Se nos
fue el escritor y crítico Manuel García-Viñó, como ya comentamos en este bolg,
y para los que no conocían su labor y el por qué era odiado en el mundillo de la
industria editorial, aquí les dejo uno de sus descarnados trabajos:
LOS ESCRITORES MÁS VENDIDOS Y EL RETRASO
MENTAL
En este trabajo me propongo
mostrar que los escritores españoles promocionados por el sistema de la
industria cultural, del que es portavoz el diario El País, no sólo escriben de
manera pedestre y apoyados en una estética –por llamarla de algún modo-
obsoleta, no ya decimonónica, sino pregaldosiana y carecen por completo de un
concepto del género novelístico y de una concepción del mundo, como todo
verdadero escritor debe tener, sino que, en su incapacidad expresiva y su
dificultad para pensar con madurez, se muestran ridículos y hasta risibles,
rozando a veces la expresión propia de un retrasado mental. La pregunta que
planteo y quiero responder aquí es, pues, la siguiente: ¿es necesario ser
retrasado mental para triunfar en España hoy día como novelista? De entre los
cientos de pruebas que podría aportar de la evidencia de que así es, voy a
ofrecer una selección. Proceden todas de los Cuadernos
de Crítica del Centro de
Documentación de la Novela Española, editor asimismo de La Fiera Literaria, donde se
continúa trabajando. Me ocuparé aquí de los analizados por mí: los que he
llamado “cuatro grandes de la novela española” –Muñoz Molina, Marías, Almudena
Grandes, Rosa Montero- y Antonio Gala y Maruja Torres, dejando para otras
ocasiones a Juan Luis Cebrián, Juan Manuel de Prada, Espido Freire, Lucía
Etxeberría, Eduardo Mendoza, Rosa Regás, Juan José Millás, Clara Sánchez,
Benítez Reyes, Elvira Lindo y alguno más.
De estos últimos y de aquellos
cuyas obras comentaré en estas páginas ya se ha demostrado en las citadas
publicaciones, insisto, que carecen de estilo, su lenguaje es paupérrimo,
ignoran que novelar es algo más que ponerse a contar cosas, no están en
posesión de una poética personal, ni siquiera epocal; se mueven dentro de un
costumbrismo obsoleto, confunden el significado de muchas palabras y destrozan
la gramática, la lógica y, muchas veces, el buen gusto. No es ya que carezcan
de una cosmovisión, es que ni siquiera están en posesión de un pensamiento
maduro. Escriben para satisfacer a las mentalidades más romas y no muestran
otro interés que el de tocar unos temas ‑todos se ve que están en el error de
creer que el tema, el argumento, la peripecia, etc. son los ingredientes
principales de una novela‑ que llamen la atención y sirvan para montar una
campaña de publicidad- y, por supuesto, ignoran las calidades intelectuales y
estéticas que el género novelístico alcanzó en la primera mitad y un poco más
del siglo XX.
Todo eso ha quedado más que
demostrado, como digo. Aquí voy a ampliar lo referente a la inmadurez del
pensamiento de estos autores, a los que el marketing desaforado que emplea con sus obras el
sistema de la industria cultural ha llevado a la fama y a que vendan
desorbitadas cantidades de ejemplares; inmadurez que en ocasiones desciende a
niveles inferiores: los ejemplos que he seleccionado no lo son de muestras de
pensamiento inmaduro, sino, repito, de franco retraso mental. No seguiré otro
orden que el de la azarosa relación que relacione una ficha con otra.
1.‑ En la página 362 de Malena es un nombre de tango,
nos encontramos con un respetable trasero y sus circunstancias, que Almudena
Grandes describe así: "Aprecié la calidad de su carne, su espalda inmensa,
lisa, un trapecio perfecto, y las huellas circulares de los riñones como dos
hoyos casi colmados, sobre un culo perfecto, el mejor, el más hermoso de todos
los culos que he visto nunca, redondo y rotundo y carnoso y plano y duro y
firme y elástico y claro y suave y amasable y mordible y engullible y
deglutible como ningún otro culo haya existido jamás".
El carnoso trasero de tan
apetitosas características es sujeto caro a la autora, que ya lo había tocado
en la página 9 de Las edades
de Lulú, donde se enfrentaba a un hombre desnudo y en la poco airosa
postura que señala: "Un hombre, un hombre grande y musculoso, un hombre
hermoso, hincado a cuatro patas sobre una mesa, el culo erguido, los muslos
separados, esperando. / La carne perfecta, reluciente, parecía hundirse
satisfecha en sí misma sin trauma alguno, sujeto y objeto de un placer
completo, autónomo, tan distinto del que sugieren esos anos mezquinos,
fruncidos, permanentemente contraídos en una mueca dolorosa e
irreparable".
Dejando al margen la estupidez de
las descripciones, asombra pensar en la cantidad de culos que ha tenido que
contemplar esta mujer para permitirse sentencias tan rotundas y tan prolijas
descripciones. Como se ve, Almudena Grandes es, además de un óptima escritora,
una experta en culos, que, como ha dicho el teniente coronel Tejero, es lo más
grande que se puede ser en este mundo, después de ser español. Es también
culiadicta y fetichista de culos. No quisiera tener yo mi nalgar en las
proximidades de su dentadura, en el momento en que a Almudena le diese el
volunto de engullir glúteos y deglutirlos. No cabe duda de que, para captar las
muecas de un ano y saber si es mezquino o generoso, no solamente hay que ser
muy observadora, hay que haber observado atentamente muchos culos. Ante
semejantes portentosas cualidades, no sabe uno qué parte descubrirse, ni si
exclamar chapeau! o caleçon!"
2.- Para que se vea que es el
tono general de la prosa almudenense, recordaré aquella sublime ocurrencia de
un personaje de Malena es un
nombre de tango, que hubiese
envidiado el mismísimo Oscar Wilde. (Aunque parezca mentira, la mitad de los
parlamentos de estas novelas tratan de follar y de comer mollejas. Cfr. mi
“Cuaderno”Almudena es un nombre de chotis).
Llega la hermana de la
protagonista a dar a ésta el parte sexual de la jornada y la informa de que
Germán y ella hace ya tres meses que no follan; que ella le ha pedido hace unos
días que la follara y él le respondió que ya no le interesaba follar. Entonces
Malena, en un arrebato de solidaridad fraterna, mordiéndose la lengua hasta
necesitar varios puntos de sutura, pregunta indignada, con los signos de
interrogación mal puestos, comme
d’habitude: “¿Qué le pasa a tu marido, que ahora, en lugar de polla, tiene
entre las piernas una prueba irrebatible de la existencia de Dios?” Apuesto el
brazo que no perdí en Lepanto a que la gran escritora creyó, mientras escribía
esto, que estaba siendo muy avanzada, aguda, original, atrevida y provocadora.
Ignorante sin embargo de que con las pruebas de la existencia de Dios se ha
jodido a mucha gente. Lee esta chorrada record Franz Brentano y se retira a un
convento.
No es menos chorra aquella escena
en que la tía monja, para explicarle a Malena el martirio de santa Lucía, se
saca las tetas en la capilla, las pone sobre el altar mayor y con las manos
figura las cuchillas mamacidas. Lo veremos con más detalle.
3.‑ Al respetable y excepcional
trasero con el que hemos trabado conocimiento en el punto anterior, empiezan a
propinarle azotes. La dramática circunstancia hace que emerja con fuerza la
poetisa que Amudena Grandes lleva dentro y escriba: [Los azotes en el culo se
hacían cada vez más violentos] "y estallaban en mis oídos con el bíblico
estrépito de las murallas de Jericó". La gilipollez de expresiones como
ésta no ha sido señalada por ningún crítico literario ni fue advertida por los
miembros del jurado que otorgaron a Las
edades de Lulú, una novela de costumbrismo sexual casposo, el premio
"La sonrisa vertical" de literatura erótica, que la ha hecho vender
veinticinco ediciones. (En el “Cuaderno de Crítica” Las edades de Almudena
Grandes he demostrado
demuestra que no es ni de lejos una novela erótica y que Almudena no tiene idea
de lo que es erotismo.)
4.‑ "Su culo ‑sigue en clave
lírica‑ temblaba como los muslos de una virgen añosa en su noche de
bodas". Ante generalizaciones o afirmaciones sin fundamento como ésta, a
que tan aficionados son los fabricantes debestsellerados, sobre todo
Muñoz Molina, como veremos, uno no tiene más remedio que preguntarse por
cuántas vírgenes añosas habrá sorprendido Almudena Grandes en su noche de
bodas. ¡Hasta el más lerdo sabe que lo que les tiembla es el mondongo!
5.‑ El del sexo es uno de los
campos más frecuentados por los más vendidos. Aunque volveré sobre Almudena
Grandes, cuyo venero de patochadas es inagotable, quiero fijarme ahora en
Javier Marías, para quien no caprichosamente han pedido el Nobel cerebros tan
poderosos como Eduardo Mendoza, Guillermo Cabrera Infante, Rafael Conte, Miguel
García Posada y el propio Javier Marías, y a quien Fernando Savater ha
comparado con Cervantes y Dostoievsky. Lo que sigue puede encontrarse en la
página 145 y s. de su novela Todas
las almas:
"Tengo la polla dentro de su
boca, pensé al tenerla.”
"Que tenga la polla en la
boca de Muriel es incomprensible.”
"Ahora no bebe ni fuma ni
dice nada, porque tiene mi polla en la boca y está distraída, y sólo eso cabe.
Yo tampoco hablo, pero no estoy distraído, sino que estoy pensando.”
"Con ella no echo en falta
lo que siempre hecho en falta cuando me acuesto con Clare: que la polla tenga
ojo.”
"Tengo la polla en su boca o
ella tiene su boca en ella, puesto que ha sido su boca la que ha venido a
encontrarla".
Algún exaltado ha dicho que quien
escribe una cosa así es un capullo, pero bueno, tampoco hay que exagerar ni
oponerse a la libertad de expresión. Téngase en cuenta además que un grupo de
sesenta especialistas españoles, entre los que se encontraban sabios como
Fernando Savater, José María Castellet, Rafael Conte, Ramón de España, Miguel
García Posada, J.A. Masoliver Ródenas, Santos Sanz Villanueva, Darío
Villanueva, Robert Saladrigas, Luis Suñén, Andrés Trapiello, Jorge Herralde,
Esther Tusquets, José María Guelbenzu, Javier Marías, Vicente Molina Foix, Rosa
Montero, Maruja Torres, Luis Goytisolo, Antonio Muñoz Molina y Pere Gimferrer,
declararon esta novela la mejor publicada entre 1975 y 1991, después de que
otros y varios de éstos le otorgaran el Premio de la Crítica de 1993 y la Real
Academia Española, el Fastenrath de 1995. Todo el libro está escrito, y tal vez
ello explique muchas cosas, como las últimas líneas entrecomilladas, por lo que
constituye un homenaje a la sintaxis y a la lucidez en la expresión. Y qué
decir de alguien tan clarividentemente observador, como para pensar que tiene
algo en la boca cuando lo tiene, aunque en el fondo le resulta incomprensible
tenerlo? Si el mejor crítico de España, García Posada, ha declarado el
endecasílabo de Luis García Montero que reza: "Tú me llamas, amor, yo cojo
un taxi", el verso emblemático de la poesía española del siglo XX, yo
reclamo el mismo honor, en el campo de la prosa, para la frase de Marías:
"Tengo la polla en su boca, pensé al tenerla".
6.‑ Todas las bestselleradas son
muy dadas a las ingeniosas ocurrencias, especialmente en el ámbito de su
imaginario sexual. A la heroína –en la que a todas luces se encarna la autora ‑
de la novela de Maruja Torres Un
calor tan cercano, la llaman para decirle que su madre ha muerto. Ella duda
si asistir o no al sepelio de la autora de sus días. Se decide por el
"no", pretextando que "la muerte me da siempre ganas de
joder". Como Almudena Grandes, es seguro que pensó que, con semejante
declaración, iba a impresionar al lector. A mí, por lo menos, no, pues conozco
muchos casos de personas que sufren semejante sensación cuasi sinestésica. El
más cercano, el de una charcutera de Lavapiés, a la que le pasa lo mismo, pero
en dirección contraria: apenas le pellizcan una teta, se pone a entonar un
responso.
7.‑ Y, siguiendo con las agudas
ocurrencias, otra de Javier Marías en el libro de casi cuatrocientas páginas –Negra
espalda del tiempo ‑ que escribió para exaltar otro suyo que he citado con
anterioridad en un contexto empollado: dice que los profesores de Oxford a
quienes no citó en Todas
las almas se sintieron
"molestos y ofendidos", "vilipendiados o escarnecidos",
porque ‑afirma‑ "lo peor es no figurar allí donde hubo posibilidad de
hacerlo". Lo que es una gran verdad, lo admito. En los tiempos en que ejercí
de bombero, tuve ocasión de comprobar muchas veces que el gran pesar de los
supervivientes de una catástrofe era no figurar en la lista de fallecidos, en
la que tuvieron la posibilidad de figurar.
8.‑ Pero sigamos con las
genialidades de tema sexual, que son las que más se llevan. Quien se
autobestsellereda con las aventuras de Manolito Gafotas ‑llamar Manolito
Gafotas a un heroino de cuentos infantiles ya estaba anticuado en tiempos de
Elena Fortún‑, Elvira Lindo, llamada Viruca Lindurri por Bicoca del Fresno,
Isabel Sartorius, Marisa de Borbón, etc., asiduas del gimnasio al que ella
acude, y que es donde, según ha escrito (El País, 11 de marzo de 2001),
"se reúne el cogollito del barrio de Salamanca", es muy dada a las
confidencias sobre los temas más íntimos, convencida, se advierte, de que a
todo el mundo le interesan. El 15 de abril del citado año, informaba de que a
ella no le gustan los hombres que la tienen pequeña, sino los que, como
Francisco Rabal, "la tienen grande y partida en dos". Para demostrar
que no ha perdido el tiempo en el cursillo de pollas comparadas al que había
asistido, añade que ella sabe que Bardem la tiene más grande que Banderas, por
lo que prefiere al primero. Pese a todo, da a entender que hasta el presente ha
sido fiel a "su santo", como llama a “su marido”, no si antes aclarar
que es académico, quince veces en cada artículo. Sobre la base de un típica
moral posmoderna, contaba el 1 de julio cómo se contuvo, estando tomando un
gintonic con Joaquín Oristrel en un hotel de Bilbao. No se pusieron a joder en
seguida, como por lo visto es obligatorio en ese mundo suyo, sino que se
abstuvieron "con una fidelidad hacia nuestras parejas rayana en la
santidad" (así de vulgarmente escribe, sí). La continencia en la vida cotidiana
de esta santa, que con virtuosa sencillez informaba al pueblo español (15 de
agosto) de que suele leer la prensa mientras caga, la impulsa a "hacerse
pajas mentales" (15 de abril) junto a su marido, don Antonio Muñoz Molina,
al que toma evidentemente por un calzonazos, mientras reposan juntos sobre un
colchón Pikolín Springwell relleno de visón: Viruca Lindurri siempre precisa el
nombre de las buenas marcas de sus braguitas, sus compresas, sus chales, como
el Benarroch que llevaba el día que ‑supremo gesto de sinceridad‑ confesó haber
padecido un ataque de almorranas durante una representación de Parsifal. Hubo
de salir corriendo hacia su casa donde, merced a la aplicación por su santo de
una crema en su lugar descanso, sintió un alivio tan grande que gritó: "
gracias, Hemoal!" (Seguramente le cobró al laboratorio). Pero no sólo
presume de ropa y de chismitis, también de su tipo, dando a entender que está
muy buena ‑si es así, se explican "las tentaciones de Oristrel-, por lo
que "sus criados", cuando hablan con ella, le miran las tetas (20 de
agosto y passim). Pienso
que todo esto es digno de una de las más apreciadas intelectualas de PRISA, que confesó una vez (11 de
febrero de 2001) que prefiere ir de compras a leer.
9.‑ Pero ni una línea más sin
traer a estas páginas, que inmortalizarán al cogollito de la novela española
hodierna, a la niña de mis ojos, Rosita Montero, sin duda Rosa de Pitiminí en
el gimnasio al que acude. Ella se lo merece todo, dada su continua y benéfica
influencia en el mundo y la sociedad del puente de los siglos. Jamás olvidaré
que, cuando ella escribió ‑primera línea de una columna memorable‑: "Estoy
harta de oír hablar de Eliancito", el presidente Clinton reunió en el
despacho oval a los de la mesa redonda y entre todos modificaron la política
usaca en el Caribe. Voy a comentar in
extenso el primer capítulo de
su extraordinaria novela La
hija del caníbal, mediante una selección de lo que será en su día el
exhaustivo ensayo El padre de
la caníbal. ¡Qué bien lanzada estuvo la magna obra por Espasa!... ¡Aquella
rosa miles de veces florecida en las grandes superficies, que eclipsó durante
meses la del PSOE!
