitos de cuero y los navegantes respiraban mediante unos tubos que salían a
la superficie y se mantenían con flotadores y, por primera vez, se utilizó una
solución química para regenerar el aire viciado del interior de la nave. Se
sabe que Drebbel construyó otros dos prototipos y cuenta la leyenda que el
propio monarca embarcó en uno de ellos, pero finalmente la marina británica no
vio una utilización práctica y se abandonaron las investigaciones.
Submarino de Drebbel
Un
sumergible en la Guerra de Independencia estadounidense
En las primeras décadas del siglo XVIII
se proyectaron nuevos sumergibles pero sin llegar a construirse. La
Enciclopedia Británica recoge hasta veinte patentes para sumergibles en 1727,
pero no será hasta 1776 en que un sumergible entre en un combate naval en la
Guerra de Independencia Estadounidense.
El “Turtle” (tortuga) era una especie de
campana de inmersión con forma de huevo que sólo tenía capacidad para un
tripulante. El ingeniero estadounidense David Bushell (1742-1824) fue el
inventor de este artilugio al que, hablando con propiedad, no podemos llamar
submarino. El casco estaba hecho de madera y cobre, y se desplazaba mediante la
acción de pedales y palancas que movían una hélice de cuatro palas en tornillo
situada en la proa. Los timones, en los laterales y la popa, servían para
gobernar la nave que se sumergía a poca profundidad y durante sólo media hora,
al no disponer de mecanismos para purificar el aire. Disponía de unos lastres
de plomo que lo hacían estable en la superficie y otro lastre de agua (wáter-ballast) que se utilizaba para la
inmersión. Iba armado con una mina de 70 kg de pólvora que se hacía explosionar
con un mecanismo de tiempo.
El “Turtle”
Pero el arma secreta, el “Turtle”, que
los patriotas estadounidenses tenían preparada contra los navíos británicos no
dio los resultados deseados y fracasó en todas sus misiones. El relato de una
de ellas está rodeado de las brumas de la leyenda, ya que no existen registros
oficiales del hecho. El 7 de septiembre de 1776, y amparándose en la oscuridad
de la noche, el “Turtle” fue remolcado por una barcaza hasta una distancia
prudencial del buque británico “HMS Eagle” que, con sus 64 cañones, bloqueaba
el puerto de Nueva York. El sargento Ezra Lee se sumergió con el ingenio y
navegó para situarse debajo del casco del “Eagle” y, a través de unos
orificios, pretendía adherir una carga explosiva. La fuerza de las corrientes,
el miedo a ser descubierto y que el aire empezaba a faltar dificultaron las
operaciones hasta que al fin pudo el pionero poner el berbiquí en la madera del
casco. La obra vista del barco estaba
reforzada por una plancha de cobre, lo que hizo fracasar la misión. Ezra
emprendió la huída abandonando la carga explosiva a la deriva, ésta explotó una
hora más tarde a varios metros del buque enemigo. Esto hizo que los ingleses
cambiaran de lugar el barco desbloqueando el puerto, por lo que se consiguió el
resultado pretendido. El “Turtle” embarrancó en su huída y, más tarde, se
hundió con el barco que lo transportaba a una nueva misión.
La
primera victoria de un arma submarina
El 17 de abril de 2004, en el “Magnolia
Cementery” de Charleston (Carolina del Sur), fueron enterrados con honores
militares ocho tripulantes de un artefacto submarino hundido 140 años antes.
Largos años de búsqueda y complicadas operaciones de recuperación, que
culminaron con las pruebas de ADN a los restos humanos encontrados, fueron
necesarios para llegar hasta esa ceremonia. Para conocer los antecedentes de
este acto tenemos que trasladarnos a la fría noche del 17 de febrero de 1864.
Aquella noche, una extraña nave con forma de puro habano navegaba parcialmente
sumergida dirigiéndose hacia el buque insignia de la Armada unionista, el “USS Housatonic”.
Los centinelas vieron el artilugio marino y abrieron fuego, pero sin poder
evitar que los atacantes adhirieran al casco del buque un torpedo. Luego la
nave atacante sudista retrocedió estirando un cabo que los unía al torpedo y
que a su vez servía para detonarlo. La explosión envolvió en llamas al
Housatonic que en pocos minutos se hundió pereciendo cinco de sus tripulantes.
El “H. L. Hunley”, que así se llamaba el sumergible Confederado, emergió del
todo y la tripulación mandó una señal a las tropas de tierra, antes de que la
onda expansiva los llevara al fondo de las aguas. Allí, en las aguas de la
bahía de Charleston, permanecieron los cadáveres de
estos pioneros hasta que en 1995 fueron localizados sus restos.
