“El gran pesar
de mi vida ha sido el hecho de que nunca he tenido lugar alguno en la
literatura francesa”.
Ya publicamos aquí la entrevista que concedió Jules
Verne al periodista británico Gordon Jones, en 1904, y que sería la última,
porque Verne moría unos meses después, el 24 de marzo de 1905. Si aquella tenía
el interés periodístico de ser la última, esta que les traemos –en realidad una
entrevista/reportaje- ahora lo tiene por ser una de las más completas y en la
que Verne toma más veces la palabra para contarnos como trabajaba. Nos habla de
su juventud y los comienzos como escritor, del mundo geográfico y público que
le rodeaba y, rompiendo con la leyenda de un escritor sedentario, de sus muchos
viajes. Como se destila de la frase que encabeza este escrito, también nos
muestra toda la melancolía y el pesimismo que embargaron el invierno de sus
días y que nos lo hizo llegar en sus postreras novelas. Hoy Verne es el segundo
escritor más traducido de todos los tiempos, después de Doña Agatha Christie.
El periodista inglés Robert Harborough
Sherard tuvo el privilegio de entrevistar a Verne en dos ocasiones, la que les
mostramos fue la primera -1893-, la otra tuvo lugar en 1903. Sherard hizo la entrevista
para McClure’s Magazine, una
prestigiosa revista mensual estadounidense que inauguró lo que se dio en llamar
el periodismo Muckraker, que
consistía en denunciar la corrupción política, la explotación laboral y en “escarbar”
en los trapos sucios de personalidades e instituciones de la época. El
periodista por aquella época vivía en París, y además de escribir en prensa,
escribió dos novelas y una amplia producción del género biográfico, como la
biografía de Emile Zola, aunque fue más conocido por la biografía de su amigo,
Oscar Wilde. Como en la otra entrevista de Verne que publicamos, la traducción
está a cargo del vernólogo cubano Ariel
Pérez, que también es el
autor de las notas del final del texto. He tenido la osadía de incluir mis
propias notas en el interior del texto, espero que me lo perdonen.
Javier Coria
Por: Robert H. Sherard
El hombre decía estas palabras al tiempo que su cabeza se inclinaba, y
una gran tristeza parecía asomar en la alegre y cordial voz.
“No he tenido lugar alguno en la literatura
francesa”. ¿Quién era aquel que hablaba
así, con la cabeza gacha y con tono de tristeza en su alegre voz? ¿Algún
escritor de folletines baratos, pero populares para la prensa?, ¿algún hombre
de letras que nunca ha tenido escrúpulo en declarar que se ha ganado su vida
con su pluma como instrumento y que siempre ha preferido el dinero en efectivo
de la Sociedad Francesa de Letras a la gloria y el honor? No. Extraño, monstruoso,
así parece ser, pero nuestro hombre no es otro que Jules Verne. Sí, Jules
Verne, el Jules Verne, su Jules Verne y el mío también, aquel que nos ha
deleitado a todos en el mundo entero durante tantos años y que seguirá
encantando a muchos durante generaciones y las generaciones por venir.
Fue en la habitación de descanso de la Sociedad Industrial de Amiens que
el maestro me dijo estas palabras, con una tristeza que no olvidaré jamás. Era
como la confesión de una vida sin sentido, el suspiro de un viejo hombre sobre
el que nunca se puede regresar atrás. Me causó un dolor tan profundo oírlo
hablar de aquella manera y todo lo que pude hacer fue decirle, con verdadero
entusiasmo, que era para mí y para otros tantos millones, un gran maestro, el
objeto de nuestra admiración y de nuestro respeto incondicional, el novelista
que nos deleita mucho más de lo que lo hubiera hecho cualquier otro novelista.
Pero, solo se limitaba a agitar su cabellera gris y decir: “No cuento para nada en la literatura francesa”.
Sesenta y seis años, y todavía se mantiene fuerte de espíritu, muchos
rasgos de su cara me hacen recordar a Víctor Hugo; como un viejo capitán de
mar, rojo de cara y lleno de vida. Un párpado ha comenzado a caer ligeramente,
pero la mirada se mantiene firme y clara. De su persona emana un aroma de
bondad y de gentileza que han sido siempre las características del hombre, del
cual Hector Malot (1) dijo, algunos años atrás, que era el mejor de los
compañeros; del hombre al que el frío y reservado Alexandre Dumas quería como a
un hermano; del hombre que no tiene ni ha tenido nunca, a pesar de su gran
éxito, un enemigo real. Desafortunadamente, su salud le preocupa. Últimamente
sus ojos se han debilitado, y por momentos se siente incapaz de guiar su pluma
y hay algunos días en los que la gastralgia lo martiriza. Pero sigue tan
valiente como siempre.
“He escrito sesenta y seis volúmenes” -dijo-, “y
si Dios me concede vida llegaré a ochenta” (2). Recordemos que Jules Verne
contabilizaba sus escritos en volúmenes. El sexagésimo sexto y sexagésimo
séptimo volúmenes correspondían, respectivamente, a las dos partes de Aventuras de un niño irlandés que
apareció poco después de esta entrevista, en noviembre de 1893.
Jules Verne vive en el Bulevar Longueville, en Amiens, en la esquina de rue Charles Dubois, en una espaciosa
casa que renta. Es una casa de tres pisos, con tres filas de cinco ventanas que
abren hacia el bulevar, tres ventanas en la esquina, y tres más que tienen su
ubicación hacia la rue Charles Dubois.