10.‑ El primer párrafo de la
novela de Rosa Montero, La
hija del caníbal (en
adelante, Caníbal),
después de unas confusas líneas de filosofía de la confusión, concluye con
estas líneas: "Cuando aquel día mi vida cambió para siempre yo no estaba
estudiando la analítica trascendental de Kant, ni descubriendo en un
laboratorio la curación del sida, ni cerrando una gigantesca compra de acciones
en la Bolsa de Tokio, sino que simplemente miraba con ojos distraídos la puerta
color crema de un vulgar retrete de caballeros situado en el aeropuerto de
Barajas". Bueno, hay que comprender que cada uno cambia su vida como
puede. Lo importante ahora es señalar que la alusión a la analítica
trascendental kantiana constituye lo que en el Centro de Documentación de la
Novela Española llamamos un pinito cultureta, algo que resulta chocante cuando
no ridículo. En este caso, viene a ser además un clarísimo homenaje de la
autora a su maestra, Almudena Grandes, tan aficionada ella a demostrar su
sapiencia. Una sapiencia de la que generosamente hace partícipes a sus
lectores, a veces mediante ejemplos que han pasado a ser de obligada cita en
los colegios de monjas.
En el segundo párrafo, nuevo
toque almudentarra: "Ramón era mi marido: llevábamos un año casados y
nueve años más viviendo juntos". Queda clara su progresía. Lo malo de
estas progres es que siempre, al cabo de una década corta, vuelven a caer en lo
convencional católicoadministrativo. Pena que Rosa no aclare, como hubiese
aclarado su maestra, si Ramón follaba mucho o no follaba nada, ni si le
gustaban o no las mollejas. “¿Cómo se puede follar, ha dejado escrito Grandes,
con un hombre al que no le gusten las mollejas?”
11.‑ Un buen ejemplo: Malena, el
celebérrimo personaje de Almudena, va a visitar, como dije, a su tía monja a un
convento madrileño. Como suele ocurrir cuando el visitante es familiar cercano
de la profesa, la recibe en pie, cabe el altar mayor de la capilla. Henchida,
como su creadora, de sentimientos didácticos, le cuenta la historia de Santa
Ágreda. Una docena de veces emplea para ello la palabra "tetas" ‑como
parece ser preceptivo cuando se conversa en lugar sagrado‑, ni una sola
"pechos" o "senos". En arrebato cariñoso, la sobrina,
conmocionada por el relato, grita: " ¡Tú no te cortes las tetas!" La
buena monja, que sin duda no había considerado siquiera la posibilidad ni en
uno de sus peores momentos ‑tampoco las monjas se están cortando las tetas
todos los días porque lo hiciera Santa Ágreda‑, lo que sí quiere es que la
sobrina se entere bien de lo sucedido. Se levanta el hábito de burda estameña,
se saca su hermoso par, lo coloca sobre el ara sacra y, simulando con la
diestra una guillotina, ilustra el relato con elocuente demostración.
12.‑ Seguimos en Caníbal: Pág. 9.‑ "A Ramón
se le ocurrió ir al servicio". ¡Qué ocurrencias tenía Ramón! A Rosa, ésta,
según dice, no le hizo mucha gracia. Mas se tranquiliza pronto: "Pero
faltaba todavía bastante para la hora del vuelo y los servicios estaban
enfrente, muy cerca, a la vista, apenas a treinta segundos de mi asiento".
Por esta precisa lección de geografía aeroportuaria (en la primera versión del
libro, estaba prevista la inclusión de un plano), se adivina que Rosa se
propone introducirnos a través de una fantacientífica star gate.
Pág. 10.‑ En cuestiones de fondo,
Rosa no está de acuerdo, sin embargo, con su maestra. Encuentra a su marido
"sobrado de nalgas". "Ah, pequeña saltamontas, le hubiese dicho
Grandes, especialista en culos como vimos, de eso nunca tienen bastante".
Id.‑ En la etopeya que de su
cónyuge traza la novelista, aprovechando el tiempo que él dedica a sus
necesidades mayores o menores, lo pone a parir un burro. Tan mal deja al eventual
meando (y/o cagando), que uno llega a la conclusión de que, si lleva
conviviendo con él diez años, tiene que tener más estómago que una vaca
tibetana.
Pág. 11.‑ Primer motivo de
estremecimiento para el lector desprevenido: Ramón tarda demasiado en salir del
urinario. ¡Menos mal que Rosa entretiene la espera pensando en la Venus de
Willendorf! ¿Qué se creían ustedes? ¿Que una discípula de Grandes iba a pensar
en la de Milo, de la que habla todo el mundo?
Id.‑ Lo cual no le impide llevar
la cuenta de lo que tardan otros en llevar a cabo su micción: "Del
servicio de caballeros entraban y salían los caballeros (si era un servicio de
caballeros, Rosita, ¿quiénes iban a entrar y salir? ¿Los escuderos?), todos más
diligentes que mi marido". Quizá la suya fuera, especula el lector,
echando un cable al acusado, una micción imposible. En cualquier caso,
encuentra que no es razón para que su señora, según nos dice, empiece a
odiarle.
Id.‑ En vista de lo cual, dice
Ella, "dediqué unos minutos de reflexión a lo llenos que están los
aeropuertos últimamente de ancianos en carritos". Nada como una reflexión
profunda para mantener la mente despejada. Tan horadante es la reflexión
monteresca, que emplea veinte líneas en contarnos lo que sienten las viejas ‑si
no lo sabe Rosa, ¿quién lo va a saber?‑, y resulta ‑ ¿quién lo hubiera dicho?‑
que las viejas, todas, son unas malvadas.
Id.‑ En representación de todas
las perversas vejestorias que por allí pululan ‑en gran cantidad, como ya
sabemos que sucede últimamente‑, una, a la que Rosa "estaba contemplando a
hurtadillas", "levantó la cabeza súbitamente y clavó en mí su mirada
lechosa: 'Hay que disfrutar de la vida mientras se pueda', dijo con una
vocecita fina pero firme; y luego sonrió con evidente y casi feroz
satisfacción. Es la victoria final de las decrépitas".
Id.‑ "Y Ramón no salía.
Estaba empezando a preocuparme". ¿Se le habrán atragantado sus amplias
nalgas en el inodoro?, se pregunta el lector solidario.
Págs. 11‑12.‑ Nuevo homenaje a
Almudena: "Un día, en otro aeropuerto, vi a un hombre que me recordaba a
un ex-amante. ¡Qué mocitas más modernas!, exclama el lector verecundo e
inocente. La Rosa, la Almu, la Etxeberría, la Torres... Se pasan la vida de
amante en amante y sigo para delante. Son verdaderamente expertas en la
materia. No digo en la literaria, claro.
Pág. 12.‑ ¿Es o no es el
examante? "Por momentos se me parecía a él como una gota de agua".
Extraña gota, se perfila el lector para entrar al quite, que se parece a un ser
humano. ¿O será que lo que quiso decir Rosita es que se parecía a él como una
gota de agua a otra gota de agua? Escriben tan deprisa estas niñas, apremiadas
por el Juan Cruz de guardia, que no hacen más que meter la pata.
Id.‑ Rosita continúa observando
al presunto ex: "el mismo cuerpo, la misma manera de moverse, el mismo
pelo liso y largo recogido en la nuca con una goma, la misma línea de la
mandíbula, los mismos ojos ojerosos como (aquí falta los de) un panda, las mismas
generosas nalgas, el mismo documento nacional de identidad"... ¡Coño, muchacha,
no lo dudes más! ¡Es él!
Id.‑. "Tan pronto me
convencía su presencia (¿por qué te tenía que convencerte la presencia? ¿No era
evidente?), y me recordaba de mí misma pasando la punta de la lengua por sus
labios golosos, como adquiría la repentina certidumbre (sobra
"repentina") de estar contemplando un rostro por completo
ajeno". (¿Por completo? Si hubiese sido así, no te habría recordado a
Coletas I. ¿Y ajeno? ¿Ajeno a qué? Querrías decir "diferente".
Págs. 12 y 13. ¡Llamada para su
vuelo! Con las bolsas a cuestas, Rosa se dirige hacia la puerta de los
vatercloses. Nuestra heroína está despendolada. Pese a ello, acierta a darse
cuenta, por su gesto, de que un cincuentón que sale del servicio refleja en su
rostro que tiene problemas de próstata.
Pág. 13.‑ "La desesperación
y la inquietud creciente me dieron fuerzas para romper el tabú de los
mingitorios masculinos (territorio prohibido, sacralizado, ajeno) y entré
resueltamente en el habitáculo". (Sic, lo juro, no añado nada...
Sólo llamo la atención sobre el hecho de que, ciertamente, en los servicios de
señoras, no sacralizados, entra quien quiere del otro sexo). (No se pierda el
lector siempre sediento de saberes, en esta página, la prolija y precisa
descripción de un retrete).
Id.‑ "Perdón, voceé,
pidiendo excusas al mundo por mi atrevimiento", clama Rosita en un alarde
de ironía fina, luego de su inspección transgresora, de su profanación del
santuario de la masculinidad. Pasma la amplitud de miras que tienen los
bestsellerados. Palmira Gadea, la protagonista de Más allá del jardín, de Antonio
Gala, tras un disgusto familiar, decide "ponerse disposición del
mundo". Ésta, ya lo han leído, le pide excusas.
13.- Caníbal pág. 13: El odio que Rosa siente por
su marido es como un Winchester 73: "odio de repetición, seco y
fulminante". Aunque lo mejor viene a continuación: [uno de esos odios]
"que tanto abundan en el devenir de la conyugalidad".
Id.‑ La pérdida de Ramón (Ramón
Iruña Díaz, para ser exactos, de los conocidos Iruña de la Comunidad Europea),
porque por perdido hemos de darle, por muy optimistas que nos hayan enseñado a
ser nuestras madres, se compensa con un aumento del número de empleados de
Iberia junto la puerta de embarque: "desde lejos pude ver que no estaba.
Eso sí, había aumentado el número de empleados de la compañía. Ahora había dos
hombres y dos mujeres uniformados". Precisión por encima de la angustia,
como aconsejaba el estagirita.
Id.‑ Una de las mujeres,
"supongo que con la pretensión de consolarme", le dice: "No se
preocupe, pasa muchas veces. Luego resulta que aparecen bebidos, por
ejemplo". (¿Por qué por “ejemplo”, Rosita?, ¿Es que otros aparecen también
comidos y merendados?). Bajo juramento declaro, yo, miembro emérito del Círculo
de Fuencarral de Crítica Literaria, que me he entrevistado con el director de
Iberia, el mismísimo don Antonio Iberia, quien, con una mano en la Biblia y
otra en el Cuaderno de Bitácora, me ha asegurado: "Los empleados de Iberia
están programados para no decir tales sandeces. Tomaré medidas".
Id.‑ ¡Lo que faltaba! El ánimo de
Rosa está, como es de suponer, por la moqueta. Y entonces va la niñata
uniformada, que pronto causará baja en la plantilla ibera, y le dice:
"Señora, el vuelo tiene que salir, no podemos esperar a su marido [...] Y
a mí siempre me ha deprimido que me llamen señora". ¡Cuánto ensañamiento!
Sobre viuda de facto, nominada "señora" el mismo día. Mas no pasemos
por alto otra chorrada monterónea, otra sandez que igualmente hubiese
descalificado el director de las consagradas Líneas Aéreas Españolas: la
empleada se expresa ‑"el vuelo tiene que salir, no podemos esperar a su
marido"‑ como si el piloto, con la portezuela del avión medio abierta,
estuviera gritando: " ¡Venga, suban, que se hace tarde!"
Id.‑ Ante lo irremediable, Rosa
sólo tiene tiempo de aclarar, a la que dijo lo de "luego resulta que
aparecen bebidos", que "Ramón es abstemio". Hizo bien. No se iba
a emborrachar con gatorade.
Págs. 14 y 15.‑ Pero la del traje
a rayas es más descarada e impertinente de lo que ella habría podido suponer, y
le dice a su compañera, aunque en voz lo suficientemente alta como para que la
presunta viajera se entere: "O se ha marchado porque sí, tan
tranquilamente. ¿Te acuerdas de aquel tipo que se cogió otro vuelo para el fin
de semana con su secretaria?"
Sospecho que, para los
parlamentos, en especial los de los empleados de Iberia, Montero contó con la
colaboración de Javier Marías. El disgusto que se habría llevado el director de
Iberia con el último, que por cierto me plantea algunos problemas:
a) ¿Cómo supieron los empleados,
por muy cotillas que fuesen, que aquel señor tomó otro vuelo?
b) ¿Era precavido, en contra de
lo que se pensó, y estaba en lista de espera?
c) ¿Quién informó de que se largó
por un fin de semana exactamente?
d) ¿Cómo descubrieron que se iba
con otra mujer?
e) ¿Cómo, que esa mujer era
precisamente su secretaria?
f) ¿Quién es tan improvisador
como para esperar a canjear mujer por secretaria en campo tan inseguro como un
vestíbulo aeroportuario?
g) ¿Quién tan tonto en este mundo
como para escribir lo que hemos leído?
Pág. 15.‑ Rosa no logra
"reunir algún fragmento de dignidad para decir que no, que Ramón desde
luego jamás haría eso". Estoy con ella. Entre otras razones, porque, según
he podido averiguar, nunca ha tenido secretaria.
A pesar de su angustia, la
minuciosa autora de este novelunio tiene tiempo de dedicar un largo comentario
a las consecuencias que la desaparición de Ramoncín provoca en la compañía
aérea ‑tener que sacar las maletas de la bodega, retrasar el vuelo hora y media
por ello mismo, apaciguar el cabreo de los pasajeros‑ y al estado de ánimo de
los empleados: irritados, si queremos ser precisos.
Interviene un policía, que no
parece dar demasiada importancia a la desaparición de un marido: "Mire,
señora ‑dice un agente después de haber inspeccionado los retretes y no haber
encontrado "nada raro"‑, yo que usted me marchaba a casa".
Filosóficamente, añade: "Seguro que luego acaba apareciendo, estas cosas
ocurren en los matrimonios más a menudo de lo que usted piensa". ¿Qué? se
pregunta el lector ¿Que desaparezca un marido o que alguien lo haga por un
bajante, después de tirar de la cadena? Sobre todo estando por medio lo que
Jardiel Poncela llamaría "un marido de ida y vuelta". Y lo cierto es
que no le faltaba razón. Yo, por lo menos, cada vez que voy a Barajas, me
encuentro con dos o tres señoras enloquecidas, buscando a su cónyuge
temporalmente extraviado. Pienso que a estos desalmados habría que aconsejarles
que aprovecharan para marcharse de excursión la misa de doce o la visita al
dentista, para las que no hay que sacar unos billetes tan caros.
Pág. 15.‑ Con la afición de los
bestsellerados a las frases hechas, ¡qué sustos se lleva uno! Nos cuenta Rosita
que la supervisora aprovecha su turbación "para quitarse el muerto de
encima". Por un momento, pensé que Ramón había caído, fiambre, desde el plafond.
Págs. 15‑16.‑ Al cabo de varias
horas ‑sospecho que Rosita es lenta‑, "al fin la certidumbre de que no iba
a volver a aparecer se fue abriendo paso en mi cabeza". Pero sus
conclusiones, en cambio, son tan rápidas como claras: "Tal vez me ha
abandonado, me dije, tal y como sostenía el policía. Quizá se haya ido con su
secretaria a las Bahamas". Aunque... ‑Rosita duda‑ "Aunque su
secretaria tiene sesenta años". Eso no es óbice, mujer, ¡los hay con
gustos muy raros! Como para salir pitando con una jamona desde el retrete de un
aeropuerto.
Pág. 16.‑ La otra posibilidad en
la que piensa Montero es la de que, "en efecto, esté borracho como una
cuba, tendido y oculto en una esquina" (sin duda, quiso escribir
"rincón"). "Pero ‑se pregunta avispadamente‑, ¿cómo había podido
hacer todo eso sin abandonar el urinario?" Cuando a la vida le da por
enredarse, más le valdría a uno hacer un cascabullo, como los gusanos de seda,
y arrojarse en pijama a la laguna Estigia. Rosita coge un taxi, se va a su casa
y... "Ramón tampoco estaba allí". Por la noche, en la cama,
"insomne y desasosegada", echa de menos "los ronquidos y las
toses" del desaparecido. Teme que, a la mañana, también nostalgiará el
momento en que él "se frotaba la calva con monoxidil".
