Por: Javier Coria.
La vida del poeta Juan de Tassis y Peralta, segundo Conde de
Villamediana, transcurrió entre lances de amor, duelos, timbas de cartas y la
redacción de despiadadas sátiras que dirigió contra políticos corruptos y
adversarios de toda índole.
Correo Mayor de España y Nápoles,
fue hombre influyente en la corte de Felipe IV y la leyenda le adjudicó amores
con la reina Doña Isabel de Borbón. La vida de Villamediana y su arrolladora
personalidad y habilidades, le hacen un personaje fascinante, un héroe romántico
al estilo de Cyrano de Bergerac. Si en España hubiera una industria
cinematográfica fuerte, seguro que la peripecia de este personaje ya se hubiera
llevado a la gran pantalla, porque lo tiene todo: Intrigas, asesinatos, duelos,
sexo, amor, sátira, política, conspiraciones palaciegas, espionaje… Claro que los dramaturgos y
literatos, como no podía ser de otra forma, no han pasado por alto la novelesca
vida del conde. Tirso de Molina se inspiró en nuestro personaje para El Burlador de Sevilla; lo propio hizo
José Zorrilla para el Don Juan Tenorio.
El Duque de Rivas dedicó algunos de sus romances históricos a nuestro héroe, y
el dramaturgo Patricio de la Escosura, en También
los muertos se vengan (1838), dramatiza sobre los amores y el posterior
asesinato de Tassis. Obra estrenada en plenas Guerras Carlistas, con un mensaje
antimonárquico y liberal, por cierto.
También tenemos novelas, El cetro y el puñal (1851-52), de
Ceferino Suárez; El Correo Mayor
(1945), leyenda escrita por Concha de Salamanca, seudónimo de Concha Zardoya; Villamediana (1984), novela corta de
Carolina-Dafne Alonso Cortés; La última
versión novelesca sobre el Conde de Villamediana (1986), de Mª Carmen
Rincón; Decidnos: ¿Quién mató al conde?
(1987), del maestro Néstor Luján; Capa y
espada (2001), del no menos maestro Fernando Fernán-Gómez; El pintor de Flandes (2006), de Rosa
Ribas. En fin, dejando al margen la ficción, nos vamos a adentrar en la
historia del trágico final de un donjuán, de un provocador público, cuyo
asesinato aún sin resolver, es uno de los grandes enigmas del Siglo de Oro.
CRIADO EN LA CORTE
Juan de Tassis y Peralta nació en
Lisboa en el año de 1582. Su madre, María de Peralta Muñatones, y su padre,
Juan de Tassis y Acuña, acompañaron a Felipe II en la toma de posesión del
nuevo Estado Lusitano el 29 de junio de 1581, tras la campaña del Duque de Alba
que doblegó la resistencia portuguesa, que se oponía a los derechos sucesorios
que reclamaba Felipe II como nieto del rey de Portugal Manuel I. El padre de
nuestro personaje, acompañó al monarca en su condición de Correo Mayor. (1) Fue
en esa breve estancia de la corte en Lisboa, donde María de Peralta dio a luz,
volviendo a Madrid con el pequeño en 1583. Aunque naciera casualmente en
Lisboa, no cabe duda de la nacionalidad española de Villamediana, no sólo por
el poco tiempo que pasó en tierras lusas, sino que, ex jure, vio la luz en dominios españoles.
El padre, Tassis y Acuña, nació
en Valladolid, pero provenía de una ilustre familia de la ciudad italiana de
Bérgamo, en la región lombarda. Durante los tiempos del Arzobispo San Ambrosio
de Milán, a dicha familia, le fue
encomendada la defensa de una torre que luego les proporcionaría el señorío de
la misma. Los Tassis se dispersaron por Italia, Alemania y Flandes, ostentando
siempre cargos como gentilhombres. Juan de Tassis y Acuña fue Caballero de la
Orden de Santiago y embajador en París y Londres, fue Felipe III el que le
nombró conde en 1603 y le confirmó como Correo Mayor.
Fue educado Juan de Tassis en
humanidades por Bartolomé Jiménez Patón, y en literatura, por el licenciado
Luis Tribaldo de Toledo. Sabemos que el poeta estudió en la Universidad de
Alcalá de Henares donde destacó en literatura, filosofía y matemáticas, así
como en esgrima e hípica. Pero no llegó a terminar ninguna carrera, volviendo
pronto al seno familiar. A la muerte de Felipe II en 1598 en El Escorial, le
sucedió su hijo Felipe III, y Juan de Tassis, le acompañó en 1599 en su viaje a
Valencia para contraer matrimonio con su prima Margarita de Austria. El padre
del poeta estaba de embajador en París y delegó en su hijo para representar a
su casa. A pesar de su juventud, diecisiete años, Villamediana se distinguió en
sus servicios y fue nombrado gentilhombre de boca. (2) Pronto daría muestras de sus excentricidades
y de su carácter apasionado, tanto en amores, como en riñas y duelos.
