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martes, 22 de junio de 2010

EN EL CORAZÓN DE UN BEST SELLER


Un fragmento de Millenium, de Stieg Larsson

Por CLANDESTINO MENÉNDEZ

Estoy leyendo en estos momentos, movido por la curiosidad, el famoso Los hombres que no amaban a las mujeres, de Stieg Larsson, el último superventas que lleva ya no sé cuántos millones vendidos.

No me he parado a analizar el texto exhaustivamente ni me he parado a subrayar las veces que me he encontrado con frases del estilo a "fue y se puso", "entonces cogió y se levantó", "agarró y se metió dentro del coche". "bueno, pues cuéntame". Finuras por el estilo.

Aparte de que estoy un poco anquilosado en la crítica, desde la primera página tenía claro que era un libro de entretenimiento y no había que pedirle mucho más. O igual eran errores de traducción. En fin, que bienintencionado de mí iba avanzando cuando me encontré con esto (copio textualmente):

La segunda semana de febrero, el ordenador portátil de Lisbeth Salander pasó a mejor vida en un accidente tan tonto que le entraron ganas de matar a alguien. Sucedió un día en el que acudió a una reunión de Milton Security en bicicleta, y la dejó apoyada en una columna del garaje. Cuando depositó la mochila en el suelo para cerrar el candado, un Saab rojo oscuro salió dando marcha atrás. Ella estaba de espaldas y oyó el crujido de la mochila. El conductor no advirtió nada y desapareció despreocupadamente hacia la salida del garaje.

La mochila contenía su Apple iBook 600 blanco, con 25 Gb de disco duro y 420 Mb RAM, fabricado en enero de 2002 y provisto de una pantalla de 14 pulgadas. En el momento de la compra constituía el state of the art de Apple. Las prestaciones de los ordenadores de Lisbeth Salander estaban puestas al día con las últimas y más caras configuraciones: el equipamiento informático era, con pocas excepciones, el único gasto extravagante de su cuenta corriente.

Tras abrir la mochila pudo constatar que la tapa del portátil estaba rota Enchufó el cable en la red e intentó iniciar el ordenador, pero ni siquiera emitió un último estertor de agonía. Llevó los restos a Macjesus Shop de Timmy en Brannkyrkagatan, con la esperanza de que se pudiera salvar al menos algo del disco duro. Tras un breve momento hurgando en el interior del aparato, Timmy negó con la cabeza.

—Sorry. No hay esperanza —dijo—. Tendrás que organizar un bonito entierro.

La pérdida del ordenador no suponía ninguna catástrofe, pero le resultó deprimente. Durante los años que estuvo en su posesión, Lisbeth Salander se había llevado estupendamente con él. Poseía copias de seguridad de todos los documentos y tenía un viejo Mac G3 de sobremesa en casa, así como un portátil Toshiba PC de cinco años que podría utilizar. Pero —maldita sea— necesitaba un aparato rápido y moderno.


Como era de esperar, se fijó en la mejor opción imaginable: el recién lanzado Apple PowerBook G4/1.0 GHz, CPU de aluminio, provisto de un procesador PowerPC 7451 con AltiVec Velocity Engine, 960 Mb RAM y un disco duro de 60 Gb. Disponía de BlueTooth y de un grabador de cedes y deuvedés incorporado

Lo mejor de todo era que tenía la primera pantalla de 17 pulgadas del mundo de los portátiles, además de una tarjeta gráfica NVIDIA y una resolución de 1440 x 900 píxeles que dejaba atónitos a los defensores de los PC, y que desbancaba a todo lo existente en el mercado hasta ese momento.

Por lo que respectaba al hardware se trataba del Rolls Royce de los portátiles; pero lo que realmente provocó su deseo de hacerse con él fue un exquisito detalle: el teclado estaba provisto de iluminación de fondo, de manera que las letras se podían ver aunque se hallara en la más absoluta oscuridad. ¡Un detalle de lo más simple! ¿Por qué nadie había pensado antes en eso?

Fue un amor a primera vista.

Costaba treinta y ocho mil coronas más IVA.

Lo cual suponía un problema.

De todos modos, realizó un pedido en MacJesus, donde solía comprar todas sus cosas de informática, y donde le aplicaban un razonable descuento. Unos días después, Lisbeth Salander hizo cuentas. El seguro de su siniestrado ordenador cubriría una buena parte de la compra, pero teniendo en cuenta la franquicia y el elevado precio de la nueva adquisición, le faltaban aún dieciocho mil coronas. En un bote de café de casa guardaba diez mil coronas con el objetivo de tener siempre disponible un poco de dinero en efectivo, pero eso no cubría la totalidad del importe. Por muy mal que le cayera el abogado Bjurman, se vio obligada a tragarse su orgullo. Así que llamó a su administrador y le explicó que necesitaba dinero para un gasto imprevisto. Bjurman contestó que no tenía tiempo para recibirla ese día. Salander replicó que le llevaría veinte segundos firmar un cheque, de diez mil coronas. Dijo que no podía concederle dinero tan a la ligera, pero luego accedió y, tras meditarlo un momento, la citó para una reunión después del trabajo, a las siete y media de la tarde.

¡¡Qué ridiculez!! Y, sobre todo, ¡¡qué coñazo!! Yo alucino, de verdad, cómo la gente se engancha con un libro que copia las especificaciones técnicas de un ordenador, tal cual aparecen en cualquier folleto del Mediamarkt. ¡¡Si me lo cuentan no me lo creo, pero es verdad, lector!!

A partir de aquí es que, por lo visto, se desencadena la trama, pero por eso mismo: ¿no le bastaba al escritor haber dicho: "se le rompió el portátil y entonces pensó en comprarse uno nuevo", e ir entonces al grano de la historia? Es tan estúpido como si en una novela dos personajes quedan a tomar café y el primero lo pide de Colombia porque "le gustaba el sabor que se obtiene al trasportar el grano desde la plantación a dos mil metros del altura hasta la refinería enclavada en la ciudad de Medellín y atendida por cuatrocientos trabajadores, todos ellos eventuales, desde donde sale en unas sacas de tela basta de rafia, de grosor de 4 centímetros aproximadamente, hacia los principales puertos europeos". Mientras, el otro personaje pide té porque a él, "en cambio, le agradaba esa infusión, sobre todo si las hojas provenían de Ceilán, ahora llamado Sri Lanka, país que en los últimos tiempos ha saltado a la primera plana de los telediarios por ser escenario de una guerra civil..."

Claro que, si no se hicieran constar las especificaciones técnicas y la novela se redujera a contar una historia de la forma más inteligente, en lo posible, y entretenida, apenas llegaría a las 100 ó 150 páginas y, como me dijo cierta vez una asidua de los best-sellers, "a mí me gustan los libros gordos". Le daba lo mismo sobre lo que trataran, el estilo o la filosofía que encerrasen, "pero que fueran gordos".

FUENTE: http://cuadernos-criticos.blogspot.com/2009/12/en-el-corazon-de-un-best-seller.html

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