14.‑ Volvamos a Almudena Grandes,
por alusiones. Almudena, señora de García Montero, una escritoraza capaz de
sorprendernos con frases como ésta: "por un instante, rocé mi brazo con el
suyo, y la hiperbólica sensibilidad que desarrolló mi piel en el curso de un
contacto tan breve me dejó perpleja". Son dos adolescentes los que hablan ‑pág.
173 de Tango‑, pero,
criaturas de una gran intelectual como Grandes, se expresan siempre con
solemnidad, de aquesta mencionada y de aquestotra guisa: "la irritante
arbitrariedad de sus afirmaciones, la taxativa estupidez de esas sentencias
radicales...". Cosa no de extrañar en un libro en el que, páginas antes,
hemos visto a la cocinera y a la que quita el polvo hacer un análisis
exhaustivo del franquismo que para sus editorialistas quisiera el director de El Mundo. Continúa la
quinceañera: "Comprendí que su crisis, de la clase que fuera, había
pasado". Durante varias páginas, Malena se muestra como una psicóloga tan
aguda, que el lector experimenta el deseo apremiante de pedirle hora.
15.‑ Conste que las frases y las
consideraciones plenipotenciarias no las reserva Almudena para la política y la
psicología: también para la sexología. "...mientras sus dedos se aferraban
a mis pechos como un ejército de niños desesperados y hambrientos [...], antes
de que mi sujetador cayera al suelo como un cadáver de trapo." En el mismo
contexto, algunas frases que no son sólo plenipotenciarias, son, además,
mayestáticas: Malena mira a Nené (p. 189) "con la característica sonrisa
que algunos dioses condescendientes reservan para su eventual tropiezo con los
groseros mortales". Analícese esta frase a fondo:
"característica", "algunos", "eventual"... O
Almudena ha contado con el asesoramiento de Eliade o de Frazer ‑en cuyo caso,
debería advertirlo‑ o es tonta del culo.
16.‑ Como cabía esperar, en una
escena dibujada por esa mujer liberada que es Almudena Grandes, pulvis coronat caput. Y, como
de costumbre, no puede evitar demostrar una vez más que es una progre, y que
disfruta del retraso mental que achaco a los bestsellerados. Anuncia el solemne
momento del desvirgamiento de Malena, incompatible por cierto con la
información anterior de que "sólo ha follado con un tío, Marciano"
(aclaremos: Marciano de nombre, pero terrestre de nacimiento), precisando que
el acontecimiento tuvo lugar "en el agro extremeño" (195‑196). Esta
vez es distinto, ahora todo queda en familia: se trata de su primo Fernando,
que es un mozo bien dotado: Malena intenta "reunir la punta de mi pulgar
con la de los otros dedos" (192) en torno al pene fernandiano y no lo
consigue. Digo yo: o una mano muy pequeña o un auténtico penélope. Mas lo mejor
viene ahora: ya los tenemos follando (209), aunque sin dejar de lado, en plena
faena, su culta conversación sobre todo lo divino y lo marrano. Aunque él se
aplica a fondo, no puede dejar de sobresaltarse ante cierta afirmación de ella
y grita: "¡No jodas!". No se comprende cómo Almudena no hizo decir a
la exvirgen: "¿En qué quedamos?"
19.‑ La alusión a la hiperbólica
sensibilidad de la piel grandesca, el ejército de niños desesperados y
hambrientos aferrándose a su tetamen y esa sublime comparación del sujetador
que cae cual cadáver de trapo me ha llevado a pensar, no sé por qué, en don
Antonio Muñoz Molina, rey de las comparaciones elaboradas y de los
afiligranados tropos. Su novela El
invierno en Lisboa, única que he leído de él para mi desdicha y vilipendio,
amén de otros desastres reseñados en el Cuaderno Mal tiempo en Lisboa, está
constituida por varios millares de comparaciones y metáforas, cada cual más
peligrosa para la salud mental del leyendo, navegante en piélago de rebuscadas
imágenes y pedantes adjetivos. En ella nadie hace nada como Dios manda; en ella
nada es como dictan los cánones. Un rostro "ofrece una sumaria dignidad
vertical" (10); unas manos "se mueven a una velocidad que parece
excluir la premeditación y la técnica" (id.); el aspecto de una persona
"es el de alguien que muy a su pesar abdica temporalmente de un orgullo
excesivo" (14); quien huye lo hace "como si huyera sin convicción de
un despertar mediocre" (41); mirar a una mujer es "como entregarse
sin remordimiento a la frialdad de una desgracia (51)... A veces, sin embargo,
el gran escritor es más claro y dice cosas perfectamente comprensibles:
"Morton hablaba en español como quien conduce a toda velocidad ignorando
el código y haciendo escarnio de los guardias" (57). Debo reconocer lo
mucho que ha influido esta manera de escribir en mi manera de expresarme. Dos
días antes de escribir esta página, una de mis hijas me pidió que fuera a
recoger a mi nieto mayor, que hace un curso acelerado de uruguayo en una
escuela de idiomas. Me pidió que me informase de cómo le iba al muchacho. A su
pregunta, después, sobre qué me había dicho el profesor, respondile: "Me
ha dicho que habla uruguayo como un trapecista que anda bajo de triglicéridos y
transaminasas y sufre prurito anal, por lo que sube y baja las escaleras a toda
velocidad, haciendo escarnio del ascensorista". "Comprendo",
dijo mi hija, y le arreó un bofetón a la criatura.
20.‑ Pero Morton no sólo hace
virguerías con el español. Habla varias lenguas y "se traslada de una a
otra con la soltura de un estafador que cruza la frontera con pasaporte
falso" (57). Uno piensa que, a un tipo así, sería difícil engañarle. Muñoz
es de la misma opinión, especialmente si el tal se encuentra en un hotel,
porque "en un hotel, nadie le engaña a uno, ni siquiera uno mismo tiene
coartada alguna para engañarse acerca de su vida" (17‑18). Aguda
observación; pero se ve que no pensó en la cantidad de cuernos que se fabrican
en los hoteles. Ni en las facturas sobrecargadas. Ni en los congelados
ofrecidos como frescos.
21.‑ No sólo de tropos vive
Muñoz. Características suyas son también las generalizaciones chorridentas,
como aquesta de la página 10: "Después de los treinta años, cuando todo el
mundo claudica hacia una decadencia más innoble que la vejez". Sé de un
lector cuarentón que, al leer esto, se cabreó y salió corriendo a ponerle un
telegrama a Muñoz: "¡Claudicarás tú, gilipollas!" Y algunas páginas
más adelante: "...pero aquella firme mirada de indiferencia o ironía era
la de un adolescente fortalecido por el conocimiento. Aprendí que por eso era
tan difícil sostenerla". Insultada la noble ancianidad, Muñoz no se recata
ante la adolescencia. Y otra generalización estupidácea, en la pág. 13:
"Un músico sabe que el pasado no existe. Esos que pintan o escriben no
hacen más que acumular pasado sobre sus hombros". ¿Cómo, Muñoz, si no existe?
Ante una nueva gracia, el lector se pregunta: "¿hasta qué abismos de
gilipollez es capaz de descender este tío?"
22.- Después de autopresentarse,
a lo largo de cinco páginas, como un tipo cosmopolita, escribe: "Supongo
que enrojecí cuando la camarera rubia se dio cuenta de que yo la estaba
mirando". Realmente, todo se puede esperar de un oscarwilde que a cada
paso escribe “yo” y dice cosas como ésta ‑pág. 14‑: "Me he librado del
chantaje de la felicidad [...] De la felicidad y de la perfección. Son supersticiones
católicas. Le viene a uno del catecismo y de las canciones de la radio".
Me pregunto qué hay que escribir en España para que a un tipo, en vez de
hacerlo académico, lo declaren simplemente tonto del culo. En la misma página,
otra estúpida generalización: "...oscilando con una cierta indignidad de
bebedores tardíos". ¿Por qué "con una cierta"? ¿Por qué afirma
tácitamente que los bebedores tempraneros son dignos? ¿Sabe lo que dice o habla
por hablar?
23.‑ Un amigo de Muñoz se aparta
de Muñoz "junto al resplandor helado de los ventanales de la
telefónica". Como Spiderman, digo yo. Pero regresa, y Muñoz comenta:
"cuando lo ví volver, alto y oscilante, las manos hundidas en los
bolsillos de su gran abrigo abierto y con las solapas levantadas, entendí que
había en él esa intensa sugestión de carácter que tienen siempre los portadores
de una historia, como los portadores de un revólver". O sea, que John
Wayne, con una novela en el bolsillo, tiene una intensa sugestión de carácter,
¿no, Muñoz?
24.‑ Salto a la página 37 y leo:
"Era una noche de las primeras de octubre, una de esas noches prematuras
que lo sorprenden a uno al salir a la calle como el despertar en un tren que
nos ha llevado a un país extranjero donde ya es invierno". Frase en verdad
de una complicación inútil, como un grifo de bañera. Para alargar el libro,
Muñoz acude con frecuencia a estas especies de tropos chorrunos que, cuando no
resultan además cursis como éste, al menos son tonterías. Se ve, por otro lado,
que no viaja mucho. En tren y de una sola cabezada sólo puedes ir a Portugal y
a Francia, cuyo clima es el mismo que en el agro que nunca deberías haber
abandonado. Para ir a un país de clima diferente, tendrías que coger el
Transiberiano y disfrutar de bastantes despertares.
25.‑ En esta "novela",
insisto, nada sucede con sencillez. Nadie, por ejemplo, oye una música y le
tiemblan los tímpanos, no: "es como si [...] se extraviara en la niebla y
lo alzara hasta la cima de una colina desde donde pudiera verse una ciudad
dilatada por la luz" (41). Si escucha una canción, ésta no le resulta
agradable o desagradable, sino que encuentra que " no era más que la pura
sensación del tiempo, intocado y transparente, como guardado en un hermético
frasco de cristal". Y es que, por lo general, los personajes, cuando
quieren oír algo, no lo hacen, como tú, lector, con atención, sino "con la
atención de un joyero no del todo indecente que se aviene por primera vez a
comprar mercancía robada" (61). Ante estos ejemplos, no puede extrañar que,
si se toman una copa de aguardiente, no lo hagan echándose el trago al coleto,
sino "con la temible soberanía de quien está solo en un país extraño"
(118) o que, si se quitan las gafas, no sea para limpiarlas, "sino para
mostrar a alguien toda la intensidad de su desdén" (121). Y así todo el
libro, lo juro: es lo que un bestsellerado (= retrasado mental) cree que es
hacer literatura. Y los que también creen que lo es, los críticos ad hoc.
26.‑ "Desde que salió del
hospital vivía en un estado de permanente urgencia: tenía prisa por comprobar
que no estaba muerto" (44). Supongo que si el hospital hubiese sido del
Insalud, las prisas hubiesen sido por comprobar si estaba vivo. ¿Pensará esta
criatura antes de escribir? Página 48: Lucrecia saca del bolso, informa, el
tabaco, el lápiz de labios, un pañuelo, las llaves... Y Muñoz apostilla:
"todas esas cosas absurdas que llevan las mujeres". Pero esta vez
lleva razón Muñoz: si Lucrecia quiere fumar, maquillarse, limpiarse la nariz o
abrir la puerta de su casa, ¿para qué puñetas quiere los cigarrillos, el lápiz
de labios, el pañuelo o las llaves? Menos absurdo sería que llevase un cogollo
de lechuga y una vinagrera, por si se encuentra a Muñoz y le quiere obsequiar
con una ensalada. Firme en sus ideas, el académico insiste: "no hay nada
que una mujer no pueda llevar en su bolso". Por ejemplo, digo yo, otro
bolso. O un SEAT Panda.
27.‑ "Floro Bloom conducía
con la serenidad de quien al fin se ha instalado en el límite de sí mismo, en
la avanzada medular de su vida, nunca más en los espejismos de la memoria ni de
la resignación, notando la plenitud de permanecer cálidamente inmóvil mientras
avanzaba a cien kilómetros por hora" (97). Sublime muestra de la sencillez
expresiva muñociana.
(Nota al margen: El
lenguaje de una novela, sin perjuicio de que sea bello, tiene que ser, antes
que nada, preciso y funcional, puesto que su misión no es hacer gorgoritos con
las palabras, sino levantar una realidad, la realidad ficticia, delante del
lector, con la mayor expresividad, bulto y consistencia. La mente del lector
actuará como una pantalla, donde se espeja lo dicho por el novelista. Ningún
lector “verá” nada si lo atolondran con generalizaciones memas, imágenes cursis
y metáforas rebuscadas. El lector interesado puede consultar mi Teoría de la novela, Anthropos,
Barcelona, 2005).
28.‑ De un personaje que cuenta a
otro sus andanzas, no dice de éste, por ejemplo, "se le notaba
cabreado", sino "era, [el efecto del relato,] como beber lentamente
una de esas perfumadas ginebras que tienen la transparencia del vidrio y de las
mañanas frías de diciembre, como inocularse una sustancia envenenada y dulce
que dilatara la conciencia más allá de los límites de la razón y del
miedo" (123). Con lo cual, nadie, pero sobre todo los que no han probado la
ginebra perfumada, no se entera de cómo se siente el personaje.
29.- Biralbo entra en un bar
(126), pero no metiendo una pata y después la otra, sino "como quien
cierra los ojos y se lanza al vacío". Y ¿qué es lo primero que ve? Pues
que de una puerta, "más al fondo, salió un hombre ciñéndose el pantalón
con una cierta petulancia, como quien abandona un urinario" (127).
(¡Muñoz! Si tú eres petulante mientras te abrochas la bragueta, no cargues con
el mismo vicio a los demás): Por otra parte, a estas altura, resulta hasta
lógico que quien entra en un bar como entró Biralbo, vaya hasta el fondo
"sintiendo que atravesaba un desierto"; más aún: "cruzó toda la
lejanía del salón para llegar a los lavabos [donde] pensó que había pasado
mucho tiempo desde que se separó de Malcolm [el que lo acompañaba en la
apasionante aventura]. Se acerca ¿y ya está? ¡Qué va! Lo hace "como si
nadara contra una corriente entorpecida de malezas".
30.‑ Otro ejemplo de
generalización tontorrona: "nada une más a dos hombres que haber amado a
una misma mujer". Debió de haber escrito esto después de haber leído la
noticia de uno de los mil trece asesinatos cometidos durante el año en curso,
de un hombre por otro colega en amores. Y otro, más grave, porque pudo tener
luctuosas consecuencias: "los verdaderos solitarios establecen el vacío en
los lugares que habitan y en las calles que cruzan". Me ofende
personalmente. ¿Se atrevería Muñoz a sostener en mi cara que, porque no
establezco ningún vacío, no soy un verdadero solitario? Más adelante (186):
"Tenía el aire de ávida soledad de quien acaba de bajarse de un
tren". Este tío me hace sentirme un bicho raro: hace unos días, me bajé de
un tren y no tenía aires de nada. Recuerdo que bostecé y después me senté en
una carretilla para atarme los cordones de un zapato.
31.‑
Ni los aceptables e inocentes tranvías lisboetas se libran de los afanes
metaforizantes del académico Muñoz. Pasan "como buques a la deriva"
(143). Biralbo, que está en la acera, no por precaución, sino "como en la
cornisa de un edificio por el que fuera a desplomarse" (¿él? Desplomarse
parece más propio del edificio) (144). Consecuentemente, el acerado "se
queda inmóvil, con los ojos y la boca muy abiertos, con sudor en la cara y
saliva manchándole los labios" y mira al digno representante del
transporte público, "como quien mira en una estación el tren que ya ha
perdido". Decide echar a andar y "caminar hacia él como hundiéndose a
cada paso en una calle de arena". Bien, pues resulta que el que tantas
aventuras corre por mirar un tranvía, forma parte de un cuarteto de modestos
músicos que tocan en un bar. Cuando llega al bar, tras atravesar, al menos
mentalmente, el Sahara, el Gran Cañón del Colorado, y navegar por el Yenisei,
se dispone a actuar con sus compañeros. De los cuatro, uno sale "como el
que sale a que se lo coman los leones". Otro, "con el rápido sigilo
de ciertos animales nocturnos". El tercero, "con un gesto de
desprecio impasible". Para nuestro amigo el aventurero, poner las manos en
el teclado del piano "fue como asirse a la única tabla de un
naufragio" (querría decir "a la única que quedaba", porque un
naufragio produce muchas tablas). ¡Pero si es un quinteto! Hay uno más que
"se detiene al filo del escenario levantando muy poco los pies de la
tarima, como si avanzara a tientas o temiera despertar a alguien". Y llega
la hora de empezar a soplar, aporrear o lo que se tercie (180). Uno se lleva la
trompeta a la boca "como si se estuviera preparando para recibir un
golpe". Otro da la señal de empezar "como si acariciara un animal".