Camuflando con razones políticas
y económicas, el valido del Rey, Francisco de Sandoval y Rojas, Duque de Lerma,
convenció al monarca para trasladar la corte a Valladolid en 1601, corte que
permaneció en esta ciudad cinco años. Lo que pretendía en realidad el Duque de
Lerma era alejar al soberano de ciertas
influencias que dificultaban el monopolio de favores y prebendas que, como buen
valido, el de Lerma ejercitaba. De paso, con el traslado, dejaba en Madrid la
creciente oleada crítica contra su privanza. Por su parte, Villamediana fue con
la corte a Valladolid y, en esta ciudad, se propuso dar más lustre a su casa
mediante un matrimonio de conveniencia. Como fue rechazado por algunas damas de
la corte porque su fama de pendenciero y mujeriego le precedía, contrajo
esponsales con doña Ana de Mendoza y de la Cerda. (3) Era la segunda hija de
Enrique de Mendoza Aragón, quinto nieto del Marqués de Santillana, y de Ana de
la Cerda y Latyloye, Marquesa de Cañete y de Atela, y sobrina del Duque de
Medinaceli. La dama no llevó dote al matrimonio, que le correspondía a su
hermana mayor, por su parte, el padre del poeta, don Juan, aportó 24.000
ducados al matrimonio que se celebró en el otoño de 1601. Doña Ana debió
acostumbrarse a los continuos abandonos, obligados o no, de su marido. Lo
cierto es que esta mujer fue ninguneada por su esposo y, después de la
ceremonia nupcial, desapareció de la biografía de Villamediana. Pese a tener
varios hijos con él, que se malograron a corta edad, nada nos dice la historia
de esta mujer en la sombra.
Pero las ansias por poseer un
título por parte de Juan de Tassis, pronto se vieron colmadas con un triste
hecho; en el 1607, moría su padre, heredando el cargo de Correo Mayor y el
título de conde. Ahora sí, que podemos llamar a nuestro protagonista, el
segundo Conde de Villamediana.
Con Felipe III, llamado El
Piadoso, dio comienzo la época de los valimientos y la decadencia del dominio
en Europa. Ligero de inteligencia y moldeable en las manos de sus validos -el
codicioso y corrupto Duque de Lerma y el hijo de éste, Cristóbal Gómez de
Sandoval y Rojas, Duque de Uceda que le sucedió tras la su caída- se rodeó el
monarca de una corte empeñada en resarcirse de la austeridad que les había
precedido con Felipe II. El tercero de los
felipes, y como su sobrenombre indicaba, era muy piadoso y sus actividades
más preciadas se repartían entre los goces de la mesa, las partidas de caza y
las timbas de naipes.
En una corte de tahúres, el Conde
de Villamediana, no fue menos y se convirtió en un experto jugador de cartas y
hábil espadachín. Según algunos autores, el Pierres Papin que se nombra en el Quijote, sería un trasunto del conde,
pero la cuestión no está nada clara, lo que sí se puede afirmar, es que Miguel
de Cervantes tenía simpatías por el conde al que le dedicó estos versos, del
que reproduzco sólo unas estrofas:
Darte
del caso relación bastante
Será
Don Juan de Tassis de mi cuento
Principio,
porque sea memorable,
Y
lleguen mis palabras a mi intento.
Este
varón, en liberal notable,
Que
una mediana villa le hace Conde
Siendo
Rey en sus obras admirables…
Los problemas con el juego del
conde, con grandes pérdidas y ganancias, como los 30.000 ducados que ganó el de
Villamediana, hicieron que fuera desterrado a Valladolid el 19 de enero de 1608
por un tiempo. La medida tenía claros tintes ejemplarizantes, pero claro… ¿Qué
ejemplo podían dar si la reina, el rey y su ministro, eran consumados jugadores
de cartas? No sería el único destierro que sufriría el conde, sus sátiras
también le obligaron a abandonar la corte. Viajó Villamediana a Italia siendo
el Virrey y Capitán General de Nápoles, Pedro Fernández de Castro, VII Conde de
Lemos, puesto que ocupó entre los años de 1610 y 1616. Gran mecenas de los
artistas, se rodeó de ellos en su destino napolitano. Nuestro conde, entre
juergas, lecturas de poemas y puesta en escena de obras teatrales, adquirió
fama de poeta. La llamada “Academia de los Ociosos” reunía lo más granado de la
intelectualidad española en Nápoles; Villamediana y Francisco de Quevedo,
frecuentaron las reuniones de la academia, aunque el sabio de las antiparras,
siempre estaba de viaje, cumpliendo misiones de su amigo y protector, Pedro Téllez-Girón
y Velasco, III Duque de Osuna, que ejerció el virreinato napolitano entre 1616
y 1620.
Seis años pasó en Italia el
conde. A su vuelta a Madrid en 1617, se encontró con un país desmoralizado y
con una política sumida en la más grande corrupción. Sus escritos y libelos no
dejaban títere con cabeza y corrían de mano en mano. El principal blanco de sus
sátiras fue el Duque de Lerma, cuyo nepotismo, venta de destinos y títulos
nobiliarios, vino a engrosar su ya incalculable fortuna en dinero y
propiedades, que la expulsión de los moriscos en 1609 y el oro de América, le
habían proporcionado. Tan grande y descarado fue el robo que el rey terminó por
desterrar a su valido a Valladolid en 1618. Para escapar de la pena capital que
le fue aplicada a su hombre de confianza, Lerma ya había solicitado con
anterioridad el capelo cardenalicio al Papa Pablo V, que le fue concedido. En
aquella ocasión, Villamediana escribió:
El
mayor ladrón del mundo,
Por no
morir ahorcado,
Se
vistió de colorado.
A
aquél que todo robaba
Con
las armas del favor,
Le han
entendido la flor;
Y
aquél que atemorizaba,
Temblando
está de temor…
También, en estas décimas
dirigidas al rey, carga contra Lerma:
Las
Indias le están rindiendo
El oro
y plata a montones,
Y
España con sus millones,
Aunque
la van destruyendo;
Cada
día están vendiendo
Cien
mil oficios, señor;
Usan
muy grande rigor
En
destruir vuestra tierra;
Gastóse
aquesto en la guerra…
O
Lerma, diré mejor.
