Por: Javier Coria.
En la “Muy Noble, Leal y
Coronada Villa” de Laguardia (Álava), famosa por su trazado medieval; sus
murallas; las empedradas calles que esconden en el subsuelo un intricado
laberinto de cuevas utilizadas como bodegas; el monasterio templario de
Santa María de los Reyes; bla, bla, bla…, y (hasta aquí quería llegar)…
¡SUS MARAVILLOSOS VINOS!, como municipio de La Rioja Alavesa que es; decía que
en este apacible y bucólico pueblo sucede una historia de sorprendentes tintes
siniestros gracias al último trabajo del escritor Manuel Blanco Chivite.
Fiel a su estilo preciso, con economía de medios, Chivite nos va llevando por un relato donde dos obsesiones buscan venganza. Como la reflexión del propio hecho de escribir que se encuentra en este trabajo, el narrador pretende ser el cronista de una historia en la que irremediablemente se verá involucrado.
Manuel Blanco Chivite
Si en De bar en bar hasta llegar al mar Chivite nos mostraba un libro difícil de
encuadrar en un género, ya que era un cajón de sastre de varios; como es el
diario; la entrevista; el testimonio (para mi lo mejor del libro); las
memorias; sentencias y frases; el comentario político; el humor; etcétera, en
este relato largo (208 págs.),
más que novela, el autor nos presenta una narración de corte aparentemente
clásico en la factura, pero heterodoxo en el fondo en el que, de alguna forma,
el autor se cuestiona el mecanismo, el artefacto en la que la novela policial
acaba convirtiéndose. Y digo
heterodoxa porque no hay una investigación, ni una peripecia detectivesca, y la
policía sólo aparece de refilón en la historia. Eso sí, se cumple con el número
áurico de la novela negra clásica, hay 3 muertos.
La génesis
de esta historia la podemos encontrar en un cuento corto ya publicado en el
volumen Trío de
negras, un trabajo de encargo (patrocinado por la Diputación Foral de Álava)
que reunía relatos de Fernando Martínez Laínez,
José Miguel Fernández Urbinay
el propio Chivite. Pero Laguardia negra no es el resultado de alargar aquel
cuento corto (“Biasteri Tango”), sino el de profundizar en una
historia que, por limitaciones del proyecto, no se pudo abordar en su momento.
El protagonista es Blas Jadraque, periodista y escritor a su pesar, o eso es lo que nos quiere hacer creer. Llega a la villa con el encargo de escribir una novela negra, una novela que será la primera de una serie ambientadas en diversas zonas vinícolas. De hecho, ese fue el encargo que recibió Chivite en Trío de negras, apunto esto porque en este juego de espejos, de realidad y ficción, del escritor protagonista de su propia fabulación… tiene mucho que ver con la trama de esta historia. Como digo, Jadraque es el hijo de Vicente Jadraque, el gran periodista y escritor, famoso, hombre de éxito, cuyo ego es tan grande que paga el IBI (Impuesto de Bienes Inmuebles), trabajador incansable… en fin, todo lo contario de Blas que es un apático, cínico, escéptico, perezoso e indolente gacetillero que vive a la sombra del “gran jefe”. Vicente Jadraque está detrás del encargo de esta novela para su hijo, que con “palmaditas” y pequeñas ayudas, pretende mantener viva la carrera literaria (escasa en contenido y continente como escaso de carnes era el jamelgo de Don Quijote) de su vástago. Claro que, según cree Blas, todo el empeño paterno tiene el objeto de, por comparación, alimentar más si cabe la fama del progenitor. Es como decirle: Chico, yo te ayudo pero nunca llegarás a mi altura. Bueno, esto es lo que nos hace pensar Blas a través del diario de trabajo que empieza a escribir en Laguardia con el objetivo de abordar esa novela para la que no tiene ni argumento, ni trama, ni personajes, no diálogo interior, ni cosmología, ni siquiera un propósito ni idea propia del mundo que expresar en ella.¡Coño!, ahora que lo pienso, como lo que les falta a muchas de las novelas de éxito que se publican ahora… En fin, que lo único que tiene Blas es un paisaje, un decorado y lo más importante, un autor, él mismo. Eso sí, querido Manolo, el tal Blas me parece un imbécil redomado y el pretendido “Padre Padrone” no es más que un vanidoso y ególatra, pero eso es inherente al mundo literario, en fin, que no me parece tal malo como para justificar el odio de su acomplejado hijo.
Como una sombra surgida del laberinto subterráneo de las oscuras
bodegas deLaguardia se le aparece a nuestro autor sin
historia un personaje, un fotógrafo que se presenta como Jesús Viana. Él le explicará
una vieja historia, una historia de dolor y de venganza, por persona
interpuesta, que tiene a la noble villa como escenario. ¿Tendrá Blas ya la
historia que estaba buscando para su novela?…
El Garaje Ediciones:
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