Con retraso, me llega la noticia del fallecimiento de Antoni Fornés en marzo del año pasado, cumplidos los 99 años. Recupero esta larga conversación en homenaje a él y su familia, especialmente a sus hijos, que me acompañaron en esta entrevista con su padre.
Por: Javier Coria. Fotos: Francesc Sans.
Antoni Fornés Arás tiene 97 años y, en una de sus varias
fugas del hogar familiar en Barcelona, a la edad de 20 años se alistó por las
bravas en las filas de la 29 División de
la milicia del POUM que partía al frente de Huesca, durante la Guerra
Civil, conociendo a George Orwell en
dicho frente. Declara no saber lo que es el miedo, aunque estuvo a punto de ser
fusilado y pasó por prisiones y campos de concentración, esos campos que
algunos niegan que existieran en España y que llaman eufemísticamente “Colonias
de Trabajo”. En una larga conversación con Antoni Fornés nos explica su
experiencia vital, con las luchas y contradicciones entre las fuerzas que
defendían la legalidad republicana contra el golpe de los militares fascistas.
Esta es la historia de un superviviente en el contexto de una España convulsa.
Como nos advirtieron sus hijos presentes en la conversación,
Pere y Josep, Antoni comenzó su relato con dos hechos relevantes y traumáticos
de su biografía. Uno fue cuando sus padres se separaron cuando él tenía 10
años, y otro cuando sufrió un grave accidente a esa misma edad. Antoni,
entonces estudiaba en La Escola del Bosc –Escuela
del Bosque-, la primera Escuela Moderna municipal que dirigía la pedagoga Rosa
Sensat. En octubre de 1927, el rey Alfonso XIII y su esposa, la reina Victoria
Eugenia, con las infantas Beatriz y María Cristina llegaron a Barcelona en
visita oficial. Para ver los cortejos que acompañaban a la familia real, la
chiquillería trepaba por farolas o como Antoni: “Yo me subí a una silla ya que los guripas que protegían la ceremonia
no me dejaban ver, con tan mala suerte que de un empujón me caí de bruces. El
médico dijo que no había nada que hacer, pero después de cuatro días me salvé.”.
La lesión que se hizo en el tabique nasal le comportó varios años de dolorosos
tratamientos. Todo ello con cambios de colegio y sus primeros trabajos
como aprendiz, trabajos que tuvo que dejar por sus problemas respiratorios
debido al accidente. Convencido que su padre
no lo quería, y deseando dejar los sufrimientos de los tratamientos
médicos, se escapó varias veces, aunque siempre lo devolvía a casa la Guardia
Civil.
Con la proclamación de la Segunda República Española, el 14
de abril de 1931, la monarquía de Alfonso XIII, la dictadura de Primo de Rivera
y los directorios militares que le siguieron, quedaron atrás. En Catalunya se
instauró la Generalitat y se aprobó el estatuto de Autonomía. Antoni, en 1933,
tenía 17 años y decidió independizarse, para ello contó con la ayuda de la que
él llama la padrina, que no era otra
que su madrastra y que: “me quería
mucho, por cierto” –dice Antoni-.
La padrina le consiguió sus primeros
trabajos en oficinas, trabajos administrativos que tendrían gran importancia en
muchos momentos de su vida como miliciano.
En ese mismo año de 1933, la erosión del gobierno de Manuel
Azaña hizo que éste dimitiera convocándose nuevas elecciones en noviembre. Se
dio la paradoja que en España ganaron las derechas dando paso al llamado bienio
negro (1933-1936), mientras que en Catalunya se repartieron los votos entre el
conservador partido de Cambó, la Lliga Regionalista, y la Esquerra Republicana
de Lluís Companys. Con la entrada en el gobierno de la Confederación Española
de Derechas Autónomas (CEDA) en octubre de 1934, se convocó una Huelga General
Revolucionaria en toda España siendo en Asturias donde la insurrección tuvo más
relevancia y fue más fuertemente reprimida. Catalunya fue otro de los focos de
la insurgencia, y Companys rompió relaciones con el gobierno central proclamando
el Estado Catalán de la República Federal Española. Era el 6 de octubre.
Tras el golpe de los miliares fascistas –como respuesta al
triunfo de las izquierdas en las elecciones municipales- y mientras del Madrid republicano llegaba la cancioncilla de: “Los cuatro generales; que se han alzado;
para la Nochebuena, serán ahorcados.”, Antoni tenía 20 años cuando estalló
la guerra en 1936: “Quería irme de
voluntario al frente. Bajé por las Ramblas hasta el frontón Colón donde había
una oficina de reclutamiento, pero no quisieron alistarme por mi juventud,
aparentaba menos años de los que tenía. Pero vi una columna del POUM que
desfilaba hacia la estación de trenes y que marchaba para el frente de Huesca,
y me colé en la fila y nadie me dijo nada.”