Cien
mil moriscos salieron
Y cien
mil casas dejaron;
Las haciendas
que se hallaron
¿En
qué se distribuyeron?
¡ESTO ES HECHO!
Felipe III murió en 1621 y le
sucedió su hijo Felipe IV que contaba con dieciséis años y ya estaba casado con
la bella Isabel de Borbón, hija del rey Enrique IV de Francia y María de Medici.
Más preparado intelectualmente que su padre, su nula experiencia en asuntos de
estado le obligó a iniciar un aprendizaje dirigido por su mentor, Gaspar de
Guzmán y Pimentel, el Conde de Olivares y que llegaría a ser Duque de Sanlúcar,
lo que le hizo pasar a la historia con el nombre de un título inexistente, el
de Conde-Duque. Más capacitado para gobernar que su antecesor el Duque de
Lerma, Olivares tomaría las riendas del gobierno. Aunque como pasara con su
padre, Felipe IV acabaría siendo una marioneta en manos de su ministro. Lo
cierto es que sus enfrentamientos con Olivares fueron constantes pero, su débil
voluntad e inexperiencia, le hicieron ceder y dedicarse a sus correrías
galantes –tuvo veintitrés hijos bastardos- y a la cultura, que floreció bajo su
reinado.
Con el nuevo gobierno volvieron
los desterrados, y entre ellos el Conde de Villamediana. Fue restituido como
Correo Mayor y pasó a ser gentilhombre de la reina. Villamediana saludó al
nuevo gobierno como un regenerador de la monarquía, y fue un hombre influyente
en la corte y amigo personal del rey, con el que compartía su afición por la
poesía y el teatro. Pero los amigos del conde, hicieron apuestas por ver cuánto
tiempo se mantendría callado y no haría gala de su insolencia. Sus sátiras
contra los ministros caídos, continuaron. Querido y odiado con la misma pasión,
el maese Tassis, siguió con sus bravuconadas y desplantes. Algunas veces, sobre
todo en el campo de sus controversias libertinas y literarias, los dardos de su
pluma se dirigieron contra gente inocente, lo que le valió fama de bocazas
entre algunos de sus contemporáneos y, no pocas sátiras, fueron escritas contra
él.
En 1622, Madrid vivió una
primavera y verano lleno de acontecimientos. A mediados de junio, los altares
portátiles, procesiones y las fiestas de máscaras, irrumpieron en la Villa y
Corte para celebrar diversas canonizaciones promulgadas por el Papa Gregorio
XV, entre ellas la de su patrono, San Isidro o las de Santa Teresa de Jesús y
San Ignacio de Loyola. Lope de Vega estrenó obra en la Plaza Mayor, la misma
plaza en la que un año antes, el 21 de octubre, fue degollado ante una
multitud, Rodrigo Calderón, Marqués de Siete-Iglesias, ministro y mano derecha
del Duque de Lerma. Calderón fue acusado de malversación de fondos públicos, de
hacer brujería contra la reina Margarita de Austria, que murió durante un parto
en 1611, y de ordenar el asesinato de Francisco de Juara. (4) Curiosamente,
Villamediana, que había satirizado a Calderón, en el trance de su ejecución, le
dedicó un piadoso epitafio.
En julio, las justas poéticas
competían con los festivales taurinos en la Plaza Mayor y los Autos de Fe, las
ejecuciones públicas dictadas por la Inquisición, que eran verdaderos actos
sociales que concentraban a millares de personas. Las 400 tabernas censadas en
Madrid por aquella época, estaban a rebosar. El 21 de agosto de ese año de
1622, Juan de Tassis se topó con la muerte. Sus últimas palabras fueron un
enigmático: “¡Esto es hecho!”
Publicado por primera vez en El semanario Pintoresco, en septiembre
de 1854, este es el certificado de defunción oficial del vate:
“Yo,
Manuel de Pernia, escribano del Rey, nuestro señor, de los que residen en su
corte, certifico y doy fe que hoy, día de la fecha desta, a la hora de las nueve
de la noche, poco más o menos, fui en casa de Don Juan de Tassis, Conde de
Villamediana, Correo Mayor de estos reinos, al cual doy fe que conozco, y le vi
tendido en una cama, muerto naturalmente, que dijeron haberle muerto de una
estocada en la calle Mayor, cerca de la callejuela de San Ginés. Y para que de
ello conste, de petición de la parte del Conde de Oñate, di éste en Madrid, a
21 de agosto de 1622. Y en fe dello lo signé en testimonio de verdad – Manuel
de Pernia”.
El conde fue enterrado en el panteón
familiar, que se encontraba y se encuentra, en la Capilla Mayor del convento de
San Agustín de Valladolid. Años más tarde fue exhumado el cadáver y, ante la
sorpresa de los presentes, el cuerpo estaba incorrupto sin haber sido
embalsamado. Se explicó el suceso atribuyéndolo a la gran cantidad de sangre
que se derramó por la terrible herida. Este es otro de los misterios de este
caso. Para investigar los hechos, voy a recurrir a las crónicas de la época.
Desgraciadamente, las que nos han llegado, son de amigos y enemigos del conde
con la imparcialidad que ello conlleva. Muchas de ellas son anónimas e incluso
contradictorias. Estos manuscritos se conservan en la Biblioteca Nacional (en
lo sucesivo, BN). Con la técnica de investigación policial: hechos, arma del
asesinato, móvil y posibles sospechosos, nos acercaremos al caso.