Las entradas para los automóviles y otras cosas, dan a esta calle. Desde las
ventanas ubicadas hacia el bulevar se puede tener una vista muy pintoresca del
pueblo de Amiens con su vieja catedral y otros edificios medievales. Justo delante
de la casa y al otro lado del bulevar pasa una vía férrea que, extendiéndose
exactamente en la dirección contraria a la ventana del estudio de Verne,
desaparece bajo un público jardín donde se dibuja un gran templete, en el que,
en los días de buen clima, la banda militar de la ciudad toca. Esta combinación
constituye, en mi opinión, el emblema mismo del gran escritor: el tren, con el
rugido y el estrépito de lo ultramoderno y el romance de la música. Y, ¿no es
gracias a esta asociación de la ciencia y el industrialismo con todo lo que
existe de romántico en la vida que las novelas de Verne poseen una originalidad
que no puede encontrarse en los trabajos de ningún otro escritor vivo, incluso
ni entre los hombres que sí tienen un lugar dentro de la literatura francesa?
LA RESIDENCIA DEL NOVELISTA
Una alta pared
bordea la Rue Charles Dubois y
esconde el patio y el jardín de la casa de la vista del transeúnte. Una vez que
se llama a la puerta ubicada en la pequeña entrada lateral, esta es abierta y
uno se encuentra en un patio pavimentado. En la dirección opuesta se encuentran
la cocina y las oficinas; a la izquierda un agradable jardín repleto de árboles
y a la derecha, la casa, a la que conduce una larga fila de anchos pasos que
bordean la fachada. A través de un pórtico repleto de flores y palmeras, que
adornan la entrada al lugar, el visitante llega a la sala. Esta es una
habitación ricamente amueblada con mármoles y bronces, bellas figuras colgantes
y butacas muy cómodas. Era la típica habitación de un hombre acomodado, que
lleva una vida de ocio, pero sin ostentación. Parece una habitación poco usada,
y esta es la realidad. Tanto el señor como la señora Verne son personas muy
simples, que no se preocupan por mostrar, pero sí por su tranquilidad y
comodidad. El comedor, que es la habitación inmediata, solo se usa en el caso
de cenas especiales o grandes fiestas familiares y el novelista y su esposa
realmente comen en una pequeña habitación que está al lado de la cocina. Desde
el patio se puede divisar en la esquina lejana de la casa una alta torre. La
escalera en forma de espiral lleva a las habitaciones del piso superior de la
torre, y en la cima de la escalera se llega al dominio privado del señor Verne.
Un pasillo con alfombras rojas, al igual que las de la escalera, con mapas
marinos y otros, da a una pequeña habitación amueblada con una simple cama de
campaña. Contra una ventana sobresaliente se encuentra una pequeña mesa sobre
la que se puede ver una gran cantidad de hojas de papel delicadamente cortadas.
Sobre la repisa de la pequeña chimenea, se encuentran dos estatuas, una de
Molière y la otra de Shakespeare y sobre estas una pintura de acuarela, que
representa la entrada de un yate de vapor a la bahía de Nápoles. Es en esta
habitación en la que Verne trabaja. La gran habitación vecina es una biblioteca
con varios estantes llenos de libros que van desde el techo hasta la alfombra.
Hablando de sus
métodos de trabajo Verne dijo: “Me
despierto todas las mañanas poco antes de las cinco –quizás un poco más tarde
en invierno–, y a las cinco ya me encuentro en mi escritorio y permanezco
trabajando hasta las once. Trabajo muy despacio y con gran cuidado, escribiendo
una y otra vez hasta que cada oración tome la forma que deseo. Siempre tengo,
al menos, en mi cabeza, hasta diez novelas por adelantado, temas y argumentos
preparados, así que ya ve, si Dios me da vida, pudiera terminar sin dificultad
las ochenta novelas de las que le hablé. Pero es en las correcciones donde
invierto la mayor parte del tiempo. Nunca estoy satisfecho antes de la séptima
u octava revisión y las corrijo una y otra vez, hasta que se pueda decir que la
última corrección tiene pocos rastros de lo que una vez fue el manuscrito
original. Esto significa un gran sacrificio, tanto desde el punto de vista
monetario como de tiempo, pero siempre he intentado hacer todo lo que esté a mi
alcance para respetar la forma y el estilo, aun cuando las personas nunca me han
hecho justicia en ese sentido”.
Estamos sentados
en la biblioteca de la Sociedad Industrial. Delante de Verne había, de un lado,
una gran pila de revisiones. “La sexta
corrección” –dijo–. Del otro lado, un largo manuscrito que miré con gran
interés, “esto es...” -dijo el novelista,
con su genial sonrisa–, “...es solo un
informe que voy a enviar al Concejo Municipal de Amiens, del que soy miembro (3). Se trata de Rapport sur l'exploitation du Théâtre municipal presentado en el
Concejo Municipal de Amiens en su sesión del 17 de enero de 1894. Muestro gran
interés por los asuntos del pueblo”.
Le había pedido
al señor Verne que me contara de su vida y su trabajo. Me dijo que diría cosas
que nunca antes había dicho. Mi primera pregunta fue sobre su juventud y su
casa natal y esto fue lo que me dijo:
“Nací en Nantes el 8 de febrero de 1828, de manera
que en estos momentos tengo sesenta y seis años. Debe ser mejor que se me
pregunte por mis impresiones de la vejez y no por los recuerdos de mi niñez.