Un tercero "siente que le estremece una sagrada sensación de
inminencia". Un cuarto toma su instrumento ‑el musical, se entiende‑
"ávidamente esperando y sabiendo". Al último, "le pareció que
escuchaba el susurro de una voz imposible, que veía de nuevo el absorto paisaje
de la montaña violeta y el camino y la casa oculta entre los árboles"
(181). ¡Santo cielo! Pero ¿es que ni uno solo pudo salir andando tranquilamente
y dispuesto a soplar con sencillez la flauta?
Abandono a Muñoz, no sin pesar; a
Muñoz el de la RAE,
uno de los dos principales protagonistas de la gran estafa que ha cometido la
industria cultural en general, PRISA
en particular, con los inocentes lectores españoles de la llamada democracia,
para ocuparme del otro: Javier Marías.
Alguien, en el Centro de
Documentación de la Novela Española, se ha preguntado seriamente si no será
Javier Marías una especie de Forrest Gump de la literatura: alguien que, con un
coeficiente mental de menos del setenta por ciento, triunfa en una sociedad
dominada por el marketing y los valores económicos. Creo que voy
a probar que así es, en efecto. Para comodidad del lector y mía, empleo las
siguientes abreviaturas de los títulos de las novelas de las cuales extraigo
las perlas de la sabiduría y las pruebas de sutil humor: TA: Todas las almas; HS: El hombre
sentimental; TH: Travesía del horizonte; CB: Corazón tan blanco; MB: Mañana en
la batalla piensa en mí, y NE: Negra espalda del tiempo.
32.‑ Como se verá, algunas de las
patochadas de Marías se potencian por su tremenda incapacidad para una
expresión clara y gramaticalmente correcta. Adviértase la finura de su humor,
la sutileza de su razonamiento y la agudeza de su ingenio en afirmaciones o
comentarios como los siguientes: "Se murió en seguida, de golpe, a lo mejor
para no despertarme" (TA 13); "Era muy joven y por tanto no
elegante" (TA 25); "Tampoco recuerdo cómo le dirigí la palabra"
(id.). Pues, seguramente, abriendo la boca y articulando sonidos más
articulados que tu prosa; "El adulterio lleva mucho trabajo" (TA 32).
Se ve que no ha catado ninguno; "Su vida personal era un blanco" (TA
38), queriendo decir que no se sabía nada de ella; Los estudiantes se preparan
para salir "en cuanto haya certeza de que la noche ha llegado" (TA 136).
¿Cómo se adquirirá la certeza de que ha llegado la noche?; En el punto 4, me
referí a la felación que, de manera sublime, describe Marías en las páginas 144‑145
de esta excepcional novela que el comité de sabios llamado "de los
sesenta" declaró la mejor de una década. Pero no dije que, en plena faena,
el protagonista/autor se pone a informar al lector de que, cuando niño, jugaba
con plastilina y a preguntarse si el niño de Clare lo hará también; "Comer
Blake y Ryland además han muerto, por lo que mi parecido con ellos también ha
disminuido" (TA 241). Sutil; "Barcelona es mala ciudad para morir en
ella" (HS 75). Me pregunto por qué dirá esto: he conocido a muchos que han
fenecido en la Ciudad Condal y no han presentado ninguna queja; en la pág. 96
de esta misma novela, se declara dispuesto "a convocar una puta en mi
habitación". No aclara si lo hizo mediante papel timbrado; "Manur
esperó cuatro días para empezar a morirse" (HS 161); en la página 161 de
HS, un personaje se suicida "con una pistola de su propiedad": como
debe ser, supongo; seguro que Marías conoce a muchos que se han suicidado con
una pistola alquilada y se han lucido; Para demostrar la buena conducta de un
tal Kerrigan, un personaje le dice a otro en la p.161 de TH: "¿Sabe?
Kerrigan no ha vuelto a matar a nadie desde que acabó [la semana pasada] con
Reginald Holland". Una muchacha se suicida "con la pistola de su
propio padre" (CB 11). ¿Se imagina el lector lo que hubiesen cambiado las
cosas si se llega a suicidar con la pistola del padre de una amiga?;
"Quizá porque fue un matrimonio tardío, mi edad era de treinta y cuatro
años cuando lo contraje" (CB 18); la esposa del protagonista se muestra
"cuanto más corpórea y continua, más relegada y remota" (CB 33).
Quizá por eso (34) "a la mañana siguiente, su cuerpo volvería a ser
corpóreo"; En la p. 53 de CB se refiere a "una vaca benefactora y
amiga". Sin duda, la de la Central Lechera Asturiana; "Esa noche,
viendo el mundo desde mi almohada con Luisa a mi lado, como es costumbre entre
los recién casados" (CB 145). Esto es una chorrada; ¿pretende también ser
una gracia? Si es así, más le valdría al gracioso atarse una piedra de molino
al cuello y deshacerse de todas sus corbatas; [Los domingos, absolutamente
todos los traductores de español de la ONU] "sólo pueden dedicarse a [...]
pasear un poco, mirar desde lejos a los toxicómanos y a los delincuentes
futuros [...], leer el New York Times
gigantesco durante todo el día hasta beber zumos energéticos o de
tuttifrutti" (CB 159); "Estuvo casada cuando era más joven" (CB
162). Lo que haga cuando sea más vieja ¿cómo lo vamos a saber, Marías?;
"Estaba inmóvil, luego no cojeaba" (CB 173); Pasé por el cuarto de
baño y me puse una bata (estuve tentado de utilizar el albornoz como bata, pero
no lo hice" (CB 201). Sublime decisión. Hace bien Marías en transmitirla
al lector. Son precisiones que instruyen sobre la psicología de los personajes
o el retraso mental del escritor; "la postura dejaba las bragas al
descubierto y esas bragas a su vez las nalgas en parte, eran una bragas menores"
(MB 17). Otra acertada precisión. Es sabido que a las bragas menores les pasa
lo que a las órdenes menores según el Derecho Canónico: no autorizan a decir
misa; "uno no sabe qué estaba ocurriendo en una casa un segundo antes de
llamar al timbre e interrumpirlo" (MB 47). Esto es muy cierto.
"Estaba descalzo y de este modo no se puede actuar ni decidir nada"
(MB 63). Otra verdad: por eso los jueces y los primeros ministros llevan
siempre zapatos; [Las prendas del niño quedan, colgadas, a respetable distancia
del suelo del armario. Apunta el avispado autor: "así quedarían hasta que
fueran creciendo" (MB 65). Como es de suponer que el armario estuviese en
un cuarto, las podríamos llamar 'prendas en cuarto crecientes'; Ante ésta ya me
descubro: "No podemos estar más que en un sitio al mismo tiempo" (MB
69); "como si la mujer hubiese visto a alguien, tal vez a mí con mi taxi a
la espalda" (MB 80) ¡Forzudo Marías!; Forzudo, también cosmológica y
antropológicamente hablando: en la pag. 97 de MB se refiere "a la que fue
aún más niña pero mucho mayor más tarde". Este prodigio sólo lo puede
protagonizar un personaje de Marías; "...un individuo chato, o era efecto
de las gafas negras un poco grandes" (MB 104. Y es que hay gafas,
ciertamente, que hacen crecer las narices; "Mi teléfono sonaba a veces a
cualquier hora" (MB 204). Hay teléfonos desconsiderados, no cabe duda;
Este sabe de todo, filosofa sobre todo en su elegante prosa: "Los hombres
tenemos la capacidad de meter miedo a las mujeres con una mera inflexión de la
voz o una frase amenazadora y fría, nuestras manos son más fuertes y aprietan
desde hace siglos. Es todo chulería" (MB 219). "Las mujeres nunca nos
conceden lo que les pedimos cuando nos llaman por nuestros nombres" (MB
250). No le preguntes, lector, cómo prueba esta estúpida generalización: lo
pondrías en un aprieto. La siguiente es sublime: Marías llega, en espionaje nocturno,
al dormitorio de su exmujer; observa y concluye agudamente: "en la cama no
estaba yo, sino otro hombre" (MB 262). "Prefirió incorporarse. Es
difícil comunicar una muerte tumbado" (MB 286); Otro gran descubrimiento:
"Con los muertos no hay más trato y nada puede hacerse al respecto"
(MB 293); Téllez hace delante de Marías "diversas llamadas telefónicas con
pretextos varios" (MB 302). Tal vez Marías esperaba que llamase siempre
para lo mismo; Está Marías solo, a las doce de la noche, en un descampado y
dice. "Encendí un cigarrillo con mis propias cerillas" (MB 329).
Comprende, Marías, que, en aquellas circunstancias, difícilmente hubieras
podido encenderlo con las cerillas de Teodoredo. "Dean aún tenía energía y
ánimo para comer sentado" (MB 330) Lógico: si hubiese estado anémico y
desanimado, hubiese comido en pie.
Me
queda por contemplar otro libro ‑jamás novela‑ de Javier Marías, Negra espalda del tiempo, la
prueba de más peso que puedo aportar de la tesis de este capítulo a su
respecto. Pero me voy a dar un respiro, que aprovecharé para liquidar, en la
grata compañía de Almudena Grandes, su relato de las andanzas de Malena López
de Zúñiga, Álvarez de Pizarro, Alcántara-Espinosa de los Monteros, que así es
su apelación completa según su creadora.
33.‑ En la página 225 de Malena es un nombre de tango,
hay un párrafo digno de mención: uno de esos párrafos que hacen lamentar que
fuera Julio César, y no Almudena Grandes, quien escribiera la historia de la
guerra de las Galias: “Eché a andar despacio por la calle Velázquez, y no la
dejé hasta la esquina con Ayala. Entonces torcí a la izquierda, crucé la
Castellana, y subí por Marqués del Riscal hasta encontrarme con Santa Engracia.
Doblé la esquina, esta vez a la derecha, y seguí andando hasta Iglesia.” Debo
reconocer que estas aventuras, entre Somerset Maugham y Robert Louis Stevenson,
me ponen muy nervioso. Hubo un momento en que, sin en vez de tirar hacia
Marqués de Riscal, regresa hacia Hermosilla, a mí me da un infarto.
34.- Todo se puede esperar de
quien escribe frases tan originales como “buscaba desesperadamente un argumento
del que colgarme como de una liana salvadora en plena selva” (225). O esta otra
de la pág. 226: “la tensión hacía estallar por fin una misteriosa válvula
alojada en mi interior”. Claro que con personajes como Tomás, que adivina, con
sólo una mirada, para qué ha ido Malena a la casa, pero se comporta como si no
sospechara nada... ¡Ay, Almudena! Entonces, ¿cómo sabe ella que lo adivinó y
tan rápidamente? En la misma página, y como era de temer, libre de la válvula,
“mi cuerpo se desinflaba por dentro”, librándose de la rigidez “como de un
herrumbroso e inservible escudo”.
35.- La cantidad de párrafos que
dedica Malena a las difíciles menstruaciones de su hermana presupone la errónea
creencia de que eso pueda interesarle a alguien.
36.- El papá tiene una
intervención académica: “Lo que más me jode, coño, lo que más me jode...” Y
Malena se queda inmóvil, “intentando procesar las palabras que acababa de
escuchar”. No dice si, una vez procesadas, las mandó al ciberespacio, para
recreo, gala y ornato del pensil florido. Las siguientes -”joder, Malena,
cojones”- se quedan sin procesar. No importa, ya vendrán otras. En este campo,
Almudena compite con las mejores marcas.
38.- Pág. 247.- La abuela
aconseja a Malena que coma mucho, que es lo único que consuela. Dice Malena:
“Seguí su consejo, engullí como lo habría hecho un condenado media hora antes
de su ejecución”. Otro tropo por semejanza digno de la autora. Aunque algún
reo, por haberse vuelto lelo a última hora, haya comido como un limón (una lima
muy grande) media hora antes de ser ultimado, no es precisamente un condenado,
a treinta minutos de su ejecución, el más serio aspirante a ser la imagen
prototípica del detentador por antonomasia de un apetito insigne.
39.- Pág. 251, ant y ss.- La
forma en que Malena/Almudena se procura un árbol genealógico rojeras es tan
ingenua que parece tonta. Resulta que su abuela fue la única catedrática de la
España de su tiempo (lo que no le impide recordar trances de su vida propios
más bien de una indigente) y, siendo así, no es de extrañar que también la
única burguesa izquierdista de los felices treinta. Por si el lector no se lo
cree, ella misma enumera todo aquello de lo que era partidaria: la reforma
agraria, la abolición de los latifundios, la enseñanza obligatoria y gratuita,
la ley del divorcio, el estado laico, la nacionalización de los bienes de la
Iglesia, el derecho a la huelga y el fichaje de sólo dos extranjeros por
equipo. Probablemente, la ahora venerable anciana fue la musa de Besteiro,
Prieto y Largo Caballero, aunque se olvidase del horario de treinta y cinco
horas y de las falanges macedónicas ¡Pero esto es una novela, doña Almudena, o
pretende serlo! Y en una novela no se puede dibujar el pasado de un personaje a
base de tales simplezas, tomadas de un folleto de quiosco sobre ¿Qué es el socialismo? Y no queda en eso la lección de
política almudentarra. La abuela sigue: “pero siempre fuimos por libre, y nunca
llegamos a ser marxistas, siempre nos faltó disciplina para eso”. ¿Se enteran
los intelectuales? Para ser marxista no hay que creer ciertas cosas,
experimentar otras, haber llegado a conclusiones después de observar la
historia, la realidad y haber hecho una buena lectura de Marx y Engels. Basta
con ser disciplinado.
40.- Líneas antes de iniciarse
este chorreo cataratil de estupideces encadenadas, Malena nos ha dicho a los lectores
penitentes que todavía la seguimos, que el pasado de la abuela había sido
siempre un misterio. En familia, según nuestra cronista e informante ad nauseam, se hablaba, cuando
se hablaba, de ese pasado a través de sobreentendidos, medias palabras y entre
miradas cargadas de segundas intenciones. Pero esta afortunada noche, la buena
mujer coge carrerilla, abre el tarro de la manteca y ¡madre mía! le dicta a la
nieta su autobiografía, con notas a pie de página. “Bueno, pero, resumiendo,
viene a decir Malena, ansiosa de adornar lo más posible su pedigrí, vosotros votabais
a los rojos”. “Ni hablar”, corta la respetable dama sorprendiéndonos a todos.
Ella ni se acercaba a las urnas. En cuanto a él: “Tu abuelo, cuando se decidía,
votaba por los anarquistas, sólo por joder”. ¡Lo que son las cosas! Almudena
lampando durante media novela por que el abuelo aparezca como el prototipo del
intelectual de izquierdas y resulta que el buen hombre votaba, no por
convicción profunda ni como resultado de una seria reflexión, sino “por joder”.
Un retrasado mental. Como la autora.
41.- Los gloriosos antecedentes
progres de la parlanchina dama no fueron únicamente políticos. Precisamente
conoció al abuelo “una noche de juerga en el Gijón... Yo bailaba el charlestón
medio desnuda encima de una mesa y él se acercó a mirarme”. Me sobrecojo. En
España, donde hasta las putas son decentes y devotas de algún santo, esto de
bailar en pelota sobre una mesa del café Gijón en los años treinta tiene mucho
mérito. “Mi rostro, comenta niña Malena, se desencajaba de asombro”. Lo
comprendo, criatura. También el mío se desencaja. Y mi severo gusto. Y es que
todo en este libro son sorpresas y suspenses. El futuro abuelo no busca a su
futura esposa, después de aquella memorable noche, por sus tetas, ni por sus
pezones que, subrepticiamente, el muy pícaro ha rozado, ni por su culo, sino
porque conoce “su pasión por la Edad Media, que siempre le había parecido el
segmento más interesante de la historia de España”. Debió de ser entonces
cuando los Alcántara adoptaron como escudo un libro de don Carlos Seco, en
campo de gules, entre dos tetas unidas por un segmento.
42.- “Siempre he sentido un poco
de lástima por los hombres que se esfuerzan en comportarse como caballeros”. Lo
anotamos, Almudena. Si alguna vez coincidimos, no nos comportaremos como
caballeros, sino como lo que somos.
43.- Págs. 274-275.- Y, al final,
resulta que los sedicentes modernos son más machistas que el tercer huevo de
Colón. Él se harta de tener aventuras extramatrimoniales. Ella tiene derecho a
hacer lo mismo, aunque sólo en teoría y con el solo fin de “conservar mi propia
identidad”. Porque si de verdad algún fulano “la mira al escote en una fiesta”
(nada nos dice sobre si la obscena curiosidad tenía lugar en horario laboral) el
futuro anciano “se ponía de una mala leche que no había quien lo aguantara”. ¿Y
si ella bailaba con otro? Pues, según recuerda muy bien la abuela, “se ponía
morado”, como los ojitos de María de la O, de tanto sufrir.