LA NOCHE DE AUTOS
El 23 de agosto, dos días después
del asesinato, escribió Luis de Góngora a Cristóbal de Heredia una carta en que
relataba los hechos. Góngora fue amigo de Villamediana y, seguramente, uno de
los muchos literatos a los que el conde ayudaba económicamente:
“Sucedió
el domingo pasado, a primera noche, 21 de éste, viniendo de Palacio en su coche
con el Sr. Don Luis de Haro, hijo mayor del Marqués del Carpio; y en la calle
Mayor salió de los portales que están a la acera de San Ginés, un hombre que se
arrimó al lado izquierdo, que llevaba el conde, y con arma terrible de
cuchilla, según la herida, le pasó del costado izquierdo al molledo del brazo
derecho, dejándole tal batería que aún en un toro diera horror”.
El piadoso Góngora sigue su
relato explicando como un cura da la extremaunción al moribundo, extremo que
ningún otro cronista recoge y parece poco probable. Luego se hace eco de un
sentir popular y muestra su desconfianza en la acción de la justicia:
“Hablase
con recato en la causa; y la Justicia va procediendo con exterioridades, mas
tenga Dios en el Cielo al desdichado, que dudo procedan a más averiguación”.
En Grandes anales de quince días, Francisco de Quevedo nos describe el
crimen. Quevedo, que en un principio fue amigo de Tassis, luego se volvió su
mayor crítico, dicen que por dedicar, el de Villamediana, sátiras contra el
duque de Osuna, protector del “príncipe del ingenio”. Pero lo que hizo caer en
la desgracia quevediana a nuestro poeta, fue frecuentar la amistad de la bestia
negra del maese, Góngora, o el
“Gongorilla”, del famoso soneto. Por ello la inquina, el odio o las ganas de
agradar al Conde-Duque –como afirma Rosales (5) -, son evidentes en estas
letras:
“…viniendo
al anochecer con Don Luis de Haro, hermano (en realidad era el hijo) del
Marqués del Carpio, a la mano izquierda, en la testera, descubierto al estribo
del coche, antes de llegar a su casa en la calle Mayor, salió un hombre del portal
de los Pellejeros, mandó parar el coche, llegase al conde y reconocido, le dio
tal herida que le partió el corazón. El conde animosamente, asistiendo antes a
la venganza que a la piedad, y diciendo: “Esto es hecho”, empezando a sacar la
espada y quitando el estribo, se arrojó en la calle, donde expiró luego entre
la fiereza de este ademán y las pocas palabras referidas”.
Quevedo califica un acto natural
de defensa propia, como venganza y, queriendo demostrar la irreligiosidad del
conde, le culpa a él y no a su asesino, de haber muerto sin confesión. Pero
esta maledicencia es más clara, incluso brutal, en otros párrafos de la
crónica, donde se evidencia que Quevedo hubiera preferido una ejecución pública
del Conde de Villamediana:
“…tuvo
su fin más aplauso que misericordia. ¡Tanto valieron los distraimientos de su
pluma, las malicias de su lengua, pues vivió de manera que los que aguardaban
su fin (si más acompañado, menos honroso) tuvieron por bien intencionado el
cuchillo!”
“…La
justicia hizo diligencias para averiguar lo que hizo otro a falta suya; y sólo
así se halló por culpada de haber dado lugar a que fuese exceso, lo que pudo
ser sentencia”.
A los nueve años del suceso nos
encontramos con el relato del historiador, relato que, hasta la fecha, es
considerado como la versión oficial del hecho. Se recoge en la primara parte de
la Historia de D. Felipe el IV, que
fue publicada en Lisboa en 1631 por el cronista real Gonzalo de Céspedes y
Meneses:
“…sucedió
el mismo mes de agosto, mas mucho antes estaba prevenido. Don Juan de Tassis,
caballero de ingenio y partes muy lucidas (…) A 21 entró en Palacio, más
rodeado de criados de lo que nunca acostumbraba, y estuvo en él un corto
término (…) al cual con ruegos y porfías, metió en su coche y le pidió que se
viniese a pasear (se refiere Meneses a Luis de Haro)… yendo el conde al otro
estribo recostado, le embistió un hombre y le tiró un sólo golpe, mas tan
grande que arrebatándole la manga y carne del brazo hasta los huesos, penetró
el pecho y corazón y fue a salir a las espaldas”.
El relato de Meneses continúa con
los intentos de Luis de Haro, que iba desarmado, por detener al asesino y el
ademán del conde, herido de muerte, por sacar su espada. Pero por el relato del
historiador también nos enteramos que el sicario, si es que fue tal, contó con
la ayuda de dos cómplices -en otras crónicas se habla de siete- para asegurar
su huida. Táctica clara de un planificado atentado.
EL ARMA DEL CRIMEN
Grande fue la herida que
impresionó a los testigos y cronistas:
“Corrió
al arroyo toda su sangre (…) donde concurrió toda la corte a ver la herida, que
cuando a pocos dio compasión, a muchos fue espantosa; la conjetura atribuía a
instrumento, no a brazo”.
Nos cuenta Quevedo en la obra
citada. En la narración del historiador Meneses se explica con gran crudeza y
detalle el destrozo que el arma, impulsada por un poderoso brazo, causó:
“…y en
tanto el conde revolviéndose, vomitó el alma por la herida, de cuyas bocas –por
disformes- juzgaron muchos haber sido hecha con arma artificiosa, para
desplazar cualquier defensa”.
Por su parte, Góngora, nos habla de “arma
terrible de cuchilla” cuya herida “en un toro diera horror”. En una carta que
escribieron a un caballero de Sevilla, de la cual no se conservan nombres,
recogida por Cotarelo y Mori (6), y hablando de la herida, se dice: “Un brazo
cuentan que podía caber por la herida”.