Éramos una familia muy feliz. Nuestro padre, un hombre admirable, era parisino
de nacimiento, o más bien, de educación. Realmente nació en Brie, pero fue
educado en París, donde cursó sus estudios universitarios y se graduó como
abogado. Mi madre era bretona, de la ciudad de Morlaix, de manera que por mis
venas corre una mezcla de sangre bretona y parisina”.
Estos elementos
son interesantes desde el punto de vista psicológico y ayuda a las personas a
entender el carácter de Jules Verne que une el amor a la soledad, el lado
religioso y la adoración del mar del bretón, el saber vivir y la alegría de
vivir de un frecuentador de bulevares. Claretie escribió sobre esto: “Es igual a esas personas que suelen
frecuentar los bulevares de París. Tiene ese carácter desde la punta de los
dedos hasta la de los pies” (4). Jules Claretie escribió: “Parisino hasta la punta de los pies por el
espíritu y cosmopolita por la imaginación; jovial, inventor, infatigable,
frecuentador de bulevares y solitario”. (Jules Verne, París, A. Quantin,
1883, p. 6).
“Tuve una juventud muy feliz. Mi padre era abogado
en Nantes y estaba en posesión de una buena fortuna. Era un hombre cultivado y
de buenos gustos literarios. Escribía canciones en la época en que aún en
Francia se escribían; esto fue en los años desde el 1830 hasta el 1840. Pero
era un hombre que no tenía ambiciones y aunque podría haberse distinguido en el
campo de las Letras –si así lo hubiera querido–, evitaba todo tipo de
publicidad. Sus canciones se cantaban dentro del ámbito familiar. Muy pocas de
ellas fueron impresas. Puedo comentarle que ninguno de nosotros ha sido
ambicioso; hemos intentado disfrutar nuestras vidas y hacer tranquilamente
nuestro trabajo. Mi padre murió en 1871 a la edad de setenta y tres. Podría, por
tanto, haber dicho: “Tenía dos años cuando el siglo nació”, para distinguirse
del célebre comentario de Víctor Hugo con respecto a su fecha de nacimiento. Mi
madre murió en 1885, dejando treinta y dos nietos y si contamos a los primos y
primos hermanos, en total serían noventa y siete descendientes (5). Todos
sus hijos aún vivimos, dicho de otra forma, la muerte no nos ha llevado a
ninguno de los cinco. Somos dos varones y tres hembras y todos estamos vivos en
estos momentos. Los hombres y las mujeres de Bretaña son de constitución
sólida. Mi hermano Paul era y es mi más estimado amigo. Sí, realmente puedo
decir que no solo es mi hermano, sino que es, además, mi amigo más íntimo. Y
nuestra amistad comenzó desde el primer día que puedo recordar. ¡Qué
excursiones tan maravillosas solíamos hacer montados en botes remendados a
través del Loire! Cuando tenía quince años no había un solo rincón que no
hubiésemos explorado. ¡Qué embarcaciones más peligrosas eran aquellas y que
riesgos corríamos! A veces yo era el capitán, en otras ocasiones era Paul. Pero
Paul era el mejor de los dos. Conoce que después se alistó en la marina, se
pudo haber convertido en un funcionario muy distinguido, si no hubiera sido un
Verne, es decir, si hubiese tenido alguna ambición”.
“Empecé a escribir cuando tenía doce años. Escribía
entonces poesía, y los poemas no eran muy buenos. Aún recuerdo una que compuse
para el cumpleaños de mi padre. Fue recibida muy bien, incluso, fui felicitado
y me sentía bastante orgulloso. Recuerdo que por esa época solía pasar un gran
tiempo ocupado con mis escrituras, copiando y corrigiendo y nunca llegaba a
sentirme satisfecho con lo que había hecho”.
“Supongo que unos pueden ver en mi amor por la
aventura y por el mar lo que sería el giro que tomaría mi mente unos años más
tarde. Ciertamente, el método de trabajo que tenía ha permanecido conmigo
durante toda mi vida. No creo que haya hecho en alguna ocasión algún trabajo
chapucero”.
“No, no puedo decir que fui particularmente
atrapado por la Ciencia. De hecho, nunca lo he estado, es decir, nunca he hecho
estudios científicos, ni los he llevado a la práctica. Pero en la época en que
era un muchacho adoraba ver como trabajaban las máquinas. Mi padre tenía una
finca en Chantenay, en la desembocadura del Loire. Cerca del lugar se
encontraba la fábrica gubernamental de máquinas de Indret. En ninguna de mis
estancias en Chantenay dejé de visitar la fábrica. Allí, me quedaba de pie
horas y horas observando como las máquinas hacían su trabajo. Esta
característica ha seguido conmigo por el resto de mi vida. Aún hoy, siento
tanto placer en mirar cómo trabaja la máquina de vapor de una locomotora como
en contemplar un cuadro pintado por Raphael o Correggio. Mi interés en las
industrias humanas siempre ha sido un marcado rasgo de mi carácter, tan
marcado, de hecho, como mi amor por la Literatura -de la que hablaré luego- y
mi deleite por las bellas artes que me han llevado a visitar cada museo y
galería de alguna importancia en Europa. La fábrica de Indret, las excursiones
en el Loire y mi intento de escribir versos fueron las tres grandes pasiones y
ocupaciones de mi juventud”.