44.- Quede claro (pág. 279) que
los viejos no celebraron nunca la Nochebuena, pero sí la Nochevieja. Lo
contrario nos hubiese escandalizado. Como nos escandaliza, a fuer de modernos
consecuentes, que les pusieran Reyes a los niños. ¡Qué barbaridad! Almudena
comprende el desaguisado ideológico y obliga a la vieja a excusarse: “ya ves
tú, qué absurdo, en el fondo era estúpido, porque no éramos creyentes...” La
que es estúpida y absurda, Almudena, es esta explicación vergonzante, que
ofende la inteligencia del lector hispano, partidario de los magos y de sus
roscos, sea creyente, sea de la rama lagarterana, bética, de secano o carmelita
descalza.
45.- Malena idea reconquistar a
Fernando a base de anuncios por palabras en el Hamburguer Rundschau (la autora no dice cuánto le costó la
campaña y es un dato que el lector concienzudo echa de menos), el más ingenioso
de los cuales reza así: “Si sólo te sirvo para follar, llámame. Iré a follar
contigo y no haré preguntas”. Por lo que se ve, el hispanoalemán no respondió
al requerimiento apasionado. Menos mal. Porque si, al gasto de la publicidad
mediática, hubiese tenido que añadir un billete de Lufthansa, habría sido el
polvo más caro de la historia.
46.- Una buena noticia, que
alegra al lector sensitivo y solidario: a Almudena/Malena le gustan mucho las
mollejas. Pero... primer contratiempo matrimonial serio: a su flamante marido
le dan asco. En dos medias páginas, resuelve Almudena el contencioso de las
mollejas, que a Malena le sirve para llegar a una conclusión: “no debe una
acostarse con un hombre al que no le gustan las mollejas”.
47.- Otra de las cosas que Malena
tiene que reprocharle a Santiago, además de su actitud antimollejista, es que
no grita “¡Hala, Madrid!” mientras se corre. Como lo leen.
48.- Grandes se transfigura -una
vez más- en Grandilocuente. Acaba de conocer a un tipo muy feo y, apenas se
encuentra con él dentro de un ascensor, ya empieza la danza: “su mano derecha
se coló dentro de mi abrigo, y su pulgar recorrió mi pecho izquierdo con el
gesto de un alfarero que elimina la arcilla sobrante de la superficie de una
vasija recién hecha”. Breve lección que le doy desinteresadamente a la
mollejadicta: ¿Tú qué pretendías, Almudena? Sin duda, despertar en el lector la
sensación de ese tacto que recibe tu asequible personaje. Pues, mujer, déjate
de comparaciones ridículas, tan plenipotenciarias y ambidextras que, al final,
en este caso, en vez de hacernos pensar en una caricia, nos hacen pensar en un
botijo.
49.- Pág. 341: Aunque no es amor
lo que Malena siente por el feo, es algo que le produce efectos turbadores.
Tanto que si al principio oye simplemente palabras, muy pronto empieza a oír
una “combinación de fonemas que había dicho y escuchado miles de veces, siempre
aplicada a un mismo campo semántico”. Una encuesta realizada por mí personalmente,
me ha llevado al descubrimiento de que los lectores de Grandes no saben lo que
son fonemas ni campos semánticos y creen que con el término fonemas se refiere
a los cataplines del feo, con quien Almudena echa un polvo al aire libre, en un
campo de esos.
50.- A Malena la advierte “un
sexto sentido”. Sin embargo, dice, “fui incapaz de prever el peligro”. Pues,
para eso, le habrían bastado los cinco de toda la vida.
51.-
Hay conflictos matrimoniales que, verdaderamente, tienen difícil solución.
Pocos, sin embargo, tan trágicos como el que estalla entre Malena y Santiago.
Cuando se unen mediante los sagrados lazos del matrimonio eclesiástico, ella
“ya sabía que no comía vísceras -recordemos la terrible escena de las
mollejas-, ni siquiera callos, aunque hubiera nacido en Madrid”. ¡Vicioso repugnante!
piensa el lector solidario y cocidista. De cualquier forma, su incomprensible
actitud anticallestre no es nada. “Poco a poco, nos cuenta Malena, fui
descubriendo que tampoco comía percebes, ni ostras, ni almejas, ni bígaros, ni
erizos de mar, ni caracoles, ni angulas, ni chanquetes, ni pulpo, ni las
frituras variadas de los bares. Tampoco probaba la cecina, ni el codillo, ni la
oreja, ni el morro, ni las manos de cerdo, ni el cochinillo asado, ni el rabo
de buey, ni la caza, con la única excepción de las codornices de granja, porque
de todo lo demás -patos, liebres, perdices, faisanes, jabalíes, corzos o
ciervos- no sabía nada, ni cómo, ni dónde, ni quién, ni con qué manos, limpias
o sucias, los habrían abatido y recogido del suelo. Por razones similares (tan
alterada está Malena, que no se acuerda de que no ha dado ninguna razón), por
razones similares, rechazaba los productos de matanza casera”. Comprendemos el
drama de Malena. ¿Qué se puede hacer con un individuo así, salvo tenerle pan de
molde, jamón de York y yogures en la nevera? El problema, cuya exposición ocupa
página y media de esta importante novela, se agrava con lo siguiente: “No se
atrevía con algunas verduras frescas, ni espárragos, ni acelgas, ni remolachas,
y naturalmente, tampoco con las setas, con la única excepción de los
champiñones de lata, los únicos que le ofrecían garantías suficientes de haber
sido bien lavados, y descuajeringaba lechugas, lombardas, repollos y escarolas
con una precisión neurótica, poniendo cada hoja debajo del chorro del agua fría
y frotando las manchas de tierra con el cepillo cilíndrico que yo usaba para
fregar los vasos, hasta que encontraba una lombriz, y entonces, tiraba la
planta entera a la basura, así que muchos días nos quedábamos sin primer plato
de buenas a primeras”... Aunque parezca mentira, aún no hemos llegado al final
de esta calle de amargura. Para no privarse de cometer ningún crimen, el
desdichado “aborrecía los picantes”. Mi pensamiento vuela conmiserativo hacia
el juez al que le toque dirimir una demanda de divorcio por incompatibilidades
culinarias graves. Sea como sea, aquí con lo que nos encontramos es con la
pobre Malena, antaño alegre peregrina de bragueta en bragueta, hogaño
arrastrándose de la carnicería a la charcutería, de la charcutería a la
pollería, de la pollería a la pescadería, de la pescadería a la panadería,
buscando cosas imposibles como jamón sin tocino, pollos sin hormonas, gambas
sin colorante, magdalenas sin grasa... ¡Las de dimensiones cósmicas que es
capaz de abarcar una gran novelista! Es tan chorra esta caricatura, que el
lector avispado tuerce el gesto. También, porque recuerda que, con
anterioridad, Malena ha estado con Santiago en diversos bares y él no ha
mostrado ningún escrúpulo ante la leche, el café, el azúcar, los platillos, los
vasos, las tazas, las cuñas de variadas tartas ni los mandiles de los
camareros. Como más adelante comprobará que nunca más se vuelve a hablar en el
libro del asunto. Entonces ¿qué, Almudena? ¿Que nos quieres despojar de la
pelambrera? ¿Que te la quieres dar de graciosa? ¿A estas alturas del volumen y
a tales horas?
52.-
Pero no acaba ahí la cosa. Estos genios son inagotables. Los grandes temas que
tocan son inagotables. Por si no estábamos lo bastante sorprendidos tras
explorar de su mano tamañas profundidades, Almudena nos aclara (pág. 368) que
lo que impulsa a Santiago en sus desaguisados gastronómicos es “la secreta
ambición de abarcar los extremos del universo”. Me pregunto qué pueden tener
las mollejas y los yogures desnatados contra este ambicioso propósito.
53.- Aunque casada con tan
difícil sujeto, que ni en la mesa come mollejas ni en el tálamo grita “¡hala,
Madrid!” mientras orgasma, nos encontramos con que, en la pág. 393, Malena,
sentada en el retrete, piensa en Fernando. Se pregunta “cómo iría vestido,
dónde trabajaría, qué moto conduciría y -¿cómo no?- cómo follaría con su
mujer”. De ideas fijas, que es la joven.
54.- Terminadas sus
elucubraciones gastronómicotomistas, esta incansable pensadora la emprende con
la maternidad en relación con la física teórica y la teología. Comienza por una
sentencia que para sí hubiese querido Pascal en uno de sus momentos peraltados
-“comprendí por fin que el sexo no es más que la patria, la belleza o la estatura.
Puro accidente”-, para pasar a los otros temas: “Disfrutaba de una paz tan
profunda que tardé semanas en darme cuenta de que, en flagrante contradicción
con las leyes de la gravedad, no me bajaba la regla”. El desconcierto de la
heroína, ante el fallo de las leyes universales, es grandísimo, porque ella ha
oído decir que, poniéndose encima, no se queda una embarazada. Y como siempre
se pone encima, se cree a salvo de cualquier acontecimiento no deseado, aunque
Santiago Antimollejas se niega a ponerse el profiláctico que ella, a lo Jane
Austen, su modelo, cariñosamente le ofrece. Finalmente, ya lo hemos visto,
resulta que quien tiene la culpa es Sir Isaac Newton. Se ha quedado embarazada,
“en flagrante contradicción con las leyes de la gravedad”. Precisa como es ella
y justamente indignada, la heroína almudenense nos informa y grita: “El mes de
abril de 1986 follé dos veces, y las dos veces me puse encima. A principios de
junio no me quedó más remedio que aceptar que estaba embarazada. No volveré a creer
en la física nunca más”. ¿Se detendrá aquí su rebeldía? ¡No! Ni siquiera Dios
se libra de responsabilidades, como inventor del instrumental: “la penetración
era lo más grandioso que se le había ocurrido inventar a Dios después de
colocarle al hombre una polla”. Dicho esto, de una manera gramaticalmente tan
espantosa (Dios inventa colocar una polla), Malena recuerda
haber dado más de un discurso sobre el tema, en el bar de la Facultad, “con
pasión y los puños cerrados golpeando la mesa”.
55.- En las páginas siguientes, y
de una forma que hizo las delicias de la crítica literaria española, Malena da
cuenta de la evolución de su embarazo mediante cuadros sinópticos,
clasificaciones y una especie de cuaderno de bitácora: los lunes por la mañana,
esto; los lunes por la noche, lo otro; los martes por la mañana... etc. Todo
ello seguido de un tratado muy útil. Aunque no sean amantes de la gran
literatura, las futuras madres que quieran saber lo que han de hacer para
obtener tan buenos resultados como Malena no consulten las revistas Madre Coraje o Bebé
a bordo en los quioscos
mediáticos: lean estas gloriosas páginas escritas de acuerdo con la máxima
clásica del “aburrir aprovechando”.
56.- El verbo follar en todas sus
formas, incluidas las de la conjugación perifrástica y las de la revolución
industrial, es empleado en esta novela tan incontable número de veces, que si
hubiese un concurso lo ganaba Almudena Grandes ex aequo consigo misma. Igual que el sustantivo
polla, lo que me lleva a establecer una relación que creo oportuna. Su
utilización exagerada me hace pensar en aquellos personajes del Oeste que
adquirían un sobrenombre por causa de su afición desmesurada a algo. Y ahí
estaba Relojes Bowen, tan aficionado a ellos que llevaba varios en cada muñeca
y uno de cadena en cada bolsillo del chaleco, la chaqueta o el pantalón. Por
parecidas razones, hubo un Diamantes O’Malley y un Remiendos Smith. Pienso que
a nuestra autora de cabecera la podríamos llamar con propiedad Pollas Grandes.
57.- Cuando Malena se dirigía al
bar en el que había quedado con Fernando (pág. 408), tiene el presentimiento de
que “iba a pasar algo y de que, bueno o malo, iba a ser algo extraño, único”.
Pues bien, lo “extraño y único” es un polvo que le echa un desconocido, sin
mediar palabra, en el pasillo que conduce a los retretes.
58.- Según la tía Magda, las
copulaciones del padre de Malena con su esposa y madre de nuestra heroína eran
algo así como la desintegración del átomo: “cada vez que follaba -explica,
seguramente como testigo de excepción-, cada vez que follaba hacía mucho más
que eso: se follaba a todo el mundo entero entre sus piernas, se follaba a las
leyes de la lógica, y a las de la buena crianza y a las del destino...” No
puedo imaginar qué dirían la lógica, la buena crianza y el destino si pudieran
expresarse. Tampoco puedo pensar qué dirían otros terrícolas apocados. Yo sólo
puedo hablar por mí: a mí no me folló don Jaime. La que me viene jodiendo desde
hace más de cuatrocientas páginas es su hija.
59.- Como a Almudena Grandes le gusta
adentrarse y analizar el comportamiento sexual de sus personajes, la emprende
páginas más adelante (463 y ss) con la del padre de la heroina. La tía Magda,
ese pozo de conocimientos, informa a Malena de que la policía franquista lo
conocía por Picha de Oro, tan conocidas y admiradas eran sus hazañas. Se
comprende que Malena, que considera la polla la protagonista del Génesis, se sienta orgullosa al
enterarse. Magda se explica: “Sí, siempre le habían llamado así, desde antes de
casarse con tu madre, porque, a los catorce, o a los quince años, no me acuerdo
(al crítico le sorprende esta imprecisión), le había echado un polvo a la
dependienta de la farmacia y después ella no había querido cobrarle lo que él
había ido a comprar, y además le había regalado dos cajas de condones y no sé
qué más, después de decirle que volviera cuando quisiera. Por lo menos, ésa era
la leyenda.”
60.- Palabrita del Niño Jesús que
uno no sabe hacia dónde mirar ante determinadas salidas de Almudena Grandes,
reina indiscutida de las hispanas letras, o de, en su nombre, alguno de sus
personajes. La tía Magda detalla minuciosamente, durante varias páginas, a su
sobrina, todas las cochinerías de su padre: putero, drogadicto, juerguista,
bebedor, chulo, cazadotes, adúltero, en fin, todo cuanto se podía ser bajo el
nacionalcatolicismo, excepto socio del Madrid, y a continuación se refiere a
los pecados contra la sexta enmienda que había cometido con ella misma a punto
de meterse a monja. Y, cuando ya lo había puesto a parir un burro, advierte con
candorosa inconsecuencia: “No me gustaría que esta historia cambiara la opinión
que puedas tener sobre tu padre, Malena, si fuera así, no podría perdonármelo
nunca...” ¡Hay que joderse!, como exclamaba Cisneros cuando le relataban alguna
travesura de don Fernando el Casto.
61.- No menos precisa y profunda
se muestra Magda cuando trata de historia y de política (pág. 465): “Sólo había
una vida, que era la única buena, y había que tomarla o tomarla, porque no se
podía dejar, ¿lo entiendes?, ya te podías afiliar al Partido Comunista, o
hacerte puta, o comprarte una pistola, que te iba a dar lo mismo. Los ricos nos
íbamos a vivir al extranjero, pero lo único que podían hacer los pobres era
emigrar a Alemania (que por lo visto no es el extranjero), y eso no era
exactamente lo mismo, ya me entiendes...” ¡Qué simplismo, Dios santo! ¡Cuánta
estúpida frivolidad! ¡Qué culpable desinformación! Todo cuanto dice, además, es
completamente falso. Almudena es lo contrario de una intelectual. Su suerte es
que vive en un mundo literario prefabricado, poblado de analfabetos reales o
simulados. Merezca la calificación que merezca la dictadura franquista -para
mí, muy mala-, durante ella, mucha gente hizo una seria carrera científica o
humanística, pictórica, literaria, musical, deportiva... o se realizó en
múltiples oficios. Y el que quiso pringarse en política contraria al Régimen,
lo hizo, sin necesidad de meterse a puta. Por fin: ¿qué rico abandonó aquel
paraíso del capitalismo, monada? Hablar de retraso mental, en este caso, es
quedarse más corto que un príapo de los que no satisfacen a Malena.
62.- Renuncio a continuar con el
examen del departamento de objetos mentales extraviados, que es la novela
almudenense, por lo que dejo de lado, entre otros, el inefable episodio de la
academia de idiomas que monta la protagonista, asociada con el búlgaro que le
lleva el butano y con el que, naturalmente, experimenta sabrosas jodiendas al
más puro estilo balcánico. Vuelvo con Rosita Montero, que me aguarda
impaciente.
