Cárceles en llamas, el
movimiento de presos sociales en la Transición
Por: Javier Coria Fotos: Francesc Sans
“Soy Daniel Pont Martín,
expreso social y, junto a otros compañeros, uno de los fundadores de la
Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL) en la cárcel de Carabanchel, en 1976.
Cuando tenía 17 años, me aplicaron, primero, la Ley de Vagos y Maleantes (condena
de 3 años), y después la de Peligrosidad y Rehabilitación Social (2 años más),
verdaderas leyes dictatoriales que penaban conductas, no delitos, y que en mi
caso fueron el detonante para dar un salto cualitativo en mi decisión de
hacerme atracador”.
De esta forma tan contundente comienza el prólogo del ensayo Cárceles en llamas (Virus Editorial),
del doctor en Historia César Lorenzo Rubio (Barcelona, 1978). Lorenzo forma
parte del Grupo de Estudios sobre la Historia de la Prisión y las Instituciones
Punitivas, y este texto es su tesis doctoral que leyó en la Universidad de
Barcelona. También participó en la obra colectiva: El siglo de los castigos. Prisión y formas carcelarias en la España del
siglo XX. El libro se incluye entre los trabajos históricos críticos con la
Transición, para unos “modélica”, que lejos de romper con la dictadura, dejó
intactas instituciones y personas del antiguo régimen, como buena muestra
tenemos hoy de ello. Hablamos en Barcelona con el joven investigador.
El doctor en Historia César Lorenzo
¿Presos comunes o sociales?
En rigor jurídico, ellos eran condenados por delitos de
Derecho común, por lo tanto eran presos comunes, lo que pasa es que se reivindicaban así mismos como presos
sociales, retomando una denominación que venía de los años treinta, incluso
antes, para expresar que eran presos en una sociedad franquista, asfixiante,
económicamente y jurídicamente hablando…
Y donde se conculcaban
derechos fundamentales y, la tortura, formaba parte del método de
“investigación” policial y carcelario…
Claro. Estos presos, cuando tomaron conciencia de su
situación y se presentaron al exterior, se denominaron presos sociales, y creo
que lo eran.
¿Cuándo empezó el
movimiento reivindicativo de los presos sociales en aquellos años?
Sin duda, a raíz de la primera amnistía que dictó el
presidente Adolfo Suárez en 1976 –de 30 de julio, se exceptuaron los delitos de
sangre-. Esta amnistía –que no incluía a los presos sociales, como tampoco lo
hizo la Ley de Amnistía de 1977- fue la que encendió los ánimos y los presos se
subieron por primera vez a los tejados de las prisiones. De esa época es la
foto que ilustra la portada del libro. Ya hubo antecedentes de movilizaciones,
por ejemplo en Barcelona con la muerte –septiembre de 1975- de El Habichuela, se organizó un motín. Por
cosas muy concretas se movilizaban los presos, malos tratos y cosas así, pero
de ahí se pasó a la reivindicación política, amnistía o indultos para todos.
Portada de Cárceles en llamas
(El Habichuela al
que se refiere Lorenzo no era otro que el preso común Rafael Sánchez Milla.
Según dejó escrito el fallecido periodista Josep María Huertas Clavería, y por el testimonio del antropólogo Manuel
Delgado, ambos huéspedes de la cárcel Modelo en aquel año, los funcionarios de
prisiones se ensañaban con los presos comunes. Durante una de esas palizas
mataron a El Habichuela; el arma
utilizada, una cañería de plomo. Cabía recordar también que a la muerte del
dictador, el indulto real del 29 de noviembre de 1975, benefició a los
implicados en el “Proceso 1001/72”, que llevó a la cárcel a toda la dirección
del sindicato Comisiones Obreras; a los implicados en el escándalo
político-económico -con el Opus Dei por
medio- del “Caso Matesa” y a 5.655 presos sociales).
¿La COPEL se fundó en
Carabanchel?
A finales del año 1976, en la Prisión de Carabanchel, en
Madrid, se fundó, y entre los meses de enero y febrero de 1977 se dio a conocer
públicamente.
¿Tenían apoyo social
fuera?
Tenían, sobre todo, el apoyo de los familiares. En Madrid se
creó la Asociación de Familiares y Amigos de Presos y ex-Presos, y luego, en
diferentes ciudades, se crearon Comités de apoyo a COPEL, gente sobre todo del
ámbito libertario, como la CNT y algunos partidos de la extrema izquierda. Fue
muy importante el apoyo de abogados y de algunos trabajadores sociales, que
ayudaron a difundir las reivindicaciones de los presos fuera de los muros de
las prisiones. Pero el apoyo social fue muy reducido.
César Lorenzo Rubio
¿Y cuáles eran esas
reivindicaciones?
Las fundamentales se referían a las condiciones de vida
dentro de los penales, pero luego había otras reivindicaciones más políticas,
como la reforma del Código Penal y penitenciario, la desaparición de las
jurisdicciones especiales, como el Tribunal de Orden Público, Ley de Bandidaje
y Terrorismo, Ley de Peligrosidad Social, Consejos de Guerra militares a
civiles y por la depuración de jueces, policías y carceleros con vínculos con
la extrema derecha franquista, muchos de ellos, conocidos torturadores.
(Parece, por lo que nos cuenta Lorenzo que, una vez que
salieron los presos políticos con la amnistía de 1977, los presos sociales
asumieron la defensa de las libertades dentro de las cárceles, presos olvidados
por unos y por otros, por cierto).
