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jueves, 1 de junio de 2017

“Qué leer” o el derecho de las publicaciones a una muerte digna


Por: Antonio Iturbe.

“Qué Leer”, la histórica revista de libros creada en los años 1990, arrastra su agonía por los quioscos tras ventas y desmanes.*

La revista Qué Leer sobrevive dando boqueadas en su camino de degradación. Qué Leer se creó en 1996 empujada por el afán emprendedor de Jesús Ulled, consejero delegado de la empresa familiar donde nació la revista Fotogramas, posteriormente anexionada al grupo Hachette. En aquel entonces nadie daba un chavo por una revista de libros dispuesta a sobrevivir no con subvenciones sino con la venta de quiosco y siendo atractiva para la publicidad. Se logró con Jorge de Cominges en la dirección, un consejo asesor con gente que sabía mucho, como Margarita Rivière y Sergio Vila-Sanjuán, y un equipo de redactores muy libroadictos. Fue durante todos esos años la revista de libros más vendida de España.

En 2008, el entonces grupo Hachette, en una maniobra muy de estos tiempos líquidos, vendió la revista y por el camino despidió a tres personas: un redactor, la secretaria de redacción y la correctora. La revista no daba pérdidas, pero el margen de beneficio era bajo y se consideraba que el dinero de la venta invertido en fondos de inversión era más rentable. Una lección sobre el mundo de los negocios muy propia del pragmatismo que hoy día se inculca a los estudios, adelgazados de su contenido humanístico: mejor unos fondos de inversión rentables que unos puestos de trabajo que sostienen familias. El equipo recibió la noticia de improviso. Una mañana se presentó en la redacción de Barcelona el responsable de recursos humanos (habría que buscar otra etiqueta a tan esforzada ocupación) de Hachette, Francisco Cabrera, y subió al director de la revista, Toni Iturbe, a un taxi: le dijo que habían vendido la revista a MC Ediciones, que a la mañana siguiente empezaban a trabajar en el Passeig de Sant Gervasi y que por el camino a presentarle a su nuevo dueño fuera pensando a cuál de los dos redactores despedía. El director de publicaciones de Hachette, Carlos Pardo, ese día no apareció por allí, ni se puso al teléfono. Al fin y al cabo, sólo eran unos trabajadores que perdían su empleo tras años en la empresa o se los vendía como en un zoco. Nada importante para alguien tan serio.

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*Por desgracia, yo soy uno de los damnificados
colaboradores, en este caso, de la revista CLÍO. El trapicheo de estos mercaderes nos dejó sin cobrar los últimos trabajos, claro que peor lo tuvieron los contratados.

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