63..- Rosita no tiene suerte
conmigo. La pesco in fraganti antes de que empiece a escribir. ¡Es
tan torpe! En El corazón del
tártaro, tan del agrado del maestro SanzVillanueva, arranca con un
enunciado que es una mezcla de errores y chorradas, que no hay por dónde sugetallo:
"Lo peor es que las desgracias no suelen anunciarse". ¡Qué error!
¡Qué inmenso error! A mí me lo va a decir, cuando todavía no hace un cuarto de
hora que me anunció mi jefe: "Te tienes que leer otra novela de Rosita
Montero". Pero la inaugural sentencia monteriana tiene otra lectura, que
la convierte en chorrada memorable. ¡Que las desgracias no se anuncian! ¿Qué
quieres, mona? ‑porque Rosita es mona‑ ¿que a la gente le digan cosas como
"no suba a ese tren, porque va a descarrillar en el kilómetro 12,200, cabe
la puerta de Espasa Calpe"? Y una tercera: una novela arranca con una
frase rotunda o arranca con sencillez, pero no con una frase café con leche. Me
juego el sueldo de medio día a que Rosita arrancó diciendo: "Lo peor es
que las desgracias no se anuncian", que sonaría rotundo. Mas luego
comprendió que eso no era sostenible en un país donde cada tres por cuatro nos
están anunciando que algún nene y/o nena de la cuadra polancustre va a publicar
un libro. Entonces introdujo ese "suele" tan poco literario y empezó
lo que se dice con mala pata.
64.- A las tres dimensiones de la
geometría euclidiana, Einstein añadió una cuarta: el tiempo. Actualmente, los
físicos teóricos hablan ya de veintitantas. Y seguro que las tienen bien
definidas. ¡Porque no habían contado con Rosita!, que, en un rapto expansivo de
inspiración, arrebata a Einstein lo que era suyo y escribe: "La desgracia
es una cuarta dimensión que se adhiere a nuestra vida como una sombra".
Que yo sepa, las sombras no se adhieren a nada; pero, confusión pegatriz
aparte, ¿se da cuenta el lector de la cantidad de memeces que dicen, en plan
solemne, estos a los que la mafia cultural hace vender, por turbios procederes,
cientos de miles de ejemplares, para que las desgracias, además de sorpresivamente,
vengan acompañadas?
65.- Y continúa Rosita,
cumpliendo con su deber: "Casi todos los humanos nos las apañamos para
vivir olvidando que somos quebradizos y mortales..." ¡Bueno! Esta tarde he
visto yo, en el Canal Internacional, a dos japoneses de más de trescientos
kilos, enzarzados en una lucha que consiste en trincarse mutuamente por las
nalgas y a ver quién ordeña antes al otro, que no sé si serán inmortales para
contradecir a Rosita, pero que de quebradizos no tienen ni las supongo que
proporcionadas pelotas. Por cierto que del "casi" de esta frase se
puede decir algo parecido a lo que se dijo antes del "suele". Rosita,
que habla sin son ni ton, como Almudena Grandes, como Maruja Torres, como
Espidín, como Clarita, iba a afirmar rotundamente una (otra) tontería; pero se
contuvo a tiempo. La verdad, digo yo, es que el "casi" abarca a muy
poca gente, si es que a alguna. ¿De verdad creerá esta rellenapáginas, que hay
alguien que vaya por ahí apañándoselas para olvidarse de que es mortal y quebradizo,
cual junco de los marjales?
66.- Resulta patético el esfuerzo
de esta buena mujer por sumergir al lector en un clima de intriga y de misterio
sin conseguirlo. "Aquel día ‑comienza el segundo párrafo‑ Zarza se
despertó antes de que sonara la alarma del reloj y en seguida advirtió que se
sentía angustiada". ¡Tenía que ser una lince, la Zarza! ¡Lo pronto que se
dio cuenta de cómo se sentía! Y continúa esta pobre mujer (Rosita, no Zarza), a
la que han hecho creer que es escritora: "Era un malestar que conocía bien,
que padecía a menudo, sobre todo por las mañanas, en la duermevela, al salir
del limbo de los sueños". Pasando por alto lo del manido limbo de los
sueños, hay que decir que si la padecía a menudo, ¿a qué vienen tantos
aspavientos? No es noticia ni para la propia sufriente. Por qué pues se amenaza
al lector con sorpresivos encuentros con el infortunio? ¡Con esas cosas no se
bromea! En serio: hay que tener muy pocas dotes de novelista para, después de
(creer) haber creado un clima, fastidiarlo diciendo que, después de todo, la
angustia zarzana era cosa de casi todos los días.
67.-Si Rosita se limitara, como
la mayoría de los novelistas españoles, machos, hembras o semovientes, a contar
cosas, entretendría a tantos iletrados que se guían por la publicidad abierta o
encubierta de El Cultural,
Babelia y los demás
suplementos. No escribiría una auténtica novela, por supuesto, pero tampoco
haría el ridículo. Mas que quiera ‑y crea‑ ponerse profunda, introspectiva,
filosófica y psicológica es penoso. Marcha, así, a tropezón por línea.
"Porque se necesita cierto grado de confianza en el mundo y en uno mismo
para suponer que la realidad cotidiana sigue ahí...". Esto lo lee un
físico cuántico y entra en coma irreversible. ¿Es que no cuentan en Espasa
Calpe con un detector de majaderías? Vea el lector lo que sigue y súmelo a lo
anterior. Es tan grotescamente complicado el despertar de la Zarzamora, hace
cosas tan raras con los párpados, las orejas, la angustia, la mansedumbre y la
madre que la parió, que uno piensa que si a esta muchacha, en lugar de que abra
los ojos, le encomiendan que haga gárgaras podría llegar a complicarnos la vida
a todos.
68.- ¡Dios de la Zarza ardiente!
Menos mal que me detuve en "despabiles", esto es, cuando la moza
simplemente consideraba a su manera si el realismo dogmático era o no una
doctrina sostenible. Si hubiese continuado, desprevenido como estaba… Lean:
"Aquel día, Zarza no se fiaba especialmente de la existencia..." Me
quedo atónito. Pierdo pie. Miro con desconfianza las doscientas sesenta y siete
páginas que restan. "Si esta criatura sigue así, cargándose cada trozo de
la realidad con que se encuentre y sin colmarla platónicamente, no sólo va a
mandar al paro a Savater, sino a la propia Rosita". Noto que me contagio:
¿existe esta novela? Rezo implorando que se trate de una pesadilla. Entretanto,
la exdurmiente sigue haciendo pamplinas con los párpados, las orejas... ‑"todavía
atontada", precisa innecesariamente Rosa‑ y, culminando los merecimientos
para entrar en el Guinness como el despertar más gilipollesco de la era del
patinete, intenta "ensamblar su personalidad diurna"; pero, como
"estaba boca arriba en la cama", "el mundo parecía ondularse a
su alrededor, gelatinoso e inestable". Menos mal, suspiro, que a Rosita no
le encargaron el relato de un despertar de Drácula.
69.- Lo que sigue produce sonrojo
por delegación: "Ella era una náufraga tumbada en una balsa sobre un mar
tal vez plagado de tiburones". ¿Tal vez? Y si fueran sardinas creciditas
¿qué? ¡La que está armando esta imbécil por no abrir los ojos como Dios manda e
ir al cuarto de baño a comprobar la solidez o liquidez de la existencia! Digna
criatura de la madre de la caníbal, la Zarza "tomó la tozuda decisión de
no abrir los ojos hasta que la realidad no recobrara su firmeza". Si yo
llego a tener alguna influencia sobre la realidad, no recobra la firmeza hasta
el día del juicio, cuando ya fuéramos todos los que tuviésemos los ojos más
cerrados que un sello siciliano. Pero aún no he transcrito la última frase, la
que corona el segundo de los dos párrafos que he analizado: "En ocasiones
[,] regresar a la vida era un viaje difícil". Lo malo es que ni Rosita ni
sus botafumeiros tienen luces para entender que esto es una suprema tontería.
70.- Todavía en la página 12,
Zarzita sigue haciendo diabluras con los párpados. Nos informa Rosita de que
los apretó un poco más. ¿Porque sí? se preguntará el lector suspicaz y
taciturno. Noooooo! Ha llegado desde el exterior "un largo gemido".
¿Y nada más? Aunque uno no entienda muy bien que la rodee la oscuridad, siendo,
como es, por la mañana, se olvida pronto de la contradicción, incluso de los
parpadeos de la moza, ante la avalancha de ruidos que se le viene encima:
"largo gemido", "queja casi animal", "ronco lamento",
"agitados murmullos", "llorosos soliloquios",
"arpegiados ronquidos", "cascada de suspiros",
"crujidos de madera como un velero zarandeado por el viento",
"voces de hombre", "gritos", "golpes resonantes de
carne sobre carne (¿quizá una cachetada en una nalga? se pregunta el leyendo,
aturdido por tamaño zafarrancho en el velero), "y más crujidos
rítmicos". El comentario que todo esto me suscita sólo puedo expresarlo
mediante un pareado: “Para tratarse de una realidad dudosa, / me resulta
demasiado ruidosa”... Aunque debo reconocer que es mejor la explicación que se
le ocurre a Rosita y que ofrece a sus fieles por anáforas: "A pocos metros
de los ojos de Zarza, de la nariz de Zarza, de la cama de Zarza, del dormitorio
de Zarza, una pareja debía de estar haciendo el amor". Lo que me suscita
los siguientes comentarios:
‑Zarzita sigue con los ojos
cerrados; luego no es curiosa. Tiene a dos palmos un polvo que casi se confunde
con una erupción del Etna y ni mira.
‑Llamar "hacer el amor"
a eso es una cursilada.
‑Ya me extrañaba que, tratándose
de un libro de una Polanco's girls, fuésemos a culminar dos páginas sin que
hubiesen hecho su aparición las efusiones carnales.
Aquí las tenemos, pues, como Dios
manda y, además, del tipo apasionado y efusivo, raro también, con veleros y
cascadas.
71.- El ingenio de Rosita es
inagotable. Puesta ella a exprimir el plátano, da un paso más: que los vecinos
estaban copulando ha quedado establecido como un hecho histórico, cuando ella
va y, en un alarde de imaginación premonitoria o de premonición imaginativa,
añade: "Incluso cabía la posibilidad de que estuviesen engendrando un
hijo". Pues sí, reconozcámoslo: cabía esa posibilidad. Reconozcamos que,
al menos por esta vez, lleva razón. Toda pareja que se ayunta, si no anda por
medio la píldora del día siguiente, la del día antes, o la del día de autos,
tiene la posibilidad de engendrar un hijo. Mucho más difícil sería, aunque hay
parejas capaces de todo, que engendrasen un sobrino. Zarza, sin embargo, no
parece dispuesta a instruirnos al respecto; anda ocupada en "emerger
pesadamente de un mar de gelatina". ¿Con velero incluido? me pregunto.
"¡Qué horas para hacer el
amor y engendrar hijos!", piensa la pulcra Zarza, "con incredulidad y
desagrado". Y es que, para ella, que tiene sus ideas al respecto,
"reducido a este barullo vecinal, descompuesto en roces y gemidos, el acto
sexual resultaba ridículo y absurdo: una especie de espasmo muscular, un empeño
gimnástico. El chillido estridente de la alarma del reloj coincidió con el
alarido final de la pareja. Malhumorada, Zarza abrió lentamente un ojo y luego
el otro".
72.- No hay nada más patético que
un infradotado ‑en este caso, infradotada‑ intentando hacer literatura
trascendente. La hace, pero en el mal sentido de la palabra. Para un Miembro
del Círculo de Fuencarral de Crítica Literaria, el desastre literario es
perceptible en las cursilísimas metáforas del velero y la cascada; en la
abundancia de vocablos ‑adjetivos o sustantivos‑ como "absurdo",
"empeño", "chillido", "alarido",
"desagrado", "malhumorada"...; de expresiones rebuscadas
como "golpes resonantes de carne sobre carne" (cuando podía haber
escrito sencillamente "palma sobre glúteo"), "haciendo el
amor", "explotaba la vida", "blando jaleo" (según las
leyes de la física, el jaleo nunca es blando; y menos en estas latitudes);
"barullo vecinal", "espasmo muscular"; "empeño
gimnástico"; "alarido final"...; o tan funcionariales como
"cabía la posibilidad", "el ruido proseguía" o "pensó
con incredulidad", que además es incorrecta y claramente antifreudiana.
73.- Sigue Rosita: "Lo
primero que vio fue el despertador. Negro, cuadrado, de plástico, anodino"
(¡La conmoción que hubiese experimentado el cosmos si llega a ser verde,
redondo, de hojalata y zandunguero!) Bufaba todavía (para ser anodino, hacía
cosas muy originales), domesticado y olvidable, marcando las 8:02. Reconfortada
por esa visión..." Me salto el párrafo siguiente, donde toda gilipollez
tiene su asiento y toda gaita ronca, su morada. Zarzuela no sólo nos comunica
lo que ve, sino también lo que imagina que hay en el cuarto de al lado, por si
nos habíamos hecho ilusiones. El premio se lo lleva "una silla
indefinida", que pienso ha de ser incomodísima para unas posaderas
definidas. Enumera incluso lo que no hay. Finalmente, nos ofrece alguna
seguridad: "Sí, no cabía duda de que su casa era su casa".
(Averiguado lo cual, se debería haber acostado otra vez).
El despertar más chorrudo de la
literatura universal se resiste a irse a hacer puñetas. Si el despertador negro
y cuadrado armó tanto jaleo cuando saltó su alarma, cuando Zarzita lo apaga se
comporta como un crítico literario: lo hace todo, menos quedarse callado.
Entretanto, la presunta despierta sigue haciendo y proclamando, urbi et orbi, trascendentales
descubrimientos: "En ese mismo instante, miles de personas se
levantaban..." ¿Es posible, Rosita? ¿Se pueden dar esas increíbles
casualidades? Mejor es lo que sigue: "Zarza sintió el resto del mundo
sobre sus espaldas". Conque "el resto"... O sea: todo, menos la
parte que le correspondía. No es extraño que, con semejante pedazo de mundo a
cuestas, se sienta incómoda; que hasta se sienta mal. Pero no se alarmen: todo
es cuestión de oportunidad y ésta no es la suya. Proclama solemnemente Rosita:
"Pero Zarza no disponía ahora de tiempo para morir". ¿Se imagina el
lector, a la vista de lo que Zarza es capaz de sentir, de ver, de pensar, de
imaginar metida en la cama y en penumbra, de lo que será capaz levantada, con
luz, chancleteando y convertida, como nos refiere Rosa, en "un vampiro
diurno", ante el espejo donde se clona? Inenarrable. Juro que, si alguna
vez tengo un despertar así, me hago un vídeo.
74.- ¡Atención! "A las 8:45
entró en la ducha". Zarzita, claro. El mundo entero se paraliza. ¿Volverá
a salir? Sí, sin duda, mas no sin haber hecho antes cálculos trascendentales
para la marcha del planeta. "¿Cuántas veces más en su vida abriría de la
misma manera el grifo del agua caliente de la ducha; cuántas se quitaría el
reloj y luego se lo pondría de nuevo. Cuántas veces apretaría el tubo del dentrífico
sobre el cepillo, y se embadurnaría de desodorante las axilas, y calentaría la
leche del café...?" Ante interrogantes que abren abismos tan
estremecedores, el lector se detiene. ¡No quiere saber más! ¡Las dudas le
acongojan! Afortunadamente para su salud mental, la top novelist le resuelve buena parte de los arduos
problemas que empezaban a atormentarle, luego de enterarle, caritativamente, de
que toda aquella sarta de memeces constituye "el esqueleto exógeno de la
existencia"... ¡Hija de su madre!
"A su muerte, calcula (tal
vez un tanto temerariamente; lo mismo al salir a la calle la atropella y
finiquita la furgoneta de Espasa), Zarza se habrá cepillado los dientes 41.712
veces; abrochado el sujetador en 14.239 ocasiones, cortado las uñas de los pies
2.053, etc. No hay como una buena calculadora, made in Taiwan, para hacer
literatura. A mí, personalmente (allá tú, lector encopetado, con tus gustos),
lo que más me ha colmado es saber cuántas veces se corta Zarzita las uñas de
los pies.
75.- "Pero a las 8:15 de
aquel día, mientras comenzaba a enjabonarse ("mientras", no, Rosita,
"cuando"), sucedió un hecho inesperado que desbarató la inercia de la
cosas". El lector expectante entra en sispáns.
¡Suena el teléfono! Pero ¿es posible? ¿Que suena un teléfono dentro de una
casa? "...salió del baño pegando un resbalón sin consecuencias".
