“Fue por entonces -1912 ó 1913- cuando leí Miguel Strogoff. Lloré de alegría. ¡Qué vida tan ejemplar! Para demostrar su valor, este oficial no había tenido que esperar a que los bandidos saliesen a su encuentro. Una orden superior lo había sacado de la oscuridad (…). Para mí, ese libro fue como un veneno. Entonces, ¿había elegidos? ¿Trazaban su camino las más altas exigencias? Me repugnaba la santidad, pero en Miguel Strogoff me fascinó porque había tomado las apariencias del heroísmo.”
Jean-Paul Sartre, Las palabras (Les mots, 1964)
Aunque no es nueva, es de 2005, no había tenido la oportunidad de hacerme con esta magnífica edición del clásico de Julio Verne que ahora les presento. Editado por Anaya, con traducción de Iñigo Valverde Mordt, presentación y apéndice de Vicente Muñoz Puelles y unas magníficas ilustraciones de Raúl R. Allén, nos llega le enésima reedición de una de las más emocionantes aventuras salida de la pluma de Julio Verne.
Sinopsis
“El zar debe hacer llegar un mensaje a su hermano, el archiduque, que se encuentra al otro lado de Rusia, en la ciudad de Irkutsk. Por tanto hace llamar a su mejor mensajero, el capitán Miguel Strogoff, y le encomienda que secretamente lleve el mensaje a través de la frontera siberiana, la cual se encuentra actualmente invadida por los tártaros, liderados por el emir de Bokhara. El zar advierte a Miguel sobre los cuidados que debe tener con el traidor ruso Ivan Ogareff.”
La primera edición de esta novela data de 1876, pero un año antes ya había aparecido por entregas en Le Magasin d’Education, el original fue escrito durante 1874-75. En ese año -1876- de su publicación en formato libro en dos volúmenes, también se publicó en España por Gaspar Editores y con la traducción de Nemesio Fernández Cuesta. La novela se iba a titular El correo del zar, de Moscú a Irkutsk, pero el editor Hetzel, conciente de la gran cantidad de suscriptores que tenía en Rusia y temiendo la censura de sus autoridades, consultó con el mismísimo príncipe Nikolay Alexeyevich Orlov, que a la sazón ejercía de embajador del zar en París. Orlov no vio inconveniente en el título, pero guardándose en salud aconsejó al editor cambiar el título. También se suavizaron las críticas al régimen autocrático del zar Alejandro II, y a su padre Nicolás I. Las apelaciones a la providencia divina, también fueron añadidas por Hetzel. Como curiosidad decir que el manuscrito fue leído y validado por el escritor ruso Iván Turguéniev, amigo y consejero de Hetzel. Verne había hecho, como siempre, una magnífica labor de documentación de la geografía, la historia y los usos y costumbres de los lugares que describía.
Un anacronismo curioso es el de la invasión tártara, base de la novela. Vemos que los tártaros invaden una Rusia con una tecnología del siglo XIX, con trenes de vapor surcando las estepas. Es, como me dijo en una ocasión un amigo, como si situáramos la invasión musulmana de la Península Ibérica en la época del vapor. El último Estado tártaro, el Kanato de Crimea, fue anexionado por Rusia en 1783. Algunas ediciones rusas, incluso, situaron la acción en el futuro, por lo que podíamos decir que es una novela de ciencia-ficción, si me permiten el atrevimiento. El editor quiso convencer a Verne para añadir una nota avisando de lo fantástico de ese argumento, pero el escritor se negó rotundamente.
Hay un dato sin confirmar pero que citan algunos vernianos rusos es que, por medio de su amigo Eliseo Reclus (el famoso geógrafo y anarquista francés), Julio Verne conoció a Piotr Kropotkin (geógrafo ruso, seguidor de Bakunin) y éste le facilitó documentación sobre Siberia que el escritor francés utilizaría para su novela. Los más osados ven en esta novela vestigios del destierro del teórico anarquista en Siberia.
En el año 1880, y con la colaboración de Alphonse D’Ennery, Verne adaptó la novela al teatro. La obra se estrenó el 17 de noviembre del citado año en el Teatro Châtelet. El éxito fue apoteósico y autor y editor se enriquecieron con una obra que en poco tiempo se estrenaría en los más importantes teatros del mundo. Fue tal el impacto, que todo lo ruso se puso de moda, por ejemplo, los peleteros agotaron todas sus existencias de gorros de astracán.
© JAVIER CORIA
Todavía me acuerdo de lo que me impresionó este libro de chaval, creo recordar que incluso lloré cuando a mi pobre tocato le quemaron los ojos... lágrimas que sin saberlo me hicieron luego compartir su alegría... pero no desvelemos el final para quien no la ha leído.
ResponderEliminarRealmente, y pese a sus anacronismos brutales, y hasta pese a su poquín de simpleza, es una auténtica maravilla, y lo que uno lamenta es no ser ya más joven para volver a tener esa inocencia que le permitió fascinarse con ella, igual que con La isla del tesoro, otra de esas novelas que le hacen a uno lector.
cuando leí esta obra me impresionó, sobre manera, que existiera una ser humano capaz de describir munuciosamente no solamente una historia ficticia sobre un correo del zar, con alto sentido de la responsabilidad que llega al heroísmo, y de todas sus peripecias por las que tuvo que pasar para llegar a su cometido; sino que, con magnífica precisión describe lugares, ciudades, nombres, transportes y otros aspectos de un país que me parecía tal lejano y distante como para conocerlo tan bien como lo hizo julio verne. en fin cuando lo leí me pareció viajar a esos lugares y estar ahí, en esos ambientes magistralmente descritos por el autor. hechó a volar mi imaginación. una obra de mis preferidas
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