Mi
hermano tenía conocimientos rudimentarios de
fotografía. Nunca hizo un cursillo o similar. Un día se compró una
excelente cámara digital, la Nikon D322, y se leyó todo el manual de
instrucciones… ¡Síííí!, debió de ser la primera persona en el mundo que se lee
entero un manual de instrucciones, y sobre todo de una cámara digital de gama
media, que para entender algo hay que ser, tirando bajo, ingeniero de la NASA.
Luego, cada día, hacía fotografías con entusiasmo. Se apuntó a redes sociales
de fotógrafos aficionados y siguió aprendiendo. Yo modestamente, le enseñé lo
que sabía, pero vengo del mundo analógico, las cámaras digitales con cientos de
botones, programas, etc., me da dolor de cabeza. Luego están esos nombres de
formatos y demás, que para mí era como si me hablara en arameo. Aunque, poco a
poco, también fui aprendiendo y descubrí que detrás de ese galimatías se
escondían las técnicas de siempre, por lo menos algunas.
Como
todo el que empieza, el agobio y la angustia por la técnica es tan frustrante, que no se disfruta de la fotografía, y sobre todo nos olvidamos de mirar, pero
mi hermano tenía, y eso no se aprende en un manual o en una clase… ¡MIRADA
FOTOGRÁFICA!
Un
día se tiró al monte, literalmente y consiguió hacer maravillas, de las que aquí
les traigo una pequeña muestra y que sirvan como homenaje.
NOTA: Ah,
para los amigos de lo ajeno, que no pongan sus zarpas sobre este material, ya
saben lo que dicen las tradiciones sobre las maldiciones que le pueden caer por
robar a la personas que ya no están entre nosotros. Quedan avisados, cuidadito
que somos de origen gallego, y la Santa Compaña y las meigas no existen, pero
haberlas haylas.
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