¡Dios del Cielo y de los prados floridos! ¡Menos mal! ¿Qué hubiera sido de
nosotros, lectores suspendidos, si Zarzita se da una culetada, en porreta como
estaba, y nos deja sumidos en la ignorancia? Acude mojada al misterioso
reclamo, "dejando un apresurado reguero por el parqué". Nuevas dudas:
¿qué será un reguero apresurado?
"‑ ¿Sí?
‑“Te he encontrado."
Atiende, Rosy, que te voy a decir
por qué, entre otras cosas, no eres novelista. Que tú tengas en la cabecita, al
escribir esa frase, la temeraria idea de que, con ella, se va desencadenar una
intriga, no tiene nada que ver con que hayas logrado situar esa misma impresión
en el lector, ¿me entiendes? Y la obligación del novelista es precisamente ésa:
proyectar unas imágenes en la cámara oscura constituida por la mente y la
sensibilidad del lector, de manera que éste lo capte como realidad, y esto es
válido tanto para las novelas llamadas realistas como para las fantásticas. En
el mundo ‑y en el mundo novelístico, más todavía‑ todo es real, hasta los
sueños; es decir, sobre todo los sueños. ¿Cómo se consigue esto? Pues mediante
una técnica ‑todo arte supone una técnica‑ que vosotras, las tontitas del
sistema, ignoráis. Te diré una cosa para que se la digas a tus amiguitas
Clarita, Almu, Marujita, Lucía, Espidín, Sole, la otra Rosita, etc.: el arte de
novelar no consiste en ponerse a contar cosas. De manera que el hecho de que
una voz al teléfono diga "te he encontrado", no significa el pistoletazo
de salida de un enigma que mantendrá en suspense a los lectores hasta la
ceremonia de clausura. No. Porque el caso es que tú no logras evocar nada,
hacer sentir o pensar nada. Porque una situación presentada así, hará pensar al
lector en mil cosas, pero no en la que tú quieres.
Si eso me pasa a mí, ser normal
donde los hubiere, lo primero que pienso es que se trata de un amigo, que me
andaba buscando y, al encontrarme por fin, se ha llevado un alegrón. ¿Que no?
Pues hubiera barajado el siguiente, como dice Antonio Gala, "abanico de
posibilidades": ‑Se trata de una broma. ‑Se trata de un imbécil. ‑Se trata
de una compañera de trabajo que temía que me hubiese ido ya. ‑Una equivocación.
‑Un locutor de radio para un concurso. ‑Un vendedor de adosados en Torrevieja. ‑El
alcalde. ‑Mi tío Borja.... Zarzita piensa en lo más ilógico, absurdo, anormal y
estúpido: es un ser misterioso que va a amenazarla, un "invasor triunfante
de la casa vacía"... Vacía, de hecho, cuando ella la abandona a las 8:19 y
"sin saber si podría regresar alguna vez". En suma: el pretexto para
empezar una mala novela.
76.- Como a las demás novelas en
este trabajo consideradas, a Un
calor tan cercano, de Maruja Torres, la hicieron ocupar un puesto en la
lista de libros más vendidos durante más de medio año. Vamos con ella, no sin
antes señalar una vez más -La Fiera Literaria lo ha señalado muchas veces- el
extraño proceder de los industriales de la novela -los Polanco, Lara, Juan
Cruz, Tony López, Carmen Balcells, Herralde, De la Concha y sucesores al frente
de Espasa Calpe-, quienes, teniendo en su filas a escritores de segunda
categoría, pero, al menos, serios y voluntariosos, como Álvaro Pombo, Landero,
Mateo Díez, Vicent, Vila Matas y algún otro, se empeñan en mantener en la cima
a los peores, como son los seis algunas de cuyas obras aquí se analizan y junto
a los que, con los mismos derechos, podría haber considerado a Clara Sánchez,
Juan José Millás, Rosa Regás, Benítez Reyes… cuyas obras ha analizado
Clandestino Menéndez. (V. su libro Cuadernos
Críticos, Literaturas
Comunicación.- Parador del Sol, 9.- 28019.- Madrid – info@literaturas.com).
77.- Apenas se leen unas pocas
páginas de este libro, se advierten dos cosas: 1ª.- Que su autora está
convencida de que cualquiera puede escribir una novela; que no hay más que
ponerse a contar cosas. 2ª.- Que Torres no tiene ni idea de lo que es una
novela. Resulta evidente que nunca ha tenido un momento de reflexión sobre este
género y debe de estar encantada con aquella memorable chorrada que dijo Cela,
según la cual novela es todo libro debajo de cuyo título se puede poner la
palabra novela: una
coartada al servicio de los impotentes. Si se toma literalmente, lo que se
afirma es que todo libro es una novela, puesto que debajo de cualquier título se
puede poner la palabra novela. Está claro que no es eso lo que quiso decir el
autor de la boutade, quien
sin duda se quiso referir a los libros que podían tomarse por novelas, por
contener de algún modo el relato de una historia, personajes, descripciones...
Entonces se trata de una tautología.
78.- En la segunda página del
texto –la 16 según la foliación-, la autobiografiada, que viaja en el ascensor
de un hotel con un colega, se siente asaltada, al mismo tiempo que él, por una
inesperada calentura y se va con él a la cama, como era previsible, pues,
además de evento natural y consuetudinario, el ayuntamiento rápido es tema
recurrente en las “novelas” de los bestsellarados. La descripción de la escena
contiene abundantes síntomas de retraso mental. Véala el lector, que
comprenderá que yo no traiga aquí todos los ejemplos. El que sigue -de la pág.
17- ya lo comenté en el punto 6.
79.- Maruja Torres, que ignora
que en novela, como en cualquier arte, lo que se pueda sugerir no hay por qué
detallarlo ad nauseam, que
más de diez veces en menos de cuarenta páginas llama ademán a un movimiento de
la cabeza, agobia al lector con noticias sobre realquilados, peleas en la
escalera, fogones, fregados, contadores de gas, guisos, cacerolas y demás
detalles domésticos, al estilo del más obsoleto costumbrismo. De vez en cuando,
da también noticias de sí misma, y así cuenta que, a los seis años, la llevaron
a una academia y el director la sobó (la verdad es que no esperábamos menos de
su sino inverecundo ni de su ángel de la guarda). Así mismo informa acerca de
su formación intelectual: “me hundía en la lectura de mis tebeos y, poco
después, empezaban a caer paredes”. Es decir, que las lecturas de María Manuela
tenían los mismos efectos que los tambores de Fu-Manchú.
80.- Una de las mayores pruebas
de debilidad mental que ofrece esta presunta novela es la relativa al hecho de
que Maruja Torres intenta llevar al lector al convencimiento de que su tío
Ismael es un gran tipo, un hombre excepcional, y su madre y su tía, dos seres
depravados. Pero le pasa como a Almudena Grandes con sus personajes: no lo
logra; no logra que el lector simpatice con los personajes que ella dice que
son simpáticos ni que odie a aquellos de los que asegura que son odiosos. Las
perversas madre y tía ejercen su perversión, por otra parte, prohibiendo a la
niña, no que lea tebeos o chupe caramelos o vaya al cine, sino que frecuente
las casas de putas, las pensiones de citas, las tiendas de condones y los bares
de alterne. Como es natural, se crió retraída. En la pág. 44, la severa madre
lleva a bebé Torres a la consulta de un médico de enfermedades venéreas (lo más
consecuente con sus prohibiciones), a donde va a curarse los sabañones (paso de
hacer un chiste tan fácil como encebollado). La vieja bruja gimotea
escandalizada ante los artilugios profesionales del médico. La futura
bestsellerada, en cambio, ni se inmuta. Como tampoco lo hará cuando, páginas
más adelante, olvidadiza, cuente cómo la perversa madre se pasaba noches en
vela a su cabecera, contándole cuentos o velando su sueño, cuando tenía fiebre
o tos.
81.- En cuanto a Ismael el
excepcional, Torres lo define como “proveedor de quimeras”, pero, en casi
trescientas páginas, el lector no ve que provea de otra cosa que de gaseosas y
bocadillos. Sus enciclopédicos conocimientos corren la misma suerte. De su
sabiduría, de las sutiles ideas que trata de inculcar a su sobrina, según ella,
la única muestra que tenemos es ésta de la pág. 61, tan profunda como
alambicada, que, es de suponer, la autora seleccionó entre otras de menor
voltaje: “Verdi fue un gran hombre y nos dejó una gran música”. (Más adelante
demostrará que también sabe de pintura: “Velázquez fue un gran pintor y nos
dejó grandes cuadros”). A Torres se le podría aplicar aquello que dijo Kingsley
Amis a propósito de algunos novelistas de ciencia ficción: “lo malo de las
novelas de extraterrestres superinteligentes es que en ningún caso pueden ser
más inteligentes que el autor”. En ciertos pasajes, si Ismael no da más de sí,
Torres, en el más puro estilo Grandes, provee: el caso es que (pág. 115) él
tiene sus personales ideas para enseñar a nadar a los niños, pero... “no
contaba con que mi imaginario marino estaba notablemente perturbado por las
diversas amenazas de la muerte por inmersión”.
82.- Lo que he dicho: en las
páginas 87-88, Almudena Torres se afana, mediante una larga descripción, por
presentarnos a doña Asun como un ser despreciable y repugnante. Antes de pasar
a la 89, el lector se ha prendado de aquel ser pintoresco y entrañable. En las
mismas páginas, los interesados en las diferentes clases de tela pueden hallar
el nombre de una treintena en una relación sobrecogedora. Y es que otra
característica de los grandes novelistas aquí estudiados es su empeño de llenar
páginas a toda costa, mediante digresiones más o menos -generalmente, menos-
justificadas o -más fácil para ellos- relaciones o enumeraciones. Ya vimos la
cantidad de alimentos o clases de culos que era capaz de relacionar Almudena
Grandes. Y cuando Javier Marías empieza a decir chorradas uno llega a temer que
le falten páginas.
83.- Pág. 109. Dado como nos ha
pintado la autora, en ciento nueve páginas, las relaciones de Ismael con su
esposa y su cuñada, no pega ni con cola de Sumatra que, apenas el buen hombre,
que, por ende, tiene una amante, cobra unas pesetillas, llegue corriendo a casa
para decir a las aborrecidas que lo celebrarán yendo de excursión a Les Planes.
Lo que pasó sin duda es que Maruja Torres tenía ganas de ir (cuaderna vía
adelante, se entiende) a ese lugar. Así de caprichosamente construye ella lo
que cree que es una novela. Lo pasa muy bien -”un día perfecto”- y yo me
alegro.
84.- Págs. 110 y ss.- ¿Por qué
nos cuenta la autora ciertas cosas? ¿A quién cree que le interesan? ¿Qué más da
que el vino y la gaseosa los compren en el chiringuito o en la farmacia, como
para que se pase párrafos y párrafos en cavilaciones? ¿A quién le importa que
la mojama esté salada? ¡Por la Virgen de la Merced en sus Misterios Dolorosos!
¿Esta es la problemática de la gran novela española fin de siglo? Tanto
detallismo, tanto color local (costumbrismo) le encrespan las isobaras al
lector culto.
85.- Pág 112.- Las páginas del
prestigioso diario La
Vanguardia, nos informa Torres, “convenientemente troceadas, servían para
envolver toda clase de objetos y para que nos limpiáramos el culo”. Me hubiera
dado pena salir a la calle sin enterarme de esto, que, entre otras cosas, me
demuestra que Maruja Torres no es Henry Miller. Por otro lado, la confidencia
me hace evocarla en el trance y no resulta favorecida. Algo que a ella,
seguramente, no le importa. Lo que a ella le importa es que Rosa Mora, en una
crítica científica donde las hubiere y se detectare, la llame “entrañablemente
bestia”... por tan pequeña cosa a la postre. Pág. 113: Sigue la enumeración de
chismes y viandas que se llevan a la excursión -van cuatro páginas, aunque no
se advierte, por lo trepidantes y divertidas. En serio: si, en vez de para un
día de campo, Ismael se prepara para ir al Hubble, a este comentarista le da un
soponcio. Lector solidario y detallista, ¿te interesa enterarte de si Maruja
Torres sabe nadar o no? Compra y lee esta novela editada por Alfaguara. Es
imprescindible para adquirir tal conocimiento. De paso, te enterarás de lo que
prefiere para la merienda.
86.- A altas horas de la noche y
reunidos por un suicidio frustrado, los familiares de Manuela, el vigilante y
el sereno sostienen una conversación garbancera sobre el trabajo que dan los
hijos (133). Impulsada por las ansias de aumentar los conocimientos que le ha
inculcado el sabio Ismael, la niña busca, según nos dice, en el diccionario,
“palabras como coño, joder, polla y maricón” (168). Además de retraso mental,
caspa, mucha caspa costumbrista. De país culturalmente subdesarrollado, de
monarquía cocotera.
87.- 245.- La súbita conversión
del santo laico Ismael en un miserable, por ende ruin y vulgar, es arbitraria e
inverosímil; la forma en que la niña lo “descubre”, grotesca y ridícula,
evidenciadora de una falta total de imaginación. Lo peor y menos justificado
del libro. Sólo un lector que fuese a la vez campeón mundial de tragaderas
aceptaría esto y, aun así, lo haría con reservas. Para que fuera admisible esa
“conversión” tendría que ocurrir que una segunda lectura del libro permitiese
encontrar indicios que, en la primera lectura, el autor, con habilidad, hubiera
conseguido hacer pasar inadvertidos, estando allí. Esa habilidad no es una de
las muchas virtudes que adornan a Maruja Torres. Aquí el hecho es caprichoso.
Elegido entre mil posibilidades por la autora que, ignorante de la filosofía
poeyana de la composición, a estas alturas del relato, no sabe por dónde tirar.
88.- En fin, volvemos al otoño de
1987. Maruja, ya en la madurez, le da un codazo a Séneca, para que se quite de
en medio, y sentencia: “Hay un principio para cada episodio de la vida, como
hay un final”. ¡Quién lo hubiera dicho! El caso es -afirmo por mi parte- que
cada uno hace lo que puede (otra gran verdad) y que, para ella, tal vez hubiese
sido mejor seguir contando cacerolas. Por cierto que la protagonista adulta que
aparece en el epílogo no tiene nada que ver psicológicamente con la del
prólogo, que se refiere a sólo un día antes. Por poner un ejemplo llamativo:
aquélla se pone profunda y se enternece en los funerales, mientras que ésta
dice ponerse cachonda y libidinosa. Un abismo. Resumiendo: esta es la típica
novela que, acordándose de todas sus lecturas, escribe una principiante a muy
tierna edad y, después, jamás intenta publicar.
Escribir esta novela (me refiero
no sólo al contenido, sino también, y sobre todo, a la forma de presentación de
la realidad -concepto clave en estética narrativa-), escribirla después de que
la Teoría General de la Relatividad y la Mecánica Quántica barriesen la
cosmovisión que consideraba el tiempo, el espacio y el movimiento como otros
tantos absolutos y la sustituyesen por otra en la que todo se relativiza y el
observador, el hombre, vuelve a ocupar el puesto central en el universo que ya
le otorgara Protágoras, haciendo que de él dependa toda la realidad, es un
crimen. Escribir esta novela después de que Vladimir Weidlé publicase Les abeilles d’Aristée, otro.
Escribirla cuando hace ya mucho tiempo de que por el campo de la narrativa
española pasó el aire renovador del movimiento del realismo total o novela
metafísica no tiene perdón.
101.- Las edades de Lulú, de Almudena
Grandes, comienza con una sublime escena de lametones de nalgas y chupeteo
anal, que en parte ya hemos comentado en el punto 1. A esta pésima novela le fue
otorgado, por un jurado de viejos verdes -Camilo José Cela, Luis García
Berlanga, Rafael Conte, Juan Marsé, Ricardo Muñoz Suay y Beatriz de Moura-, un
premio a la mejor novela erótica. No es en absoluto una novela erótica, ni
siquiera pornográfica. Se trata de una muestra de costumbrismo sexual casposo
y, como tal, adolece de un mal gusto que la torpeza expresiva de la autora
aumenta hasta lo inimaginable. Después de esa primera escena, que ocupa lo que
parece presentarse como un prólogo, escena de la que apenas hemos detallado
nada, y en la que no solamente hay aperturas linguo-anales, sino también
polla-dentales, capullo-palatales, recto-digitales, ovo-labiales,
naso-muslares, etc., el lector experimenta un sobresalto cuando, en la línea
quinta del primer capítulo, lee que la cuñada de la protagonista la ha llamado
a primeras horas, queriendo saber "si tenía un hueco para ella" (p.
21). Pero no, no hay que alarmarse, se refiere a otra clase de huecos.