CÓMO
FUE EDUCADO
“Fui educado en el Liceo de Nantes, donde permanecí
hasta que concluí con mis clases de Retórica. Luego, fui enviado a París a
estudiar Derecho. Mi asignatura favorita siempre ha sido la Geografía, pero en
la época en que estuve en París fui completamente atrapado por los proyectos
literarios. Estaba bajo la gran influencia de Víctor Hugo, de hecho, me
encontraba muy excitado leyendo y volviendo a leer sus trabajos. Por aquel
entonces, podía recitar páginas enteras de Nuestra señora de París, pero fueron
sus obras de teatro las que más influyeron sobre mí y fue, bajo esta
influencia, que a los diecisiete años comencé a escribir varias tragedias y
comedias, sin contar las novelas. De esta forma, escribí una tragedia en verso,
en cinco actos, titulada Alexandre VI,
que era la tragedia del papa Borgia. Otra de las tragedias en cinco actos y en
verso que escribí por esa época fue La
conspiration des poudres, con Guy Fawkes como héroe. Un drame sous Louis XV, fue otra de las tragedias en versos, y en
cuanto a las comedias existía una en cinco actos y en verso titulada Le heureux du jour. Todo este trabajo
fue realizado con el mayor cuidado y con la constante preocupación por el
estilo. Siempre he cuidado mucho el estilo, pero las personas nunca me han dado
crédito por eso”.
“Llegué a París a estudiar en la época en que
abundaban aquellas jóvenes trabajadoras y coquetas y todo lo que significaba
desapareció del Barrio Latino. No puedo decir que frecuentaba las habitaciones
de muchos de mis compañeros de estudio, porque, como se conoce, nosotros, los
bretones, somos personas muy selectivas, y casi todos mis amigos eran viejos
compañeros de la escuela de Nantes, los que habían tenido la oportunidad de
llegar, al mismo tiempo que yo, a la Universidad de París. Casi todos eran
músicos, y en ese periodo de mi vida era músico también. Entendía armonía y
creo, ahora puedo decirle, que si hubiera elegido la carrera musical podría
haber tenido muchas menos dificultades que otros para tener éxito. Víctor Masse
era uno de mis amigos estudiantes y también lo era Delibes –Léo Delibes,
compositor romántico (nota de J.C.)-, con quien llegué a entablar una íntima
relación. Solíamos tutearnos. Estos eran los amigos con los que tuve relación
en París. Entre mis amigos bretones estaba Aristide Hignard, un músico, que
aunque había ganado el segundo Premio de Roma, nunca salió de la multitud.
Solíamos colaborar juntos. Escribía la letra y él, la música. Compusimos una o
dos operetas que fueron escenificadas, y algunas canciones”.
“Una de estas canciones se titulaba Los Gavieros,
interpretada por el barítono Charles Bataille, y fue muy popular por aquella
época. El estribillo según recuerdo era algo así como:
Alerta,
Alerta, muchachos, alerta,
Alerta, muchachos, alerta,
El cielo es azul, el mar es verde,
Alerta, alerta”
“Otro de los amigos que conocí siendo estudiante y
que ha continuado siendo mi amigo desde entonces se llama Leroy, actualmente
diputado de Morbihan. Pero el amigo a quien le debo la deuda más profunda de
gratitud y afecto es a Alexandre Dumas hijo, a quien conocí por primera vez a
los veintiún años. Nos hicimos amigos casi al instante. Fue el primero en
animarme. Pudiera decirse que fue mi primer protector. No nos hemos encontrado
desde hace un buen tiempo pero, mientras viva, nunca me olvidaré de su
gentileza, ni tampoco de lo que le debo. Me presentó a su padre; colaboramos
juntos. Escribimos una obra titulada Les
pailles rompues, que fue escenificada en el Gymnase (6), además de una comedia en tres actos, Onze jours du siège, que fue puesta
en escena en el Teatro Vaudeville (7). En aquel entonces vivía en una pequeña
pensión mantenido por mi padre y soñaba con la fortuna, lo que me condujo a una
o dos especulaciones en la Bolsa. Debo agregar que estas no convirtieron en
realidad mis sueños. Sin embargo, extraje algún beneficio de mis constantes
visitas a la Bolsa, porque fue ahí donde llegué a conocer los secretos del
comercio y de la fiebre de los negocios, las que he descrito y usado a menudo
en mis novelas”.
“Al
mismo tiempo que especulaba en la Bolsa, colaboraba con Hignard en operetas y
canciones, con Alexandre Dumas en comedias; envié dos cuentos a dos revistas.
Mi primer trabajo apareció en la revista Museé
des familles, donde podrá encontrar una historia mía sobre un loco en un
globo, que marca el inicio de la línea que iba a seguir en todas mis novelas (8). Por
aquellos años era secretario del Teatro Lírico y luego, secretario del señor
Perrin. Adoraba la escena y todo lo que estaba conectado a ella y escribir
obras de teatro ha sido siempre el trabajo que más he disfrutado”.
EL
PRINCIPIO DEL ÉXITO LITERARIO
“Tenía veinticinco años cuando escribí mi primera
novela científica. Se tituló Cinco
semanas en globo. Fue publicada por Hetzel en 1861(9) e
inmediatamente se convirtió en un gran éxito”.
