Recupero esta pieza publicada aquí en 2011. Andrés Bosch, un buen escritor olvidado, lo merece. J. C.
ANDRÉS BOSCH / TRIBUNA: M. VÁZQUEZ MONTALBÁN
ANDRÉS BOSCH / TRIBUNA: M. VÁZQUEZ MONTALBÁN
El País, marzo de 1984
Mal asunto para un escritor indígena morirse durante el fin de semana, sobre todo si no se ha pertenecido a cualquier círculo de Bloomsbury y jamás se ha escrito una novela de 15 kilos, de esas que se venden con la carretilla incluida y una IBM de pulsera para facilitar la lectura. Andrés Bosch se ha muerto de un infarto a los 58 años de una existencia que empezó en Palma de Mallorca y terminó a las puertas de un fin de semana barcelonés. Me creo en la obligación de emplear unas cuantas líneas para dar la nota bibliográfica que pocos periódicos han dado. Abogado, emigrante a América Latina, boxeador, el estreno literario de Andrés Bosch fue La noche, novela ganadora del Premio Planeta de 1959. En 1961 ganaría el Premio Ciudad de Barcelona con Homenaje privado, y posteriormente publicó La revuelta (1963), La estafa (1965), Ritos profanos (1967), El mago y la llama (1970), El cazador de piedras (1974), Arte de gobierno (1977) y El recuerdo de hoy (1982). Cumplido el expediente informativo mínimo que se merece un escritor que ha escrito e incluso ha publicado, diré que Bosch tuvo extraordinaria importancia oculta como lector profesional, escuchado y casi obedecido por importantes editores barceloneses. En ocasiones, la publicación o no publicación de un libro, la decantación de un premio, dependía de un último juicio de Andrés Bosch, introducido en los despachos editoriales por esa puerta de la verdad que sólo atraviesan contadísimos elegidos. Los que le conocimos daríamos fe de su talante deportivo y de una educación literaria que no sólo aprendió en los libros, sino también en la cantidad de literatura que acarrea la vida, pepitas de oro de mayor o menor tamaño que escritores de la escuela de Andrés Bosch esperaban con el agua hasta las rodillas, el cedazo basculante entre las manos y una tonadilla de buscadores de oro en los labios. Perteneció a la promoción de los escritores vivenciales hispánicos, algo emparedados entre los neorrealistas y los otros, y propongo que se le relea un día de éstos y que los críticos digan, algo, aunque sean cuatro cosas, sobre un buen escritor que casi nunca estuvo de moda.
RECUERDO DE ANDRÉS BOSCH Y DE OTRAS GENIALIDADES
Vintila Horia, en El Alcázar, febrero de 1984
Acaba de fallecer en Barcelona uno de los prosistas más profundamente actuales de las letras españolas, y uno de los mejores traductores (del inglés, sobre todo) de los últimos decenios. Ha sido, durante algún tiempo, uno de mis mejores y entrañables amigos, porque coincidimos en el afán de cambiar algo en el marco medio podrido de la novela española de finales de los años sesenta, dominada entonces por los falsos caballeros de la falsa triste figura del realismo social, directamente inspirado por el falso realismo del realismo seudosocialista. Aquello empezaba a dar cuenta a los lectores menos prevenidos y menos iniciados en el misterio alegórico de las letras de que resultaba difícil, si no imposible, hacer buena literatura con malos futuribles, apareciendo como irreal el proyecto de aquellos escritores de describir el alma a través de una fábrica de cemento y un sentimiento a través de una ideología. Aquel corto período se vino abajo porque todo era inauténtico e inspirado desde fuera (partido viene de parte y aquello fue más fragmentario que una uña de caballo cojo), pero también porque intervino en el proceso de demolición un pequeño grupo de escritores realmente decididos a sustituir la sombra en el lodo por el sol esclarecedor desde arriba. La parcialidad se volvió completez, no sólo a través de unas críticas directas del falso fenómeno, sino a través de libros, cuyo papel liquidador y fundacional fue en aquel momento decisivo. Algunos críticos literarios, medio asustados y medio conscientes, dieron cuenta de aquel corto arranque vital que abrió puertas y cerró ventanillas.
