Por: Javier Coria
Esta historia comienza,
exactamente, el 26 de julio de 1952,
a las 20.26 horas. La radio argentina daba la siguiente
noticia: “Ha muerto la jefa espiritual de
la nación”. Un minuto antes fallecía de cáncer, con apenas 33 años –Evita falsificó la fecha
de su nacimiento para hacerse 3 años más joven-. Eva María Duarte Ibarguren,
Evita Perón. Al día siguiente, el cuerpo incorrupto de la exactriz y primera dama
de la República Argentina se exponía en público velatorio. Durante 16 días, dos
millones de personas pasaron por la capilla ardiente para rendir su último
homenaje a la mujer que más hondo ha calado en la sociedad argentina y en el
imaginario popular. La muchedumbre aguantó 3 kilómetros de colas y las
inclemencias del tiempo. Cientos de desmayos y cuatro muertos fueron el
resultado de dicha espera. El Papa Pío XII recibió 26.000 peticiones para
elevar a los altares a Evita.
Conocida y accesible es
la biografía de la que fue llamada: “El ángel tutelar de Argentina”, como
conocidos son los sucesos políticos que rodearon su vida como esposa de Juan
Domingo Perón. Pero la historia oscura y secreta que les vamos a contar fue un
misterio durante muchos años, una rocambolesca concatenación de vicisitudes que
hizo que su cadáver estuviera 24 años
sin un entierro digno, 14 de esos años, permaneció en una tumba anónima, siendo
el mayor misterio de la historia argentina. Intrigas; secuestro del cuerpo;
mutilaciones; ataques con ácido y fuego; enterramiento clandestino; viajes macabros
del féretro y hasta vejaciones necrofílicas, todo esto sufrió el cuerpo
embalsamado de Evita, cuya peripecia
póstuma, hace irónico el dicho de “descanse en paz”. Nunca antes, un cadáver
había protagonizado tantas batallas políticas y extraños rituales a su
alrededor, hasta el punto que, algunos de sus enemigos, creían en los poderes
sobrenaturales de esta mujer, un poder que pensaban, le podía hacer ganar
batallas después de muerta o ser utilizado su cuerpo como bandera política,
como así fue. Esta es la siniestra historia de estos sucesos. En las causas de
su muerte también hay polémica, quién quiera profundizar el ello les
recomendamos el libro del periodista argentino Nelsón Castro: Los últimos días de Eva. Historia de un
engaño.
DOS ESPAÑOLES A SOLAS CON EVITA
Aquella tarde fría del
26 de julio de 1952, la policía tuvo que abrir paso aun coche que entró en la
Casa Rosada, residencia del presidente de la República, por la puerta de la
calle Agüero. Una multitud, con velas y rezos, rodeaba la casa en espera del
fatal desenlace. Los dos hombres que viajaban en el coche fueron conducidos a
una sala donde les esperaba el médico y Ministro de Asuntos Técnicos, Raúl
Mende, que se dirigió a ellos
en estos términos:
“A las 20.25 horas, la señora de Perón ha pasado a la
inmortalidad. El presidente y todos sus colaboradores queremos que usted,
doctor Ara, prepare el cadáver para exponerlo al pueblo y ser luego depositado
en la cripta monumental que hemos de construir”.
Médicos y familiares
dejaron la estancia donde yacía Eva Perón. El peluquero Julio Alcaraz y la manicura de la Primera
Dama entraron para cumplir con la tarea que la propia Evita les había dejado
encargada. El doctor Ara firmó un contrato y, antes de entrar en la cámara
mortuoria, mantuvo una entrevista con el general Perón, que le dijo:
“Profesor, esta es su casa. Usted dispone y manda, sin que nada
haya de ser consultado conmigo. Estoy muy de acuerdo en que la operación no
sirva de espectáculo a nadie. Ni los ministros médicos estarán presentes. Tiene
usted, doctor, puestas por dentro todas las llaves que comunican con el
departamentos de mi pobrecita mujer. No permita usted que entre nadie, ni aunque sea de la familia. Yo tampoco
entraré. Vamos a cerrar “desde ya”, la comunicación con mi cuarto”.
De esta forma, el médico
aragonés Pedro Ara –cuyas secretas técnicas de embalsamamiento se llevó a la
tumba- y su ayudante catalán, fueron los dos españoles que se quedaron a solas
con el cuerpo presente de Evita. Ara, que desde aquel momento llevaría un
detallado diario de su labor (El caso Eva
Perón), dejó escrito:
“Ante nosotros yacía la mujer más amada y más odiada de su tiempo.
Había luchado fieramente contra los grandes, y había caído derrotada por lo
infinitamente pequeño”.
