Cuando en el año 1878 el escritor
francés llega a Vigo se encuentra con una ciudad muy animada, llena de
atractivos para el ocio.
Por:
Eduardo Rolland ("La Voz de Galicia")
Julio Verne visitó Vigo durante cuatro días en 1878 y durante
otros tres en 1884. En ambas ocasiones decidió la escala sobre la marcha, la
primera por un temporal y la segunda, por una avería en su yate, el Saint
Michel III. Sin embargo, aunque todo fue casual, se lo pasó pipa. Tanto él como
todos los que le acompañaban. Lo sabemos por las cartas que escribió el
diputado Edouard Raoul Duval, que iba en la primera expedición. Y por los
carnés de viaje, escritos de puño y letra por el propio Verne, que hice
públicos hace poco más de un año gracias a la amabilidad que tuvo conmigo el
buen amigo Piero Gondolo della Riva, tal vez el mayor experto en el mundo sobre
el escritor de Nantes.
Él fue quien me buscó los documentos entre la ingente cantidad de
papeles que atesora sobre el novelista. Además, me transcribió a caracteres de
imprenta la endiablada letra de Verne. Y, para colmo, hizo la traducción. Algún
día conseguiremos que el gran Piero nos visite en Vigo y nos hable de lo mucho
que sabe sobre el autor de "20.00 leguas de vieje submarino". Volker Dehs, Ariel Pérez, Nicolás Moragues, Pasqual
Bernat, Pilar Tresaco, Jean Michel Margot, Javier Coria o Cristian Tello. A todos los conozco y sé que participarían
encantados en un congreso internacional verniano en Vigo que, por desgracia,
aún no se ha podido materializar, aunque su coste sería poco más que el de unos
billetes de avión como el que aparece en "Robur, el conquistador" y en "Dueño del Mundo".
Gira marítima por la ría
Pero volvamos a la visitas de Verne a la ciudad. E insistamos en
que fueron una fiesta. Sabemos que el escritor hizo una gira marítima por la
ría a bordo de la fragata francesa Flore y que fue invitado a sumergirse en
Rande para ver personalmente los galeones de la plata. También, que participó
en el baile de la sociedad La Tertulia. Que fue convidado a comer a casa del
gobernador militar de la plaza, en plena campiña viguesa. Que asistió a la
procesión del Cristo de la Victoria. Que participó en el campo de Granada en
las fiestas de la Reconquista, con conciertos y fuegos artificiales.
Y que un día se subía a la fortaleza de O Castro a contemplar las
vistas como otro se tomaba un refrigerio en el café Suizo o pasaba por el hotel
Continental a leer la prensa. Julio Verne, cuando estuvo en Vigo, fue un vigués
más.
Raoul Duval, compañero de viaje, siente en Vigo que está en el
paraíso: «No podéis imaginar nada más admirable que esta bahía de Vigo, lago
inmenso rodeado de montañas cortadas a pico cuyas cimas acaban como las de los
Pirineos, algo así como el lago de los Cuatro Cantones en una latitud
meridional. Toda la fachada que asoma al mar es un cinturón frondoso de
variados verdes sobre el que destacan en blanco las numerosas casas de campo y
las granjas de los campesinos. La ciudad, coronada por dos castillos, de los
cuales uno recuerda la silueta del Mont Valèrien, se alza en terrazas a lo
largo de la costa. Las calles tienen mucho encanto y están llenas de bellas
construcciones en granito de color claro con sus balcones ventrudos que dan al
mar y cubiertas de arriba a abajo por una galería del más original aspecto».
Describe luego el casco histórico y la calle del Príncipe: «Como
todas las ciudades de Europa, está influida por Haussmann y una calle larga y
ancha se extiende como si fuese un mercado añadido al viejo Vigo, cuyas calles,
estrechas, en rampa y pavimentadas con grandes losas de granito, están llenas
de carácter. Para nada se parece a la costa oriental de España. Se siente la
influencia del gusto portugués, pues la frontera está a unas diez millas de
aquí».
Habitantes
Raoul Duval se maravillaba en sus crónicas del gran ambiente de
Vigo: «Hay una multitud tan grande que parece que estamos en una ciudad de
150.000 almas cuando en realidad son 15 o 16.000». El diputado francés, amigo
de la buena vida, se perdió por las calles de la ciudad y la disfrutó al
máximo. Incluso pudo ver, en la calle Sombreros, una «exposición de ratas,
monos y perros sabios». La prensa de la época contaba así la función: «La
habilidad de estos animales es tan extremada que cautiva la atención, y aún sin
quererlo se pasa un buen rato presenciando como las ratas obedecen la voz
humana para practicar ciertas cosas, y como se prestan a disparar un cañoncito
con una estoicidad espartana en la familia de los roedores».
Además, acaba de reabrir la casa de baños La Iniciadora, después
de unas obras de remodelación. Lo cuenta una crónica periodística días antes de
la llegada de Verne: «Personas que en el extranjero y América vieron casas de
baños, convienen unánimes que La Iniciadora es digna rival de las mejores de
ellas, ya que cuenta con 75 habitaciones, doce bañeras de mármol, (...) un gran
salón de descanso, dotado con un piano, gabinete de lectura y restaurante todo
bajo techo».
En la segunda visita, los viajeros vernianos podrán disfrutar del
teatro-circo Tamberlick, inaugurado en 1882 por el tenor italiano Enrico
Tamberlick, una celebridad de la época. Mientras que en la primera está en Vigo
el mago francés Auboin Brunet, que utiliza juegos de luz y linternas mágicas
para recrear en el escenario «estampas de las ciudades más bellas del mundo».
Así que diversiones no faltaban en la época en la que Jules Verne
visitó Vigo. No hará falta insistir en que produce risa, y algo de pena,
escuchar a quienes sostienen, con intereses perfectamente diseñados, que esta
ciudad siempre fue una aldea y que surgió de la nada a principios del siglo XX.
Nota: En la foto el velero de Verne, el Saint Michel III
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