Este mes de enero de 2014, la bitácora que está leyendo
cumple cuatro años en la red. En años humanos serían unos 75 años –no les
contaré cómo he llagado a este cálculo-, aproximadamente la edad de la anciana
de la foto. Y como en ella, las arrugas de la edad dibujan un mapa de la vida
en la maraña de pixeles y códigos binarios. No corren buenos tiempos para las
bitácoras, no pueden competir -¿o sí?- con las fotos de gatitos del fisbús, ni con la vertiginosa vida
contada o descontada en 140 caracteres, pero como dice un bloguero amigo: “aquí seguiremos jugando”.
LAS TRECE UVAS
Sentada alrededor de la mesa con toda la familia, la pequeña
Martina volcó el contenido de la lata con las uvas de la suerte en un plato de
postre. Antes tuvo cuidado de utilizar la tapa para vaciar el líquido en un
vaso y así evitar que el almíbar cayera con aquellas pequeñas bolitas verdes,
“peladas y despepitadas”, como rezaba la etiqueta. Una, dos, tres, cuatro…,
empezó a contar mentalmente Martina hasta que gritó:
-¡Mamá!, aquí hay trece uvas.
-Pero cómo va a haber trece uvas, Martina, si cada año
compramos la misma marca y siempre han sido doce, no ves que las cuentan varias
veces, prueba de nuevo, chiquilla.
Y Martina volvió a contar esta vez en voz alta.
-…doce y trece, ves mamá… ¡no me he descontado, son trece!
La abuela la miró con expresión ceñuda y la espetó:
- Jovencita, que no se te ocurra volver a levantar la voz y,
sobre todo, no te comas trece uvas, si no quieres que una maldición caiga sobre
esta familia.
La niña, con voz queda, dijo que sí, mientras se arrellanaba
en la silla. La anciana, con la mirada torva, volvió a dirigirse a la pequeña:
- Cuando me respondas, que sea alto y claro, que parece que
le estés hablando al cuello de tu vestido. Y ¡por Dios!, siéntate como una
señorita.
El miedo cubrió el dulce semblante de la niña. Aquella mujer
enlutada la infundía más que miedo, terror, no sólo con sus regañinas, sino
también con las macabras historias que le contaba. La abuela Constanza era
consciente de ello, era su forma de educar a sus nietos, así lo habían hecho
con ella, así lo había hecho su difunto marido golpeándola cuando llegaba
borracho, así era el régimen político en qué vivió, donde al miedo se le
llamaba respeto y a la represión, física y moral, educación.
Martina apartó hacia el borde del plato el grano de uva que
sobraba. Y en la televisión comenzaron a sonar los cuartos del reloj de la
Puerta del Sol, y luego los: dong, dong, dong, dong… Cuando sonó la campanada
número doce, Martina miro de reojo a su abuela, que en ese momento levantaba la
copa para hacer el tradicional brindis con los demás miembros de la familia.
Mientras la sidra achampañada se deslizaba burbujeante por el gaznate de la
vieja, la chiquilla se comió la uva que hacía trece…
La anciana posó la copa en la mesa y sus ojos vidriosos se
quedaron mirando al infinito, para después caer fulminada por un infarto.
Hoy Martina es una mujer adulta, con una posición económica
envidiable, gracias a sus matrimonios con varios banqueros. Algunos la llaman
la “viuda negra” de la Noche Vieja.
Texto y foto: Javier
Coria
¡FELIZ AÑO!
No hay comentarios:
Publicar un comentario