Entre los años 1946 y 1975 estuvo en funcionamiento el
Preventorio Infantil Doctor Murillo de Guadarrama (Madrid)
Once mujeres víctimas de este Preventorio se han personado
en la querella argentina contra los crímenes del franquismo por
considerarse afectadas física, psíquica y moralmente por la actuación de
personas e instituciones afines al régimen franquista y a sus métodos
contrarios a los derechos humanos y, en especial, a los derechos de la
infancia. Sus testimonios personales van apoyados por otros 150 de mujeres que
han hecho públicos los malos tratos de que fueron objeto en ese Centro. Esta es
parte de su historia, y en el Encuentro Estatal de querellantes, dos de estas
mujeres (Alicia y Ángela), contarán más en la charla que darán a las 13 h.
El preventorio infantil de Guadarrama dependía del Patronato
Nacional Antituberculoso, organismo autónomo del Ministerio de la Gobernación.
Su objetivo era facilitar a niñas de toda España unas vacaciones (colonias preventoriales)
que les permitiera estar en contacto con la naturaleza gozando de cuidados y
buena alimentación.
Las niñas accedían al Centro por varias vías: reclutamiento
desde los colegios animadas por la propaganda de la Sección Femenina; a través
de Dispensarios médicos de los barrios; por tener familiares en contacto con la
enfermedad de la tuberculosis o por recomendación de los patronos de los padres
o madres, entre otras.
Las niñas tenían que pasar un examen médico previo, que
certificara su buena salud. Obviamente, la inmensa mayoría de estas niñas
procedían de familias pobres. Su edad era de 5 a 13 años, incluso más. La
estancia fijada en principio era para 3 meses. Muchas niñas estuvieron más de 6
meses. En ningún momento se permitía la salida al exterior, ni acompañadas de
los padres durante las visitas.
El tratamiento que se dio a las internas en el Preventorio
lo resumimos en los siguientes hechos:
Al llegar al Preventorio de Guadarrama eran despojadas de
sus ropas y objetos personales. Se les cortaba el pelo y eran “desinfectadas”.
La correspondencia estaba censurada, impidiéndoles
comunicar su estado a sus padres. Las menores eran objeto de bofetadas y
palizas por parte de las “cuidadoras”.
Sólo estaba permitido beber dos vasos de agua al día. La
comida, en mal estado, acostumbraba a ser vomitada. Las menores eran forzadas a
ingerir su propio vómito.
Los pinchazos y supuestas “vacunas”, que se ignora si
estaban justificadas en el protocolo médico, se producían con excesiva
frecuencia, por lo que se desconoce si fueron utilizadas como conejillos de
indias. No se entregaba a los padres historiales de tratamientos médicos.
Eran obligadas a realizar sus necesidades biológicas en
menos de diez segundos, y bajo la cuenta de las “cuidadoras”. No tenían
libertad individual de acudir al baño.
Las duchas pasaban por un proceso de humillación en el
que todas, completamente desnudas y en fila, eran introducidas a empujones,
bajo chorros de agua muy fría o muy caliente. A las más desarrolladas se las apartaba
del grupo para que un individuo las fotografiara, al menos en alguna ocasión
está testimoniado.
Los castigos consistían en derretir cera caliente sobre
las palmas de las manos, quemar el trasero con cerillas a las que se hacían pis
en la cama; aislar a las menores en cuartos oscuros durante toda la noche y
amenazarlas con cualquier tipo de sometimiento si se informaba a los padres del
trato recibido.
A las que caían enfermas, las ingresaban en un edificio
denominado “casita” y no les permitían a los padres visitarlas.
Hay testimonios de abusos sexuales por parte del capellán
y de “un hombre que trabajaba allí”.
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