“Magnolia Cementery”
La capacidad combativa del Sur, con una
tradición militar más fuerte y arraigada en sus mandos militares, se vio
socavada por una superioridad numérica y material del Norte. Las tropas
Confederadas del Sur, en 1864, carecían de suministros y la ropa, los
alimentos, las medicinas y la artillería pesada empezaban a escasear. Esta
situación se produjo por el fuerte bloqueo de los puertos Confederados que,
desde el comienzo de la contienda, ejerció la armada de la Unión. La ruptura de
este bloqueo se convirtió en una prioridad para las tropas sureñas. La vieja
fragata a vapor “Merrimack”, acorazada con planchas de metal, fue una de las
armas que utilizó el Sur sin ningún éxito.
La imaginación de los inventores entró en liza, y se idearon naves
parcialmente submarinas como los Pioneer o los David, pero fracasaron todos los
intentos de desbloqueo. Por su parte el ejército de la Unión también probó un
arma submarina enviada por Francia, se trataba del Alligátor, que se hundió
cuando era remolcado a Charleston.
El hacendado de Tennessee, Horace Lawson
Hunley, ideó otro sumergible y buscó el apoyo financiero de varios socios para
llevarlo a cabo. Las fases de experimentación fueron trágicas, ya que las
diversas tripulaciones sufrieron bajas por hundimiento del ingenio y por la
falta de aire respirable en su interior. El propio Hunley falleció, con toda su
tripulación, en una de las inmersiones de prueba. Pero la dotación comandada
por el teniente del ejército de tierra, George E. Dixon, logró su objetivo de
hundir uno de los temibles “Ironclands”, los primeros acorazados utilizados en
una batalla naval.
Planos del Hunley
Podemos decir que el Hunley fue una nave
kamikaze, ya que carecía de aire en
su interior. Una vela encendida avisaba a los tripulantes cuando el oxigeno
empezaba a escasear y debía salir a la superficie. Se construyó con una caldera
cilíndrica de hierro que permanecía sumergida mientras una torreta artillada
sobresalía por la superficie del agua. Un tanque de lastre, que se inundaba a
voluntad, y unos timones de buceo le servían para maniobrar. La tracción era
manual, mediante un cigüeñal acoplado a una hélice que los tripulantes
accionaban por turnos.
Los
primeros submarinos
Los sumergibles eran naves con una
capacidad limitada de inmersión y de navegación, por lo tanto los auténticos
submarinos no llegarían hasta el Ictíneo y el Peral, de
los que ya hablamos en otro trabajo, y los “clase XXI” que los alemanes
utilizaron y desarrollaron durante la Segunda Guerra Mundial, pero se pueden
considerar como precedentes del submarino los que vamos a citar a continuación.
No están todos, pero sí los más importantes.
Al gran inventor norteamericano Robert
Fulton (1765-1815) le debemos el “Nautilus”, que intentó vender a Francia
durante la época del Consulado. Deseoso de acabar con el predominio marítimo
inglés, Fulton presentó su proyecto en 1797. Fue aceptado y viajó a Francia,
donde trabajó durante siete años en los prototipos. Napoleón, preocupado por la
presencia de la poderosa flota inglesa en el Canal de la Mancha, en el año de 1800
asignó 10.000 francos al inventor yanqui para que construyera el “Nautilus”,
una nave que utilizaba velas abatibles en la superficie y la tracción humana en
inmersión. Poleas y engranajes posibilitaban la navegación, y un depósito de
aire comprimido, la inmersión durante 5 horas. En 1801 se realizó una prueba
con éxito, el propio Fulton bajó a 25 pies de profundidad acompañado por tres de
sus mecánicos. Pero las maniobras de combate fueron un fracaso y los franceses
terminaron por rechazar el invento. En el año 1804, Fulton presentó el
sumergible al Almirantazgo Británico y tuvo éxito en su primera misión, pero
sucedió una cosa curiosa. Los británicos pensaron que si este invento se
desarrollaba y era copiado por otras potencias, esto significaría el fin de su
hegemonía marítima, por lo que decidieron rechazar el proyecto. Durante mucho
tiempo se consideró al sumergible como una forma indigna de hacer la guerra.
Robert Fulton
El primer sumergible latinoamericano está rodeado de un halo de misterio. Hacia 1810 arribó a Buenos Aires (Argentina), procedente de Ámsterdam, el ciudadano norteamericano de origen judío Samuel Williams Taber. El conocido como el “Proyecto Taber” parece que tomó forma en 1811 y consistía en un sumergible de madera, parecido a una rana, que tenía diez metro de largo y estaba pintado de negro con una gran “T” en blanco. El proyecto fue presentado a la Primera Junta de Gobierno Provincial, que había depuesto al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros. El artefacto tenía como objeto atacar a la marina realista española. Después de diversas vicisitudes políticas y de espionaje militar, el proyecto fue abandonado. Las cajas de madera que contenían la nave y los planos de la misma se perdieron para siempre. Otro proyecto frustrado fue el del “Flach” diseñado en 1865 por el ingeniero chileno-alemán, Kart Flach. Por su parte, en Perú se construyó en 1879 el “Toro submarino”, con la intención de que participara en la Guerra del Pacífico, pero fue hundido por la propia Armada peruana para evitar que cayera en manos enemigas.