De izquierda a derecha: Andrés Bosch, Carlos Rojas, Vintila Horia y García Viñó en El Escorial
La campaña se desarrolló principalmente entre 1966 y 1960, más o menos, período que coincidió con la fundación de la colección universitaria de libros de bolsillo "Punto Omega" (Ediciones Guadarrama, capitaneadas entonces por la clarividencia y el buen gusto de Manuel Sanmiguel) que yo pude dirigir en paz durante tres años, revelando al público español libros fundamentales como los de Jean Charon, Stéphane Lupasco, Pascual Jordán, Weizsäcker, Jacques Rueff, Jules Monnerot, Pierre de Boisdeffre y muchísimos más que hicieron de aquella colección y en poco tiempo la más prestigiosa representación de la reforma espiritual, en sentido contrarrevolucionario, que se estaba produciendo en el mundo bajo el impacto, por un lado, de la nueva ciencia, y, por el otro, de una literatura, una filosofía y una crítica literaria que nada tenían que ver con los decadentes mausoleos leninistas del realismo seudosocialista.
Fue como una campaña dura y de espectacular impacto que concluyó, para mí, en las páginas de Una mujer para el Apocalipsis y del Viaje a los centros de la tierra. Alrededor de aquel esfuerzo editorial se concentraron en pocos meses unos cuantos escritores como M. García Viñó, Carlos Rojas, Andrés Bosch y, con menos espíritu de grupo, Alfonso Albalá, el freelancer de aquel combate, el católico ferviente de la embestida, amigo de todos nosotros, pero no implicado directamente en nuestra campaña, cuyos títulos fueron los siguientes: Auto de fe, de Carlos Rojas, la mejor novela del escritor catalán, dedicado durante los últimos años a tareas menos ilustrativas desde el punto de vista que estoy contemplando (Premio Nacional de Literatura 1968 por aquella obra realmente maestra); El secuestro, de Alfonso Albalá, libro al que comparé en el prefacio que escribí más tarde para El fuego (Novelas y Cuentos, Madrid, 1979), con lo mejor de Bernanos; la reedición de La revuelta, de Andrés Bosch, sólo comparable con lo más hondo y característico de la novela hispanoamericana; mi novela citada más arriba; El escorpión, de M. García Viñó, el crítico del pequeño grupo, cuyo ensayo Novela española actual (editada también por "Punto Omega") daba cuenta bastante claramente de las intenciones que nos empujaban hacia la reforma que nos habíamos propuesto realizar y que discutíamos a lo largo de los inolvidables encuentros que realizábamos entonces en Madrid o El Escorial. Era nuestra intención, incluso, lanzar un manifiesto con el fin de hacer público de la manera más explícita lo que pensábamos sobre la novela en especial y sobre la literatura y el alma contemporánea en general, pero aquel esfuerzo, como todo intento humano, se vino abajo por, diría, exceso de personalidad creadora. Éramos demasiado insertos cada uno por su cuenta en su afán personal de ser, como para caber durante mucho tiempo en la misma vaina. Y fue mejor así, porque logramos conservar cada uno acerca del otro el recuerdo imborrable del acto puro como creación vital y literaria al mismo tiempo. Éramos escritores auténticos, como quien dice, no afiliados ni siquiera a una tendencia, y menos todavía a un partido destructor de posibilidades creadoras y falsificador de perspectivas, hacedor de entuertos y almojarifazgos. El historiador literario objetivo, si es que lo hay, podrá conocer, desde el horizonte del futuro, lo que fue aquello dedicando al asunto un mínimo de esfuerzo consistiendo en leerse con cuidado una decena escasa de libros que marcan, sin embargo, el momento de una vuelta esencial en las letras españolas. Fue entonces cuando se produjo la salida del laberinto aniquilador de almas y plumas, tal como lo había concebido el realismo social, y la entrada en una época que ya empezaba a deslumbrar las mentes occidentales a través del boom hispanoamericano, tan afín a nuestros propósitos, pero situado quizá en un nivel menos sutil y menos alto.
Andrés Bosch
Hemos tenido todos nosotros la suerte de encontrar en seguida la comprensión espontánea e inmediata de dos críticos inteligentes, bases imprescindibles para una posible investigación futura: Emilio del Río, en su libro Novela intelectual, título que no refleja del todo nuestro afán, pero que introduce al lector en el tema que nos apasionaba con igual ahínco (Editorial Prensa Española, Madrid, 1971), y el ya citado Novela española actual, investigación que situaba el grupo en una corriente mayor donde aparecían nombres como los de Miguel Delibes, Carmen Laforet, Castillo Puche, Rafael Sánchez Ferlosio, Álvaro Cunqueiro, el Don Juan de Torrente Ballester, Antonio Prieto, Manuel San Martín, Jesús Fernández Santos y Ana maría Matute, contemporáneos nuestros y no sólo en un sentido temporal.