Columna del POUM. Al final de la fila destaca en altura Goerge Orwell
De la unificación del Bloque Obrero y Campesino y de la
Izquierda Comunista, en septiembre de 1935 se había fundado el Partido Obrero
de Unificación Marxista (POUM), de ideología trotskista, antiestalinista y con
una tendencia catalanista encabezada por Josep Rovira, procedente del partido
Estat Català. La columna a la que se refiere Antoni era la que formaría la 29
División (ex División Lenin), cuyos miembros terminarían integrándose en el
Ejército Popular de la República. Josep Rovira fue el que organizó las fuerzas
militares del POUM en el Frente de Aragón. Entre los milicianos que formaban la
columna destacaba un larguirucho británico que no era otro que el escritor y
periodista George Orwell, al que Antoni conocería en el frente: “Después de un mes en Aragón me fui a la
primera línea de fuego, con los brigadista internacionales, yo nunca tuve miedo
de nada. Tomamos Siétamo, cosa que luego se criticó mucho por el jefe de las
fuerzas. Luego, como yo sabía escribir a máquina, me llevaron a Barbastro y
luego a Zaragoza como escribiente. Pero yo también me iba al frente de Zaragoza
y, en Monte Aragón llevaba una ametralladora, mientras un compañero llevaba el
trípode”. La 29 División mantuvo combates muy duros en el citado Monte
Aragón, Leciñena, Obispo, Quicena, Tierz…, donde Antoni siempre fue con su
ametralladora que, aunque Antoni no lo recuerda, quizá fuera la Hotchkiss de 7 mm , del modelo 1914-1922, la
más abundante entre las fuerzas republicanas al comienzo de la contienda.
La derrota de la rebelión militar en Catalunya había dado
paso a la revolución. El poder nominal lo tenía la Generalitat, pero el real
estaba en las milicias armadas de los partidos obreros y sindicatos, sobre todo
de los anarquistas. Antoni había dejado una Barcelona en plena efervescencia
revolucionaria, aquella que describió George Orwell en Homenaje a Cataluña: “…Barcelona
resultaba sorprendente e irresistible. Por primera vez en mi vida, me
encontraba en una ciudad donde la clase trabajadora llevaba las riendas. Casi
todos los edificios, cualquiera que fuera su tamaño, estaban en manos de los
trabajadores y cubiertos con banderas rojas o con la bandera roja y negra de
los anarquistas…”. Aunque las necesidades del frente había amainado la
actividad en la ciudad, paradójicamente el miliciano Antoni Fornés se
encontraba más seguro y tranquilo en el campo de batalla, por lo menos allí el
enemigo lo tenías enfrente: “Me dieron
permiso y llegué a Barcelona, pero yo no estaba bien, había mucha gente… con
las barricadas, los de la CNT por las calles, en fin, que no acabé el permiso y
me volví al frente de Aragón. Al poco tiempo me hicieron secretario político en
Quicena. Me cuidaba de las cuestiones administrativas del pueblo y sus
habitantes, me demostraron mucho cariño, por cierto. En este puesto conocí a
George Orwell. Pero yo siempre me ofrecía voluntario para ir a primera línea de
fuego, era un tirador de élite. La verdad que los del POUM luchamos muy duro
allí, junto a muchos extranjeros –brigadistas-. Las fuerzas políticas no se
ponían de acuerdo para ocupar Huesca, pero los del POUM tomamos una loma, –seguro
que Antoni se refiere a la “Loma de los Mártires”, que fue tomada por una
brigada del POUM el 16 de junio de 1937-allí
nos bombardeó la aviación alemana y hubo muchos muertos.” Mientras esto
sucedía en el frente, en la retaguardia el POUM había sido ilegalizado por el
gobierno de Juan Negrín, acusando a sus dirigentes de colaboracionismo con el
enemigo. En los llamados “Hechos de Mayo”, se enfrentaron en Barcelona a las
fuerzas del orden público de la Generalitat, ayudadas por la milicia del PSUC,
contra los milicianos de la CNT y el POUM, en un intento de limitar su poder
político y para desalojarlos de edificios estratégicos como el de la Telefónica
de la plaza de Catalunya. El 22 de junio de ese año era asesinado el dirigente
del POUM Andreu Nin. Pero nos sigue contando Antoni: “Yo estaba de escribiente en Monflorite (Huesca), cuando llegó la orden
de disolver la 29 División. Me mandaron a unas oficinas de la calle Tallers de
Barcelona, donde los milicianos del POUM venían a arreglar sus papeles.