Al llegar a este
punto de la conversación interrumpí a Verne y le dije: Quiero que me diga cómo
escribió la novela y por qué, y qué preparación tenía para hacerlo. ¿Tenía
conocimiento de cómo se viajaba en un globo o había tenido alguna experiencia
propia?
“Ninguna -contestó Verne-, escribí Cinco semanas en globo, no pensando en
una historia sobre una ascensión en globo, sino en una historia sobre África.
Siempre he sentido una gran pasión por la geografía y los viajes y quise dar
una descripción romántica de África. De manera tal que no había otra forma de
llevar a mis viajeros hacia África a no ser en un globo, y esta es la razón por
la que introduje un globo en la historia. En ese momento nunca había hecho un
ascenso en globo. De hecho, solo he viajado en globo en una ocasión en mi vida.
Fue en Amiens, mucho después de que mi novela fuese publicada (10). La
travesía se verificó en tres cuartos de hora, debido a que tuvimos un problema
al subir. Godard, el aeronauta, estaba besando a su pequeño hijo al tiempo que
el globo comenzaba a elevarse; de manera que tuvimos que llevar al chico con
nosotros y el globo estaba tan pesado que no pudo ir muy lejos. Viajamos hasta
Longeau, una ciudad por la que pasó antes de llegar aquí. Puedo decirle que
tanto en el momento en que escribí la novela como ahora, no tengo fe en la
posibilidad de dirigir globos, a excepción de que se estuviera en una atmósfera
completamente estática como, por ejemplo, en esta habitación –es raro que aquí
Verne no hable de su amigo Nadar, que sobrevoló París en Le Gèant, en 1863, y que en la guerra franco-prusiana comandó una
compañía de aeróstatos (nota de J.C.)-. ¿De qué manera se puede construir un
globo que logre enfrentar corrientes de seis, siete u ocho metros por segundo?
Es solo un sueño puro y simple, aunque creo que si la pregunta alguna vez fuera
resuelta esto podrá ser posible con una máquina que fuera más pesada que el
aire, siguiendo el principio del pájaro que puede volar aun cuando es más
pesado que el aire”.
¿Entonces no
tenía ningún estudio científico en el que basarse?
“Ninguno. Puedo decirle que nunca he estudiado
Ciencias, aunque gracias a mi hábito de leer he podido adquirir conocimientos
que me han sido útiles. Soy un gran lector y cada ocasión que leo lo hago con un
lápiz en la mano. Siempre llevo un cuaderno conmigo e inmediatamente apunto,
tal y como lo hacía ese personaje de Dickens (11), algo que me interese o que
pueda ser de posible uso en mis libros. Para darle una idea de mis lecturas,
vengo aquí todos los días después de almuerzo y de inmediato me dispongo a
trabajar y leo de principio a fin hasta quince publicaciones distintas, siempre
las mismas quince, y puedo asegurarle que son muy pocos los artículos que
escapan a mi atención. Cuando veo algo de interés lo anoto. Leo publicaciones
tales como Revue bleue, Revue rose, Revue des deux mondes, Cosmos,
La nature de Tissandier y L'astronomie de Flammarion. También leo
los boletines de las sociedades científicas, sobre todo aquellos de la Sociedad
Geográfica. Debo significar que la Geografía es mi pasión y mi tema de estudio”.
“En mi biblioteca personal se encuentran todos los
trabajos de Elisée Reclus -por el que siento gran admiración-, y todos los de
Arago. He leído una y otra vez, debido a que soy un lector muy cuidadoso, la
conocida colección Le tour du monde,
una serie de relatos de viajes. Poseo miles de notas actualizadas sobre
diferentes temas y en estos momentos cuento con veinte mil notas que pueden ser
revertidas en mi trabajo, pues hasta los días de hoy no han sido usadas.
Algunas de estas notas fueron tomadas en conversaciones. Me gusta oír hablar a
las personas, con la condición sobre todo que hablen sobre tópicos de los que
conocen”.
¿Cómo ha podido
hacer lo que ha hecho sin estudio científico alguno?
“He tenido la buena fortuna de venir al mundo en
una época donde existen diccionarios de todo tipo. Es suficiente buscar en el
diccionario el tema sobre el que necesito una información, y ahí está. Por
supuesto, con mis lecturas, he recopilado también una gran cantidad de
información y, como le dije anteriormente, muchas ideas siempre rondan en mi
cabeza. Fue así como, un día, en un café, en París, leí un artículo de Le siècle, donde se afirmaba que un
hombre podría viajar alrededor del mundo en solo ochenta días. Inmediatamente
mi mente se iluminó con la posibilidad de que debido a la diferencia horaria,
el viajero pudiera adelantar o retrasar un día en su viaje. Había encontrado un
argumento para una historia. No escribí la historia hasta mucho después.
Siempre llevo varias ideas en mi cabeza durante años -diez o quince en algunas
ocasiones-, hasta darles la forma definitiva”.
“Mi objetivo ha sido dar una imagen de la Tierra y
no solo de la Tierra, sino del Universo. Recuerde que, en algunas ocasiones, he
llevado a mis lectores más allá de la Tierra. Al mismo tiempo he intentado
mantener la belleza en el estilo. Se dice que no puede haber estilo en una
novela de aventura. No es cierto, aunque admito que es más difícil escribir una
novela de este tipo a un nivel literario aceptable, que escribir el tipo de
novelas modernas, basadas en un estudio profundo de los personajes de la misma.