Pedro Ara Sarriá fue un
eminente anatomista de fama mundial que revolucionó las técnicas de
embalsamamiento. Su método, cuyo secreto se llevó a la tumba, perfeccionaba
considerablemente la parafinización, que había ideado Leo Frederiq en 1876. Al
general Perón le habían hablado de un
médico español que convertía los cadáveres en piezas de anatomía que, lejos de
parecer macabros muñecos, tenían un realismo que los dotaba de una extraña
viveza. En Córdoba (Argentina) y desde 1925, el profesor Ara, fue creando una
colección anatómica sólo superada por la de Ferdinand Hochstetter en Viena. Hoy
el museo argentino lleva el nombre del médico zaragozano. Pero dejamos a los
dos hombres en la estancia de Evita, allí les sorprendió las primeras luces del
alba cuando terminaron su labor para evitar la corrupción del cadáver, pero
faltaban varios meses de trabajo para que el efecto fuera perdurable.
SECUESTRO Y NECROFILIA
El 12 de agosto de 1952,
y terminadas las exequias públicas y oficiales, el féretro fue conducido a la
sede de la Confederación General del Trabajo (CGT), donde debería descansar el
cuerpo de Evita hasta que se construyera el mausoleo y monumento a los
trabajadores, cuyo proyecto recogía una estructura que multiplicaba por tres la
altura de la Estatua de la Libertad. Con la oposición del doctor Ara, que temía
el peligro de posibles disturbios al trabajar en un lugar de lucha social, se
montó el laboratorio en la segunda planta del sindicato. Durante el velatorio,
algunas personas habían puesto en
peligro el proceso de conservación al abrir la tapa de cristal del ataúd. Meses
más tarde, un insignificante clic metálico que se había colado accidentalmente
en los preparados químicos del embalsamamiento, también puso en peligro la
tarea del doctor, que libraba su particular lucha contra el tiempo y la
podredumbre. Un año duraron los trabajos de Ara, que ahora se había convertido
en el custodio, junto con la policía interna del sindicato, de la momia de Eva
Perón. El informe que Ara envío a la “Comisión Nacional Monumento a Eva Perón”
era muy riguroso y certificaba que el
cuerpo de Evita no había sido mutilado:
“Tengo el honor de comunicar a esta Comisión, que el trabajo que
me fue encomendado en las condiciones establecidas por el convenio con fecha de
26 de julio de 1952, ha
sido terminado. De acuerdo a la cláusula séptima, el cadáver de la Excma.
Señora Doña María Eva Duarte de Perón, impregnado de sustancias solidificantes,
puede estar permanentemente en contacto con el aire, sin más precauciones que
las de proteger contra los agentes perturbadores mecánicos, químicos o
térmicos, tanto artificiales como de origen atmosférico. No fue abierta ninguna
cavidad del cuerpo. Conserva, por tanto, todos sus órganos internos, sanos o
enfermos, excepto los que le fueron extirpados en vida por actos quirúrgicos.
De todos ellos, podría hacerse en cualquier tiempo, un análisis microscópico
con técnica adecuada al caso. No le ha sido extirpada ni la menor partícula de
piel ni de ningún otro tejido orgánico”.
Por su parte, el
proyectado monumento, seguía siendo solamente un dibujo en el papel. Por otra
parte, la integridad física del cuerpo de Evita, pronto sería violentada.
Durante dos años más
permaneció la momia en los locales de la CGT bajo los cuidados del anatomista.
El cuerpo que había consumido la enfermedad en vida, y los posteriores procesos
químicos de conservación después de muerta, hicieron que los restos de Evita se
asemejaran a una muñeca con la estatura y el peso de una niña de 12 años. Así
la vio Perón en una de sus visitas al laboratorio de Ara. Pero la imagen de su
esposa suspendida del techo y con los brazos en cruz, horrorizaron al general
que dejó la estancia precipitadamente.
Pero ironías de la vida,
mientras el concienzudo científico realizaba sus trabajos de conservación, el
gobierno peronista se descomponía a marchas forzadas y los aires de guerra
civil azotaban la nación. Esos aires empujaron a los aviones de la Marina que,
el 16 de junio de 1955, bombardearon la Casa de Gobierno y la Plaza de Mayo,
causando cientos de muertos. Fracasado en un primer momento el golpe
antiperonista, éste triunfaría el 16 de septiembre de ese mismo año. Tras el
golpe de la llamada “Revolución Libertadora”, el general Perón marchó al exilio
sin dejar instrucciones sobre lo que se tenía que hacer con los restos de su
esposa. Pese a que Perón había prometido llamar telefónicamente al doctor para
darle instrucciones, la llamada se demoró 16 años. Una vez más, el doctor Ara
se quedaba a solas con Evita. La pesada carga de resguardar el extraño legado
de un posible ataque, descansaba en los hombros de este aragonés.