Como vemos, el arma utilizada en
el crimen causó un gran debate en su época, lo que prueba que no fueron comunes
las heridas inferidas. Las hechas por dagas al uso, estiletes, espadas roperas
o la saeta de una ballesta, no hubieran creado este desconcierto. Por lo que,
posiblemente, nos encontremos con un arma especial usada por un sicario
experto, lo que descartaría el asalto improvisado y ofuscado de un ofendido
enemigo del conde. En un manuscrito de Miguel de Soria titulado Libro de cosas memorables que han sucedido
desde 1599 hasta 1622, que se conserva en la BN, se recoge un escrito
anónimo en el que podemos leer:
“…y
dicen que le mataron con un arma como ballesta al uso de Valencia -quizás sea
Venecia- y que callase se mandó”.
Que el ataque fuera hecho con
ballesta, es un dato que aparece en otros manuscritos como el citado. Pero en nuetra opinión, y atendiendo a las crónicas que nos describen el crimen, una
ballesta no es un arma para el cuerpo a cuerpo, salvo la ballesta-pistola que
ya existí en el siglo XVII. Claro está que, si se hubiera utilizado esta arma,
la saeta quedaría en el cuerpo, o el proyectil, si se hubiera utilizado una
ballesta de bodoques. (7) En todo caso,
no se entendería la polémica sobre el arma que hubo en su momento. Mas que
ballesta, aventuramos nosotros, pudo ser una ballestilla o fleme, que era un
instrumento que utilizaban los veterinarios para desangrar los caballos. O un
estoque de sección triangular y larga hoja, cuya afilada punta, era capaz de
atravesar las cotas de malla que solían llevar los caballeros como defensa, y
que Villamediana llevaba.
Luis de Góngora dedicó una octava
al asunto del arma, lo que nos da medida de la polémica. De forma burlesca,
cita las malas artes, según él, del doctor Collado, amigo del conde:
Mataron
al señor Villamediana,
Dúdase
con cuál arma fuese muerto:
Quién
dice que fue media partesana;
Quién
alfanje, de puro corvo tuerto;
Quién
el golpe atribuye a Durindana,
Y en
lo horrible tuviéralo por cierto,
A no
haber un alcalde averiguado
Que le
dieron con un doctor Collado.
EL MÓVIL
Algunos vieron una actitud casi
suicida en los últimos comportamientos del conde, y era evidente que una gran
preocupación le atenazaba, como dejan constancia estas estrofas:
Callar
quiero, y sufrir; pues la osadía
De
haber puesto tan alto el pensamiento
Basta
por galardón del sufrimiento
Sin
descubrir la loca fantasía.
Sus versos aluden a un amor
imposible y al riesgo de poner sus pensamientos en altas cotas. Esto concuerda
con la versión de que la desgracia le llegó por poner sus ojos en la reina
Isabel y desafiar al poderoso Conde-Duque. Olivares era partidario de la vuelta
de los judíos y estaba contra la limpieza de sangre, lo que le hizo ser blanco
de muchos ataques. Esto sumado a la venta de títulos de órdenes militares, y
sus regalos de cargos para aumentar su ejército de agradecidos, le puso en el
punto de mira de los poetas satíricos, y entre ellos, brillaba con luz propia
nuestro personaje.
Meneses, en su crónica, nos
cuenta que estaba prevenido Villamediana de un peligro que le amenazaba,
incluso nos dice que acudió a Palacio con más criados que de costumbre y con
cota de malla. Si el complot se conocía, y algo de ello también comenta
Quevedo, no pudo ser de gente civil, ya que las autoridades hubieran actuado
para salvaguardar a un hombre de la corte que, por lo menos hasta unos meses
antes de su muerte, contaba con la amistad del rey.
Muestra de esta amistad son los
siguientes sucesos, que también dan claves sobre la posible caída en desgracia
del conde. Acabado el luto por el Rey Piadoso, Felipe IV le encargó a
Villamediana la composición de una obra para ponerla en escena en las fiestas
de Aranjuez. La obra fue La gloria de
Niquea. Durante la representación, el 15 de mayo de 1622, en la que
participó la propia reina y sus damas como actrices, una antorcha cayó en una
parte del decorado produciéndose un incendio. Pronto las habladurías culparon
al conde y a uno de sus lacayos de provocar el incendio y, con tal pretexto,
salvar a la reina y asirla de este modo entre sus brazos. (8) Fuera o no real
la anécdota, lo cierto es que fue una historia muy popular, y no sólo en
España, muestra de ello es que La Fontaine la recoge en una de sus
fábulas.
Volviendo al texto de Meneses,
leemos como apunta unas posibles causas del crimen, aunque nos advierte que
fueron varias las versiones:
“Aqueste
fue su infausto fin, mas de sus causas, aunque siempre se discurrió con
variedad, nunca se supo cierto autor. Unos han dicho se produjo de tiernos
yerros amorosos que le trujeron recatado para toda la resta de su vida, porque
él sin duda era de aquellos que comprenden en sus ánimos cuanto les brinda la
fortuna y otros de partos de su ingenio que abrieron puerta a su ruina”.
Los “tiernos yerros amorosos”,
parece hacer referencia a amores juveniles, pero no parece probable que este
fuera el motivo, y la referencia a su afilada pluma, aunque concitadora de
múltiples odios, lo normal es que los ofendidos redimieran sus venganzas de
forma pública, en duelos, para así lavar su nombre. Pero ahora veremos la
hipótesis más extendida sobre la causa del atentado.