Quiero aclarar -dijo Verne elevando ligeramente sus anchos hombros- que no soy
un gran admirador de la llamada novela psicológica, porque no entiendo que
tiene que ver una novela con la psicología. Exceptúo aquí a Daudet y De
Maupassant (12). Siento gran admiración por este último.
Es un genio que ha recibido del Cielo el don de escribir sobre muchas cosas y
lo ha hecho tan natural y fácilmente como un árbol de manzanas produce
manzanas. Mi autor favorito, sin embargo, es, y siempre ha sido, Dickens. No sé
más de cien palabras del idioma inglés, de manera que tengo que leer sus obras
en traducciones. Declaro -dijo Verne, mientras situaba sus manos en la mesa
como para insistir-, que he leído diez veces, al menos, todas las obras de
Dickens. No puedo decirle que prefiero a Dickens y no a Maupassant, porque no
hay comparación posible entre los dos. La prueba de mi admiración por Dickens
es mi próxima novela, Aventuras de un niño irlandés. Soy también y siempre he
sido, además, un gran admirador de las novelas de Cooper –James F. Cooper,
autor entre otras de El último mohicano (nota
de J.C.)-. Al menos quince de ellas las considero inmortales”.
LAS INSATISFACCIONES DEL GENIO
Entonces, con
aire de meditación pero hablando en alta voz, Verne agregó: “Cuando me quejaba de que mi lugar en la
literatura francesa no había sido reconocido, Dumas solía decirme: Debías haber
sido un autor americano o inglés. Entonces, tus libros traducidos al francés,
hubieran tenido una enorme popularidad en Francia y habrías sido considerado
por tus compatriotas como uno de los más grandes escritores de ficción. Pero
las cosas son tal y como son, no cuento en la literatura francesa. Quince años
atrás, Dumas propuso mi nombre para la Academia y como en ese momento tenía
varios amigos en la Academia entre los que estaban Labiche, Sandeau y otros,
parecía que era la gran oportunidad para que se determinara mi elección y el
reconocimiento formal de mi trabajo. Pero nunca ocurrió. Cuando recibo cartas
de América dirigidas a Señor Jules Verne, miembro de la Academia francesa no
puedo evitar una sonrisa. Desde el día en que mi nombre fue propuesto han
habido, desde entonces, no menos de cuarenta y dos elecciones en la Academia
Francesa que, por así decirlo, se ha renovado completamente, pero sigo siendo
ignorado”.
Fue entonces que
Verne dijo las palabras que, por su importancia, he ubicado al principio de
este artículo.
Para cambiar la
conversación le pedí al maestro que me hablase de sus viajes y dijo:
“Me he dedicado a la navegación por puro placer,
pero siempre con el objetivo de conseguir información para mis libros. Esta ha
sido mi preocupación constante y cada una de mis novelas han sido beneficiadas
por mis viajes. De esta forma, en Un
billete de lotería se encuentra la narración de mis experiencias y
observaciones personales en una excursión que tuve la oportunidad de realizar a
Escocia, a las islas Iona y Staffa; así como también de un viaje a Noruega en
el año 1862, cuando remonté el canal de Estocolmo hasta Christiana pasando por
noventa y siete esclusas. Fue un viaje extraordinario de tres días y tres
noches en un vapor y luego llegamos en carriola a la parte más salvaje de
Noruega, Telemark, y visitamos las cataratas de Gosta que tiene una altura de novecientos pies. En Las indias negras está la descripción de
mi gira por Inglaterra y mi visita a los lagos escoceses. La idea original de Una ciudad flotante sobrevino cuando
viajaba hacia América, en al año 1867, a bordo del Great Eastern. Allí visité New York, Albany y las cataratas del
Niágara y tuve la maravillosa oportunidad de ver el Niágara cubierto de hielo.
Fue el 14 de abril y había algunos torrentes de agua entrando a raudales a
través de algunos orificios abiertos en la superficie helada. Matías Sandorf fue el resultado de una
excursión desde Tánger (13) hasta Malta (14) en mi yate, el St. Michel, bautizado así en honor a mi hijo Michel,
que me acompañó, así como también lo hicieron su madre y mi hermano Paul. En
1878 tuve una instructiva y agradable excursión a través del Mar Mediterráneo
junto a Raoul Duval, el hijo de Hetzel y mi hermano. Viajar era el gran placer
de mi vida y fue, con gran pesar, que, en 1886, fui forzado a abandonar tal
distracción a consecuencia de mi accidente (15). Seguramente, conoce la triste historia de cómo un sobrino mío, que me
adoraba y que también quería mucho, vino a verme un día a Amiens y después de
murmurar algo, ferozmente, me apuntó con un revólver y me disparó, hiriendo mi
pierna izquierda. A consecuencia de este hecho, nunca más he podido caminar
como lo hacía antes. La herida nunca se ha cerrado y nunca me han extraído la
bala. El pobre muchacho estaba fuera de sus cabales. Luego, dijo que lo había
hecho para atraer sobre mí la atención, de manera que se escucharan mis
demandas por un puesto en la Academia francesa. Ahora está en un asilo y temo
que nunca se curará. El gran pesar que esto me trajo es el hecho de que nunca
más podré ver América de nuevo. Me hubiera gustado visitar la ciudad de Chicago
este año (16), pero dado el estado
de mi salud y esta herida que no cierra, será imposible para mí salir de
Francia. Amo a América y a los americanos. Comoquiera que es americano y está
escribiendo para ellos –Sherard nació en Londres, aunque la entrevista era para
un medio americano, de ahí la confusión de Verne (nota J. C.)-, asegúrese de
decirles que si me aman -que conozco que sí, debido a que recibo miles de
cartas todos los años desde Estados Unidos-, les devuelvo su afecto con todo mi
corazón. ¡Si pudiera ir y poder verlos a todos, esa sería la gran alegría de mi
vida!”.