Pero Ara conocía al
doctor Clemente Villada Achával, cuñado y hombre de confianza del general
Eduardo Lonardi, presidente provisional del nuevo gobierno golpista, y acudió a
él. Precisamente fue Achával quién, ante el cuerpo de Evita, quedó maravillado
de lo que calificó como obra de arte, lamentándose del futuro que le esperaba,
que no era otro que la desaparición. Pero los nuevos gobernantes militares
desconfiaban que aquel cuerpo fuera realmente el de Eva Perón llegaron a pensar
que era una muñeca de cera, de hecho corría el rumor que existían varias
estatuas de cera con la imagen de Evita. Los doctores Nerio Rojas, catedrático
de Medicina Legal; Julio César Lascano González, eminente patólogo; y Osvaldo
Fustinoni, profesor
titular de Semiología y Clínica Propedéutica; fueron elegidos para constituir
la comisión médica que analizaría el cuerpo. Sin ningún respeto hacia el
trabajo de Ara y, sobre todo, hacia la fallecida, cortaron un dedo de la momia
para obtener su huella digital, tomaron una muestra de tejido de la oreja
izquierda para los exámenes histológicos, y completaron el reconocimiento con
placas de Rayos X. El dictamen fue concluyente, se trataba de los restos mortales
de Eva Perón. El Teniente Coronel Cabanillas, que fue jefe del temido Servicio
de Inteligencia del Ejército (SIE) en aquella época, en una entrevista a un documental
de 1997, declaró lo siguiente:
“El cadáver era prácticamente una muñeca,
estaba intacto, no parecía una momificación. El trabajo que hizo el doctor Ara
era tan perfecto que el cuerpo tenía todos sus movimientos. La carne, al tacto,
era como si estuviera viva. Parecía una muñeca, no de cera, de carne y hueso”.
El presidente de facto, Lonardi, miembro de la derecha
nacionalista- católica moderada, fue elegido como hombre de consenso y de
prestigio para unificar a las diferentes familias militares. Pero su política
de reconciliación y, sobre todo, su negativa a terminar con las actividades peronistas
entre los militares y los sindicalistas, hicieron que los sectores más duros y
reaccionarios del Ejército y la Armada, llamados por los peronistas “gorilas”,
a los cincuenta y dos días de mandato, depusieran a Lonardi con un golpe de
mano que llevó a la presidencia al dictador, general Pedro Eugenio Aramburu.
Presidencia dirigida en la sombra por el Almirante Isaac Francisco Rojas. De
nuevo, el futuro de la momia de Evita quedaba en suspenso. Hasta que unos
hechos y la aparición de un personaje siniestro le dio un giro grotesco a esta
historia. Los militares, temiendo que “eso”, como empezaron a llamar a la
momia, se convirtiera en una bandera política que movilizara a los peronistas,
se plantearon varias formas para hacer desaparecer unos restos incómodos. De
alguna forma, Evita seguía estando en la actualidad política y dando batallas
después de muerta, como ya profetizaron tanto sus seguidores, como sus
detractores. Las nuevas autoridades militares sospechaban que había comandos
peronistas preparados para rescatar los restos de Evita. Además, por las
noches, manos anónimas dejaban flores en la puerta de la sede sindical, por lo
que era evidente que se conocía el secreto que se guardaba en la sala 63 de la
CGT. Por todo ello, los militares pasaron a la acción.
Otto Skorzeny, "Cara cortada", el guardaespaldas nazi de Evita
Fue el Almirante
Rojas el que manifestó: “Hay que excluir el cadáver de la vida política”.
Las formas que se pensaron para tal fin, fueron de lo más estrafalarias, pero
no tanto como las que al final se llevaron a cabo. La Marina pensó fondear el
cadáver, con varios kilos de cemento, en las aguas del Río de la Plata, incluso
se propuso enterrarlo o quemarlo con queroseno en la isla de Martín García,
todo ello con el propósito de no dejar rastro del incómodo legado y, sobre
todo, procurar que ningún lugar fuera susceptible de convertirse en un
santuario para los peronistas. El general Aramburu tomó la decisión de ordenar
el secuestro del cadáver de Evita para darle cristiana y clandestina sepultura,
pero la errónea elección del mando de la misión, le dio a los acontecimientos
una deriva enloquecida y perversa. La noche del 22 de noviembre de 1955, un
comando al mando del Teniente Coronel Carlos de Moori-Koenig, por aquel
entonces jefe del SIE, irrumpió en la sede sindical y se llevó la momia de
Evita ante el estupor del doctor Pedro Ara, su custodio. Un cajón de embalaje
hizo las veces de ataúd de la dirigente política más carismática de América.
Una furgoneta de reparto de flores, se perdió en la noche bonaerense con su
insólito cargamento. Así dio comienzo la llamada “Operación Evasión”.
A partir de aquí, los
despropósitos se sucedieron uno tras otro. La resistencia peronista descubrió
el plan y llegó a atentar contra la casa de Moori-Koenig, esto unido a la
paranoia natural del Teniente Coronel, hicieron que el militar ocultara el
paradero de la momia hasta a sus propios superiores. Aunque parezca ridículo,
los restos de Evita pasaron varios meses en el interior de una furgoneta
aparcada en las calles de Buenos Aires, furgoneta que se cambiaba de
estacionamiento para que no levantara sospechas. Al final, el jefe del SIE,
decidió terminar con el fúnebre trasiego y llevó a la difunta a la casa de su
segundo, el Mayor Eduardo Antonio Arandia, que residía en el número 542 de la
Avenida General Paz. En el trastero de esta lujosa residencia durmió “el sueño
de los justos” Evita hasta que, un luctuoso y extraño hecho, vino a sacudir una
vez más toda esta estrambótica historia.