¿FUE ESTE EL MÓVIL?
En las fiestas de celebración de
la canonización del patrón de Madrid, San Isidro, el conde participó en un
torneo de cañas, ya que era un hábil y reconocido rejoneador. Cuentan que ante
la pericia del de Villamediana, la reina dijo: “¡Qué bien pica el conde!” – a
lo que el rey contestó- “Pica bien, pero pica alto”. En estas fiestas de
caballos, los jinetes solían llevar cosidas en su ropa cintas con el nombre de
sus amadas. En una de esas fiestas, se presentó el conde con una divisa bordada
en su pecho. La palabra estaba hecha con reales de plata que acababan de
ponerse en circulación. La divisa decía: “Son mis amores”, y no, no se refería
el vate a su amor por el dinero, que muestras dio de desprendimiento del mismo.
La asociación de ideas era clara y… ¡Vive Dios!... que osada: “Son mis amores
reales”. Dicen que el Conde-Duque de Olivares apercibió al rey para que vengara
la ofensa.
En los poemas de Villamediana
aparece una misteriosa Francelisa y Francelinda. Hay quién ve en estos nombres
un juego de palabras que haría referencia a la reina. Recordemos que Isabel de
Borbón era francesa, y “lisa”, es un diminutivo de Elisabeth. Además incluye la
palabra “lis”, que es la flor heráldica de los Borbones. Otros autores, por las
referencias al Tajo y a unas hermanas y primas que aparecen en las composiciones,
creen que hace referencia a una dama de la reina, la condesa portuguesa
Francisca de Tabora, que fue amante del rey. ¿Fue éste el amor que disputaba el
conde al soberano? Para algunos, en este caso, el de Villamediana no actuaba
como amante, sino como celestino del rey, aunque mucho nos tememos que el rey
no necesitaba de alcahuetes para sus múltiples aventuras galantes.
Fueran o no verdad los amores de
Villamediana con la reina o con la entretenida del rey, la cuestión es que
estos supuestos amores estaban en boca de todos. Ángel de Saavedra, el Duque de
Rivas, en uno de sus romances escribe:
Gran
favor se le supone,
Aunque
secreto, en palacio,
Pues
susurran malas lenguas…
Pero
mejor es dejarlo.
De
todos y todas dicen,
Y es
poner puertas al campo
Querer
de los maliciosos
Sellar
los ojos y labios.
Eso sí, los más aduladores
cortesanos se apresuraban a sentenciar que, de existir, era un amor platónico y
no correspondido por tan regia dama.
Otro de los móviles que se
barajaron, tiene que ver con una noticia. Una gacetilla publicada en Noticias de Madrid, daba cuenta de la
muerte en la hoguera de unos mozos en diciembre de 1622, muerto el conde:
“A
cinco (de diciembre) quemaron por sodomía a cinco mozos. El primero fue
Mendocilla, un bufón. El segundo, un mozo de cámara del Conde de Villamediana.
El tercero, un esclavillo mulato. El cuarto, otro criado de Villamediana. El
último fue don Gaspar de Terrazas, paje del Duque de Alba. Fue una justicia que
hizo mucho ruido en Madrid”.
Esta fue otra de las razones que
se adujeron para el final trágico del poeta, lo que en la época se llamaba el
pecado nefando. Incluso lo deja caer Quevedo cuando en sus escritos dice que
Juan de Tassis murió por “haber pecado con todo su cuerpo”. Lo cierto es que,
el proceso que inició la Inquisición por estos hechos y en los que sí estaba
encausado el conde, fue en el mismo momento de su muerte y continuó después de
ella. Se dijo que el rey mandó silenciar el nombre de Tassis para no dañar su
memoria. ¿Fue el asesinato una forma de evitar el escándalo de ver a un noble
cortesano juzgado por relaciones homosexuales? Para sus amigos, esta fue una
falacia inventada por el instigador del crimen, que para ellos no era otro que
el Conde-Duque de Olivares.
No faltan los que proponen el
móvil de estado, esa Razón de Estado que nada tiene que ver con el estado de la
razón. Nosotros, amigo lector, nos apuntamos a la tesis del crimen político. Es
más prosaico y menos novelesco que la venganza de un marido cornudo o la de un
sodomita – “agentes” o “pacientes”, como se decía entonces- airado. Los
intentos de Juan de Tassis por desplazar la Conde-Duque de la confianza del
rey, fueron claros y parece que iban bien encaminados. Los enfrentamientos
políticos entre los que luchaban por un acuerdo de la corona española con los
franceses, y otros con los rebeldes holandeses, llenaron la corte de
conspiraciones. Dichas conspiraciones, unidas a los intereses de los judíos
expulsados, pintaban una situación bastante convulsa en la que el conde pudo
estar relacionado. No olvidemos que al cargo de Correo Mayor le competían
tareas de espionaje, sobre todo con una familia Tassis que extendía sus
tentáculos por toda Europa.
LOS SOSPECHOSOS
En un conocido libelo de la época
que apareció tras la caída de Olivares y se titulaba La Cueva de Meliso, mago, se escribe:
Conde
Duque te llama,
Título
que ha de darte eterna fama,
Y si
hay un poeta tan grande
Que
contra ti y los tuyos se desmande,
El
desacato advierte
Y con
atroz rigor dale la muerte;
Porque
su fin violento
Sirva
a los inferiores de escarmiento.