“Aunque la mayoría de las descripciones geográficas
en mis novelas son extraídas de mis observaciones personales, en algunas
ocasiones he tenido que apoyarme en las cosas que he leído para hacer las
descripciones. En Aventuras de un niño
irlandés, la novela sobre la que le hablé, y que muy pronto será publicada,
describo las aventuras de un muchacho en Irlanda. La historia comienza cuando
el chico tiene dos años de edad y termina cuando cumple los quince, que es
cuando hace su fortuna y la de sus amigos, lo que constituye un desenlace para
la novela, ¿no lo cree así? En el libro, el joven viaja por toda Irlanda y como
nunca he visitado ese país, mis descripciones de los lugares y escenarios han
sido tomadas de los libros que leo”.
“En mi trabajo, estoy adelantado por varios años.
La próxima novela, es decir, la que se publicará el próximo año, se titula Maravillosas aventuras de Antifer, y ya
está completamente terminada. Es la historia de la búsqueda y hallazgo de un
tesoro y el argumento gira en torno a un problema geométrico muy curioso. Estoy
muy apegado a la novela que aparecerá en 1895, aunque no puedo decirle nada más
por el momento, porque aún no ha tomado forma (17). Al
tiempo que elaboro estas historias, también escribo cuentos. En el próximo
número de Le Figaro, que será
publicado para las Navidades, saldrá un cuento mío titulado El señor Re-sostenido y la señorita Mi-bemol.
Seguramente conoce que el re-sostenido y el mi-bemol son exactamente la misma
nota en el piano. ¿Ya ve entonces el argumento? Ahí está implícito mi
conocimiento musical. Nada de lo que uno ha aprendido deja de utilizarse alguna
vez en la vida”.
“Las personas me preguntan a menudo, tal y como lo
ha hecho, la razón por la que resido en Amiens; especialmente yo, que era tan
parisino en mis instintos. Como le he dicho, soy de sangre bretona y adoro la
calma y la tranquilidad y nunca podría ser más feliz que estando en un
claustro. Una vida tranquila, llena de estudio y trabajo, es mi deleite”.
“Llegué a Amiens en el año 1857 (18). Aquí conocí
a la mujer que es ahora mi esposa, por aquel entonces -su nombre era Señora de
Vianne- era viuda y tenía dos pequeñas hijas. Los lazos familiares y la
tranquilidad del lugar me han mantenido desde entonces atado a Amiens. Es algo
bueno, porque como Hetzel me comentó hace unos días, si viviera en París
hubiera escrito, al menos, diez novelas menos de las que he hecho. Disfruto
mucho mi vida aquí. Ya le he dicho cómo es que trabajo por las mañanas y leo
por las tardes. Hago tanto ejercicio como puedo. Ese ha sido el secreto de mi
salud y mi fuerza. Continúo estando apasionado por el teatro y siempre que hay
una obra en el pequeño teatro de la localidad puede estar seguro que podrá
encontrar a la señora Verne y a su esposo en su luneta. Días atrás, cenamos en
el Hotel Continental (19). Lo
hicimos con el propósito de tener un momento de distracción y para darles un
descanso a nuestros sirvientes. Nuestro único hijo, Michel, vive en París,
donde está casado y tiene hijos. Ha escrito, con cierta competencia (20), algunos artículos científicos. Tengo solo
una mascota. Seguramente habrá visto en mi casa un cuadro de mi estimado y
viejo perro Follet”.
UN ESCRITOR MAL PAGADO
Al llegar a este
punto de la conversación le hice entonces a Verne una pregunta que aunque algo
indiscreta, me pareció necesaria. He oído que los ingresos que Verne recibe por
sus maravillosos libros están muy por debajo de los que gana un periodista ordinario.
De fuentes confiables me ha llegado el comentario de que los ingresos de Jules
Verne no llegan a un promedio anual de cinco mil dólares. Verne dijo: “Me gustaría no hablar sobre ese tema. Es
cierto que mis primeros libros, incluyendo mis más exitosos, se vendieron por
una ínfima parte de su valor, pero después de 1875, es decir, luego de escribir
Miguel Strogoff, mis ingresos fueron reconsiderados y comencé a ganar una justa
porción de las ganancias de mis novelas. No tengo queja alguna. Tanto mejor si
mi editor ha ganado dinero también. Ciertamente, pudiera recriminarme a mí
mismo el hecho de no haber concertado mejores contratos. Así, La vuelta al mundo en ochenta días
produjo en Francia una ganancia de diez millones de francos y Miguel Strogoff, siete millones, de los
que he tenido mucho menos que mi parte. Pero no soy y nunca he sido un hombre
que se preocupe por el dinero. Soy un hombre de letras y un artista. Vivo
siguiendo un ideal, generando nuevas ideas y mejorando con entusiasmo mi
trabajo, y cuando he hecho mi trabajo aparto todo de mi mente y olvido tantas
cosas que, a menudo, me acomodo en mi estudio y comienzo a leer una novela de
Jules Verne, y la leo con placer. Si mis compatriotas hubieran tenido un poco
más de justicia conmigo, esto lo habría apreciado un millón de veces más que
una ganancia de algunos miles de dólares que viniese de mis libros. Eso es lo
que lamento y siempre lamentaré”.
