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jueves, 15 de marzo de 2018

ROGER WYBOT Y EL CASO WESTON Y BRAUN (1)


A Javier Coria
Everything is true, except for the facts. A. T. Cholerton

I. Il pleut, il pleut bergère 

Los asesinatos ocurrieron en la última semana de enero de 1955, en Barcelona y Boulogne-Sur-Mer. Aquel enero se recuerda como uno de los peores del siglo XX. Tormentas de nieve, huracanes y hielo azotaron Europa y al deshielo se sumó un diluvió que duro casi cuarenta días. No hubo día sin naufragio, sin población sumergida por las aguas o sin cadáveres dando tumbos por los ríos. El 16 de enero, hacía las 2 de la tarde, cayó sobre Londres un manto de oscuridad total. Los mismos ciudadanos que habían aguantado impertérritos el Blitz, además de los enconados esfuerzos del gobierno británico y Porton Down por fumigarlos con venenos varios, perdieron, por fin, la compostura. Hubo ataques de histeria y algún patatús de patriotas que creyeron que había llegado el Armagedón comunista. La nube de partículas de carbón se fue en media hora (1).

El corresponsal de ABC en París, presa de un delirium tremens retórico, llamaba al Sena "la serpiente fluvial de Lutetia" y seguía, metro a metro, la subida del cauce, la inundación de los puentes y los barrios, apilando adjetivos y perífrasis mientras otros apilaban sacos de arena. Del 23 al 26 se dieron los picos más altos de la riada que alcanzó los 7.30 m. sobre el nivel normal. En un viejo documental vemos que el presidente Mendes-France, con cara de frío y lástima, sobre todo de sí mismo porque su gobierno estaba en un estado más ruinoso que París, presenta sus condolencias a un puñado de afectados. Junto a él, Mitterrand, su ministro de Interior, intenta dar lustre a la bufanda de jubilado que lleva alzando el mentón a lo Mussolini (2).

Wybot, el joven jefe de la DST, testificando en un proceso

En el Quai des Orfèvres, Maigret estaba cabreado por muchas razones. Por la oscuridad que llegada al mediodía para quedarse, por la humedad que rezumaban las paredes de su despacho, por la estufa que calentaba pero no acababa de secar el abrigo que había colgado al llegar. Y porque no había dormido bien. A Madame Maigret le dolía una muela y había pasado la noche callada, sufriente y despierta. La vigilia había sido interminable, sólo con el ruido de la lluvia y de algún despistado chapoteando por las aceras de Richard Lenoir. La primera pipa del día se había apagado al minuto. Y no había trabajo: papeles y problemas, sí, pero ni un solo caso que le llevara fuera de aquella olla de vapor y aburrimiento. Una turista inglesa, había desaparecido de su hotel. dejando como único rastro la habitación llena de botellas de ginebra vacías. Todos los días llamaban desde Londres para saber cómo iba la búsqueda.

Si exceptuamos las veces que han ido a ganarle las guerras a los franceses, podría decirse que los británicos tienen una enconada afición a molestarlos, sea dejándolos el país lleno de cementerios, sea criticando el desayuno continental, sea plantando cadáveres en la puerta, como el perro del vecino que te caga en tu jardín. Apareciera viva o muerta las explicaciones no iban a convencer a la prensa británica, que había hecho de la desaparición un novelón donde se refocilaban con gusto de la incompetencia de la policía francesa y los peligros de París.

Eliah Meyer, fragmento de "Smog in the eyes": Informes inclasificables del espionaje inglés.


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