CARTA PRIMERA
El Gobernador de Valencia a
Meneses
20 de febrero.
Un malvado
joven, hijo de una familia ilustre de este pueblo, llamado Don Bartolomé
Vargas, a quien yo he recibido en mi casa con particular distinción, colmándole
de mis favores y beneficios, y honrándole con mi amistad, ha desaparecido de
aquí ayer mañana, y me ha robado la prenda más querida de mi corazón. ¡Ingrato!
¡Ingrato!, no, no tenía motivo para proceder conmigo de esa manera. ¡Ha! ¡Como
me ocultaba sus designios! ¡Como socolor de honor y virtud logró deslumbrarme enteramente! ¡Hombre
bárbaro e inhumano! ¿Por qué me has quitado la parte más íntima de mi corazón?
¿Por qué me has dejado sin mi amada hija que era el único consuelo que me
quedaba en la soledad? ¿En qué te había yo pues ofendido para que tomaras de mí
una venganza tan inicua? ¿No era yo verdadero amigo? ¡Ah infame! ¿Quales son (se respeta grafía original y redacción, no
así los signos de puntuación), quales son tus intenciones? Vive el cielo,
Meneses amigo, que una perfidia semejante pide de justicia la mano de un
asesino.
Procurad
pues buscar a este malvado que según todas las apariencias debe hallarse en esa
ciudad, arrancad de sus brazos a mi querida hija Cornelia, y vengad su honor y
el mío.
CARTA II
Valiente a su amo el
Gobernador
Valencia, 24 de febrero.
Muy Señor mío a
mi dueño:
Cuando
mi compañero Pepe os entregue esta esquela, ya habré yo tomado las de
Villadiego. No tengo a bien permanecer a vuestro servicio, no porque tenga
alguna queja de vuestro proceder, sino porque no me acomoda.
El
raptor de vuestra hija no ha sido Vargas, como casi os tenía ya hecho tragar;
pero no puedo deciros más, ni tanto tampoco, pues me han puesto un candado a la
boca para que no la abra por ningún título: y así como una vela se apaga
enteramente metiéndola en un caldero de agua bendita, así mi alma caería
derechita en los profundos abismos, si os revelara el secreto. Yo no gusto
mucho de que se me cueza el bollo en el cuerpo; pero con el rey y la
inquisición, chitón, chitón.
Por
esta causa he tomado el partido de irme donde jamás sepáis de mí, no sea que el
diablo me tiente, y tengamos después la marimorena.
CARTA II
Vargas a Cornelia Bororquia
Sevilla, 8 de marzo.
Y bien, mi
querida, ¿has dado ya por realizados tus negros presentimientos? ¿Piensas en
efecto que te habré ya olvidado? ¿Y tendré necesidad de justificarme de un crimen tan atroz? ¿Y puedes
creerme culpable de él, sin darme al mismo tiempo una prueba completa del más
perfecto menosprecio? Quinze días hace que no te veo, que no te oigo, que no
estoy a tu lado, y ya me parece que han pasado por mí dos siglos enteros. Sí,
yo te amo y te amaré hasta exhalar el último suspiro. Vive, vive segura de mi
fe y constancia, y no temas de ningún modo que te olvide ni un solo momento. Un
alma íntimamente penetrada de su objeto, no es susceptible de olvido ni
distracciones. El amor es una flor tan delicada, que el menor soplido extraño
la marchita y destruye. Tú sola, sí, tú sola serás el blanco de mis profundas
meditaciones. Tu virtud, tu corazón, tus nobles sentimientos, tus bellas
calidades, toda tú y sola tú ocuparás mi atención en los tristes momentos de mi
ausencia. El Cielo ha puesto una secreta conformidad entre nuestras afecciones
no menos que entre nuestros gustos y edades. Nacimos para estar siempre juntos.
