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viernes, 19 de mayo de 2017

“Pinturas de guerra”, novela gráfica de Ángel de la Calle


Por: Javier Coria.

Un español llega a París en busca de documentación sobre la actriz Jean Seberg. Casi sin advertirlo, se ve envuelto en una trama de represión contra pintores latinoamericanos que han escapado de las dictaduras militares de sus países…

Estas son las escuetas líneas argumentales de este cómic de Ángel de la Calle, publicado por El Reino de Cordelia y con prólogo de Paco Ignacio Taibo. El dibujante se convierte en unos de sus personajes, porque es el español que viaja a París para escribir la biografía de la bella actriz (Juana de Arco, Buenos días, tristeza, Al final de la escapada y Lilith) norteamericana, fallecida en París, siendo musa de la nouvelle vague.  En esta segunda novela gráfica de Ángel de la Calle se adentra en la represión y torturas que, en las décadas de los sesenta y setenta, ejercieron las dictaduras latinoamericanas contra, en este caso,  artistas que buscaron refugio fuera de sus países. Si la primera novela del autor, en dos volúmenes editados en 2003 y 2005, y reunida en un solo libro en 2007, Madotti, una mujer del siglo XX, ya dio muestra de su maestría, con la presente lo vuelve a hacer. Si con la historia de la afamada fotógrafa, activista política, Tina Madotti, el dibujante nos explicó los movimientos revolucionarios del siglo XX, en esta nos muestra el compromiso social y político de las vanguardias artísticas. Aquí les dejamos con el prólogo de Paco Ignacio Taibo II:

Como si fuera un prólogo

VAN A ENTRAR en una de las más brillantes novelas gráficas que he leído en mi vida. Y me sigo preguntando, ¿para qué necesita un prólogo? En alguna otra parte de este libro habrá una nota biográfica que cuente de dónde sale alguien con un nombre tan imposible como Ángel de la Calle; no hay que ofrecer contextos, porque este libro es el contexto; no hay que explicar influencias, porque este libro es un continuo guiño que los transportará al Pont Neuf del París cortazariano y a la necesidad de leer El hombre en el castillo de Phillip K. Dick y de volver a ver À bout de souffle, o a preguntarte dónde quedaron escondidos en tu biblioteca los manifiestos de Guy Debord.




Estas notas iniciales son, por lo tanto, absolutamente dispensables, y usted puede pasar directamente a lo que importa, que es Pinturas de guerra. ¿Cómo definirla? Son historias de la historia. Unas historias absolutamente desconocidas que construyen el panorama de una tragedia terrible (y la palabra terrible debería leerse con mayúsculas y repetida al infinito) y la épica de una generación de pintores que cruza las naciones de la América Latina. Los años sesenta, los setenta, los años de la revolución y de los sangrientos golpes militares, los debates sobre la vanguardia estética, los asfixiantes exilios. Y todo ello con un punto de llegada: París.

Pero lo que hace genial Pinturas de guerra es que maneja con precisión las claves narrativas, que permiten que decenas de personajes y sus historias se reúnan en una historia central: un agente de la CIA, su homólogo de los servicios secretos franceses involucrado en el pasado en la guerra sucia contra Argelia, una pintora chilena, un pintor tupamaro, un superviviente mexicano de la matanza de Tlatelolco, un pintor montonero argentino, y todos ellos reencontrándose, en un París de fecha imprecisable, gracias al error que un joven español comete cuando llega a la ciudad para escribir un biografía de la princesa maldita del cine norteamericano Jean Seberg.

El personaje, un Ángel de la Calle que nunca fue, se cruza con todas estas historias y todos estos debates.

Ángel sabe que, al fin y al cabo, una novela gráfica es esencialmente una novela, y una novela (la madre de todas las guerras literarias) es una peripecia que liga mil historias y un tiempo, del que uno de los personajes dirá: “Nosotros que queríamos ser el país y apenas éramos el paisaje”.

No se engañen por esta nota (ven, les dije que podían prescindir de ella). Ángel organiza el caos: continuos, retornos al pasado, narraciones en primera o tercera persona, cartas, acontecimientos que van y vienen en el tiempo, subtramas policíacas (como la existencia de un falsificador de arte); y cruza personajes reales, como Juan Goytisolo, Jean-Paul Sartre, los situacionistas, los directores franceses de la nueva ola del cine, con sus personajes de ficción, que a veces resultan más reales que los anteriores. Y, a la hora de narrar, se permite todo: onirismo, digresiones laterales y laterales de lo lateral, o ir del realismo al realismo mágico, por ejemplo, en las maravillosas páginas de la fuga de Barragán tras la matanza de Tlatelolco con Van Paalen, donde estuve a punto de pensar que el avión que lo sacaba de México lo pilotaba Malraux o Saint-Exupéry.




Conforme me voy adentrando en Pinturas de guerra, me voy sumiendo en la complejidad de una época, me llegan ecos de viejas discusiones, comienzo a ver rostros y debates olvidados. Y hay que agradecerle a Ángel sus paisajes urbanos, sus recreaciones continuas de cuadros, fotos y murales, su amor por los detalles, su capacidad literaria para concentrar la historia en un zapato perdido…

Me sorprende la lentitud con la que leo, atrapando detalles, gozando guiños, volviendo a revisar una página, tratando de hilar historia con recuerdos, haciéndome preguntas.

Nada como la novela para crear un mundo, y cuando digo novela digo, a veces, novela gráfica.

Pinturas de guerra reivindica mi amor por el cómic, ese lenguaje único que no es suma de partes (lo escrito y lo dibujado), sino algo indefinible que sirve para contar historias.

Hacía meses que no me encontraba con ese tipo de obra que te cambia la vida, te la mejora. Pero por qué me tienen que hacer caso, si llegaron hasta aquí, avancen una página y compartan con el que ahora escribe el placer de leer una gran novela. Al fin y al cabo, lectores somos y en el camino andamos.

Paco Ignacio Taibo II.  Ciudad de México, junio de 2015.

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