Nosotros no sabíamos nada, y a mí no me encarcelaron porque unos compañeros del
PSUC les dijeron a sus mandos que yo no era nadie”.
Al disolverse la 29 División, sus jefes militares fueron
encarcelados. Algunos milicianos fueron enviados a la retaguardia, como el caso
de Antoni, pero otros siguieron luchando en el frente dentro del Ejército
Popular o la milicia de la CNT-FAI: “Una
vez liquidada la división, a mi me quisieron hacer comandante del Ejército
Regular de la República, cosa que yo rechacé, no creía estar preparado, pero sí
me hicieron teniente y me mandaron al frente de Andalucía, pero antes me casé,
con Urbana García. Al hermano de mi mujer, Santiago García Cortés, lo fusiló la
Guardia Civil en Fiscal (Huesca), tenía 19 años y aún no sabemos dónde está
enterrado”. La forma de cómo Antoni se enteró de su ascenso a teniente es
digna de una escena de una película de Ken Loach:
“Después de un
batalla de tanques vi un socavón que había dejado un obús de mortero. En el
fondo había un cuerpo, era el cartero del regimiento. Junto al cadáver estaban
los sobres ensangrentados, cogí una carta que venía a mi nombre… era la
notificación oficial de mi ascenso a teniente.”
En Andalucía, entre otros sitios, Antoni estuvo en Jaén y
Córdoba, encuadrado en el Ejército Popular como miliciano de la CNT. Por
enfermedad de un capitán, durante un tiempo mandó una compañía, aunque
descontento porque no había un frente claro y la mitad de los soldados no
tenían armas. Fue en Jaén donde un capitán catalán se dirigió a él y dijo: “¿Pero tú qué has hecho? ¿Dónde estabas?,
a lo que Antoni contestó “nada” a la
primera pregunta y “estaba en el POUM”,
a la segunda. El capitán le informó que venían a detenerlo, como lo estaban
haciendo con otros militantes trotskistas. Aquí comienza la peripecia más
surrealista de la vida militar de Antoni: “Tenía
claro que a mí no me cogerían. Me fui a la oficina, abrí un cajón, me hice con
una pistola y dos bombas de mano que me metí en los bolsillos, y un poco de
dinero”. Nuestro personaje estuvo tres días vagando por los campos,
recuerda como si fuera ayer, las noches que durmió en un maizal, ya que su
único alimento fueron los granos tiernos de maíz que pudo encontrar: “Después llegué a Córdoba, me quité las
insignias de teniente y me fui al frente. Quería irme a Portugal, pero estaba
muy lejos. Desesperado pensé: antes
que me fusilen los míos, que lo haga el enemigo” Y así lo hizo, decidió
entregarse a las tropas franquistas. En la primera intentona fue rechazado a
tiros, por lo que tuvo que dormir en tierra de nadie. Al día siguiente se fue a
un pueblo y se entregó a un soldado, identificándose como oficial republicano.
Pensó que lo fusilarían, pero lo mandaron preso a Lucena (Córdoba). Estando con
varios presos, se le ocurrió cantar una canción tradicional catalana, que
escucharon unas muchachas y muchachos que pasaron cerca de la ventana enrejada
del pequeño habitáculo que utilizaban como cárcel.
Los jóvenes intercedieron por él y, algunas tardes, Antoni
cubría su uniforme de presidiario con una bata y salía a pasear. En estos
paseos se dio cuenta que: “Aquel pueblo
era rojo, y los que intercedieron por mí al oírme cantar, también”. Una vez
más, sus dotes de escribiente le procuraron un destino más favorable en las
oficinas del jefe del sindicato falangista: “El jefe del sindicato tenía dos hijos que, como tenía dinero, no iban
al frente. Algunos me creían facha, cosa que no era, claro, pero me hacía gracia
ver como la Guardia Civil me saludaba al pasar”. En ese destino, Antoni
atendía a la gente del pueblo que le solicitaban gestiones para saber si sus
familiares estaban presos o no, todo esto lo hacía clandestinamente. Un día, el
comandante de las fuerzas de Lucena viajó a Barcelona para hacer averiguaciones
sobre su particular amanuense. Allí, una mujer lo denunció como militante de
izquierdas. Lo detuvieron y lo mandaron a Sevilla, donde estuvo varios días con
otro preso en una celda sin hablar, ninguno se fiaba del otro. Una mañana los
metieron a los dos en un tren con destino al País Vasco, en el trayecto supo
que su compañero era un gudari, un
soldado del ejército popular del Gobierno de Euskadi. Todo esto sucedió en
1938, mientras en Barcelona se despedían a las Brigadas Internacionales y la
aviación italiana bombardeaba la ciudad, como antesala a la ocupación.
