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miércoles, 15 de junio de 2011

CUENTOS DROLÁTICOS: BALZAC


Los Cuentos droláticos de Honoré de Balzac fueron publicados entre 1832-1837 y son una suerte de historias irónicas, sensuales y de carácter fantástico que Balzac no llegó a finalizar, como su inacaba obra magna la Comedia Humana, ya que pretendía recoger un centenar de cuentos y apenas llegó a la treintena.

Son cuentos bizarros, burlescos y anticlericales (con curas mujeriegos y corruptos) y con diversos guiños y juegos dialécticos (con un lenguaje inventado, a veces) que sus contemporáneos supieron advertir. Descatalogado desde hace 100 años, ahora nos llega en una magnífica edición de Cabaret Voltaire con ilustraciones del gran Doré, 425 imágenes, para ser exacto, que hermosearon la edición francesa de 1855.

Introducción y traducción de Lydia Vázquez y Juan Manuel Ibeas.


El Autor
Honoré de Balzac (Tours, Francia, 1799 - París, 1850) es considerado a menudo como el fundador de la novela moderna, y su preocupación por el realismo y el detallismo descriptivo se halla en la base de la posterior novela francesa —aunque su realismo convive siempre con elementos románticos y trazos del Balzac «visionario», tal como lo definió Baudelaire.

En 1814 se trasladó con su familia a París, donde estudió derecho y empezó a trabajar en un bufete, pero su afición a la literatura le movió a abandonar su carrera y escribir, en un inicio bajo seudónimo. Con El último chuan (1829), la primera novela que publicó con su apellido, obtuvo un gran éxito. A partir de entonces inició una febril actividad, escribiendo entre otras novelas La fisiología del matrimonio (1829) y La piel de zapa (1831), con las que empezó a consolidar su prestigio. La amistad con la duquesa de Abrantes le abrió las puertas de los salones de sociedad y literarios.


En 1834, tras la publicación de La búsqueda de lo absoluto, concibió la idea de configurar una sociedad ficticia haciendo aparecer los mismos personajes en distintos relatos, lo que empezó a dar a su obra un sentido unitario. En los últimos años de su vida fue presidente de la «Société des Gens de Lettres» (desde 1839) e intervino en numerosos asuntos públicos como director de la «Revue Parisienne», al tiempo que sufría el acoso de sus acreedores.

En 1841 se inició la publicación de sus voluminosas obras completas bajo el título de La comedia humana, aunque de las 137 novelas que debían integrarla, cincuenta quedaron incompletas.

El Ilustrador
Gustave Doré (Estrasburgo, 1832 – París, 1883) publica su primera colección de litografías, Los Trabajos de Hércules, a la temprana edad de quince años, y un año más tarde el editor y dibujante Charles Philippon, como hemos visto, le contrata fascinado como colaborador para su Journal pour rire. Pronto se convierte, gracias a su genialidad y a su ingente capacidad de trabajo, en uno de los más brillantes realizadores de xilografías. Este arte del grabado sobre madera, ya lo hemos dicho, había sido recientemente redescubierto, y sus técnicas se irán desarrollando a lo largo del siglo consiguiendo resultados cada vez más pictóricos, como apreciamos en sus obras. El éxito habrá de llegar realmente con la magnífica publicación en 1853 de las ilustraciones de los textos de Rabelais, de una riqueza de lo más sugerente. Los personajes del escritor del Renacimiento se alzan con toda su maravillosa magnificencia en las planchas del grabador, recreadoras de un universo que consigue combinar a la perfección un mundo real y onírico.

Y a este primer éxito le seguirán pues las ilustraciones para la edición póstuma de los Cuentos droláticos de 1855, una labor muy próxima en el terreno imaginario a su anterior trabajo.


Pero el buril del artista ahora se deja arrastrar con fluidez por la fantasía grotesca a la que parece invitarle el pastiche balzaciano: las caricaturas más horrendas abrazan a las más hermosas doncellas en un entorno en ocasiones estrambótico, en otras mágico y en otras señorial y fastuoso. La obra de Balzac parece encontrar en el maridaje con las planchas de Doré todos sus significados, a lo largo de un diálogo exquisito en ciertas ocasiones, obsceno en otras y siempre estimulante. Si Balzac se remite a los ‘fabliaux’ medievales y a los textos de Rabelais, con los dibujos de Doré nos sentimos arrastrados a los horizontes enloquecidos del Bosco, a las caóticas bacanales de Brueghel y a la melancólica crudeza de los grabados de Durero. La generosidad de algunos cuerpos que recuerdan a Rubens se pierde en paisajes de rocalla que evocan a Eisen con ricas vestimentas a la Moreau.

Pero como en la obra de Balzac, el sello Doré resulta inconfundible en los grabados: aunando lo grotesco y lo sublime, se presenta el artista como un romántico oscuro, de trazo muy limpio y con fuerte influencia de las corrientes neogóticas. El de Estrasburgo gestiona con maestría la concepción y composición de cada una de sus escenas, desde los mínimos detalles de la expresión tratados con suma delicadeza, a la perfecta armonía de paisajes, arquitecturas y mobiliario, consiguiendo siempre una perfecta coherencia interna.

Sus protagonistas femeninas se muestran como pequeñas criaturas ligeras desde lo alto de sus tocados hasta la punta de sus escarpines, envueltas en sedas y lazos, y parecen modeladas, o incluso esculpidas, a partir de la masa grotesca de personajes que les rodean. Los cuidados retratos de los protagonistas revelan toda la profundidad de los personajes y toda su profundidad psicológica. Para mayor regocijo del lector / voyeur.

1 comentario:

  1. Es muy interesante porque yo no conocía estos trabajos de Balzac, pero la editorial podía haber realizado una edición mejor, con mejor papel...

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