En una nota del libelo se
asegura:
“Dijeron
en el caso del poeta Villamediana que le habían muerto por las sátiras que
escribió contra don Gaspar (se refieren al Conde-Duque de Olivares), y las demostraciones
frenéticas que ejecutó por la reina Isabel. Al que lo mató, llamado Ignacio
Méndez, natural de Illescas, hizo el Conde-Duque guarda mayor de los Reales
Bosques. Fue común opinión que murió este asesino envenenado por su mujer, que
se llamaba Micaela de la Fuente. Otros, por el contrario, dicen que el matador
fue Alonso Mateo, ballestero del rey”.
Ya vemos, que en este texto
anónimo, se dan nombres y apellidos a dos posibles ejecutores. Incluso se
apunta como instigador, con el pláceme de la Casa Real, al Conde-Duque. Esta es
la hipótesis persistente en este caso, pero, desgraciadamente, no tenemos las
pruebas para pasar a la tesis; para, sin ninguna duda, apuntar a los asesinos
materiales e intelectuales. Todo son pruebas circunstanciales que no se
sostendrían en un juicio. Quizás, algún día, en un manuscrito olvidado, el
historiador encuentre la prueba definitiva. Pero mientras, este es un crimen
sin resolver y, por ende, sus culpables escaparon a la acción de la justicia.
Quizás, porque la justicia, la dictaban los mismos asesinos.
EN LA POESÍA ESTÁ LA CLAVE
Los más insignes poetas de aquel
tiempo escribieron epitafios al Conde de Villamediana. Son muchos los
manuscritos que se conservan en la BN, algunos de ellos publicados por Narciso
Alonso Cortés y Juan Eugenio Hartzenbusch. Las disquisiciones sobre autorías y
significados, son abundantes e imposibles de resumir aquí. Es probable que
algunos de los poemas fueran leídos en alguna sesión de la Academia de Madrid,
de ahí su similitud en métrica y contenido. La mayoría corrían de mano en mano
en copias manuscritas; modificados o versionados por los propios copistas, es
tarea difícil para los estudiosos fijar su autoría, incluso en aquellos que
tradicionalmente se reproducen con un nombre conocido.
La importancia de estos epitafios
es grande, ya que se hacen eco de las teorías del crimen o apuntan claramente
hacía un autor utilizando alegorías o un lenguaje críptico. Quizás en unos de
ellos esté la solución al enigma:
-Góngora-
Mentidero
de Madrid,
Decidnos,
¿quién mató al conde?
Ni se
sabe, ni se esconde,
Sin
discurso discurrid:
Dicen
que le mató el Cid
Por
ser el conde Lozano;
¡Disparate
chabacano!
La
verdad del caso ha sido
Que el
matador fue Bellido
Y el
impulso soberano.
Atribuido a Góngora, Lope de Vega
escribió una versión de este verso, por ello suele confundirse la autoría. Hay
una alusión a Bellido Dolfos, caballero zamorano que asesinó a traición a
Sancho II cuando éste asediaba Zamora. Lo del “conde Lozano”, se refiere a la
muerte del padre de doña Ximena del Mío Cid.
El “impulso soberano”, apunta a que la orden del asesinato salió de Palacio,
demostrando la osadía del autor del poema. En cambio, la alegoría con el
traidor Bellido, no concuerda con el hecho. Si el autor material del asesinato
fue un sicario, no cabe llamarle traidor, ya que cumplió una orden, fue
ejecutor de una sentencia, salvo que el secuaz fuera un amigo o conocido del
conde. Pero para ver hasta qué punto se intentó buscar respuestas en estas estrofas,
traigo aquí una lectura estrambótica y cogida por los pelos de Alonso Cortés.
Para este ilustre poeta e historiador de la literatura, en el “ni se sabe, ni
se esconde” deberíamos leer: “Nise sabe, Nise esconde”, en alusión a una
pretendida Nise o Inés conocedora del secreto. Lo que está claro, es que el
poeta nos refiere con el “ni se sabe, ni se esconde”, que la autoría
intelectual del crimen, era un secreto a voces. Para este autor cabe la
posibilidad que la alusión de Bellido, no fuera al traidor zamorano, sino a un
“bellido”, un hermoso, un bello… un afeminado. Siguiendo con esta lectura harto
improbable, llegamos a la última palabra: “soberano”, que Cortés propone leerla
separando a partir de la quinta letra: “sober-ano”. Sin comentarios.
-Francisco de Rioja-
De tan
poderosa mano
Donde
apenas hay defensa,
Aun
los amagos de ofensa
Pagan
tributo temprano;
No te
admires cortesano,
Ni la
trates con rigor,
Si no
sabes que es amor
Incapaz
de resistir,
Dígalo
quien con morir
Lo
supo decir mejor.
Pese a estar entre las
composiciones de Rioja, en algunos manuscritos se atribuye este verso a Luis
Vélez de Guevara. Es importante porque Rioja era amigo del Conde-Duque de
Olivares. Los “amagos de ofensa”, hacen referencias a que Villamediana puso sus
ojos e intenciones, en la reina.
-Conde de Saldaña-
Yace
aquí quien supo mal
Usar
del saber tan bien,
Y
quien nunca tuvo quien
Le
fuese amigo leal;
Él fue
señor sin igual,
Invencible
en el ardor,
Águila
que al resplandor
Del
Sol se opuso tan fuerte
Que no
le causó su muerte
La
muerte, sino el valor.
Saldaña, o el Marqués de
Alenquer, que a los dos se le atribuye este epitafio elogioso, eran amigos de
Villamediana. Mucho se podría comentar de este bello verso, pero me voy a
centrar el lo que a nuestro caso se refiere. En la poesía de la época,
Villamediana lo usaba mucho, las alusiones al Sol, era una forma común de
referirse al soberano, al rey. Simbólicamente, el águila real es el único
animal que puede mantener la vista ante el astro rey. Si el águila es el trasunto
de Villamediana, aquí si nos dice que se opuso al resplandor del Sol.