A las semanas del: “cautivo
y desarmado el Ejército Rojo”, el último parte de guerra del 1 de abril de
1939, con la caída de Madrid y cuando Francia y el Reino Unido reconocieron el
gobierno de Franco resultante de un golpe militar, Antoni comenzó su periplo
por las cárceles del franquismo. Ingresó con 22 años y a los pocos meses
cumplió los 23 en los penales. Su mujer Urbana esperaba en Barcelona con la
primera hija del matrimonio. Pasado todo, la descendencia aumentaría con cuatro
varones y una chica más. De Euskadi, Antoni fue trasladado a la cárcel de
Torrero, en Zaragoza, donde pasó los dos meses más terribles de su vida: “Nos mataban de sed y hambre, mientras a
los presos de la delincuencia común no les faltaba de nada. Cada día fusilaban
a gente. Cuando nos hacían formar en filas, aprovechaban para pegarnos con
fustas. Un preso intentó suicidarse dándose cabezazos contra la pared. Pero lo
más terrible era oír llorar a los hijos de las presas republicanas, que estaban
encarcelados con sus madres”. Le pregunto a Antoni qué quieren decir las
siglas “CAR” que aparecen en sus fichas de la cárcel: “Católico, Apostólico y Romano, se lo ponían a todos. Esto me recuerda
que en Torrero había un capellán que nos daba charlas cada día y decía: Yo como
cura os perdono, pero como hombre que caiga todo el peso de la ley sobre
vosotros. Todo esto mientras se escuchaban las detonaciones de los
fusilamientos en el patio”.
Después del 18 de julio de 1939, Torrero se convirtió en el
principal penal de represión del franquismo. Además de políticos, sindicalistas
o militares republicanos, allí fue a parar todo aquel del que se pudiera
sospechar su desafección al nuevo régimen. Incluso se llegó a presentar como un
centro de reeducación ideológica. Curiosamente, otro 18 de julio, pero de 2005,
fue demolida la Cárcel Provincial de Zaragoza, conocida popularmente como Torrero.
Antoni fue trasladado nuevamente, esta vez a la cárcel
Modelo de Barcelona, y se alegró de volver a su tierra, pero estaba convencido
de que lo matarían: “Nos llevaron en un
tren de mercancías en cuyos vagones de madera casi no se podía respirar. Había
un agujero y nos íbamos turnando para poner la boca y coger aire fresco del
exterior. Al llegar a la estación de Francia tuve que llevar a un compañero que
apenas podía caminar. Allí había unas mujeres valientes que se acercaban a los
presos con la intención de ayudarnos prestándose como correos, así pude avisar
a mi mujer, mis padres se habían ido a Francia. En la Modelo me extrañó que
nadie me hablara en catalán, en Torrero era el idioma que más se oía. Cuando
pregunté se había catalanes, me dijeron que todos lo eran, pero se ve que
tenían miedo por si entre los nuevos presos hubiera soplones. Un día pude ver a
través de una puerta abierta que daba a la calle, una fila de presos, eran los
que se llevaban para fusilar en el Campo de la Bota”. Antoni estuvo a punto
de ser enviado al Campo de Concentración de Tarragona, según podemos leer en
unos telegramas que nos aporta. En Tarragona y Reus se construyeron a principios
de 1939 los primeros campos de concentración permanentes. Finalmente, el 20 de
mayo de 1939, fue sometido a un Consejo de Guerra Sumarísimo y condenado a
trabajos forzados: “Me llevaron a una
leprosería que estaba en el barrio de Horta. Allí nos pusieron en fila para
llevarnos al Batallón de Trabajo del Valle de los Caídos. Estaba seguro que
moriría allí”. Pero de nuevo un hecho se cruzó en la vida de este
superviviente, ya que en el último momento una mano lo agarró del brazo y lo
sacó de la fila: “Resulta que mi mujer
trabajaba en la casa de un capitán de artillería llamado Ángel de la Torre, que
era aragonés como ella. Urbana pidió a la mujer del capitán que intercediera
por mí, y así lo hizo, y salí libre”. Años más tarde, y tras pasar una
guerra, Antoni tuvo que hacer dos años de mili obligatoria, donde tuvo un
récord de España de tiro. Después vino el trabajo y el hambre de la postguerra,
pero esa es otra historia.
Publicado originalmente en el diario Público, primero, y en la revista Rambla después.
Publicado originalmente en el diario Público, primero, y en la revista Rambla después.
NOTA: Recupero esta historia que escribí en 2014, el señor Fornés tiene ahora cerca de los 99 años.
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