Los agentes peronistas,
capitaneados por un antiguo mayor de Inteligencia, Mateo Prudencio Mandrini,
peinaban la ciudad en búsca del cuerpo de Eva Perón; esto hizo que los
militares raptores estuvieran alertas. Arandia dormía con su pistola calibre 38
debajo de la almohada, lo que muestra el grado de nerviosismo que le atenazaba.
Una noche, Arandia se levantó sobresaltado al escuchar unos ruidos en el
pasillo, armado con su pistola y convencido de que eran los peronistas que
venían por Evita, descerrajó tres balazos contra una sombra que se movía en la
oscuridad. Los tres impactos fueron directos al corazón de su mujer, Elvira
Herrera de Arandia, que cayó muerta en el acto. Para más tragedia, estaba
embarazada.
Después del siniestro
suceso, el macabro peregrinaje de Evita siguió por varias instalaciones
militares hasta que fue depositado en un almacén perteneciente al SIE, donde
permaneció hasta enero de 1956. Pero en las calles, crecía la protesta de los
“descamisados” que reclamaban el cadáver secuestrado de su idolatrada
dirigente. El presidente Aramburu, una vez más, ordenó que la momia fuese
enterrada en una tumba anónima del cementerio de la capital, pero el ya
perturbado Moori-Koenig, desoyendo las órdenes, se llevó los restos de Eva
Perón a su propia oficina del Servicio de Inteligencia, situada en la esquina
de las calles Callao y Tucumán. Allí, en un armario rotulado con el letrero:
“Equipos de radio” permanecería la momia de Evita hasta el año 1957, no sin
antes ser objeto de las más esperpénticas peripecias. Cuentan que en una noche
de borrachera, unos oficiales llevaron a unas mujeres a ver a la ilustre
muerta. Por su parte, la locura de Moori-Koenig se convirtió en una obsesión
por el cuerpo. Decía que aquella mujer le pertenecía y no dudaba en enseñar la
momia a las visitas. De una de estas morbosas exhibiciones fue testigo la
cineasta María Luisa Bemberg, que espantada, se la contó a su amigo, al Capitán
de Navío Francisco Manrique. La obsesión y los abusos sexuales, que los hubo,
llegaron a oídos de Aramburu que destituyó al militar por comportamiento
“anticristiano”. Moori-Koenig fue expulsado del ejército y su historia
necrofílica se convirtió en un secreto de Estado. Esta historia inspiró el
relato “Esa mujer”, recogido en el libro del escritor Rodolfo Walsh Los oficios terrestres.
La situación era la
siguiente: Los peronistas querían rescatar el cadáver y los sectores más
extremistas del ejército querían destruirlo volando, si era necesario, el
edificio del SEI con la momia dentro. El miedo que tenía Aramburu a que los
peronistas consiguieran su objetivo, no era menor al miedo que le producía la
esperada reacción popular ante la hipotética destrucción de un símbolo como el
que representaba el cuerpo de Evita. Además, los militares golpistas eran
ultra-católicos, destruir o quemar el cuerpo iba en contra de sus convicciones
–en 1963, el Papa Pablo VI levantó la prohibición de la cremación. Los
sacerdotes empezaron a oficiar ceremonias con esta práctica a partir del año
1966-. Por ello, y enfrentándose a múltiples presiones,
Aramburu aceptó la propuesta que le hizo el nuevo director del SIE y que
sustituía al malogrado Moori-Koenig en dicho cargo. Este no era otro que Héctor Eduardo Cabanillas que procedía del
Servicio de Inteligencia del Estado (SIDE), y que a partir de ese momento, se
convertiría en el personaje clave del futuro de los restos mortales de Eva
Perón. La “solución Cabanillas” consistía en sacar la momia del país y
enterrarla con un falso nombre en un cementerio extranjero. Así nació la
“Operación Traslado”.
EL ESPÍA MAGISTRIS, EL FALSO VIUDO DE EVITA
La “Operación Traslado”
dio comienzo con una estudiada campaña de desinformación y contactos
diplomáticos. Mezclando realidad con ficción, se habló de copias de cera de la
momia de Evita y de diferentes ataúdes viajando a destinos de América del Sur o
países europeos como Bélgica o Alemania Occidental. Ni el propio Aramburu
conocía el verdadero destino del cadáver. Él recibió, en un sobre lacrado, las
indicaciones precisas del enterramiento, pero entregó el sobre sin abrir a un
notario que debía, a su vez, dárselo al sucesor en la presidencia, en caso de
fallecimiento de Aramburu. Por su parte, la madre y las hermanas de Evita,
desde su exilo en Chile, pidieron ayuda a la Iglesia para recuperar el cuerpo
de su familiar. Lejos estaban de saber que la propia jerarquía católica
colaboraría para sacar clandestinamente el cadáver de Evita de la Argentina.