De izquierda a derecha: Andrés Bosch, García Viñó y Carlos Rojas en el Ateneo de Sevilla
Yo diría que lo más representativo de Andrés Bosch, al lado de títulos de la misma calidad, puede concentrarse en dos libros, la novela La revuelta y los cuentos magistrales de Ritos profanos (Editorial Dima, Barcelona, 1967). Todo es metafísico (no intelectual) en Andrés Bosch, desde su primera novela, La noche (Premio Planeta 1959), desde el drama del boxeador que busca en el combate el encuentro consigo mismo, como bien lo pone de manifiesto Emilio del Río en el libro ya citado aquí, hasta La estafa, por ejemplo, y sus últimos libros, pasando por La revuelta, una de las mejores novelas de tema hispanoamericano, quiero decir de tema metafísico también y de lucha en pro de la identidad de la persona, que lleva a los personajes (el indio huevón, la bella mestiza Altagracia, el coronel político Homero José) hacia el cumplimiento en la muerte de sus terribles afanes humanos, que son los de cada uno de nosotros, como suele suceder dentro de la relación uomo qualunque-obra maestra. Afán que ilustrará Carlos Rojas también en su única novela de tema hispanoamericano, hoy injustamente olvidada, titulada Las llaves del infierno (Barcelona, 1963) más cercana al mejor Graham Greene que a las infidelidades de la llamada entonces nueva novela, que no dejó de tentar a Rojas con sus vanos devaneos y de la que supo desprenderse con tanta habilidad y maestría en Auto de fe, novela más que actual en el marco de las tristes circunstancias que hoy atraviesa España. También García Viñó, en La granja del solitario (Barcelona, 1969), supo acercarse a las mismas altitudes que, repito, no son intelectuales, sino metafísicas o conceptuales, vinculando otra vez la novela, después de Unamuno, a los condicionamientos tan ilustrativos y fundamentales del teatro de Calderón.
Andrés Bosch
Resulta, pues, evidente, lo que pensábamos realizar entonces. En el fondo, reinsertar la novela española en su propia tradición y en el gran juego metafísico o conceptual de la novela occidental que, desde principios de siglo, trataba desesperadamente de desvincular su técnica del conocimiento de las rastreras intentonas del último seudorrealismo y de sus estertores realistas socialistas, retrocedentes y aniquiladores desde el punto de vista de cualquier epistemología liberadora y tradicional a la vez. Andrés Bosch formó parte de esa liberación y su obra dará para siempre testimonio de lo que intentamos hacer en aquellos últimos años de los sesenta, cuando tantas cosas aparecían en el mundo y se extinguían en España. Aquello fue como un celemín prometeico y muchas actualidades nos siguen debiendo la vida.
Fotos pertenecientes al archivo particular de Manuel G. Viñó y cedidas en exclusiva para este blog.
Magnífico escritor oculto para el gran público.
ResponderEliminarNo deben estar reeditadas estas novelas, ¿verdad?
ResponderEliminarNo, no lo están, las encontrará en librerias de viejo muy baratas.
ResponderEliminarMe ha alegrado mucho encontrar estas páginas dedicadas a quien fue mi mejor amigo en esto que se llama el mundo literario. Hasta publicamos un libro conjunto, "El realismo y la novela actual", en las Publicaciones de la Universidad de Sevilla. Andrés es un escritor injustísimamente olvidado por la gente que se ha adueñado de ese mundo, mientras recuerda continuamente a verdaderos patanes. Yo, siempre que puedo, lo cito, añadiendo que, para mí, es el mejor novelista español del siglo XX. Y no sólo por la excelencia de sus novelas particulares, sino también porque, del conjunto de su obra, se puede extraer una teoría de la novela que permite que, de este género, secularmente despreciado por su prosaísmo, puedan salir auténticas obras de arte literario. Durante años, mantuvimos una correspondencia en la que no paramos de tocar este tema. El resultado, ya muerto Andrés, ha sido mi "Teoría de la Novela", Anthropos Barcelona, 2005.
ResponderEliminarGracias, Manuel, por pasarte por aquí.
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