Manuel
Vázquez Montalbán nació en 1939, poco después del cruel abril de la victoria de
Franco (1). De
madre murciana, costurera de profesión, y padre gallego, era hijo de
trabajadores emigrados a Cataluña; su lengua materna era el castellano, no el
catalán. Su padre se había exiliado tras la caída de Cataluña, pero regresó
para ver a su hijo recién nacido. El precio que pagó fue el arresto y la
cárcel: su hijo no le vería hasta cruzarse con un desconocido en las escaleras
de su casa cuando tenía cinco años.
Barcelona
era una ciudad derrotada, culpable para los vencedores de tres pecados
capitales: el anarquismo, el republicanismo y el separatismo. Ya lo había
pagado caro, pues su población civil fue la primera en Europa en ser sometida a
bombardeos aéreos masivos, un presagio de lo que ocurriría de forma
generalizada en la Segunda Guerra Mundial. En los años 1937-38, se destruyeron
1.750 bloques de pisos, principalmente en las zonas obreras de la ciudad. El
Distrito Quinto, ahora el Raval, donde se crió Montalbán, resultó
particularmente afectado. Los solares con pilas de escombros eran una presencia
familiar en su niñez.
Densamente
poblado, el Raval vivió la derrota con mucha crudeza. A diferencia de los
barrios más acomodados, había en él pocos partidarios de Franco. Esto originó
la solidaridad sobre la que Vázquez Montalbán a menudo insistía en las entrevistas
y artículos y que tanto añoró en la Barcelona de la postransición. Se trataba
de una solidaridad contra el dictador entre los catalanes autóctonos y la
población inmigrante. La prohibición del catalán fue vivida también como un
agravio por los no catalanohablantes. Esta unidad fue precursora de la unidad
en la lucha que se fraguaría en las fábricas y las asociaciones de vecinos de
toda Barcelona durante los años sesenta y setenta, cuando las comunidades de
inmigrantes hicieron suyas las reivindicaciones
de los derechos nacionales de Cataluña, imprimiendo dinamismo al
movimiento para derrocar la dictadura. Dicha comunión ya estaba latente en la
generación anterior. En la década de 1940 no era posible manifestarse, pero la
resistencia pasiva podía expresarse en detalles como las reuniones en las
azoteas (El pianista) o el uso del
catalán por parte de la madre de Montalbán para dirigirse a sus clientes.
Vázquez
Montalbán resume este período de posguerra inmediato en Barcelonas:
“Mientras
la mitad de Barcelona intentaba encontrar garantes y valedores para sacar de la
cárcel a sus parientes o conseguir el permiso para que volvieran del exilio, y
los saldados republicanos eran obligados a hacer el servicio militar en el
ejército vencedor, la escasez de la posguerra se abatía sobre la ciudad.
Lisiados, mendigos, vendedores de colillas, charlatanes, cantantes callejeros,
organistas, traperos, falangistas uniformados marchando al son de sus canciones
épicas…, comandos fascistas con la cabeza rapada que obligaban a la gente a
beber aceite de ricino…, estraperlistas de pan blanco y tabaco rubio…”
PERROS CATALANES Y SUELDOS DE
MISERIA
Hay
diversos novelistas barceloneses que corroboran la visión de los años cuarenta
que nos ofrece Montalbán, aunque los historiadores se han dedicado más al
estudio de la guerra civil propiamente dicha. El sonido de las armas atrae al
historiador, quien intenta explicar la realidad racionalmente y tiende a
centrarse en los grandes acontecimientos; la larga sombra de la guerra en la
salud física y mental de los niños es un tema que pertenece más a la
imaginación de los novelistas. El clima y el paisaje de estos años se reflejan
en la ficción de varios escritores contemporáneos a Vázquez Montalbán, algunos
de los cuales se criaron en la misma zona que él.
Una
de las mejores de estas novelas, Els
plàtans de Barcelona de Víctor Mora, documenta la sofocante atmósfera
cotidiana: los omnipresentes carteles oficiales en las calles: “Prohibida la
blasfemia y la palabra soez” o “España, unida, grande y libre”; las absurdas,
pero atemorizantes, pintadas garabateadas en las paredes: “Muera el judío
Churchill”; los grandilocuentes programas
de radio donde:
“Un locutor llegia, amb cantarella especial:
-Al
genio enviado por la Providencia, Adolf Hitler, es al que le cabe el alto honor
de conducir la Cruzada que exterminará al monstruo que amenaza… el virus
marxista y el frente democrático-judío-masónico… “(2)
NOTAS:
1.
“Abril es el mes más cruel, el que engendra lilas sobre la tierra muerta, el
que mezcla memoria y deseo…” son las primeras líneas de The Waste Land (La tierra
baldía), de T. S. Eliot, que sugirieron a Vázquez Montalbán el título para
su Poesía completa.
2.
Víctor Mora. Els plàtans de Barcelona,
p. 89.
(Con el muerto a cuestas: Vázquez Montalbán y Barcelona, de Michael
Eaude, Edi. Alrevés, Barcelona 2011. Extractos del segundo capítulo: “La ciudad
de los tres pecados”.)
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