¿Cómo se produce esta
politización de los presos sociales?
Por el contacto con los presos políticos, de los que copiaron
algunas formas de organización, algunos comunes llegaron a militar en partidos,
pero muy pocos. La verdad es que, salvo algunas excepciones, la relación entre
presos sociales y políticos era distante.
¿Qué era “El palomar” de
la Modelo de Barcelona?
Eran las celdas más altas, donde se recluían a los presos con
trastornos mentales, pero en realidad se utilizaba para dar palizas a los
presos más conflictivos, ya que eran celdas acolchadas e insonorizadas.
Cuando los presos
denunciaban torturas, los testimonios de policías y funcionarios de presiones
eran tomados como pruebas de cargo. ¿Algún fiscal o juez de vigilancia
penitenciaria de aquella época hizo algo para terminar con la impunidad?
No, yo personalmente no conozco. ¡Miento!, hubo uno, el juez
Luis Lerga, que investigó la muerte de Agustín Rueda. Él, por ejemplo, se
encargó de ir al Anatómico Forense de Madrid y levantar acta del cadáver, eso
fue importante; claro que detrás había unos abogados muy implicados.
(Agustín Rueda, que no “fue ni un héroe ni un mártir” como
escribe Lorenzo en su ensayo y que sus propios compañeros así lo señalaron, era
un preso de ideas anarquistas que murió apaleado por seis funcionarios. Esto
ocurrió en una celda de aislamiento de la prisión de Carabanchel, las llamadas
CPB (Celdas de Prevención Bajas), galería subterránea de castigo. Era el 14 de
marzo de 1978).
¿La Ley Penitenciaria de
1979 recogió algunas de las reivindicaciones de la COPEL?
Cuando los presos políticos salieron con la amnistía del 77,
la prisión dejó de estar en la agenda política del gobierno, fueron los presos
sociales, denunciando su situación y consiguiendo que se formaran camisones de
senadores, etc., los que volvieron a poner en la actualidad política el tema
penitenciario. Recordemos que muchas de esas protestas fueron muy duras,
huelgas de hambre, autolesiones, motines… La importancia del movimiento de
protesta de los presos lo tenemos en que, la Ley Penitenciaria, fue la primera
ley orgánica de la democracia. ¿Se recogió sus demandas?, en parte sí y en
parte no, no se recogieron las principales, que eran la amnistía y la
depuración de funcionarios, pero sí que recogieron otras medidas que
humanizaban las condiciones de vida en las cárceles, que ya se estaban
desarrollando en otros países europeos.
¿Cómo se aprobó esta ley?
Se aprobó por unanimidad. La ley era un compromiso de Carlos
García Valdés, un abogado joven y progresista que, cuando asesinaron al
Director General de Prisiones, Jesús Haddad –ametrallado por el GRAPO-, asumió
su cargo. El gran problema es que fue
una ley que no tenía presupuesto para aplicarse, y esto lo reconoció el
propio gobierno de la UCD. Por lo que, en la mayoría de sus puntos, se quedó en
una mera declaración de intenciones. Lo grave es que, 35 años después, muchas de las mejoras de aquella ley, siguen sin
aplicarse en la práctica. Además el Código Penal se reformó muy poco.
Tuvimos que esperar a 1995, con el llamado Código de la democracia, para que se
derogaran leyes como la de Peligrosidad Social. Paradójicamente, en cuanto al cumplimiento de las penas, el
Código de la democracia es más duro que el anterior de la época franquista.
Y hoy, ¿hay una
regresión en cuanto a los derechos humanos en las cárceles?
En aquella época, la prisión estaba en el día a día de la
política, incluso porque muchos de los parlamentarios y senadores habían sido
presos. Hoy las presiones no existen para el conjunto de la sociedad. Están
apartadas de las ciudades y nadie se acuerda de ellas. En un contexto de mayor
opacidad, es más fácil que se produzcan abusos, porque la respuesta social es
mínima y la información que nos llega también es poca. Uno de los lemas de
aquellas épocas era: “Vamos a poner
techos de cristal a las prisiones”, para acabar con el apagón informativo
sobre los abusos en las cárceles franquistas y el posfranquismo.
César Lorenzo Rubio
¿Hoy no hay asociaciones
de presos?
No, los presos tienen prohibido el derecho a la asociación,
pero no sólo en sindicatos de presos, sino, por ejemplo, en una peña del
Osasuna en la cárcel de Pamplona.
¿Cuándo y por qué
desapareció la COPEL?
Se disolvió a partir del verano de 1978. Diversos fueron los
factores que hicieron que su actividad cesara. Por ejemplo, la restricción de
comunicaciones y movimientos de sus líderes, por órdenes que venían en
circulares internas de Instituciones Penitenciarias. Por el agotamiento de unas
luchas muy duras y comprobar que no les iban a dar la amnistía. Y muy
importante, la aparición de la heroína. La cultura carcelaria cambió, primaba
el individualismo, se rompió la solidaridad interna, la violencia y las mafias
empezaron a controlar las cárceles.
Daniel Pont Martín escribe en el prólogo citado: “… como si el guión estuviese premeditado,
comenzó a entrar masivamente heroína en las cárceles, comenzando a
“engancharse” innumerables presos, hasta el punto de que era más difícil
conseguir una “chuta” (jeringuilla) que droga”.
Publicado
originalmente en el diario Público y en la Revista Rambla
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