Nuestra voluntad es una misma, una sola alma, y uno mismo nuestro modo de ver y
sentir. Cuando estamos solos, tú sabes bien que nuestros corazones se
encuentran, a menudo, que suspiramos casi a un mismo tiempo, que nos miramos
con el mismo ardor, y que las lágrimas, las deliciosas y tiernas lágrimas,
dulce desahogo de los pechos amorosos, corren a pesar nuestro por nuestras
húmedas mejillas. ¡Ah!, si hubiera de permanecer separado de ti más de dos
meses, ¡cuán cruel sería mi destino! Espero concluir brevemente todos mis
negocios en esta ciudad. ¡Pueda yo verte pronto, y sentir el precioso fuego de
tus sonrosados labios! Entretanto hazme más soportable con tus cartas mi triste
situación. A dios, mi Cornelia, a dios, amor mío, a dios, a dios.
CARTA IV
Cornelia Bororquia a su
Padre, el Gobernador
Prisión del Santo Oficio de Sevilla, 9 de marzo.
¡Cuántos
sobresaltos, cuántas penas deben haber
asaltado vuestro corazón, adorado padre mío, desde el instante mismo del robo
improviso de vuestra querida hija! Sumido en las más crueles penas, cercado de
cuidados e inquietudes, vuestra vida habrá sido en todo este tiempo una muerte
lenta y cruel. ¡Qué juicios, qué
aventurados y negros juicios habréis formado de mí! Vagando de conjetura en
conjetura, errátil de pensamiento en pensamiento, tal vez me habréis creído
harto fácil e incauta para que olvidando los saludables consejos y preceptos que
había mamado con la leche, pudiera espontáneamente abandonarme en los brazos de
un amante. La salida de Vargas en el mismo día en que yo falté puntualmente de
vuestra casa, os habrá quizá inducido en error. ¡Ah! Lejos, lejos de vos
semejantes sospechas, que vuestra hija sabe respetar la virtud, y se jacta y
lisonjea de haberlo aprendido y heredado de su padre; y el querer persistir
siempre fiel a sus principios, es la causa de su desgraciada suerte.
Acaso os parecerá increíble a primera
vista lo que voy a deciros. Yo he sido violentamente robada de vuestra casa,
sí, violentamente robada. Mas, ¿quién ha sido el raptor? ¡Ah! ¡Qué horror! ¡Qué
monstruosidad! ¡Aquel personaje que tanto fingía amaros, aquel hombre que tiene
tanta fama de honradez en todo el reino, aquel sabio varón, cuya santidad aneja
a su ministerio, es tan altamente proclamada y creída de todo el mundo, aquel
orador que tan a menudo recomienda en el púlpito la decencia a las viudas; el
Arzobispo de Sevilla en fin, él mismo, él mismo ha sido el que después de
haberme armado en secreto bajo la capa de piedad mil enredosos lazos, el que
después de haber tentado en vano todos los medios para seducirme, tomó el
expediente de arrebatarme de vuestro cariñoso seno del modo más infame,
sobornando a nuestro criado el sencillo Perico, y comprando cuatro hombres
viles para que ejecutaran con feliz éxito su inicuo proyecto…
NOTAS:
Pese a su
fórmula epistolar, nos encontramos ante una estructura novelesca donde el autor
vuela un poco más alto, que la simple sátira anticlerical. Se presentan 34
cartas que, desde un 24 de febrero al 9 de junio del año siguiente, se escriben
once personajes. Las cartas vienen precedidas de una fecha, sin año, y de un
lugar, Valencia, Sevilla, Caserío de Nublada y Santibáñez. No hay
encabezamiento ni despedida. El profesor Juan Ignacio Ferreras nos hace notar
que: “A
la carta XXIX se le ha añadido, no sé si por el autor, pues no conocemos la
primera edición, un “Extracto del último interrogatorio que se hizo a Doña
Cornelia Bororquia, escrito de su propio puño”. Añadido o no, este extracto se
inserta bastante bien en la obra, dotándola de una atmósfera “inquisitorial”
difícil de transcribir por medio de cartas”. La novela epistolar estuvo
de moda en 1800 pues solía permitir toda suerte de sentimentalismos propios de
la época y deslizar reflexiones más o menos filosóficas. Además, el autor huye
de hacer una descripción realista de los suplicios que padece la infortunada
Cornelia en manos del Santo Oficio, diríase que en estos pasajes nos
encontramos ante una novela de “terror”, al estilo del gothic tale.