Cabanillas, en un primer
intento, dirigió su petición al representante del Vaticano en Buenos Aires,
monseñor Fermín Laffite, pero no obtuvo respuesta. El entonces jefe del
regimiento de Granaderos -y que llegaría a ser presidente de facto en 1971- el Mayor Alejandro Agustín Lanusse, le pidió al
vicario castrense y confesor de su familia, Francisco Rotger, que intercediera
ante el Papa Pío XII y formalizara la compra de una sepultura en Italia. El
capellán Rotger era un catalán miembro de la Compañía de San Pablo cuya
intervención fue crucial en este proceso. Primero buscó la aprobación del
Superior General de los paulinos, el padre Giovanni Penco, y luego procuró que
el Papa no se opusiera. Después de complicadas negociaciones en Roma, Rotger
consiguió su objetivo. Años después, este sacerdote declararía que su
intervención en esta maniobra, lejos de motivaciones políticas, buscaba el dar
cristiana sepultura al cuerpo de Eva Perón y evitar la destrucción de sus
restos mortales. La “Operación Traslado” se puso en marcha.
Los militares, después
de informarse de los trámites para el traslado de un cadáver a Europa, y
falsificando sellos de goma y documentación, depositaron un ataúd en el lujoso
trasatlántico “Conte Biancamano”. A las 16 horas del 23 de abril de 1957, el
barco tomó rumbo a Génova, en su bodega, la momia de Evita viajaba con el falso
nombre de María Maggi de Magistris. Acompañaban al féretro dos agentes… ¿Pero
quiénes eran los agentes encargados de la delicada misión? Uno era el
suboficial de inteligencia, Manuel Sorolla, que viajaba con su verdadera
identidad en misión de “control”. Pero el otro agente era la mano derecha de
Cabanillas, su espía preferido para la infiltración, vigilancia y represión de
la resistencia peronista. Fue el verdadero autor ejecutivo de la “Operación
Traslado”, y no era otro que el Mayor Hamilton Alberto Díaz que provenía del
arma de Caballería y que entró en la inteligencia militar en 1951, el mismo año
en que empezó a conspiras contra Perón. Díaz, que era jefe de la División de
Servicios Secretos. Hamilton vio como su carrera se encumbraba, después de ser
el autor de las detenciones de los sublevados contra Aramburu, en junio de
1956, y que terminó con el fusilamiento de José León Suárez. En la sede del
SIE, Cabanillas y su segundo, Hamilton Díaz, prepararon este viaje.
El espía viajó con
papeles falsos con el nombre de Giorgio Magistris, viudo de la tal María Maggi
de Magistris. Durante décadas, la identidad del falso viudo de Eva Perón fue un
misterio. Pero la identidad de éste colaborador de la CIA fue destapada en un
reportaje de investigación de 2005 en el diario Clarín. Con identidad falsa, reapareció en 1965 como un rico empresario
de una agencia de seguridad privada. Se les perdió la pista hasta su
fallecimiento en 1986.
Al arribar el barco a
Génova, un suceso anecdótico, vino a sobresaltar a los agentes secretos. En el
puerto, una multitud acompañada de banda de música, esperaba al trasatlántico.
Lo que ocurría era que en la bodega del barco, además de la momia de Evita,
viajaban la partituras de Arturo Toscanini, un verdadero ídolo en la Argentina.
Tras el fallecimiento de Toscanini en enero de 1957, sus partituras retornaban
para ser depositadas en el museo de la Scala de Milán. Por un momento, los
militares pensaron que habían sido descubiertos. En el puerto genovés, la
fúnebre comitiva fue recibida por el mismísimo Giovanni Penco, en nombre de la
Compañía de San Pablo que eran los arrendatarios de la sepultura de Milán que
recibiría los restos de la falsa Maggi. Metieron el féretro en una furgoneta, y
partieron hacia esa ciudad. En esta última etapa del viaje, además de los
citados, acompañó al féretro una seglar de la Compañía de San Pablo, Giussepina
Airoldi. La hermana no sabía la verdadera identidad de la fallecida, ella sólo
conocía la versión que el superior de los paulinos, y los agentes de
Cabanillas, le habían contado. A todos los efectos, los restos pertenecían a
una piadosa mujer italiana, nacida en Dalmine (Bérgamo), y fallecida en Rosario
(Argentina), en un accidente de coche en 1951.
El 13 de mayo de 1957, a las 15, 40 horas,
el féretro con el cuerpo de Evita con falsa identidad, entró en el cementerio
Maggiore de Milán, en el barrio de Mussoco. Hamilton Díaz, el falso viudo,
permaneció dos días velando el cuerpo en una sala del cementerio, su misión le
obligaba a no perder de vista los restos hasta que fueran sepultados.
Finalmente, el cuerpo fue enterrado en el tombino
41 del campo 86, en un área abierta y arbolada del camposanto. El agente volvió
a Buenos Aires y, en un papel rosa, apuntó los datos de localización de la
tumba. Este papel lo entregó a su superior Cabanillas, y éste lo guardó en una
caja de seguridad de un banco de Uruguay. Por encargo de Penco, Giussepina
Airoldi, llevaría flores a la tumba de María Maggi y se encargaría de su
mantenimiento. Durante 14 años, no faltaron flores frescas en el sepulcro de
Evita (El escritor Tomás Eloy Martínez escribió la novela de investigación ¡Santa Evita!, que con nombre supuestos
relatan algunos hechos de esta historia).
RITUALES Y ESPIRITISMO EN MADRID
Pero si le faltaban
elementos extraños a esta historia, llegamos a un episodio verdaderamente
oscuro. La momia de Evita fue utilizada en rituales espiritas y sesiones de
magia negra, dirigidas por un personaje de lo más funesto, conocido en ciertos
círculos como… “El Brujo” de Perón. Pero retomemos el orden crono lógico de los
acontecimientos.
El 29 de mayo de 1970,
dos miembros del grupo guerrillero Montoneros secuestraron al general Aramburu,
cuando ya no era presidente. Le acusaron de fusilar peronistas, pero sobre
todo, de haber profanado y secuestrado el cuerpo de la: “compañera Evita”. Esta
fue la primera acción pública de los Montoneros que, curiosamente, muchos de
sus activistas eran niños cuando gobernaba Perón. El comandante montonero Mario
Firmenich interrogó al general sobre el paradero del cuerpo de Evita. Aramburu
apeló a su honor para no decir nada, pero después de una noche de reflexión,
les dijo que el Vaticano había participado y que el cuerpo estaba enterrado en
Roma con un nombre falso. En realidad, Aramburu nunca quiso saber donde estaba
enterrada Evita, en este caso en Milán, por eso entregó el sobre cerrado con
los datos al notario, cosa que no reveló a los Montoneros. Como las autoridades
no contestaron a las reivindicaciones de los rebeldes, que exigían la vuelta
del cadáver de Evita, el 1 de junio de ese mismo año, Aramburu fue asesinado de
un tiro en la cabeza. Los militares recuperaron el cuerpo del general, 16 de
julio.
Pero los acontecimientos
darían un giro radical en 1971. La violencia política, la crisis económica y el
vacío de poder existente, hicieron que el entonces presidente, el general
Alejandro Agustín Lanusse, buscara gestos de reconciliación. Además, le
llegaban noticias de que los Montoneros y la CGT, estaban batiendo los
cementerios italianos en busca de Evita. Lanusse recibió el sobre lacrado que
Aramburu había entregado al notario con los datos exactos del enterramiento.
Lanusse pretendía organizar la vuelta del envejecido Perón, que en aquel
momento, vivía exiliado en Madrid con su tercera esposa, María Estela Martínez,
conocida como Isabel, por el nombre artístico de su época de bailarina
“exótica”. Como muestra de buena voluntad, el pragmático dictador argentino,
pactó con Perón la devolución del cadáver de su esposa. Y como los militares
argentinos de aquella época, por lo que se ve, no tenían mucha imaginación para
poner los nombres en clave de los operativos, le llamaron a esta: “Operación
Devolución”.
Como no podía ser de
otra forma, Lanusse encargó a Cabanillas el mando del operativo, que contó con
el beneplácito del Papa Pablo VI, como contó con el de sus antecesores.
También, Giulio Madurini, el nuevo superior de los paulinos, dio su apoyo a la
misión, eso sí, por seguridad, utilizó el nombre falso de Alessandro Angeli. Si
hacía 14 años, para los trámites utilizaron los servicios de la funeraria
Spallarosa, esta vez los agentes utilizaron los servicios de la funeraria
Fusetti. Cabanillas también contó en esta ocasión con el espía Manuel Sorrolla,
que esta vez se hizo pasar por el hermano de María Maggi. Con el nombre de
Carlo Maggi, Sorolla inició los trámites para la exhumación del cadáver y su
traslado a España, para inhumarlo junto a unos familiares, le contaron a la
funeraria. El embajador argentino en Italia, el Almirante Argülles, movió la
máquina diplomática, contó para ello con la participación activa del embajador
ante Franco, el Brigadier Jorge Rojas Silveyra, que fue designado expresamente
por Lanusse para esta misión.
Con todos los documentos
en regla, Cabanillas y el sargento Sorolla, se personaron en el cementerio
milanés. Giorgio Magistris (el agente
Hamilton Díaz), no participó en el operativo porque para borrar pistas,
se preparó su falsa muerte. Era el 1 de septiembre de 1971, cuando los dos
agentes cruzaron el cementerio para reunirse con Madurini y los sepultureros.