El sumergible de Kart Flach
El “Toro submarino”
Los manuales al uso, de inspiración
anglosajona o francesa, citan al “Gymnote” de Zédé como el primer submarino
propulsado con energía eléctrica en 1888. Ignoran o no tienen en cuenta que, en
ese mismo año pero proyectado tiempo atrás, se realizaron con éxito las pruebas
del submarino español “Peral” impulsado con dicha energía. El sumergible del francés
Gustave Zédé era poco estable, con motores eléctricos de 100 CV y armado con
dos torpedos. En 1892, el ingeniero italiano PietroDegli Abbatí también diseñó
un sumergible eléctrico y los “Holland” norteamericanos empezaron a construirse
en serie en 1897, con la característica de ser propulsados por vapor en
superficie y por dos motores eléctricos en inmersión. En consecuencia con su
función bélica iban armados con dos tubos lanzatorpedos. Junto con los
“Holland”, el “Narval” diseñado por el francés Maxime Laubeuf y botado en 1899,
inauguraron la época de los sumergibles con propulsión mixta y autónoma. El
“Narval” usaba una caldera de vapor para navegar en superficie y unos
acumuladores y motores eléctricos para hacerlo sumergido. Alcanzaban una
velocidad de 12 nudos en el primer caso y 8 nudos en el segundo. La nave estaba
construida con un doble casco que le daba una excelente flotabilidad y estaba
armado con cuatro tubos lanzatorpedos externos. Para su construcción se usaron
naves torpederas clásicas.
El “Gymnote”
El “Holland”
El “Narval”
Hasta aquí la historia de los primeros
sumergibles. En la guerra Ruso-japonesa (1904-1905) se experimentaron
parcialmente submarinos que, en las dos guerras mundiales, se desarrollaron
enormemente hasta ser un arma decisiva en muchas batallas. La navegación
submarina experimentó un gran salto con el primer submarino atómico del mundo
puesto en servicio por los Estados Unidos en 1955. En 1958 el “Nautilus”, que
así se llamó, navegó por debajo del casquete polar como lo hiciera su hermano
de ficción casi un siglo antes. Julio Verne, esta vez sí, predijo la navegación
subpolar y la autonomía casi ilimitada de estas naves.
El submarino nuclear “Nautilus”
La
vuelta al mundo en 84 días
La primera vuelta al mundo por debajo
del mar la hizo el submarino nuclear norteamericano “USS Tritón” en 1960.
Recorriendo la ruta histórica que siguió Fernando de Magallanes para la
circunnavegación de la Tierra en el siglo XVI, el submarino partió del puerto
de Long Island (Nueva York) el 16 de febrero del año 1960 recorriendo 57.600
kilómetros bajo las aguas. El 11 de mayo de ese mismo año arribó el “Tritón” a
Rehoboth, en el estado de Delawere. Fueron muchas las anécdotas de la travesía,
por ejemplo, a la tripulación no se les dijo que iban a acometer dicha empresa,
la conocieron una semana después de haber partido. Fue una misión secreta hasta
su culminación. El comandante Edward Latimer Beach, Jr. fue el encargado de
informar a su tripulación. Por cierto, el capitán Latimer fue un exitoso
escritor de novelas y libros sobre submarinos.
“USS Tritón”
Aunque toda la travesía fue con la nave
sumergida, hay que decir que en una ocasión subieron a la superficie para
evacuar, al destructor “USS Macon”, a un tripulante aquejado de piedras en el
riñón. También en el cuaderno de bitácora de la nave se dejó constancia de la
única persona no autorizada que avistó al submarino por accidente. Se trataba de
un filipino que navegaba con una pequeña canoa; luego sería identificado como
un joven de 19 años de nombre Rufino Baring. El 25 de abril, el “Tritón” llegó
al archipiélago de San Pablo en aguas territoriales brasileñas, luego el
submarino siguió su singladura hasta las Islas Canarias llegando a Tenerife el
30 de abril, para luego dirigirse a Cádiz, donde tuvo lugar una ceremonia de
fuerte carga simbólica. El 2 de mayo, desde el submarino, se transfirió al
destructor “USS John W. Weeks” una placa conmemorativa de la hazaña en honor a
Magallanes con la leyenda: “Ave Nobilis Dux, Iterum Factum Est (1519-1960)” es
decir: “Saludos noble capitán, el camino ya está hecho”. El “Tritón” siguió su
rumbo hasta Delaware. La placa fue entregada al embajador de EE.UU. en España,
John Davis Lodge, que a su vez la cedió al gobierno español. Hoy se conserva en
San Lúcar de Barrameda (Cádiz), lugar de partida y llegada del viaje de
Magallanes.
“Ave Nobilis Dux, Iterum Factum Est (1519-1960)”
No hay comentarios:
Publicar un comentario