Hay otros versos que aluden a que
el conde pudo traicionar su condición de Correo Mayor, para conocer secretos y
utilizarlos en sus libelos, o que su muerte le vino por ser un “robador de
honras”. Fueran sus amores prohibidos, sus sátiras políticas, las vendettas cortesanas o un conjunto de
todo ello lo que motivó el complot para matarlo, lo cierto es que después de
más de cuatrocientos años, aún es un crimen sin resolver. Como se dijo en su
tiempo: “Su mala lengua lo mató y que su mucha pasión no conocía razón”.
NOTAS
1) La
familia Tassis –llamada Tasso o Taxis, dependiendo de las épocas y países- está
considerada la introductora del correo en Europa. Francisco de Tassis, a
principios del siglo XVI, fue nombrado Correo Mayor por el archiduque Felipe I
el Hermoso, esposo de Juana I de Castilla (la Loca). Francisco organizó todo el
transporte del correo del Sacro Imperio y, posteriormente, con los familiares
que heredaron el cargo, los Tassis organizaron un verdadero monopolio de
alianzas que posibilitaron las rutas postales por toda Europa. Estas alianzas y
contactos con las cancillerías y casa reales europeas, situaron a la familia en
un lugar privilegiado para tareas diplomáticas e incluso para el espionaje. Los
correos transportaban la correspondencia mediante caballos que se revelaban en
las postas. Los Correos Mayores, eran los administradores del servicio, para
ello recibían 11.000 ducados de oro, 6.000 de ellos pagados en España. Como
curiosidad, decir que los correos empleaban 7 días en verano y 8 en invierno,
en recorred la distancia que separa Burgos de Bruselas. El cuerno o cornamusa
con el que anunciaban su llegada, así como el amarillo de su divisa, aún hoy
son empleados en los logotipos de muchos servicios de correos del mundo.
2) Gentilhombre
de boca era una especie de mayordomo que acompañaba al rey en los actos
públicos, los oficios religiosos y en sus salidas a caballo.
3) No
confundir con Ana de Mendoza de la Cerda y Silva (1540-1592), la famosa
princesa de Éboli.
4) Rodrigo
Calderón, negó todas las acusaciones menos el encargo del asesinato del plebeyo
Juara, conocido hechicero, cuyo delito, fue hablar mal del marqués. Aunque hay
constancia que Calderón utilizó en sus venganzas personales las artes
nigrománticas del brujo, por lo que el motivo del asesinato, bien pudiera haber
sido eliminar a un testigo molesto. En su declaración, dijo que lo hubiera
matado el mismo si el difamante hubiera sido noble. Lo cierto es que Felipe III
favoreció unas leyes lasas con los poderosos. Ningún crimen de noble contra
plebeyo, hubiera sido castigado con la muerte si, como en el caso de Calderón,
no concurrieran motivaciones políticas.
5) Luis
Rosales. Pasión y muerte del Conde de
Villamediana, Madrid. Ed. Gredos, 1969.
6) Emilio
Cotarelo Mori. El Conde de Villamediana (1ª
ed. De 1886). Madrid. Ed. Visor Libros, 2003.
7) Los
bodoques eran unas bolas de barro hechas con turquesas y endurecidas al aire.
Parecidas a las balas de mosquete.
8) El
incendio durante la representación es un hecho que está documentado, pero que
el conde lo provocara, entra dentro del campo de la leyenda popular. Parece
harto irresponsable, incluso para Villamediana, perpetrar un acto que ponía en
peligro la vida de la reina y de sus damas. Destacar sobre esta representación
que, por primara vez en España, se utilizaron unas avanzadas técnicas escénicas
ideadas por el arquitecto italiano Giulio Cesare Fontana. La historia del
teatro considera esta puesta en escena y al texto, donde la música y el baile
están muy presentes, como el comienzo del teatro lírico en nuestro país. Con la
escenografía más vanguardista de la época, la italiana.
(Gracias a los trabajadores de la Sección de
Manuscritos de la Biblioteca Nacional de España por su amabilidad. El cuadro
que encabeza este reportaje histórico es El
asesinato del Conde de Villamediana, Manuel Castellón, óleo sobre lienzo,
1868).
"Gracias por este magnífico artículo- ¡cómo no voy a adorarte!-; pero ojalá la industria cinematográfica y los soplagaites afines a Pérez Reverte no pongan el ojo en el Conde de Villamediana...
ResponderEliminarDETERMINARSE Y LUEGO ARREPENTIRSE
Determinarse y luego arrepentirse;
empezar a atrever y acobardarse;
arder el pecho y la palabra helarse;
desengañarse y luego persuadirse.
Comenzar una cosa y advertirse;
querer decir su pena y no aclararse;
en medio del aliento desmayarse,
y entre el amor y el miedo consumirse.
En las resoluciones detenerse;
hallada la ocasión no aprovecharse,
y perdido de cólera encenderse.
Y sin saber por qué, desvanecerse:
efectos son de amor; no hay que espantarse,
que todo del amor puede creerse.
Juan de Tassis y Peralta. Conde de Villamediana (1582-1622)"
Esto es una prueba, ya que falla el cajetín de comentarios
ResponderEliminarBueno, ahora parece que funcionan, a ver lo qué dura... No os olvidéis de marcar las pruebas que os saldrán para demostrar que no sois un robot, y luego marcar "no soy un robot" y tener en cuenta que los comentarios no se publicaran hasta ser aceptados.
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