Eché un vistazo
a la insignia roja que lo acredita como oficial de la Legión de Honor, pegada a
los botones de la confortable chaqueta azul del maestro.
“Sí -dijo-, ese es un reconocimiento”. Entonces,
con una sonrisa dijo: “Fui el último hombre condecorado por el imperio. Dos
horas después de firmado el decreto que me hizo miembro de la Legión de Honor,
el imperio dejo de existir. Mi promoción al grado de oficial se firmó en julio
del año pasado. Pero no son las condecoraciones lo que ansío. Lo que deseo es
que las personas reconozcan lo que hecho o lo que he intentado hacer y no lo
dejen pasar por alto. Soy un artista” -repitió
Jules Verne, preparándose para levantarse al tiempo que apoyaba su pie en la
alfombra.
“Soy un artista” -dijo Jules Verne.
(Publicada en McClure’s Magazine, núm. 2, vol. II,
enero de 1894 –se publicó al año siguiente de ser realizada, en otoño de 1893-,
con el título: “Jules Verne at home. His own account of his life and work”).
Traducción
española y notas: Ariel Pérez. Edición y notas interiores: Javier Coria.
Ilustración de Josep M. Maya.
NOTAS:
1-Literato y novelista francés (1830-1907). Autor de
interesantes novelas, entre las que deben citarse Las víctimas del amor y Sin familia.
2-Recordemos que Jules Verne
contabilizaba sus escritos en volúmenes. El sexagésimo sexto y sexagésimo
séptimo volúmenes correspondían, respectivamente, a las dos partes de Aventuras de un niño irlandés que
apareció poco después de esta entrevista en noviembre de 1893.
3-Se trata de Rapport
sur l'exploitation du Théâtre municipal presentado en el Concejo Municipal
de Amiens en su sesión del 17 de enero de 1894. Jules Claretie
escribió: “Parisino hasta la punta de los pies por el espíritu y cosmopolita
por la imaginación; jovial, inventor, infatigable, frecuentador de bulevares y
solitario”. (Jules Verne, París, A. Quantin, 1883, p. 6).
4-Jules Claretie escribió: “Parisino hasta la punta
de los pies por el espíritu y cosmopolita por la imaginación; jovial, inventor,
infatigable, frecuentador de bulevares y solitario”. (Jules Verne, París, A.
Quantin, 1883, p.6).
5-La madre de Jules Verne murió en 1887.
6-La obra fue escenificada en el Teatro Histórico
en 1850 y representada nuevamente en 1868 en el Teatro Gymnase.
7-Se conoce que Onze
jours du siège fue escrita por Verne junto a su
amigo Charles Wallut. La participación de Dumas hijo nunca se pudo comprobar.
8-Se trata de Un
voyage dans l’air que apareció en la revista en 1851.
9-Cinco
semanas en globo fue escrita en 1862 y tenía treinta y cuatro años (y no
veinticinco). La novela fue publicada por Hetzel un año después, en 1863. Se
desconoce si fue el propio Verne quien comete varios errores con estas
afirmaciones o si es algún error de parte del periodista.
10-El 28 de septiembre de 1873, Jules Verne hizo
una ascensión en globo. Al otro día, su relato apareció en Journal d'Amiens con el título Chronique
locale. Ascension du Météore. Más tarde en 1873, el relato fue publicado
por Jeunet en Amiens en forma de libro: Veinticuatro
minutos en globo. Un siglo después en 1973, Daniel Compère editó el mismo
texto junto a Una ciudad ideal en la
oficina cultural de Amiens y en 1979 Francis Lacassin lo incluyó en Textes oubliés.
11-Se trata del señor Pickwick.
12-Su nombre completo era E. R. A. Guido de
Maupassant (1850-1893). Célebre y fecundo novelista francés, el discípulo más
aventajado de Gustavo Flaubert. Murió loco.
13-Ciudad de Marruecos, situada en la costa
sudoeste del Estrecho de Gibraltar.
14-Isla del Mediterráneo, situado al sur de la de
Sicilia.
15-Recuérdese que el yate fue vendido antes de este
accidente.
16-Una exposición universal gigante tuvo lugar en
Chicago en 1893.
17-Se trata de La
isla de hélice.
18-Es en 1856 cuando Verne llega por primera vez a
Amiens, y es en 1857 cuando se casa con Honorine.
19-El Hotel Continental, ya desaparecido, estaba
situado en rue de Trois-Cailloux, número 62, al otro lado del teatro de la
ciudad.
20-Michel Verne escribió una crónica científica en
el suplemento literario de Le Figaro en
1888.
No se pierdan esta sección de la revista Rambla:
ResponderEliminarhttp://revistarambla.com/category/revista-rambla/entrevistas-en-blanco-y-negro/
¡Qué hermosura poder acceder a esta entrevista! Y las notas, muy oportunas.
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias!