Por:
Javier Coria.
Recuperación de la obra
fundamental del escritor checo Bohumil Hrabal, Trenes rigurosamente vigilados, exponente de la novelística de la
posguerra europea y un canto, tierno, poético y humorístico, de la resistencia
ante el invasor.
La
última reedición corre a cargo de Seix
Barral (que se quedó con el fondo de la editorial Destino), con traducción
de Fernando Valenzuela y
presentación de Monika Zgustova.
Tanto Valenzuela, como Zgustova, son los responsables de la difusión de la
literatura checa en el ámbito hispanohablante, y con alguna obra traducida
directamente al catalán. Precisamente la novelista (La rosas de Stalin, Galaxia Gutenberg, 2016) y traductora (en ruso,
checo, castellano y catalán) Monika Zgustova es la autora de una magnífica biografía
de Bohumil Hrabal, Los frutos amargos del
jardín de las delicias. Vida y obra de Bohumil Hrabal. Zgustova conoció
personalmente al autor, cuyo carácter era, en algunos casos, tan estrambótico
como el de los personajes de esta novela. Cuentan que Hrabal no daba
entrevistas, a lo sumo y si lo cogías de buen humor, aceptaba a conversar, eso
sí, sin tomar notas ni grabadoras por medio. La biógrafa relata como se reunió
con él en su cervecería preferida de Praga. En silencio, el novelista iba
pidiendo pintas de cervezas para él y su acompañante. Después de varias
cervezas y cuando los vapores etílicos soltaron la lengua, comenzó la
conversación. En las visitas del autor al mingitorio, que fueron varias, aprovechaba
la biógrafa para tomar notas.
Los
Trenes rigurosamente vigilados eran
los convoyes en los que las tropas alemanas transportaban armas y munición. La
acción se desarrolla en una pequeña estación ferroviaria de un pueblo que está entre
la frontera de la antigua Checoslovaquia y Alemania. Estamos en el año 1945, en
plena Segunda Guerra Mundial, durante la ocupación nazi de Checoslovaquia. El
protagonista, Miloš Hrma, es un joven aspirante al puesto de factor del
ferrocarril. Allí coincide con el titular de la plaza, Hubička, un tipo
hedonista y mujeriego que no duda en estampar en el culo de la bella
telegrafista los sellos que se utilizan para facturar los paquetes; aunque al
final se nos mostrará como algo más. Coincide con el jefe de la estación, un
colaboracionista con aires de grandeza cuya afición a la colombofilia le hace
aparecer siempre cubierto de excrementos de palomas. Pero Miloš también se
encuentra con su novia, Máša, a la sazón revisora de tren y que había conocido
pintando con minio una alambrada de cuatro kilómetros que rodeaba los talleres
de los ferrocarriles del Estado. Durante cinco meses estuvieron cara a cara, cada
uno a un lado de la cerca, hablando pero siempre separados, hasta que Miloš
pinta por accidente la boca de Máša y allí mismo se declara. Porque esta novela
también es el despertar de los dos jóvenes al sexo, de cuya primera y fallida
experiencia, Miloš sale con oscuros pensamientos, dándose ya por derrotado. En
varias ocasiones de la novela dice: “…
me quedé mustio como un lirio”. Pero la eyaculación precoz fue superada
gracias a la célica maestría de una partisana checa, trapecista en un circo, cuya
calistenia amatoria le hizo volver con su novia y con el valor suficiente para
realizar un sabotaje planeado por la resistencia.
Muchos
conocimos esta novela y la obra de Bohumil Hrabal gracias a la película homónima
de Jiří Menzel, que ganó el Óscar a
la mejor película extranjera en 1966. Menzel llevó otros relatos de Hrabal, su
autor favorito, al cine, y la novela de éste mismo: Yo serví al rey de Inglaterra. En el arranque del film Trenes rigurosamente vigilados tenemos
una muestra de lo que Monika Zgustova escribe en la introducción: “La vida de Hrabal está marcada por gags
semejantes a los de una película muda, regidos por una extraña lógica, y que de
alguna manera se reflejan en sus obras”. El divertido comienzo del film
recuerda a las películas mudas, a esos gags que nos comenta Zgustova.
Estilísticamente, esta novela corta, para algunos y para la propia Zgustova, es un alto en el camino en la novelística más experimental de Hrabal, surrealista y con toques dadaístas, aunque diríamos que esta obra no deja de ser experimental mezclando los tones oscuros de la situación histórica, con la luminosa experiencia vital del día a día, que hasta en los momentos más trágicos, se abre paso. Claro que Zgustova dice que es uno de los textos “más ordenados”, más “peinados” y optimistas, ya que el autor se aleja de la estética del dolor y muerte, tan presente en su obra. Aquí se despliega humor, negro en algunos momentos, la ironía y la comicidad de situaciones absurdas como las que nos narra cuando hace un repaso a la genealogía de su familia: No habla de su padre maquinista, que se jubiló a los cuarenta y ocho años, para envidia de sus vecinos. De su bisabuelo, herido en una escaramuza con estudiantes en 1848. Desde entonces, y dado de baja del ejército, cobró una pensión que se gastaba en ron y tabaco; pero para aumentar la tirria que tenían los vecinos a esta familia que decían que siempre se las arreglaban para no trabajar, el veterano tambor del ejército tenía una peculiar afición. Se dedicaba a pasearse por las obras y centros de trabajo de los obreros para reírse de ellos, por lo que recibió varias palizas, hasta que una fue fatal. Pero lo del abuelo es más curioso, se hizo hipnotizador y trabajó en pequeños circos. Cuando los tanques alemanes cruzaron la frontera de su país y se dirigían a Praga, sólo el abuelo salió a su paso para pararlos. Se puso enfrente del tanque Tigre que encabezaba la columna y, mirando fijamente a un soldado del Reich que sobresalía por la torreta, intentó hipnotizarlo. Ni que decir tiene que terminó como su padre.
Todo
ello, como ya se ha dicho, con el trasfondo trágico de la guerra que podemos apreciar
en una escena sangrienta al final de la obra. Escena que nos muestra lo absurdo
de las contiendas que hacen enfrentarse a los pueblos cuando sus mandatarios lo
deciden, y siempre por intereses económicos, espurios, que envuelven con el
celofán del patriotismo o supuestos altos valores.
Bohumil Hrabal
Bohumil Hrabal (Brno, 1914 –
Praga, 1997) se pasó la vida haciéndose preguntas y
reflejando en sus novelas a seres pintorescos, extravagantes, aparentemente
anodinos, cuyos pequeños actos tenían la enjundia de la cotidianidad que no
sólo puede influir en la historia, sino que puede cambiarla. Dejó escrito: “Los errores que yo he cometido en la vida
también los cometen mis protagonistas. Y lo que a mí me llena de orgullo, es
decir, las cosas pequeñas pero muy humanas, también llena de orgullo a mis
héroes”. Estudió derecho hasta que la invasión nazi se lo permitió; luego
peregrinó por un sinfín de oficios de los que supo sacar partido para sus
novelas. Fue viajante de comerció, meritorio en una notaría, obrero
metalúrgico, cartero, ferroviario, tramoyista y una ocupación que parece sacada
de la novela Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, reciclaba el papel de
los libros que la censura mandaba destruir. Hrabal defendía la idea de que el
escritor tenía que ser sencillo, y él
llevó la humildad hasta el límite de la austeridad. En una casa en el
bosque que compartió con su esposa a las afueras de Praga, no quiso dotarla de
agua corriente, prefería sacar el agua de un pozo cercano. Con esta
idiosincrasia, no era raro que Hrabal detestara los ambientes literarios y en
las tabernas populares encontraba su hábitat, quizás rodeado por futuros
personajes de sus libros.
Con
la invasión nazi, Hrabal perdió el paisaje de su infancia, su idioma y casi
pierde la vida varias veces. Con la invasión rusa de 1968, pasó a engrosar el
listado de los escritores peligrosos y sus libros fueron prohibidos o
censurados. Nuestro autor murió a los ochenta y tres años al caer de un quinto
piso del hospital donde estaba siendo atendido. La versión oficial nos dice que
se cayó accidentalmente, sobre ello escribe Zgustova: “En muchos pueblos del Mediterráneo, un hombre que decide retirarse de
la vida por propia voluntad suele ponerse el traje de los domingos (y las
mujeres, además, se adornan con joyas más preciosas, como si se preparasen para
un solemne encuentro). Como ellos, Bohumil Hrabal, en un día soleado de febrero
de 1997, antes de partir hacia lo desconocido, se vistió solemnemente con sus
viejos pantalones tejanos, que tanto apreciaba”. De hecho el suicidio es una constante en su
obra, en la que les presentamos también, aunque en la ficción literaria se
queda en un intento frustrado. En fin, una novela muy divertida y que hace
pensar, qué más se puede pedir.
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