102.- Después encontramos una
felación, con la que sus protagonistas activo y pasivo no se conforman, porque
a continuación viene un coito, aunque precedido de tantísimas operaciones y
juegos, incluido un rasurado pélvico, que el lector llega a dudar de que lo
alcancen alguna vez. La autora, dispuesta a quemar etapas en el aprendizaje de
Lulú y en su propio aprendizaje de novelista del género, se dedica a acumular
lances y detalles que presume eróticos, algunos de los cuales se advierten
productos de la experiencia, pero otros evidencian demasiado claramente la
inspiración libresca. Los acumula con tal avaricia, que, en poco más de un par
de horas -de tiempo novelesco, se entiende-, proporciona a la inexperta quinceañera,
que no ha pasado de introducirse una flauta en su lugar descanso, un cursillo
intensivo que la deja más versada en cochinerías que un monje del Marqués de
Sade.
103.- Pero todo ello -y es lo que
nos interesa ahora, desde el punto de vista de la crítica literaria- se nos
presenta como enteramente gratuito. Los personajes están tan vacíos de entidad,
que el lector no capta por qué hacen lo que hacen. Lulú y Pablo ni siquiera
dialogan. Cada uno recita su parlamento con intención de justificar -sin
lograrlo- unos actos de sexualidad animal, incluso mecánica, que, insisto, no
acceden a la instancia de lo erótico. Y es que, para lograr esto, no basta con
acumular palabras del vocabulario sexológico -lo que Almudena Grandes hace
hasta la empachera-, sino crear, como en toda auténtica novela, un espacio y un
tiempo dentro de los que lo narrado aparezca con visos de realidad real .Causa
sonrojo comprobar cómo en esta especie de novela se hace añicos de manera tan
miserable el conato de atmósfera que se pretende crear. En las páginas que
contemplamos se describe un desayuno hollywoodense, pero con porras madrileñas,
y, durante él, se ilustra al lector sobre sus virtudes y las de los churros, y
sobre la existencia de los que Miguel Mihura llamaría churristas y porristas
entre los miembros de una misma familia.
104.- Porque sí -todo en esta
novela es arbitrario-, apenas iniciado el cuarto capítulo, nos enteramos de que
la protagonista es cazadora de travestís, "por solidaridad de sexo para
con las putas clásicas" (a mi juicio, alguien solidario debería escribir
prostitutas, que no es un término despectivo, sino el correcto para denominar
a las honestas profesionales de un oficio respetable, aunque ni mucho menos el
más antiguo de la tierra), que define de esta suerte: "mujeres auténticas
con tetas imperfectas, descolgadas, y muelas picadas, que ahora lo tenían cada
vez más difícil, con tanta competencia desleal, las pobres" (pág. 95).
¡Pues vaya propaganda que les hace la solidaria! Nada de lo precedente hacía
pensar, por otra parte, en esta afición venatoria de Lulú. Lo más seguro es que
a la autora se le ocurriese sobre la marcha y, con las mismas, se puso a
rellenar páginas con una nueva ración de lo que ella creía que era erotismo.
105.- Págs. 114-115.-
Evocación/descripción del Madrid castizo, con todos sus elementos, desde las
rebajas de los grandes almacenes a las gambas a la plancha, tan afrodisíacas
unas y otras, supongo. Nos informan de que Pablo es del Atlético de Madrid,
para justificar por qué figura unos cuernos con dos dedos, al pasar por
delante del estadio Bernabéu. Todo lo cual lleva a la autora al planteamiento
del supremo interrogante: " ¿Los maricas se sustraen a la pasión de los
españoles por el fútbol?" Y es que es mujer reflexiva, como su personaje,
quien, en la página 121"...meditó durante cierto tiempo sobre la
posibilidad de darle por culo".
106.- El capítulo quinto comienza
-pág. 127- con una declaración como para poner en tensión a todos los
erotómanos del mundo: "Ya me habían desaparecido las agujetas".
Tensos o no, todos se alegran sinceramente. Aunque, un instante después,
algunos se preguntarían: ¿por qué se nos informa de eso? Es que el capítulo va
de revelaciones. En el párrafo siguiente, se dicta la receta del bocadillo
preferido de la autora: "tomate y cebolla en rodajas con aceite de oliva y
sal". Por mi parte, anoto: la mayoría de los escritores españoles, los
preferidos por los críticos, con aceite o sin él, no es que no sean
universales, es que son domésticos.
107.- Pág. 186.- "Su sexo
parecía el poste central de una carpa de circo". Aun corriendo el riesgo
de equivocarme, me atrevería a decir que esto es una exageración. Una
exageración tal vez disculpable por el arrebato erótico en medio del cual la
autora se producía y que la llevó a reflexionar sobre la educación de los niños
(187-188), disertar sobre los Reyes Magos (191), describir pormenorizadamente
un zoológico (199), filosofar sobre los apellidos (200-201), explicar el juego
del Pirata de la Pata de Palo (204 y ss.) y hacer profundos comentarios sobre
las relaciones matrimoniales (id).
108.- Pág. 230.- Aquí suena un
"te quiero" de Lulú a Pablo, que encajaría en una novela erótica tan
bien como un Te Deum. Detalle romántico del que salta a la información
de que Lulú, es decir, María Luisa Ruiz-Poveda y García de la Casa, según
informa Almudena Grandes, que -véanse otra novelas suyas- siempre pretende
demostrar, mediante ristras de apellidos, que sus personajes son de familia
alcurne, se convierte en incestuosa y luego se prostituye. ¡Oh, cielos! Pero
¿por qué hará semejante travesura? Nada, en su periplo vital, lo justifica.
Aunque a la autora y a sus
promotores les parezca paradójica mi afirmación, Las edades de Lulú es una novela muy ingenua, por causa
de la ingenuidad (o el retraso literario-mental) de su autora. No basta, para
hacer una novela de contenido sexual, auténticamente erótica o no, con leer a
Emmanuel Arsan y proponerse aventajarla en lametones y chupeteos. Es
necesario traslucir un por qué para todo ello. Y sólo un jurado que tenga la
visión del sexo de los españoles que fueron adolescentes y jóvenes reprimidos
en las décadas de los cuarenta y los cincuenta puede premiar un libro así, que
además es literariamente muy malo.
109.- Capítulo undécimo. La
autora sigue improvisando. Ahora, una intervención de la policía, a estilo thriller de los años treinta, con escalera de
incendios para huir y todo. Pero lo importante es que, a ocho páginas del final
de la novela, Lulú se vuelve, también, masoquista. Págs. 253-254: [Cada bofetón
que, en presencia de Gus, "eunuco contemporáneo", le da Pablo, ora
con el anverso, ora con el reverso, de la mano derecha, "siempre con la
mano derecha"], "regenerando mi piel, que volvía a nacer, suave y
tersa, con cada bofetada, me las he ganado, pensaba, me las he ganado a
pulso". Mientras la abofetea, "dos lágrimas enormes resbalaban por
sus mejillas" [de Pablo]. "Yo le dejaba hacer, agradecía los
golpes". Una vez bien golpeada, la lame. La policía fuera, ella dolorida y
sin poder andar... El aprovecha la coyuntura propicia para decirle:
"Tienes unos pies horribles, demasiado grandes..."
110.- Capítulo duodécimo y
último. Lulú despierta en la cama de él (y suya) y se encuentra con que tiene
puesto un batón de bebé hecho a su medida de "niña grande". Todo un
detalle por parte de Pablo, que ella interpreta y agradece íntimamente. Llega
él. Ella intenta hacerse la dormida, pero la traicionan sus labios, que se
curvan "en una sonrisa nuevamente inocente" (O sea, que el milagro de
la conversión se ha producido y nada va a librarnos ya del happy end rosa y angelical). El se echa a su
lado y le toca la punta de la nariz. "Aquí no ha pasado nada", dice a
su modo.
111.- Para terminar este repaso
destinado a hacer ver que los escritores predilectos del capo –de los capos:
Polanco y Lara) de la industria cultural, aquéllos a quienes, con sus manejos,
hace vender más libros, no es solamente que sean pésimos escritores, es que son
también retrasados mentales, como no creo que dude nadie que haya llegado hasta
aquí, voy a ocuparme de la falsa novela de Javier Marías Negra espalda del tiempo. Falsa novela y, para mí y supongo
que para todas las personas de bien de la República de las Letras, el libro más
pedante, pretencioso y ridículo que se ha escrito nunca. En el grupo de
retrasados mentales de nuestras letras, Javier Marías forma parte, ex aequo consigo mismo, de una categoría
especial. Javier Marías, de quien Eduardo Mendoza y Guillermo Cabrera Infante
han dicho que es quien mejor escribe hoy en España; a quien Santos Sanz
Villanueva, Miguel García Posada y Rafael Conte consideran el mejor novelista español
del siglo XX; a quien Fernando Savater ha comparado con Cervantes y Dostoievsky
y Francisco Rico con Joyce y Proust; que para Manuel Vázquez Montalbán, José
Carlos Mainer, Víctor García de la Concha, Antonio Muñoz Molina y Darío
Villanueva es un gran escritor; para quien algunos de los citados -Cabrera
Infante, Conte y García Posada- han pedido el premio Nobel, y que para Javier
Marías es el mejor Javier Marías de todos los tiempos, publicó, en 1993, un
libro -ni bajo tortura lo llamaría novela- titulado Todas las almas, que obtuvo el
Premio de la Crítica de ese mismo año y el Fastenrath de la Real Academia
Española dos años después. Se trata de una sarta de incoherencias
autocomplacientes sobre la estancia del autor en Oxford -Marías, que carece de
una cosmovisión y de una teoría estética, está incapacitado para escribir una
novela en tercera persona, así como para levantar un mundo novelesco, como he
demostrado en media docena de trabajos publicados por el Centro de
Documentación de la Novela Española en sus Cuadernos
de Crítica-; una sarta de huecas digresiones e incoherencias, digo,
presentada como novela, con una enorme cantidad de anacolutos, faltas de
concordancia, confusiones en el significado de las palabras, pésimas,
inelegantes e ininteligibles construcciones, repeticiones y cacofonías, chistes
involuntarios, estupideces, muestras de carencia de sentido del humor o de su
sustitución por patochadas, innumerables pruebas, en fin, de lo que aquí
tratamos: del retraso mental incurable con que ha conseguido el paciente
encaramarse al relevante lugar que hoy ocupa en la sociedad de la que Carlos
Rojas llama la Españeta, para diferenciarla de la España profunda y de la
España negra. Lo que sigue es una pequeña selección de mi ensayo Otra falsa novela de Javier Marías,
Cuadernos de Crítica, Centro de Documentación de la Novela Española,
Madrid, s/d.
112.- Para empezar diré que Negra espalda del tiempo,
presentada y publicitada como novela y como tal acogida por la crítica y la
inmensa mayoría de los profesores universitarios de Literatura, es la
extensísima crónica -más de cuatrocientas páginas- de la conmoción que, según
el propio autor, produjo en el cosmos la aparición de su “novela” antes
aludida, Todas las almas.
Ya veremos cómo hasta sus más fieles se vieron obligados a reprocharle tanto
engreimiento, tanta jactancia, tanta pedantería, tanta ingenuidad y tanta
estupidez. En Todas las almas,
ya lo dijimos, Marías enjareta unas cuantas anécdotas sin el menor interés. Él
carece de imaginación para inventar otras, por eso en todas sus novelas hace autobiografía,
con el agravante de que jamás ha vivido nada digno de ser contado, o
transcribe, empeorándolas, páginas de otros. Anécdotas en las que, lógicamente,
aparecen personas con las que convivió. Por eso, y siempre según él, el lugar
del universo donde más efectos -hasta episodios sangrientos, dirá- produjo el
libro fue en Oxford.
113.- El autor expone con
claridad (págs. 11-12): “los elementos de este relato que empiezo ahora son del
todo azarosos y caprichosos, meramente episódicos y acumulativos -impertinentes
todos según la parvularia fórmula crítica, o ninguno necesitaría al otro” (sic,
sic, sic), y ofrece una muestra al decir -pág. 27-, para demostrar, en
contra de lo que cien veces afirmará después, que esto no es autobiografía,
sino invención -“no era mi situación ni mi caso ni me ha sucedido (lo subrayado sobra)- , que [por
ejemplo] “no ha habido ninguna Luisa importante o duradera en mi vida”. Nos
deja, ay, en la duda de si hubo alguna Luisa insignificante y efímera.
114.- Marías asegura (52) que
todos los profesores de Oxford que no habían “salido” en su novela se sentían
“molestos u ofendidos”, “vilipendiados o escarnecidos”, por resultar
“humillante no ser motivo de inspiración”. Y es que (53) “lo peor es no figurar
allí donde hubo posibilidad de hacerlo”. Es verdaderamente lo que piensan,
según advertí en mi etapa de bombero, los supervivientes de una catástrofe
cuando no ven su nombre en la lista de fallecidos, donde tuvieron la
posibilidad de figurar. En la página 54 se nos viene a decir que, de hinojos,
todos los miembros de claustro oxionense rogaron a Marías que no les dejase
fuera de su novela. En la 71, reconoce modestamente que su fuerza fabuladora es
tan grande, que algunas personas reales, retratadas por él, “empezaron a
comportarse en la vida como si fueran personajes de Todas las almas”. (En toda la
producción del hijo de Jualianin –Ortega dixit-
no hay, por cierto, un solo personaje; hay nombres que podrían aludir a
personajes o a personas, pero no personajes literariamente hablando). En otro
alarde de franciscana humildad, habla de una reunión del claustro de profesores
de Oxford, de cuyos miembros, el que no habla de su novela es porque la está
leyendo en aquel momento, oculta entre los pliegues de la toga. Al cabo de evos
y sin haber estado presente, puede recrear con detalle el contenido de la
reunión. Y, de paso, nos informa de que, allí, quien no ha podido adquirir el
libro en las taquillas oficiales, lo ha comprado en la reventa. Y, en un
tercero, cuenta Marías que los estudiantes de Oxford “regresan jadeantes de
Madrid con tantos ejemplares que posiblemente ellos solos han contribuido a su
agotamiento”.
115.- Marías no lo dice
expresamente, pero el lector llega al convencimiento de que el Consejo de
Seguridad de la ONU se reunió para tratar del tema de los efectos producidos
por su novela en la comunidad internacional. Lo que sí afirma es que, durante
aquel curso, los profesores de Oxford no hicieron otra cosa que escribirse unos
a otros, conversar, entrevistarse y llamarse por teléfono para comentar lo
mismo, evitar posibles suicidios y vigilar seguras borracheras. Y lo peor (82),
por culpa de la novela de Marías, a una profesora de Oxford la toman por
culpable de “adulterio continental”. Como era de prever, el marido pasa a ser
“cornudo con intervención extranjera”. No hay que pasar página, para enterarse
de que Marías se arrepiente sinceramente de sus devaneos, aunque no reniega de
su papel de latín lover.
Inexplicablemente, no está seguro de conocer a la que prevaricó
continentalmente con él.
116.- En las págs. 92, ant y ss.,
insiste Marías en que, durante 1993, nadie hizo otra cosa en Oxford que hablar
de su libro. Al parecer, se hablaba de él sobre todo en las comidas, causando a
veces “un cataclismo en la mesa y desde luego media docena de sobresaltos
(cucharas disparadas al aire, por ejemplo) y otra media de atragantamientos”.
Alguno de esos cataclismos se debió de llevar por delante las comas que tendría
que haber puesto Marías. Pág. 96: Siempre según Marías, en otras facultades
cundió la envidia, “por no disponer sus miembros de una novela semejante que
presuntamente los retratara, de la que poder vanagloriarse”. Pág. 97.- Hasta
los profesores a quienes él no conocía reivindican un lugar en las inmortales
páginas y arman un sonado tiberio, se pelean entre sí como niños malos, juran y
perjuran que aparecen en el libro. Por esta infundada pretensión de reivindicar
la inmortalidad que él, en su día, repartiera, nuestro hombrecito los considera
“megalómanos”. Nunca la sandez alcanzó cotas asteroidales como en este libro.
Marías va deshaciendo, con su peculiar gracejo y su ingenio vivo y cultivado
-con ese fin ha escrito el bolodrio- los nudos de las redes de confusiones que
los pobres e infantiles docentes fabrican a la busca de la gloria imperecedera.
A estos los considera el demiurgo “listillos”.
Para lo que sigue -más de
trescientas páginas-, remito al lector a mi ensayo ya citado. Como
acertadamente ha escrito Antonio Gala, como muestra basta un botón, y esto
tiene ya más botones que el chaleco de Echegaray.
Grabados de William Blake
No hay comentarios:
Publicar un comentario