Después de 14 años, la parte exterior de madera del ataúd estaba muy
deteriorada, por lo que se cambió a otro féretro con tapas de zinc. Aquí
sucedió una de las múltiples anécdotas de esta historia. Los operarios del
cementerio, al ver el cuerpo sin signos de corrupción y que parecía una muñeca,
salieron corriendo gritando: ¡Miracolo, miracolo! Los agentes y el prelado,
tuvieron que calmar a los agitados enterradores, un puñado de liras
contribuyeron a ello. Al día siguiente, una furgoneta con la momia de Evita
partió hacia Francia. Tras pasar una noche en un garaje de Perpiñán, la
comitiva se dirigió a la frontera de La Junquera. Cabanillas viajaba junto al
conductor de la furgoneta, y pudo ser testigo de la sorpresa de éste cuando, a
los pocos kilómetros de haber entrado en España, unos coches les dieron escolta
hasta que les hicieron parar. Luego de cambiar el féretro de vehiculo,
despidieron al conductor italiano que, sorprendido, tomó el camino de retorno a
Milán. Lógicamente se puede deducir que los servicios de inteligencia franquista
dieron cobertura logística a esta operación.
Sobre las 20,30 horas
del 3 de septiembre, Cabanillas, junto al embajador Rojas Silveyra entregaron
los restos de Evita a su viudo. Esperaron 5 minutos en la puerta, para que la
hora no coincidiera con las 20, 25, hora del fallecimiento de Evita. La escena
sucedió en la Quinta “17 de octubre”, sita en la calle Navalmanzano número 5,
de la lujosa colonia de Puerta de Hierro, a 20 kilómetros al
norte de Madrid – Hoy el número 5 corresponde a los números 4-5, pero de la
Quinta “17 de octubre”, con sus 800 metros construidos, no queda nada-.
Los presentes, además de
Perón y su esposa; Cabanillas y el embajador argentino; fueron Jorge Daniel
Paladino, secretario general del Partido Justicialista, llamado el “Virrey de
Perón”, y José López Rega, un terrible personaje que tendrá un protagonismo
insólito en esta historia. Dicen que Perón lloró cuando los presentes abrieron
el ataúd y vio el cadáver de Evita, pero la polémica vino por el estado de la
momia. Aunque el Dr. Ara, que fue llamado el 6 de septiembre a la casa de Perón
para certificar que aquellos eran los restos de Evita, dijo que los
desperfectos que presentaba la momia no eran graves y reparables, lo cierto es
que las hermanas de la fallecida, Erminda y Blanca Duarte, que acudieron a
Madrid en esas fechas para ver a Evita, declararon que el cadáver de su hermana
presentaba cuchilladas en varias partes
del cuerpo, tenía la nariz aplastada, las rótulas fracturadas, mostraba
quemaduras de cal viva y, lo más extraño, tenía los pies manchados de
alquitrán. Las hermanas de Evita denunciaron la participación del Vaticano en
esta maniobra, y declararon que no podían agradecer: “A estos miserables, la devolución de los despojos”. La momia de
Evita fue subida al desván de la casa y permaneció allí, durante 3 años. Pero
¿descansó en paz?
No, no descansó en paz.
Isabelita Perón solía peinar y perfumar el cuerpo, pero su amigo y consejero,
la convenció para realizar otras operaciones. López Rega, que de cabo de la
policía llegó a ser ministro de Bienestar Social con tres presidentes, entre
ellos Perón, era un ocultista reconocido, de ahí su apelativo de “El Brujo”.
Rega, era miembro de la logia masónica irregular, Propaganda Due (P2) –logia
que participó en la red secreta para-militar de la OTAN, “Gladio”, autores de
atentados terroristas de falsa bandera- y tuvo un historial criminal como
fundador, junto al comisario general de la Policía Federal Argentina, Alberto
Villar, de la banda para-policial ultraderechista Alianza Anticomunista
Argentina (Triple A), autora de múltiples atentados y unos 1.500 asesinatos de
miembros de la oposición de izquierdas. Rega compartía con Isabelita un gran
interés por el espiritismo, y se dice que introdujo al propio Perón en estas
prácticas. Mantenía contacto con un conocido médium brasileño de la época,
Menotti Carnicelli, que utilizaba el nombre de Anael. Pues bien, en la casa
madrileña de los Perón se utilizó la momia de Evita para realizar sesiones
mediúnicas y rituales secretos que oficiaba Rega, un verdadero “brujo negro”,
que llegó a convencer a la incauta Isabelita, que con estas prácticas podía
apoderarse del carisma, la fuerza y el “aura” de la fallecida dirigente.