Por qué los
estudiosos nos dicen que es una novela anticlerical y no los libelos, sátiras o
las críticas convertidas en simples insultos tan comunes en la temática a la
que nos referimos. Aquí añadimos la opinión del profesor J. I. Ferreras, que
escribe unas notas introductorias en la edición de la colección “La Nave de los
locos”, de la desaparecida Ediciones VOSA y que publicó este raro texto en 1994. Escribe
Ferreras: “Llamo novela anticlerical a la novela que basa su problemática en una
visión del mundo anticatólica e incluso atea; no basta, pues, que en una novela
se ridiculicen o critique ciertos aspectos, personas, circunstancias y hasta
instituciones eclesiásticas, porque esta crítica o sátira queda reducida al
nivel del tema; no es anticlerical la novela que propugna una reforma del clero
o de la Iglesia, sino la novela que defiende un mundo sin iglesia y, quizás,
sin Dios”.
Los editores de
VOSA utilizaron la edición de París de 1819, que como nos indica Ferreras,
lleva una nota introductoria plagada de galicismos y donde reza: “Quinta edición revisada, corregida y aumentada”. Se
desconoce exactamente el año de la primera edición, pero casi es seguro que fue
en 1799, ya que en 1800 se publicó en Francia, en castellano, con el título Cornelia Bororquia, o la víctima de la
Inquisición. En otras ediciones aparece como subtítulo y como título en
solitario: Historia verídica de la Judith
española, en la edición de Londres de 1819. Porque sí, la obrita tuvo
cierto predicamento y se publicó en Francia e Inglaterra. La obra ya traducida
al francés, se dio a la imprenta en País en 1833. Como es lógico, en España sufrió censura
durante el reinado de Fernando VII, y pudo publicarse durante en el Trienio Liberal (1822-1823),
pero las censuras, las prohibiciones, los decretos eclesiásticos contra la obra
fueron constantes. A destacar el edicto de la Inquisición de Valladolid de
1817, que condenó la obra por ser:”Injuriosa a la historia de España y
defensora de la idea del “tolerantismo
(sic)”. Se pueden rastrear hasta quince ediciones, en París, Londres, Madrid,
Barcelona, Valencia… aunque actualmente solo se conservan dos en la Biblioteca
Nacional de España.
Hemos dejado lo
de la autoría para el final, que como la fecha de la primer edición también
tiene ciertas dudas, aunque todos los estudiosos apuntan hacía un miembro de
las huestes de los afrancesados, aunque la novela dista mucho de la tradicional
novela anticlerical francesa, éste es el exfraile Luis Gutiérrez, que casi nada
se sabe de él, más allá que residió un Bayona una vez publicada la novela. Tenemos
que acudir a la monumental obra Historia
de los heterodoxos españoles del profesor Marcelino Menéndez Pelayo para
rastrear algún dato más. En la obra se recoge una carta que el amigo de Don
Pelayo, el también epigrafista, historiador, dramaturgo y famoso editor de la
obra de Francisco de Quevedo, Fernando Guerra le dice sobre una obra que acaba
de leer donde no figura el nombre del autor: “No lleva nombre de autor; pero me
consta haberlo sido el desgraciado don Luis Gutiérrez, exfraile trinitario, que
estudió en Salamanca, se dio a conocer por su poema de El chocolate como escritor público, y en Bayona redactó una Gaceta. Oí decir a don Bartolomé José
Gallardo que le vio ahorcar, pero no recuerdo si en Cádiz o Sevilla”.
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