FIN DEL PERIPLO: “LA RECOLETA”
En 1972, Perón retornó provisionalmente
a la Argentina, haciéndolo definitivamente el 20 de junio de 1973. De nuevo,
volvió a olvidarse del cadáver de Evita. En la tercera presidencia de Perón,
que tuvo como vicepresidenta a su esposa, no tomó ninguna iniciativa para
repatriar los restos de su esposa, aunque su presidencia fue corta, porque
murió el 1 de julio de 1974. En la noche del 14 al 15 de octubre de ese año, un
comando de los Montoneros secuestró el cadáver de Aramburu, desenterrándolo del
cementerio de La Recoleta. Su intención era intercambiarlo por los de Eva
Perón. Los muros de la metrópolis bonaerense se llenaron con pintadas con la
consigna: “Aramburu x Evita”. Isabel Perón, que se había convertido en la
primera mujer en ocupar la presidencia de Argentina, tomó la decisión de
ordenar el regreso de los restos de Evita después de 17 años de exilio post mortem. Así, y como no podía ser de
otra forma, comenzó la “Operación Retorno”. Un vuelo chárter salió de Madrid el
17 de octubre de 1974 con el féretro. Miles de argentinos recibieron el
cortejo. Por su parte, los Montoneros devolvieron el cadáver del general
Aramburu, dejándolo abandonado en una furgoneta. Como vemos, a este tipo de
vehículo le tienen mucha querencia los protagonistas de estos sucesos. Los
restos de Evita fueron depositados en la cripta de la capilla de Nuestra Señora
de Luján, junto a Perón, en la Quinta
Presidencial de Olivos, después de que el restaurador de museos, Domingo
Tellechea, realizara unos trabajos de reparación de la momia. Quizás, Isabel Perón
pretendía mitigar la creciente impopularidad de un gobierno que amparaba y
practicaba el crimen político, estando junto a un símbolo que muchos
idolatraban hasta el punto de llamar a Eva Perón, “Santa Evita”. Fuere como
fuere, duró poco. Una nueva Junta Militar tomó el poder dando un golpe de
estado el 24 de marzo de 1976. El nuevo dictador Jorge Rafael Videla ordenó que
los restos fueran devueltos a sus familiares.
El 26 de octubre de
1976, unos minutos antes del cierre del cementerio de La Recoleta, una
ambulancia se introducía en la necrópolis llevando un féretro. Con una sencilla
ceremonia, seguida por un pequeño grupo de familiares y un discreto servicio de
seguridad, se dio sepultura al cuerpo de Evita en el panteón de la familia.
Allí descansa al fin, a seis metros bajo tierra y cubierta la sepultura por una
gruesa plancha de acero. Quizás, entre las sombras de los cipreses estaba
agazapado el agente Cabanillas, uno de
los pocos guardianes del secreto, secreto que reveló poco tiempo antes de su muerte,
acaecida en 1998. Pero como si fuera una broma macabra, unos años antes, en
1987, la tumba de su jefe Juan Domingo Perón, fue profanada. Las manos del
cadáver fueron cortadas y sustraídas, sin que, hasta la redacción de este
reportaje, se conozcan los motivos o su paradero. Un misterio más de esta
historia.
Hoy, el recuerdo Evita
se ha convertido en un icono que incluso ha utilizado la cultura pop, como en el celebrado musical que
lleva el nombre de nuestra protagonista. Por su parte, la industria de
Hollywood ha explotado una imagen un tanto edulcorada de los hechos, con
Madonna y Antonio Bandera, como protagonistas del film. Demasiadas
interferencias, pasiones, culto a la personalidad, fobias y filias, como para
trazar una semblanza histórica objetiva. Dejemos que la perspectiva del tiempo,
con el consiguiente y necesario alejamiento, nos deje ver claro. Como, de
alguna forma, sugiere una estrofa del poema Eva,
de la cantante y poeta María Elena Walsh:
Cuando los buitres te dejen tranquila
Y huyas de las estampas y el ultraje
Empezaremos a saber quién fuiste.
(Para más información y
con testimonios de testigos y participantes en lo que aquí se cuenta, ver el
documental: “Evita, la tumba sin paz” -1997-, dirigido por Tristán Bauer y con
guión e investigación de Miguel Bonasso y emitido por Channel 4. De dicho
documental –aparte de los libros citados- se ha sacado mucha de la información
empleada en este reportaje. Libro no citado en el reportaje. Eva Perón: Secretos de confesión, cómo y por
qué la Iglesia ocultó 16 años su cuerpo, de Sergio Rubín).
Excelente y documentado reportaje. ¡Felicidades!
ResponderEliminar¡Impresionante!
ResponderEliminarGracias Magda. Gracias que en estos tiempos de lectura rápida, te pases por aquí.
ResponderEliminarGracias mi admirada y maestra "gata", es difícil competir con tus plantas y demás quehaceres. Petons!
El día que te llegue a la suela del zapato...
ResponderEliminarDejendo el peloteo, escribes mucho mejor que yo.
ResponderEliminarEso se lo dirás a todas...
Eliminarinteresantísimo, garcías Javier Coria, trabajos así no suelen leerse en internet.
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